Un rayo de sol que se filtró a través de las rendijas de la persiana me despertó; otra vez tenía resaca. La noche anterior había estado en lo de siempre. Viendo un aburrido partido de fútbol, luego cené y después. ¿Después...? supongo que esperé lo de todos los días: una llamada, o para ser más conciso, su llamada.
Me hice un par de huevos fritos; quizá con el involuntario propósito de desayunar a la inglesa, o a lo mejor para olvidarme de Chiara, o quizás para recordar la forma tan especial en que hacíamos el amor. Y sin embargo... ¿Chiara y yo hacíamos el amor o lo representábamos? Desde luego en lo que a mí concierne era algo maravilloso. En cuanto a Chi, por los miserables cinco papeles que cobraba, si no interpretaba, debía estar soñando; y sin embargo hay que reconocer que la chica lo hacía bien... ¡pero que muy bien!
En lo que a mí respecta, siempre he sido un miserable sin suerte, hasta que la conocí. Desde entonces nunca he dejado de ser más que un ordinario comparsa; dado que en las artes del placer ella además de joven es mucho más diestra que yo. Verdaderamente por esa época Chi era lo único. Sí... no había nada que me importara más en el mundo.
Yo... escribo... guiones. Creo que es lo único que siempre he hecho. Lo cual no quiere decir que lo haya sabido hacer bien. Pero en fin, es lo que soy: un narrador de argumentos que no acaban en ninguna parte. O a lo mejor sí: ¡en un gran cubo de basura! Naturalmente el escaso dinero que cobro del par de editoriales que todavía, (no entiendo porqué) creen en mí, me lo fundo en hacerle la vida más llevadera a Chi.
Chi... La conocí en un angustioso burdel de la carretera de la Coruña. Por si quieren saber datos, el cuchitril está o estaba ubicado en el kilómetro ochenta y cinco. Y la verdad, aún no sé con certeza qué me indujo a entrar en aquel lugar. Yo antes nunca había... Saben... Nunca lo había hecho por dinero. Entonces ¿aquello supuso un anuncio de que algo en mí empezaba a cambiar? El hecho es que aquel día la habitación estaba oscura; tanto, que ni siquiera la vi, menuda gracia ¿verdad? Pero la sentí a mi lado, y percibí sus delicados dedos de violinista acariciando mi pecho con destreza, y después algo más... Y cuando escuché su voz de soprano rogándome que la sacara de allí, supe que había dado con un tesoro. ¡Con mi tesoro!
Sin embargo un enigma me desquiciaba. ¿Qué edad tendría Chi? Ahí radicaba el asunto; dado que ni ella misma lo sabía con certeza. Pero saben, cosas así de tontas ocurren tan a menudo... Así que me dio por figurar, ciertos días, que era toda una mujer y el resto lo que realmente parecía: una prostituta aunque peculiar. Aunque al final, invariablemente, siempre volvía a ser mi evocadora soprano o la mujer que surgió de las tinieblas
Cuando estaba en ello... Quiero decir... Me estaba comiendo el par de huevos... fritos ¿No? y Chi... No, no era ella... Bueno... Pues me vinieron unas arcadas de aquí te espero; así que los tiré a la basura. Y después, como si fuera un adicto irreversible ansiando administrarse su dosis diaria de mierda, cogí el teléfono y la llamé. Sí ¡a Chi! Pese a saber de sobra que no contestaría la llamé una y otra vez y otra y dale.... ¡nada!, que no estaba en casa... Bueno, a decir verdad hacía meses que no sabía ni donde paraba y eso, me tenía profundamente preocupado...
Oh, Chi... Empecé a sospechar demasiado tarde que mis cuidados no eran suficientes. Se le quedaron cortos. Ella necesitaba dinero, dinero y más dinero, y yo no podía dárselo. Y también ahora empiezo a vislumbrar evidencias circunstanciales que me hacen suponer, que cuando la dejaba por las noches en su piso, o más exactamente el piso que yo le compré, decoré y arreglé con todo mi amor ella salía a buscar hombres. Sí, ¡otros hombres...! Y es que desde luego era un volcán. Así era ella. Demasiado para un hombre como yo.
Resolví tomar una determinación y lo hice. Me puse en contacto con Brenda y todo comenzó a ir de nuevo mejor. Brenda, además de ser una antigua amiga de mis correrías de estudiante, era una mujer sencilla. Sí, mil veces sencilla. Aunque no por ello fuera menos dulce. Y además, con Brenda podía hacérmelo durante las venticuatro horas del día. Siempre estaba a punto. Pero por lo que quise relacionarme con Brenda, fue por ver si lograba darle celos a Chiara.
Quedamos para hablar. Me aguardaba en una esquina de la calle de La Luna ¡Y vaya con la cría! ¡Como estaba! Ya saben, primero tuve que formalizar una razonable toma de contacto, si no uno luego no se relaja. Cuando estábamos en ello, es decir, me estaba haciendo una felación, se empezó a reír; entonces le pregunté que por qué lo hacía y... ¿saben que me contestó? Me dijo algo así como que era una mujer muy risueña y que le había hecho gracia mi pene de veinticuatro centímetros, no se esperaba algo así en un hombre como yo y menos no lo recordaba tan gordo, blando y grande. Y en realidad lo era, risueña quiero decir. Luego hice nuevas averiguaciones. Brenda acababa de volver de Italia; me dijo que si había vuelto no había sido por nada en especial, sino porque estaba harta de comer pasta y andar trajinándose a italianos machistas y descerebrados. La verdad, tuve que reconocer que la chica seguía teniendo algo. Aquella piel lisa, y su porte fino, casi enclenque de elegante como era; y además en sus ojos oscuros y redondos como botones de azabache, podía verme con la misma claridad a como si me estuviera mirando en un espejo. Supongo que de haber nacido en otra parte, bien podría haber sido una Claudia Schiffer menuda, eso sí; pues era algo baja y como ella misma decía, no daba la talla para ser una topmodel. pero estaba maciza y rellena de deliciosa carne jugosa. Le manoseé los senos y se los chupé a placer mientras le insertaba mi gruesa herramienta hasta el mismo fondo de su vagina, me gustó ver su pubis rasurado pues se podía ver bien como las lenguas de su vagina recibían mi polla mientras goteaban de humedad. Nos corrimos varias veces y así formalizamos de nuevo nuestra olvidada amistad.
Brenda no conocía mi piso el cual sólo estaba vedado a Chiara. Sin embargo empezamos a salir con asiduidad, y descubrimos que aún conservábamos fresca nuestra magia estudiantil, encerrándonos en cualquier cuchitril disfrutábamos de lo lindo. Ella cantaba con su voz clara y profunda hasta terminar jadeando como una yegua en celo, y yo improvisaba poemas en mi Pentium portátil. Un camarero nos subía unos sándwichs. Y aunque abajo, en la calle, los coches no cesaran de hacer sonar los claxon como posesos e impidieran que pudiese deleitarme con los desaforados jadeos de lasciva en celo de Brenda, yo era feliz follándomela; y luego, estaba el traqueteo del par de vetustos ascensores Ronisch del edificio, venga a subir y bajar, bajar y subir y así todo el santo día.
Hasta que un día, todavía con mi semen reciente en su boca, le dio por despedirse. Me dijo que lo sentía, pero ya no podía ayudarme más. Que lo de Chiara era muy difícil. Pero la pura o puta realidad es que tenía un trabajo y a lo mejor resultaba hasta bueno y todo, afirmó con una sonrisa lacónica y en absoluto convencida. Luego me puse al corriente de ciertos detalles. Por lo visto hacía de Go Gó en una horrenda discoteca, donde debía bailar desde la madrugada durante cuatro horas seguidas. Así que el empleo no bebía ser tan bueno como me había pretendido dar a ver. De todas formas le pagaban mucho mejor que a mí. Todo lo que sé es que el lugar era una especie de cubil antiguo y mohoso, ubicado en un barrio a las afueras. Y si silencio su nombre, es porque lamentablemente no lo recuerdo. Además, ahora creo que de lo único que ella se avergonzaba realmente, era de tener que hablar de su trabajo y aquel lugar en particular... y no de mostrarme su trasero redondo y delicado como un jugoso melocotón en almibar para que yo lo penetrara y descargara dentro de su agujerito mi lujurioso ardor y la llenara de semen hasta reventar.
Algo me extrañaba del asunto y así fue; ya que de pronto tanto mi dulce Brenda como mi inescrutable Chiara se habían esfumado...
Hasta que cierto día una mujerzuela vino a contarme algo. La cuestión era extraña y ella, quizá sólo fue su forma de gesticular, parecía sentirse ofendida. No sé a santo de qué me soltó lo de que para que le dieran un permiso de trabajo primero necesitaba que alguien (¿y ese alguien era yo?) le hiciera un contrato de trabajo. El caso es que como no tenía permiso de trabajo, nadie quería hacerle un contrato. ¡Oh...! Dulce, dulcísima ley de extranjería... Qué bien hecha está la jodida, pensé entonces. De haberlo sabido antes, tanto Chiara y Brenda como extranjeritas que eran también habrían sido mías para siempre. Egoísta punto de vista ¿verdad? Quizá, quizá lo fuera. Pero a lo más que aspiraba ahora era a recuperarlas de nuevo. El caso es que el maldito asunto no dejaba de hacerme sentir como un poderoso jeque a quien le han birlado su harén....
La mujer se llamaba Isabela. Era de piel tostada y curtidita y al hablar me miraba con ojos de roedor enfurecido. Ella no era prostituta me aclaró. Y yo dispuesto a comprobarlo le puse las manos sobre el pubis y comencé afrotarle el clítoris y no me dijo que no. Hicimos el amor sobre las teclas del viejo Stein de mis bisabuelos. Y le gustó, le gustó tanto, que se enamoró perdidamente de mí y según me relató, yo era el primer hombre en su vida que se la follaba sobre un piano. Lo cual no me extrañó en absoluto y tampoco me preocupó demasiado; pero el asunto empezó a ponerse feo cuando le hablé de Brenda y Chiara. Entonces comprendí que estaba celosa, y descubrí todos los indicios apuntaban así que Isabela era amiga de ellas. (Pues averigüe que se había presentado bajo sus órdenes para tenerme bien vigilado, y que asimismo, y por tanto, además de tener prohibido sucumbir a mis encantos, conocía el paradero de ambas). Tuve que andarme con pies de plomo, pero cada vez que la penetraba, en mi extasis orgásmico se me escapaba sin querer el nombre de cualquiera de ellas, y ella torcía la cara y una desagradable mueca arrugaba su hermoso semblante de sirena encandilada. notamedia.es
Isabela hablaba poco; entre otras cosas porque tampoco era española y no dominaba el idioma y además, le gustaba hablar poco. Prefería los silencios; dominaba los silencios. Hasta que un día por fin lo soltó. Lo dijo con despecho. Esa tarde habíamos estado hablando de lo ajadas que parecían estar las flores del jardín. Y yo cometí un error; fue un error de bulto, puesto que al mirarlas recordé el cariño con que Chiara se empleaba en regar el parterré y los maceteros de jacintos y jeraneos; sin embargo las rosas eran sus preferidas, aunque se peleara con ellas tratando de desprender alguna ramita muerta y se pinchara a menudo las yemas de los dedos. Enseguida le brotaba una erupción de sangre roja y espesa, pero también dulce y jugosa. Exclamaba o gemía asustada, y yo acudía raudo a succionársela, como un colibrí cuando zigzaguea en torno a la flor que contiene su néctar preferido; aunque otras veces la chupara ávidamente, casi con violencia, con el ansia del más ancestral Drácula de Bram Stoker.
Según me confesó estaban encerradas en un club de mala muerte. Aunque tal vez la palabra adecuada fuera, putiferio. No obstante y a pesar de todo, por lo visto el asqueroso lugar tenía su prestigio. Allí trabajaban una legión de prostitutas. Sí; todo un ejército al servicio del placer, pero del placer con cadenas; del placer sin confortación. Y donde no hay descanso no hay placer y jamás podrá existir el amor. Y mi Chiara... y Brenda, tan independientes como eran a esas alturas... ¡Deberían estar muertas de asco!
Tenían un jefe o dueño mafioso al que algunos llamaban Tiburón. Tan sólo era un vulgar matón, pero eso sí muy peligroso. Resolví enfrentarme a él. Tal vez si lograba reunirme en un lugar neutral... Pues resulta que Tiburón fuera de su tugurio no pasaba de ser un chanquete asustado. Sin embargo, en sus dominios era un tigre; claro que un tigre sin polla. Hablaría con él.
Emiliano Contreras: Tiburón era exactamente lo contrario a lo que yo esperaba encontrar. Era un hombre bajo, panzudo, calvo y para redondear, miope. Sin embargo, escudados tras sus gruesas lentes de quince dioptrías dos ojillos de mustélido insaciable me escrutaban sin conmiseración. Curiosamente no llevaba guardaespaldas, y al parecer nunca lo hacía cuando salía a negociar lejos de sus posesiones, lo cual me alivió lo bastante como para que me decidiera a exponerle mi plan sin remilgos. Estuvimos hablando durante más de dos horas acerca de mi innovador proyecto, y pareció gustarle el hecho de que yo me iniciara en lo que él proclamaba era la dura profesión de... No, él no lo llamaba prostitución; sino algo así como Catequésis Genésico carnal. Y como si fuera padre y señor mío, me aleccionó sobre los riesgos, trabas y problemas que tendría que afrontar en mi inquebrantable lucha contra los corruptos estamentos de la sociedad; o para ser más precisos: policía, clero, y sobre todo las madres de familia, que siempre andaban buscando a sus hijas descarriadas, cuando en realidad ni imaginaban la fortuna que éstas habían tenido de que aquél las encontrara y apartara de la droga, el... ¿vicio? ¿y la corrupción? Desde luego había que reconocer sin tapujos que era un gran cabronazo.
Me marché satisfecho de mi cita con Tiburón. Cerramos trato y acordamos que para comenzar a asentar mi negocio con buen pie él mismo me cedería, por supuesto, a cambio de un tanto por ciento, cinco de sus más diestras mujeres (entre las que mencioné varias veces, mostrando mi más profundo interés, los nombres de Chiara y Brenda) aunque él no las denominó en ningún momento por su nombre; sino más bien las calificó de trabajadoras sociales. Digno magnate El Tiburón. Consiguió impresionarme, al menos fuera de su tugurio. Ahora sólo me quedaba presentarme de incógnito en sus feudos y entrar en contacto con mis chiquillas...
Sí; añoraba volver a tenerlas. Las líneas duras, siempre misteriosas de Chiara; o la desarrollada voluptuosidad de Brenda. ¡Pero sobre todo Chiara! Solamente pensaba en cuál podría ser la caricia más lograda para ella; el movimiento más excitante; el pálpito más adecuado. Con ella, o gracias a ella me había convertido en un hombre diferente; y por ello sabía que estaba abocado a la perdición. ¿La lujuria me vencía? ¿O... no era sólo lujuria?
Todo fue muy rápido. Penetré en los dominios de Tiburón como uno más. Creo que antes de llegar hasta Chiara tuve que penetrar las vaginas de cinco o seis letuvianas, rusas, chechenas, o afganas... Pero a fin de cuentas todas ellas andróginas. No, no me gustaban demasiado, su piel blanca me daba escalofríos. Además, no sé a santo de qué se creían más hermosas que ninguna. Pero como cada ser suele tener su opinión, resulta que allí las más comerciales, por decir de algún modo, resultaban ser las rubias y centroeuropeas. Una se llamaba Nastasia, y tengo que reconocer que lo hacía bien; tenía unas buenas tetas que le gustaba frotar sobre mi órgano hasta enrojecerlo de presión y hacer que me corriera como una manguera desbocada. Solamente adolecía de una cosa: Se excedía simulando; demasiado gemido gutural y todo eso. En cuanto a la otra... la otra... era la inocente Lacutia. Ciertamente ella era dueña de un físico espectacular. Sí, creo que tenía la piel más suave que jamás haya palpado y las medidas más asombrosas. Lacutia: bella entre las bellas la llamaban..., era además de sangre noble! afirmaban. ¡Pobrecita! Porque para ella aquello constituía una auténtica desgracia, ya que todo en ella era tan... puro como su, digamos, sublime sonrisa... y su ingenuidad, por supuesto... Pero lo de su nobleza no lo llevaba nada bien.
Después de fornicar con ella la dejé muy a mi pesar, adormecida en una hermosa suite. Creo que cuando salí hasta había empezado a llorar. Tal vez me echara de menos, aunque sospeché que lo que de verdad echaba de menos eran su verdes praderas de los Urales.
Así que por fin recuperé a las tres... Bueno, anteriormente eran dos, pero ahora ya eran tres. Pues no pude soportar dejar allí tirada a Lacutia. Además, pasados unos meses descubrí que no se cortaban un pelo pues se llevaban tan bien (todo hay que decirlo) haciéndome la vida imposible. Así pues el hecho de estar con ellas comenzó a volverse contra mí; y sin saber con certeza por qué, cada vez me fui sintiendo más solo, triste y distante de ellas, y de todo el mundo. Pero sobre todo de ellas. Y ellas, se aliaron contra mí y me tomaban el pelo. ¡A mí!, que las había recogido y casi criado y que las alimentaba con mi semen y amaba sin descanso; fornicando a todas horas cada vez con cada una de ellas o con todas ellas juntas; o con alguna invitada de por medio. Ellas que se deleitaban en manosearme lamerme y chuparme el órgano como si fuera una morcilla de caramelo, que se agarraban a mis testículos cual garrapatas y que me dejaban bien mojadito con sus flujos y reflujos...
Chiara era siempre la más dura y exigente y la que más recelaba. Parecía cambiada y sin duda lo estaba. Y aunque recibía lo mejor de mí, la mejor parte de mi semen, aquel que siempre está calentito a primera hora de la mañana, sospeché que pese a todo lo que obtuviera nunca le habría bastado. Brenda era Brenda... la incansable pero ahora aburrida Brenda. Con ella me limitaba a fornicar y a nada más; ya no hablabamos follábamos, aunque lo malo es que ahora, mientras lo hacíamos, ella me ignoraba. En cuanto a Lacutia podía competir con Chiara, pues era tan hermosa y no sólo eso sino más... estaba tan buena que dondequiera que la viera me abalanzaba sobre ella, la empalaba y cualquiera podía encontrarnos unidos en medio del pasillo de la casa o en el comedor, babeando como dos perros en celo. Pero eso no era todo, ellas no eran las únicas.
Isabela volvió una mañana y la encontré joven y tan guapa. Me volvió a mirar con ojos de marmota enfurecida y yo, y yo... supe que para siempre sería suyo. Pese a todo concluí, ahora ya, por fin eran mías, y ya jamás las perdería.
Una mañana, muy pronto, vencido y alejado de ellas, aquejado por una de mis horribles resacas y todavía borracho, tuve el espléndido convencimiento. Sin duda esa era la solución definitiva a mis problemas. Fui a su habitación. Estaban todas dentro y olía a un aroma más bien sexual. Dormitaban todas en la misma cama muy apretujadas, tocándose, sobándose, y creo que hasta besándose y corriéndose de vez en cuando. Observé sus caras y vi en ellas la serenidad que anhelaba. La habitación donde estaban era interior, por lo cual no había ventanas. Fue fácil. Sólo tuve que pasar la goma del gas bajo un resalte de la puerta, cerrarla sellarla con cinta aislante y abrir la espita.
Y aquí termina la historia de una parte de mi vida, como también de una parte de mis sueños y pesadillas. Porque saber ¡saber la verdad de todo el asunto es algo que me ha aterrado siempre! Ya que cuando meses después al fin me decidí por una, para mi sorpresa, lo hice por Isabela. Pero nada más verla me di cuenta de que ella ya no me querría jamás. Ya que ni siquiera se prestó a mirarme, es más, si me miró lo hizo sin ojos y con las cuencas entreabiertas por el escepticismo y donde las pupilas ¡las pupilas de haber existido, habrían estado tan... dilatadas! ¡¡Me detestaba os enteráis!! ¡También ella me detestaba! Todo se convirtió en una farsa y en una verdadera miseria, y por otra parte creo que nunca fue más que eso...
Las puse en el jardín de mi casa y ahora están siempre conmigo, arropadas bajo el viejo fresno. Pero hay una cosa que me desquicia cada vez más; cuando las llamo: ¡ninguna contesta! ¡Por qué! ¿Qué diantres habré hecho yo para qué me desprecien así ?
El Autor de este relato fué Jos%E9 Fern%E1ndez , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=7742&cat=craneo (ahora offline)
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Un rayo de sol que se filtró a través de las rendijas de la persiana me despertó; otra vez tenía resaca. La noche anterior había estado en lo de siempre.
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2020-09-10

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