¡Ah, la playa! Mi lugar favorito. A pesar de ser ya un adulto me gusta bañarme en el mar y jugar con mis primos y amigos adolescentes. Y es que siempre me he llevado mejor con chicos menores que yo que con gente de mi edad.
Hace algunos años, cuando cumplí la mayoría de edad, caí en cuenta que era atraído sexualmente por chicas mucho menores que yo. Es más, me di cuenta que era un pedófilo. La pedofilia es una modalidad de perversión sexual en que el objeto erótico lo constituyen niños. Niñas, en mi caso, por ser hombre. Siempre me habían llamado la atención las niñas impúberes de entre seis y doce años. Sentía un deseo sexual hacia ellas. Me gustaba admirar el rico culito y las ricas piernas de las nínfulas. Nínfulas son niñas que poseen cierto atractivo desde muy pequeñas. Naturalmente, no todas las niñas son nínfulas. Digamos que de una clase de treinta niñas de unos nueve años, sólo tres o cuatro son nínfulas. Y éstas eran las que a mí me gustaban.
Cuando bajé a la playa aquel viernes de febrero, me encontré con mi prima de treinta y cinco años y sus dos pequeñas hijas, de ocho y seis años. Ellas eran unas niñas muy lindas y yo, por ser su tío, las quería bastante, así como ellas a mí. No nos frecuentábamos mucho, así que me quedé conversando un buen rato con ellas. Estaba también una amiga de mi prima con su hija de diez años.
Se llamaba Érika. Ella era una nínfula. Tenía un culo, un pubis y una cinturita bien formaditos. No tenía busto. Sus piernas eran largas y bellas. Y tenía un rostro angelical. Era hermosa, y yo ya la deseaba.
-Mira lo que puedo hacer- me dijo.
Érika se esparrancó, es decir, abrió las piernas en un ángulo de ciento ochenta grados.
-¿Cómo puedes hacer eso? Le pregunté.
-Me lo enseñaron en las clases de ballet.
Era evidente que la flexibilidad de su cuerpo le permitía hacer mil trucos más, los cuales me fue mostrando uno por uno. Mi pene estaba erecto. ¡Qué gran deseo sexual me provocaba aquella nínfula!
-¿Por qué no se van a la piscina?- preguntó mi prima.
-¡Sí, sí, sí!- exclamaron emocionadas las tres niñas.
-Yo voy con ellas, así las cuido- respondí.
-Anda, anda. Míralas cuando crucen la calle- dijo mi prima.
Las dos señoras se quedaron en la playa y yo crucé la calle con Érika y mis dos sobrinas. Llegamos a la piscina. No había nadie más que nosotros cuatro. Rápidamente se lanzaron a darse un chapuzón. Jugamos durante largo rato, al tiempo que Érika seguía haciendo sus trucos de flexibilidad. Mi pene seguía erecto. Tanto así, que se notaba a través de la tanga que tenía puesta. Luego de un momento, mis sobrinas se fueron al baño y yo me quedé solo en la piscina con Érika.
Yo estaba tan excitado, que me senté en el suelo y arrimé mi espalda contra la pared, y le dije a Érika:
-Ábrete de piernas aquí, cerca de mí.
Érika se abrió de piernas en línea recta y yo la acomodé para que quedara encima mío, de frente. Coloqué mi pene contra su vagina, separados sólo por mi tanga y su bikini. Empecé a bombearla contra mí y a hacer movimientos eróticos, pero suavemente, de manera que ella ignorara lo que yo estaba haciendo. Nunca yo había sentido tanta excitación ni mi pene había estado tan parado. Le agarraba su culo y sus piernas para apretar su vagina contra mi pene erecto una y otra vez. La sensación era deliciosa. Se sentía riquísimo y esto también era porque los dos teníamos trajes de baño pequeños y delgados. Pero no había penetración. Blog de divulgación científica
Llegó un momento, luego de unos minutos, en que mi grado de excitación llegó al máximo, y eyaculé. Eyaculé varios chorros de semen, el cual, debido a los movimientos, se salió de mi tanga, la embarró toda, y embarró la parte de abajo del bikini de ella. Yo le dije que se lavara con el agua de la piscina. Ella no tenía idea de qué era lo que había pasado ni qué era ese líquido blanquecino. Creo que por su corta edad y su inocencia, no se dio ni cuenta de lo que yo había hecho.
El día terminó ahí, regresamos los cuatro a la playa, nos reencontramos con mi prima y la mamá de Érika y nos despedimos. No volví a ver a Érika ni a su madre durante esas vacaciones.
Meses más tarde, esto es, en octubre, caminaba yo por un centro comercial del norte de la ciudad, cuando me topé con la mamá de Érika.
-¿Cómo está, señora? ¿Qué ha sido de su vida?
-Aquí, haciendo compras- respondió.
¿Y cómo está Érika? No la volví a ver ni a ella ni a usted después de aquel día de playa.
Érika salió de atrás de una percha del supermercado. Pero, ¡oh, sorpresa! Tenía una gran barriga de embarazo, como si estuviera a punto de parir.
-¿Y eso?- pregunté a su madre.
-Érika está embarazada- respondió -. Nadie sabe cómo ocurrió. Cierto es que ella ya menstrúa, pero los exámenes médicos confirman que jamás hubo violación. Es decir que nadie abusó de ella. Es más, ella nunca me ha contado que la hayan violado. Felizmente el ánimo de ella es estable y no ha sufrido ningún trauma psicológico.
Me quedé estupefacto. ¿Cómo era posible que una niña de diez años estuviera embarazada y sin haber tenido relaciones sexuales con ningún hombre? Entonces recordé lo que yo había hecho ocho meses atrás. Quizá, como su madre dijo, ella a los diez años ya era fértil, y talvez cuando yo me la punteé, el semen que cayó sobre su traje de baño se le metió por la vagina. Allí me di cuenta que había sido yo el que había preñado, el que había fecundado a esa niña. Pero no podía decirle nada a su madre. Debía quedarme callado.
Nos dijimos adiós y cada uno siguió su camino.
La víspera de la Navidad volví a ver a mi prima, esta vez en casa de la abuelita. Conversando yo con ella, me contó que el medio social donde se desenvolvían Érika y su madre estaba atónito. Ella había parido en noviembre un varón que murió al nacer y, a raíz de eso, había quedado parapléjica, es decir, inmovilizada de la cintura para abajo. Ya que el padre de Érika había fallecido muchos años atrás, madre e hija se habían ido a vivir a Estados Unidos para rehacer sus vidas. Allá una persona discapacitada era tratada con especial esmero.
Nunca más volví a saber nada de Érika ni de su madre. Siempre me quedé con la incógnita de si aquel niño había sido mío. Yo creo que sí, aunque nunca lo sabré con certeza. Ni nadie nunca sabrá lo que ocurrió aquel día de febrero de hace diez años.
El Autor de este relato fué ZAG , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=13593&cat=craneo (ahora offline)
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2024-11-12
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