Relatos cortos eroticos Fantasías Eroticas El ganchillo de Dios

 

 

 

Realmente todos somos dioses en nuestra medida

Desde niños descubrimos el placer sin límites que nos proporciona la capacidad de crear algo,cualquier cosa, desde la nada, y...dueños como somos de dicha criatura, poder permitirnos destrozarla si así se nos antoja.

¿nunca os ha enternecido contemplar a un niño construyendo y desmoronando torres de piezas apiladas?

Es pregunta retórica, guardaos las respuestas no solicitadas.

Gracias por colaborar.

:-))

De adultos, uno de los mayores privilegios que poseemos es la posibilidad de crear y regalar placer a otros.

El límite a la fantasía es nuestra propia fantasía, o la de los demás, tan sólo.

Y tras este breve y no por ello menos soporífero prefacio,

 

la historietta que quería contar (no es errata, me gusta con dos tt)

Sucedió una tarde de casi primavera en un casi atardecer.

Una amiga con la que había quedado para un café largo y una charla breve, no había podido acudir, y su mensaje a mi móvil , gracias a la labor nunca eficaz de los servidores de movistar,comunicándome su ausencia, llegó cuando ya era demasiado tarde, o sea, cuando ya llevaba diez minutos acordándome de toda la ascendencia austriaca por línea materna de la interfecta.

Estaba en uno de esos cafés a los que no suelo acudir sola.

Inmensos, desangelados y fríos aunque estén llenos a partes iguales de ruido, conversaciones que no te interesan y no puedes dejar de oir, humo y camareros que parecen multiplicarse de lo rápido que circulan entre las mesas.

Tenía dos horas libres por delante, porque la consulta de mi médica , con la que tenía cita a las ocho, quedaba justo al lado, afuera lloviznaba y no me apetecía salir, pero, francamente, tampoco me apetecía quedarme.

Así que empecé a rebuscar en mi bolso una inspiración para decidir en qué consumir ese tiempo que inesperadamente me había sido regalado, y, con el que, como muchos de esos regalos por sorpresa,nunca sabes muy bien qué hacer.

Acababa de encontrar un libro de temática histórica, con el que estaba a punto de decidir compartirme, cuando sentí esa sensación clara y punzante de estar siendo observada.

Levanté la mirada y mis ojos se cruzaron con unos ojos absolutamente penetrantes que me observaban con total desfachatez desde el lado contrario del café.

Pertenecían a un caballero de edad estupenda, o sea, dícese de aquella que no requiere ser preguntada, porte a juego y sonrisa interrogadora.

Qué preguntaba, lo ignoro. Pero mirarle y apetecer responderle, todo uno.

Nuestras mesas, aunque enfrentadas, estaban separadas por el pasillo central del café, a unos quince metros de distancia.

Se sentó, pidió algo y colocó su portafolios sobre la mesa, para abrirlo.

Vaya, pensé, va a trabajar, seguro...qué aburrido y predecible.

Me sentí decepcionada, aunque no sabía por qué.

Pero , ante mi sorpresa, y la de alguna de las mesas cercanas, el caballero extrajo del maletín una aguja de ganchillo y un ovillo de hilo de perlé de tono achampanado.

Durante los siguientes minutos asistí a un espectáculo incomparable.

Se colocó el hilo sobre el dedo índice de la mano izquierda, enrollándolo de forma amorosa, como si colocara los rizos de una amante , empuñó la aguja con la derecha, con la disposición de quien va a trinchar el pavo de la familia, ...y empezó a dibujar en el aire figuras armoniosas y repetitivas con el ganchillo.

 

Cadeneta, punto bajo, punto alto, triple punto alto, sacar cadeneta, punto bajo, y repetir secuencia...

en ocasiones conseguía seguir sus movimientos y deducir los puntos empleados por los giros del ganchillo, en otras su velocidad era superior a mi capacidad de concentración, y me perdía...permaneciendo tan sólo a la expectativa, en la observación de aquel baile que dibujaban sus manos sobre el hilo de ganchillo.

Ahora se acercaban, ahora se alejaban, ahora, pausa...sí...se tira un tanto del ovillo, ya...no hay tensión, se sigue, uno,dos, tres,cuatro,...sí, otro giro y, fin de la cadeneta, se sujeta con cuidado, momento delicado, no puede salirse de su ubicación o perderíamos el trabajo acumulado, hay que ser preciso, encontrar el orificio que ya se ha dejado preparado, entreabierto, dispuesto, en la vuelta anterior....aquí está, sí...se deja, un instante de duda...presión en el punto exacto, se nota la resistencia, es una zona virgen, no se ha trabajado antes en ella y no se deja,... la fuerza exacta y ¡ya está¡ se ha traspasado el umbral, ahora hay que mantenerlo todo dentro, es importante no dejar que se escape, moverse con precisión, contener un tanto el ímpetu que puede ser tan perjudicial y cuando uno ya sabe que todo está cercano su momento, con esa intuición que sólo dan los años y muchas maniobras repetidas,...salir, dejando deslizarse lentamente, como cuentas en un collar, los puntos enhebrados desde la aguja hasta los huecos que ha ido dibujando el hilo sobre las flores entreabiertas de la labor, y que se cerraran tras el paso del ganchillo, aceptando la nueva entrega, en cada vuelta, en cada envite.

Durante todo el tiempo en que el dueño de aquellos ojos tan interesantes estuvo enfrascado en su labor, no volvió a mirarme.

No estoy segura de los minutos transcurridos, pero sé que al menos pedí tres consumiciones que no me tomé, cada vez que se acercaba el camerero con ánimo evidente de sugerirme que era hora punta y que agradecería dejase la mesa libre para nuevos clientes.

En ese lapso, un pequeño y delicado tapete de forma romboidal había surgido de entre las manos de mi admirado.

Verle cómo avanzaba, certero y veloz, cómo lo tocaba,estiraba, palpaba con sus manos que parecían tan enormes comparadas con la pequeñez de la labor, con la fragilidad de aquel hilo que casi resultaba invisible a aquella distancia...me había producido escalofríos, había conseguido que sintiera dedos de cosquillas recorriendo mi columna , en cada nueva vuelta de la labor de aguja.

Tenía el pelo de la nuca tan erizado como excitada me encontraba yo.

De una forma incomprensible y anodina, la sensualidad que aquellas manos habían destilado sobre la labor de ganchillo me había llegado, tan nítida y real como si hubiese sido una noche de pasión.

Me había sentido seducida y cortejada, entre punto y cadeneta, y cada giro de la aguja me había parecido una invitación sugerente en sí misma,una promesa de placeres próximos a ser compartidos.

Pero de pronto se terminó.

Tomó unas pequeñas tijeras, de esas que llaman de bordar, y cortó el hilo.

La labor estaba terminada, sin duda.

Y a mí su gesto me devolvió un tanto a la realidad.

Me bebí de forma mecánica la última copa que me habían servido, descubriendo lo sediente que estaba, en realidad, y sorprendiéndome con el tacto frío del hielo al rozarme los labios.

Al posar la bebida sobre la mesa, volví a encontrarme por segunda vez con sus ojos.

Sin soltarme, tomándome firme pero amablemente con la mirada, sujetó el cabo que acaba de cortar y que yo esperaba que rematase para concluir la labor,y, en vez de anudarlo....empezó a tirar suavemente de él, tan suave y fuertemente como yo sentía que me pedía que continuase mirándole.

Y deshizo, punto tras punto, todo la labor de ganchillo. Mientras el hilo, rizado y ya inútil, se iba acumulando sobre la mesa ,yo me sentí ir tras esos puntos...me deslizaba absolutamente, percibiendo en mi piel el recorrido que había trazado con sus manos y el hilo.

Terminó.

Abandonó sobre la mesa aquel amasijo inservible, y se levantó acercándose hacia la puerta.

Había dejado de mirarme al inclinarse para recoger su portafolios de la silla de al lado, y yo al sentirme desnuda de su mirada, me había abrazado instintivamente, como para protegerme del frío de no sentirme arropada en sus ojos.

Se iba.

Y no sabía ni su nombre.

Seguí su espalda sintiéndome un poco tonta, cuando me percaté de que no tomaba la dirección de la puerta que iba hacia la calle.

El café era un antiguo teatro del siglo XIX, que comunicaba directamente por una puerta intermedia, con un hotel de mismo nombre y cualidades.

Delante de la puerta que daba paso al hotel, el caballero se detuvo, se giró completemente, me enlazó con la mirada con tal seguridad como si me hubiese tomado de la cintura, me sonrió y mantuvo la puerta abierta, esperando a que yo tomase mi abrigo, mi bolso, y le acompañase.

Seguía sin saber su nombre, pero , francamente, era lo último que me apetecía preguntarle.

El Autor de este relato fué Sherezade , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=421 (ahora offline)

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2025-04-15

 

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