MUJERES
Serían cerca de las ocho. En poco tiempo allí estarían, como cada viernes, uno, fantasmeando sobre su última conquista, otro estudiando las cartas con devoción, como si en aquellos pedazos de papel se resumiera por un momento todo lo importante, y el último, parlanchín y entusiasta, recomendando libros y películas, opinando de fútbol y de la nueva moda televisiva del cantautor incorrupto.
Sí. Eso sería dentro de unos minutos, cuando la casa de nuevo escuchara voces y alborotos, risas y gritos, y él volviera a tener pensamientos extraños, inconexos, de un futuro que ya sólo era presente y de un pasado que quedaba demasiado lejos como para recordarlo por más tiempo. Y entonces el silencio, que ahora lo ocupaba todo, ya no tendría sentido, y de nuevo las voces ocuparían el hueco que otras voces hasta ahora, la de su mujer y sus hijas, habían llenado durante el resto de la semana.
Sonrió al pensar en Eva, conduciendo, con Miriam y Raquel, de camino a casa de la abuela, dejando que papá se dedicara aquella reunión de solteros. E imaginó lo que ella creería que en noches como aquella hacían, seguro que soltar tacos y eructar, contar historias guarras sobre chicas despampanantes y reír pensando en deportivos y fútbol, dichoso fútbol, los hombres no piensan en otra cosa que no sea fútbol. Y tetas. También piensan mucho en tetas, pero eso no importa demasiado, perro ladrador, poco mordedor. ¿De qué hablaría ella con sus amigas? Llevaban juntos casi diez años, y le resultaba todavía una extraña. Siempre conseguía sorprenderle, con aquellas insinuaciones que no llegaba a comprender. ¿O no eran insinuaciones? Por más que se esforzara en adivinar los pensamientos de su mujer, sólo se trataba de eso, de un juego de adivinanza. Y es que siempre hablaba de una forma tan enigmática, que más bien sus diálogos eran monólogos y él un simple espectador en la platea. ¡Qué diablos! Ahora estaría en casa de su madre, vieja bruja, y le estaría contando secretos que le harían morir de vergüenza la próxima vez que fueran a visitarla.
Se hacía tarde, tendría que poner el tapete, preparar la bebida y arreglar un poco aquel cuarto antes de que llegaran. Pero no le apetecía, no tenía ganas de moverse de aquel sillón en el que ahora estaba tan cómodo. ¿Por qué no llamaba para suspender la partida? Otras veces lo había hecho, ¿qué más daba?
No, no quería estar solo. Necesitaba evadirse, y quizás, como Eva decía, contar chismes con los amigotes le ayudara. ¿En qué momento la rutina le había invadido? ¿Por qué se conformó con una relativamente estable felicidad cuando quizás podría haber tenido una felicidad absoluta? ¿Existía la felicidad absoluta? ¿Cuándo la había sentido? Intentó pensar en el momento más feliz de su vida, pero siempre su recuerdo volvía a ella, a su sonrisa tierna, a sus niñas, a sus fines de semana en los que no hacían nada especial, a no ser que ver la tele y pasear pudiera considerarse especial. ¿En verdad nunca había sido feliz? Imposible. Lo importante era retrotraerse lo suficiente, luchar contra los recuerdos más cercanos y viajar hasta la época en la que no había presiones ni luchas, en la que toda la responsabilidad era la de levantarse por las mañanas y acostarse por las noches. Aquella época debió ser muy buena, pero entonces, ¿por qué no le venía a la memoria ningún momento especialmente agradable? Todo el mundo recuerda buenos momentos de su etapa adolescente. ¿La primera chica a la que besó? ¿La primera con la que se acostó? No, mejor no seguir ese camino. Buscaba un recuerdo propio, no uno condicionado por mujer alguna. ¿Las fiestas? Tampoco. O sí, en una de ellas conoció a Eva. Y ella de nuevo. ¿Es que no había ya nada en su vida en el que Eva u otra mujer no tuviera que entrometerse?
Un timbrazo le sacó del ensimismamiento. ¡Mierda! Las ocho y media y ni siquiera había metido la bebida en la nevera. Se levantó dolido consigo mismo por no tener recuerdos propios de los que disfrutar. Abrió la puerta y saludó sin demasiada convicción:
- ¿Qué hay chicos? ¿Dispuestos a ser desplumados como todas las semanas?
- ¡Pobre iluso! ¡No has ganado ni una sola vez desde que te conozco, capullo! ¡Que tú ganarás algo, eso sí que sería una verdadera sorpresa!
- ¡Hola perdedor! ¿Ya está todo preparado?
- Ahora estaba dando los últimos retoques.
- Hola niño.
- Hola tío.
- ¿Y el tapete? ¡Vamos, vamos! ¡que quiero acabar pronto con vosotros!
- ¿Vas a alguna parte que tienes tanta prisa?
- Pues ahora que lo comentas, sí. He quedado con una chavala que ni te cuento.
- ¿De veras?
- Pues claro. Me la ligué el otro día en el supermercado. Y está de buena que rompe.
- Oye colega, no es que no me crea todo lo que ligas, pero ¿por qué nunca me presentas a una de esas tías buenas? Chico, ya sabes que soy tu mejor amigo, y creo que alguna de esas a las que abandonas me serviría.
- A ti te serviría cualquier cosa. Incluso una muñeca de goma.
- En serio. ¿Por qué no le presentas a alguna amiga tuya?
- Pues porque las mujeres que me acompañan son damas. Y no creo que éste diferencie entre una dama y un vagabundo.
- ¡Damas! ¿Lo habéis oído? Pero si tu tarjeta echa humo de tantas putas como te tiras.
- Envidia. Pura y simple envidia.
- ¡Ya! ¡Pues nada! ¡Qué se le va a hacer! ¡Tendremos que seguir pensando que eres un fantasma!
- ¡Yo un fantasma! ¡Eso quisierais vosotros!
- Vamos, vamos, reparte cartas y déjate de historias.
- ¿Saco la bebida?
- Pues claro. Cuatro cervecitas para el personal.
Un recuerdo propio en el que no apareciera ninguna mujer. Un sólo instante, uno de esos en los que te has sentido como la persona más afortunada del mundo, en el que has dado gracias a Dios por haberte hecho existir y vivir justo en una época, en un lugar, en un tiempo como ése. Debía encontrarlo. Quizás aquel no fuera el momento adecuado, aunque sabía que ahí estaba, luchando por salir de su cabeza, recorriendo las intrincadas paredes de un cerebro suyo demasiado agotado para que recuerdos como ese pudiera brotar de manera espontánea. Recogió las cervezas del congelador, cogió un abridor y retornó al comedor.
- Póker cubierto señores. La apuesta máxima es de cincuenta euros y se abre partida con uno.
- ¡Mírale! ¡Si parece un croupier y todo!
- ¡Vale! ¡Dale a la baraja! ¡Que hoy estoy calentito!
- Tú siempre estás caliente. Estás más salido que el pomo de una puerta.
- ¡Cállate gilipollas!
- ¡Ostia! ¡Hablando de caliente! ¿Se fue calentito el Figo el otro día o qué?
- Es que esos defensas son muy cerdos.
- Y el arbitro, que no supo cortar.
- Es que no se atreven con los grandes. Es lo de siempre.
- Lo de siempre, lo de siempre. Lo que pasa es que cuando el madrid gana siempre es por los árbitros, y cuando pierde es que no valen una mierda.
- La verdad.
- ¡Claro! ¡La verdad! ¡La verdad es que cualquier equipo quisiera ser como el madrid!
- ¡Hala! ¡No digas más tonterías!
- Tengo trío de damas. ¿Alguien lo supera?
- Éste sí que tiene un trío de damas. Pero todas están aquí dentro. En su dura cabezota.
- No voy a rebajarme al nivel de un asqueroso madridista. Voy a hacer como si no te escuchara.
- ¿Reparto yo?
- Sí tío, repartes tú. Y a ver si estamos más atentos al juego, que llevamos tres manos y sólo me ha entrado una pareja de sietes.
- ¿Fuiste al cine a ver la película que te dije?
- Sí.
- ¿Y qué? ¿Te gustó?
- Bueno, no está mal. Pero no me encantó.
- Por Dios, si es muy buena. Eso es que no la has entendido.
- Sí eso debe ser. Reparte que voy a ir a por más bebida.
Laura siempre hablaba de su independencia. Para ella era importante sentirse libre, no dejar que nadie ni nada se entrometiera en esa parcela de terreno que había destinado para sí. Y se jactaba de ello. En verdad, nunca le había dado demasiada importancia, que más daba si quería tener vida propia. Pero ahora que navegaba en su interior se daba cuenta de que en realidad era él quien no la tenía. ¿No había nada que no hubiera compartido? ¿Ningún acto importante que sólo a él le perteneciera? ¿Era eso malo o por el contrario es que su vida estaba tan llena que no necesitaba nada más? Pero en ese caso, ¿por qué ella sí lo necesitaba? Nada estaba claro, y con la ginebra que ahora llevaba en la mano no parecía que sus pensamientos fueran a ser mucho más lúcidos.
- ¿Qué película era?
- Exótica. Es de un canadiense. Atom Egoyan.
- ¡Ah! ¡Egoyan! ¡Y el Goyan va para....!
- ¡Joder! ¡Qué ocurrente! ¡No sé como no me parto de risa con lo divertido que eres!
- Sí, yo tampoco lo entiendo.
- Eres un intelectual tío. Yo sueño con ser como tú algún día.
- Tranquilo machote. Cuando crezcas.
- La película es una mierda. Lenta, larga y sin tetas. No vuelvo a hacerte caso.
- ¡Sin tetas! Yo te recomiendo películas. El puticlub está a la vuelta de la esquina.
- ¡Mira cómo lo sabe!
- Era una expresión.
- ¡Claro! ¡Una expresión!
- Dobles parejas de ases dieces.
- Otra vez ganas tú. Pues sí que voy a tener una noche divertida.
- ¡Coño! Ahora que me acuerdo. El otro día me encontré con Bea.
- ¿Beatriz?
- Sí.
- ¿Mi Beatriz?
- Se ha casado.
- ¿Bea? ¿Casada?
- Como te lo cuento. Y anda que no está buena la tía.
- Pero si proclamaba a los cuatro vientos lo del sexo libre...
- Se habrá reformado.
- Sí, seguro. Reformadita del todo. ¿Qué te contó?
- Estuvimos hablando un rato. Quedamos en que la llamaría un día de estos.
- ¡Imposible! ¿Te dio su teléfono?
- No. El día que quiera verla daré un grito por la ventana y ella aparecerá. ¡Pues claro que me dio su teléfono!
- ¡Dámelo! ¡Lo necesito!
- Se ha casado. ¿Lo entiendes? ¿O necesitas que te haga un plano?
- ¡Casada! ¡Bea! ¡Necesito un trago! ¡Pásame la botella!
- Pues sí, como te lo cuento, se ha casado.
- Y la muy cerda no me ha invitado a la boda.
- Bueno, ya hace mucho tiempo que no la veías. Es normal que no te invite.
- ¡Después de los cuentos que me soltó sobre el matrimonio! ¡Qué golfa!
- Ful de reyes cuatros.
- Pero, ¡cojones! ¿es que sólo vas a abrir la boca para joderme dinero? Súbete las mangas si no quieres que empiece a pensar mal. Todas las putas semanas lo mismo. Nadie puede tener tanta suerte.
- Ya sabes, afortunado en el juego...
- Pues por esa regla de tres, yo tenía que estar follando a toda hora, porque lo que es ganar, no creo que nunca haya ganado en esta casa. ¿No será que la casa está poseída o algo así?
- Sí eso debe ser. O que eres muy feo. Una de dos.
- Me voy a mear. No me quitéis ni una ficha que las tengo contadas.
Beatriz casada. Después de salir con él durante tres años y repetirle una y otra vez que nunca se casaría, que era una liberal, que no creía en ataduras y mucho menos por el resto de su vida. ¡Mentira! ¡Todo mentira! Y le dejó creer que era él quien rompía. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se separaron? Un par de años. ¿Había cambiado todas sus estúpidas ideas en tan sólo dos años? ¡Mentiras! ¡Tres años de mentiras! ¡Nunca le había querido! ¿Cómo había podido pasarle? Necesitaba su teléfono. Eso. La llamaría como al que no le va gran cosa en el asunto. Le diría que se había enterado de la buena noticia, que se alegraba por ella, y que le deseaba toda la suerte del mundo. Y entonces ella tendría que disculparse por no haberle invitado, y decirle el por qué se había casado con otro cuando había sido con él con quién debería haberlo hecho. Necesitaba una explicación. Necesitaba escuchar su voz una vez más. Necesitaba que ella le mintiera una última vez y le dijera que había sido un error dejarlo, pero que ya no había remedio y que por despecho, eso, sólo por despecho había consentido unirse a otro que no era él, pero que era a él a quien realmente seguía amando. O quizás nunca la llamara, puede que ella no quisiera volver a verlo, ni a oírlo y que todo no había significado sino un juego para ella, y ahora le golpeaba donde más le dolía y ni siquiera sentía el más mínimo remordimiento cuando le contaba a uno de sus amigos que sí, que por fin se había casado, que ahora era feliz, que había encontrado al hombre de su vida, y que del pasado no tenía demasiado que recordar, porque nada había que valiera la pena. Sí, quizás lo mejor sería no llamarla porque llamarla podía destrozar tres años que hasta aquel momento recordaba como maravillosos.
- Ya estoy de vuelta. A ver. Parece que no me habéis robado. Reparte.
- ¡Qué suerte tienes de estar casado y poder meterla cuando quieras! ¡Si supieras lo que tenemos que hacer los solteros para comernos algo!
- En tu caso pagar, claro está.
- Y en el tuyo machacártela, capullo, que ni pagando te quieren.
- Trío de reyes.
- ¡Joder! ¡Estoy hasta los huevos de tus tríos de reyes! ¿Por qué no te das una vuelta por el baño y te suicidas con la cadena? ¿Vosotros creéis que es normal que éste gane todas las manos?
- Folla poco.
- No debe follar nada el muy cabrón.
- Pues a lo mejor más de lo que proclamo. No como otros.
- No me vaciles, tío. Que nos conocemos.
- Eso digo yo. Nos conocemos.
- Necesito otro trago. A ver si viendo dobles las cartas ligo algo.
- Necesitarás más que ver doble si quieres ligar. Si quieres te dejo una bolsa de plástico, te la pones en la cabeza, a ver si así...
- Ingenioso. Muy ingenioso, tío. ¿Por qué no dejas ese trabajo de mierda que tienes y te vas a ganar millones contando chistes? Te auguro un futuro muy prometedor.
- Alguna vez lo habrá pensado, pero le falla una cosa.
- Sí, yo te diré la cosa que nunca me falla.
- Eso quisieras tú, que no te fallara. Pero si te llaman el gatillazo.
- ¡El gatillazo!
- Sí, sí, reíros. Pero no conoceréis hembra que no proclame a los cuatro vientos mi hombría.
- ¡Hembra! ¡Hombría! ¡Tío deja de leer el man que te está enfermando la última neurona que te quedaba!
- Dame dos cartas.
- Yo voy servido.
- Sí, va servido. Es autosuficiente el chico.
- Póker de cuatros.
- ¡Otra vez! ¡Póker de cuatros! ¡Trío de reyes! ¡Trío de damas! Lo tuyo empieza a ser preocupante.
- Si te callaras un poco y te fijaras más, a lo mejor ganabas alguna mano.
- Si es que llevo unas cartas de mierda. Además esta noche estoy jodido.
- A ver, ¿qué te pasa?
- La golfa de mi jefa, que después de putearme durante cuatro años, ahora me salta con que cómo me tomaría un cambio de destino.
- ¿Y tú qué le dijiste?
- Pues nada, tío. ¿Qué quieres que le diga? ¿Que he estado trabajando como un negro para tratar de subir en la empresa y que me cago en su cambio de destino?
- No. No creo que eso se lo tomara muy bien.
- No, no creo. Ya veremos dónde termina todo esto.
- Y yo que creía que tener una jefa era genial.
- Te regalo a la mía. Tiene de genial lo que yo te diga.
- Es que éste ve demasiadas películas. Piensa en una jefa como la Demi Moore de acoso. Con unas peras que te cagas y que se va restregando por los empleados cada diez minutos.
- Pues te puedo asegurar que la idea de mi jefa paseándose en pelotas por la oficina no me da ganas más que de vomitar.
- ¡No será para tanto! ¿Cuántos años tiene?
- ¡Y yo qué sé!
- Más o menos, no necesito saber la edad exacta.
- Unos cuarenta tendrá, digo yo.
- No llega.
- ¿Y tú qué sabes?
- La conozco. ¿No te acuerdas que un día me encontré con vosotros en un bar del centro?
- ¡Ah sí! Es cierto.
- ¿Los dos solos?
- Sí, estaban los dos solos.
- Habíamos terminado de trabajar y se me ocurrió invitarla a una cerveza. Nada más.
- Te estás poniendo a la defensiva.
- ¡No digas tonterías!
- Huy que me huelo que entre la jefa y tú ha habido más que palabras y cervezas.
- Sigue jugando a las cartas y no desvaríes.
- Dobles parejas de jotas dieces.
- ¡Hombre por fin! ¡Trío de seises! ¡Todo llega!
- ¡Perdona! ¡Trío de damas!
- ¡Mierda de damas! ¡Siempre jodiéndome la vida! ¡Y cuando vengo a estar un rato con mis amigos, también me joden!
- ¡Eres un sufridor!
- ¡Un cabrón! ¡Eso es lo que soy!
- Bueno, no te pongas así.
- Necesito hacer una llamada. ¿Puedo usar tu teléfono?
- ¿A estas horas? ¿A quién vas a llamar?
- A un cliente. Quedé en que le llamaría para confirmar una cita para el lunes.
- ¿Y crees que las once es buena hora para llamarle?
- Sí, no importa, está despierto.
- Oye, ¿no irás a llamar a tu jefa, verdad?
- ¡Vete a cagar!
- Bueno, que sólo era una broma. No te pongas así.
La jefa. La jefa se llamaba Carmen. Y Carmen se había metido demasiadas veces en su cama como para que pudiera poner punto final cuando le diera la gana. Había comenzado como uno de tantos juegos, una insinuación, una palabra que se dice por decir, una sonrisa que no significa nada más que eso, una sonrisa. Y sin quererlo y queriéndolo a la vez, se había metido en su casa, en su cuarto, en su vida, y cómo no, continuaba metida en su trabajo. Le dijo que aquello no debía continuar, pero ella no le hizo caso. Y él calló como un idiota. Sólo cinco meses después allí estaba, casi despedido, fulminado quizás por no haber cumplido con sus obligaciones. Pero, ¿qué obligaciones eran esas de las que no tenía ni idea? ¿había algún extraño compromiso que le atara a ella por el resto de su vida? ¿tenía que pagar la incorrección con el despido, o peor con el destierro? ¡No por Dios! Solo faltaba eso. Y a Marisol le pasaría la pensión desde Groenlandia. ¿En qué pensaban las mujeres? ¿Por qué se dejaban los hombres manejar de aquel modo?
- Ya estoy aquí.
- Pensábamos que te habías quedado dormido.
- ¿Estaba el cliente?
- Sí, he quedado con él para el lunes a primera hora.
- ¿Queréis que sigamos o lo dejamos durante un rato?
- ¿Parar? ¡Ahora que empiezo a perder! ¡Ni lo sueñes! ¡Hasta que no gane una mano no muevo mi culo de este asiento!
- Me recuerdas a una tía que me ligué hace un par de años. Era un sol, pero testaruda como ninguna. Cuando se le metía algo en la cabeza no había quien la pudiera convencer de lo contrario.
- ¿No sería Lola?
- No qué va, lo de Lola fue mucho peor. Pensaba que la estaba engañando.
- Es que la estabas engañando.
- No importa. Ella hubiera pensado que la engañaba aunque no hubiera sido cierto. Era una celosa irremediable.
- ¡Pues estaba de buena!
- Sí, sí que lo estaba.
- ¿Qué es de su vida?
- Se ha casado. Con un imbécil que no sabe lo que se ha metido en casa.
- Bueno, pues yo a veces quisiera ser imbécil.
- Sí, yo tratándose de Lola, también quiero serlo.
- Oíd chicos, ¿os habéis dado cuenta de que nos hemos pasado la mayor parte del tiempo hablando de mujeres?
- Tías, tías, tías. No hay quien pueda pasar sin ellas.
- A eso me refiero. Antes de que llegarais estaba intentando recordar algún buen momento, algún rato extraordinario que fuera mío. Mío y sólo mío. Y no lo he conseguido.
- Ful de reyes.
- ¡A palmar otra vez! Anda, ponme un trago de ginebra, a ver si cojo una curda y dejo de ver la cara de cabrón que está poniendo éste.
- ¡Envidia que no ganas, maricón!
- Un día de estos te voy a registrar de arriba a abajo. Y cómo lleves alguna carta escondida te vas a enterar.
- ¿No crees en la suerte?
- No creo que alguien pueda tener tanta suerte.
- Incrédulo de mierda. Así nunca conseguirás nada en la vida.
- ¡Oh! ¡Ya ves! ¡Habló el intelectual! ¿Habéis visto la película de ese iraní? ¿Habéis leído el último libro de filosofía francesa? ¡Vete a la mierda!
- Menos mal que siempre te he considerado un ceporro. Si no fuera por eso, podrías haber llegado a ofenderme.
- Bueno, ¿por qué siempre estamos hablando de mujeres?
- ¿Por qué coño has tenido que nombrar a Lola?
- ¿A qué viene eso ahora?
- Contéstame. ¿Por qué has tenido que recordármela?
- Había preguntado que por qué siempre hablamos de mujeres...
- Tío ahora no me jodas con rollos sicológicos. Intento ganar una puta mano.
- Te he hecho una pregunta. ¿Por qué?
- No sé. Me ha venido su nombre a la cabeza. ¿Qué te pasa?
- Joder, que siempre que me lo estoy pasando bien, tiene que salir la dichosa Lola.
- La dejaste tú.
- ¡Mierda! ¡Ya te he dicho que era una puta celosa!
- ¿Y entonces?
- Y entonces, que aunque lo fuera la sigo echando de menos.
- Tío, lo siento. No lo sabía.
- No pasa nada. No podías saberlo, pero no me la recordéis más. Por favor.
- Hecho. Cambiemos de tema.
- No creo que siempre hablemos de mujeres. Pero ya que has sacado el tema a colación, ¿sabéis con quien estuve hace un par de semanas?
- Vamos a cambiar de tema.
- Con Ana.
- ¿Qué Ana?
- Pues la única Ana que conoces, tarado.
- ¡No me jodas!
- No, a ti no te jodo.
- Tío, está casada.
- Sí, eso me han dicho.
- ¡Tú juega que ya verás lo que te pasa algún día!
- ¡Va! ¿Qué le voy a hacer si he nacido así?
- ¿Cómo? ¿Sin cerebro? Un día de estos te darán una paliza. Y ese día me reiré de ti.
- ¡No es para tanto!
- ¡No! ¡Qué va!
- ¡Veis! De nuevo hablando de mujeres.
- ¿Adónde quieres llegar? ¿Vas a estar dándole vueltas mucho rato?
- Es que me preocupa que no pueda tener ningún recuerdo placentero sin que Eva, o alguna otra mujer esté por el medio.
- ¡Eso, eso! ¡Por el medio!
- Hablo en serio. ¿No os pasa lo mismo?
- Yo hace tiempo que dejé de tener recuerdos placenteros. Desde que Marisol me dejó, sólo me preocupo de cómo llegar a fin de mes y pasarle la pensión del niño.
- Yo sí tengo un magnífico recuerdo en el que no sale ninguna mujer.
- ¿Sí? ¿De veras? ¿Cuál es?
- El día de la graduación. Fue uno de los días más felices de mi vida.
- Cuando me estaba tirando a la hija del Demetrio. Esa sí que fue una buena época.
- Sí. No esperaba menos de ti que una reflexión tan profunda.
- ¡Joder! ¡Pues fue una buena época! ¡Si os contara lo que era capaz de hacer con...!
- No, gracias. Escuchar detalles escabrosos de tus orgías con la hija del Demetrio no es precisamente lo que más me interese.
- No fueron orgías. Sólo me la tiraba.
- ¡Eres un monstruo! ¡Y un poeta!
- Eso dicen.
- ¿Y entonces? ¿Alguien recuerda un suceso fundamental en su vida en el que no tuviera nada que ver una mujer?
- ¡No sé qué coño te pasa esta noche! Pero me estás deprimiendo. Entre tu conversación trascendental y las cartas que me estáis dando, esta noche voy a plantearme seriamente el suicidio.
- Ese sí que sería un recuerdo importante en la vida en el que no tendría nada que ver una mujer, ¿eh?
- Sí, ese sí. Pero en serio, cuando echo atrás la vista y me paro en momentos que creo importantes, resulta que Eva siempre está ahí. Y cuando no es Eva es cualquier otra.
- ¡Joder! ¡Ojalá con las tías que me he ligado, pudiera haber encontrado una la mitad de buena que Eva!
- Sí, supongo que eso es verdad.
- Pues claro que lo es. ¿Sabes que con la que más duré fue con Isabel? Si lo pienso ahora creo que es la única mujer que he querido de verdad.
- Trío de ases.
- ¡A la mierda! ¡No juego más! ¡Otra noche que llego sin dinero a casa! ¡Vaya cabrón con suerte! ¡Te voy a pasar un décimo por la espalda a ver si me toca!
- No tengo suerte. Es que sé jugar.
- Claro. Y como juegas tan bien por eso siempre ligas.
- Exacto.
- Pues aplícate el cuento a la vida, a ver si follas más y se te quita esa cara de apardalado.
- Voy a echar una meada a ver si te pierdo de vista un rato.
Lola era una muchacha preciosa. Morena, con esa tez castaña de la gente del sur. Con su hablar andaluz y esa mirada aceituna que todo lo cubre de amor y dulzura. Lola era una mujer extraordinaria, de esas que sólo se presentan una vez. Nunca más volvería a estar con alguien como ella. No, por más años que viviera, y por más mujeres que conociera, no había sobre la faz de la tierra delicia tal como Lola. Aquella de la voz suave, de la caricia de caramelo que al despertar te cubre de besos y abrazos y que te espera porque sí, porque te quiere y desea estar contigo. Aquella a la que no puedes mirar a la cara sin sentirte el tipo más agraciado del mundo. Aquella que un día se fue y a la que no volverás a ver. Sí, aquella era Lola.
- Creo que he bebido demasiado.
- Lola. ¡Joder! Aún me acuerdo de ella y han pasado más de cinco años.
- ¿Por qué dejaste de verla?
¿Por qué dejó de verla? Porque en aquel momento creía que sólo era otra mujer con la que acostarse, otra con la que salir y estar, y no pensó que quizás cinco, o seis, o diez años más tarde con sólo pronunciar su nombre miles de recuerdos volvieran a su cabeza. Y todos maravillosos. ¿Por qué no volvió a llamarla? ¿Y por qué ella no volvió a llamarle? Si realmente estaba tan enamorada como en las noches de invierno susurraba a su costado, si en verdad le había querido tanto como decía, ¿por qué se habían separado de aquella forma tan absurda? Sin un adiós, sin una discusión, casi sin hablar. Un día estaba con ella y al siguiente sólo eran dos extraños que se cruzan por la calle. ¿Por qué dejó de verla? ¿Por qué no luchó por seguir a su lado?
- No lo sé. Por entonces conocí a Mónica. Supongo que no me importó en lo más mínimo que lo dejáramos. Incluso me facilitó las cosas.
- ¿Todavía la recuerdas?
- Más de lo que quisiera.
Y ahora dormía con una mujer a la que no quería. O sí la quería, pero no como había querido a Lola. O a lo mejor también la quería de aquella forma tan especial, sólo que no podía darse cuenta, y sólo perdiéndolas te das cuenta de cuánto las necesitas y las echas de menos. ¡Tonterías! Lola era especial. Y él había sido un estúpido y un necio por dejar que se marchara. Esa era la verdad. La verdad y nada más que la verdad, como si se tratara de un juicio que uno mismo se hace demasiadas veces a lo largo de una vida.
- Cuidado colega. Te adentras en peligrosos terrenos.
- ¿Qué dices?
- Que dejes de pensar en lo que quiera que estés pensando, que será Lola con toda seguridad, y que te fijes más en las cartas.
- Trío de ases.
- Buena la has hecho. Yo tengo escalera y me lo llevo todo.
- ¿Cómo andáis Luisa y tú? Hace tiempo que no la veo.
- Como siempre, ya sabes.
- No, no lo sé, cuéntame.
- Pues bronca por la mañana, bronca por la tarde y reconciliación por la noche. Lo normal, supongo.
- Sí, eso es lo normal.
- ¿No habéis pensado en tener hijos?
Eso es lo que le faltaba. Otro problema más. No bastaba con tener que pasar una pensión enorme a Marisol y al niño. No bastaba tampoco con estar jodido por una jefa que le estaba presionando para que no la dejara. No bastaba con llevar una doble vida con Luisa, ni con estar siempre ojo avizor para que nadie te descubra. No, con eso no bastaba. Ahora Luisa se había empeñado en tener hijos. Y como él se negaba le echaba en cara que al tener ya uno, no quería más complicaciones. ¿Complicaciones? ¿Qué sabía ella de complicaciones si su único problema era qué vestido comprar o qué ropa ponerse? ¿Cómo podía culparle por lo del niño cuando se hallaba al borde del abismo?
- No. No quiero más niños.
- ¿Y ella?
- No sé. Últimamente no hablamos mucho del tema.
- Parecéis una panda de abuelos. Haced como yo, que me tiro a una distinta cada semana.
- ¡Claro! Por cierto, ¿recuerdas los nombres de todas las que te tiras?
- Por supuesto. Los apunto en una libretita para que no se me olviden.
- ¿Y cuántas llevamos ya?
- Alrededor de trescientas.
- Algún día encontrarás a la mujer de tu vida. O a lo mejor ya lo hiciste y...
- ¿Y...? ¿Qué me estás contando?
- Nada. Que a lo mejor lo de tirarte a tantas tías no es más que una obsesión. Sigues buscando a la mujer que perdiste.
- ¿A quién?
- A quién tú sabes.
- No, yo no sé nada.
- Bea.
- Otra vez Bea. Ya te he dicho que no quiso comprometerse. Por lo menos no conmigo, como ha podido comprobarse.
- Pero sigues enamorado de ella.
- ¿Quién eres tú? ¿El puto Freud?
- No era más que una opinión.
- Pues guárdate tus opiniones donde te quepan. Me tiro a las que me tiro porque me apetece tirármelas y punto. No le busques explicaciones retorcidas.
- Lo siento. No quería que te lo tomaras así.
- Es que dentro de diez minutos estarás diciendo que es una frustración porque a quien realmente quería era a mi madre. Que ya me conozco yo el percal de todos vosotros.
- ¿Nosotros?
- Sí, vosotros los sicólogos de mierda, siempre buscando traumas infantiles con los que explicar cualquier cosa.
- Pareces alterado.
- Estoy alterado. Estoy harto de que me toméis siempre como el pito del sereno. ¡Y estoy harto de esta mierda de vida!
Alterado porque ella se había casado con otro que no era él. Y eso no estaba bien. Y además no lo entendía. Y aunque lo hubiera entendido no tenía lógica. Después de que rompieran, su vida se había transformado en un caos total. Por su cuarto desfilaban demasiadas mujeres como para poderlas recordar. Por eso las apuntaba en aquella su libretita marrón. Porque sólo en los momentos en los que estaba con otra mujer era capaz de olvidarla. Pero cuando se iban y le dejaban allí, en la inmensa soledad de un cuarto por el que habían pasado demasiados cuerpos desnudos, lloraba, lloraba como un colegial que hubiera perdido el dinero del almuerzo. Y aunque quería negarlo, y su mente se aferraba al hecho de que era feliz, en su interior sabía que sólo había conocido la felicidad cuando estuvo a su lado. ¡Y ahora se había casado! ¡Con otro! ¡Con otro que no era él!
- Bueno, ya está bien. No discutamos más. Voy a sacar algo de comer.
- Buena idea, comamos algo.
- Si quieres comer, comer...
- ¿Sabes que tienes un problema, tío? Estás enfermo. Siempre pensando en lo mismo.
- En lo único.
- En lo mejor.
- En mi mejor recuerdo.
- ¿Cómo dices?
- Que tienes razón. Los mejores ratos que recuerdo son aquellos que he pasado con mujeres. Y los peores.
- ¿Y?
- No sé, no tengo explicación. Pero algo de verdad hay en lo que dices. Tengo buenos recuerdos de juergas con vosotros, de viajes... pero los mejores, los que recuerdo con esa sonrisa de imbécil, son los que he pasado con Marisol, y los que estoy pasando con Luisa.
- Ya te lo dije, a mí me pasa lo mismo.
- Porque vosotros dos sois un par de nenazas que no hay por donde cogeros. Yo tengo muy buenos recuerdos del equipo de fútbol de la universidad. Y te aseguro que no recuerdo que por allí apareciese ninguna mujer. ¿Qué me dices a eso?
- Deportes. Una forma de evasión que trata de ocultar la homosexualidad reprimida que todo hombre lleva consigo.
- ¿Me estás llamando maricón?
- Os duchabais todos juntos, ¿no es verdad?
- ¿Qué estupidez es esa?
- ¿Usabais el mismo jabón?
- Tú eres tonto. Pero tonto, tonto. Sin remedio.
- ¿Os abrazabais cuando alguien marcaba y os tocabais el culo sin preocuparos de que nadie pudiera pensar que eran demasiadas caricias?
- ¡Gilipolleces!
- No vuelvas a contarle nada. La analizará en un momento y acabarás comiéndote la cabeza sobre si eres o no eres de la acera de enfrente.
- ¡Gilipolleces! Puedo tener buenos recuerdos de lo que me dé la gana. Y del equipo de fútbol guardo algunos muy buenos.
- Voy a preparar esos bocadillos.
- Yo te ayudo.
Ahora ya no podría dormir. Eso estaba claro. Porque al despertar no la encontraría allí. No se levantaría de la cama para correr las cortinas, y no vería ese cuerpo suyo que era suave y tierno, ni esas curvas que le volvían loco, ni el color cetrino que sólo la gente del sur tiene. No, no podría dormir, y por muchas vueltas que diera en la cama, y por mucho que deseara olvidar aquel olor a limón que de su piel manaba, no lo conseguiría. Y aunque cerrara los ojos con toda la fuerza de que fuera capaz y quisiera que los recuerdos se borraran, ella no lo abandonaría, ni su tacto, ni olor, ni su sabor, ni su calor.
En un mes cumplirían diez años de casados. Ese día la iba a llevar al restaurante donde tuvieron su primera cita, a aquél en el que los camareros no servían y había que acercarse hasta la barra para poder comer un bocadillo frío de cualquier porquería. Y lo pasarían bien. Dejarían a Miriam y Raquel en casa de la abuela y las recogerían a la mañana siguiente, por eso no había problema. Y en el momento justo, en el adecuado, ni antes ni después, él sacaría aquella pequeña caja que ahora estaba guardada en el fondo del cajón de su escritorio y se la pondría a la vista, justo delante de ella, que al verla sonreiría, con una sonrisa que no por vista dejaba de resultarle nueva y maravillosa. Y le diría que no tenía que haberse gastado tanto dinero por un capricho, y él no diría nada porque sabría que en el fondo era eso lo que realmente deseaba y que por un momento se sentiría como la mujer más feliz del mundo, y al final eso y no otra cosa era lo que importaba. Que fuera feliz.
- Ya están aquí. Recién salidos del horno.
- Estaba diciendo que si no tuviéramos obligación de trabajar, dudo que lo hiciéramos.
- Yo sí que trabajaría.
- Tú eres un bicho raro. Además después de todo el dinero que me has sacado no tienes derecho a volver a abrir la boca en toda la noche.
- Yo no trabajaría si no tuviera que pasarle la pensión al niño.
- Yo no sé lo que haría. Debe ser muy aburrido estar en casa sin hacer nada.
- ¿Tú crees? ¿Que tu trabajo es tan apasionante que te llena completamente?
- ¡Por favor! Otra disertación sobre la felicidad sería demasiado. No creo que pudiera aguantarla.
¿Y si le contara a Luisa lo de Carmen? ¿Cómo se lo tomaría? ¿Lo entendería? ¿Había algo que entender? Se estaba tirando a su jefa, eso era todo. Pero era a Luisa a quien quería. Juntos podrían hacer frente a la situación. Sí, se lo diría. Esta misma noche, cuando llegara. La encontraría leyendo en el cuarto, como tantos otros viernes, esperando su regreso. Y entonces la besaría y amaría, y le contaría la pena que llevaba dentro y que tanto le hacía sufrir. Por supuesto que quería tener un hijo suyo, o dos, o tres o los que hiciera falta. Pero antes ella debía saber, debía conocer la verdad. Se lo merecía. No esta noche, sino mañana, esta noche tendría bastante con besarla y amarla, y mañana con la luz todo sería distinto y ella comprendería mejor. Aunque quizás ella no comprendiese nada de nada, porque él tampoco llegaba a comprenderlo del todo, y entonces Luisa se pondría a llorar y le diría que era el final y él se volvería loco.
- ¿No habéis sentido nunca la necesidad de romper con todo?
- ¿Con todo?
- Sí, con todo.
- Me preocupas. Cuando hablas así te aseguro que me preocupas mucho.
- Tío, yo pensaba que estaba zumbado, pero veo que tú estás mucho peor.
- No, lo digo en serio. Romper. Buscar lo que te llene de verdad.
- No hay nada que te llene de verdad. Te lo digo yo, que he probado todo y de todo. Al final siempre llega la rutina y el aburrimiento.
- Estoy de acuerdo. Pero lo del aburrimiento es relativo.
- Tienes razón.
- ¿De qué coño estáis hablando? ¡Miraos! ¡Parecéis putos zombis! ¡Vamos! ¡No llegáis a los cuarenta y habláis como si tuvierais ochenta! Nunca es tarde y aún somos jóvenes. Tío, si lo que quieres es cortar con todo lo que te rodea, pues lo haces y ya está. Pero debes pensar en los pros y en los contras. No puedes dejarlo todo y volver cuando se te haya pasado la histeria.
- ¿Y por qué no?
- Pero, ¿tú en qué mundo vives? No se puede hacer siempre lo que se quiere. Aún iría más lejos. Casi nunca se puede hacer lo que uno quiere.
- Eso es cierto. Yo quisiera ahora mismo estar con la del supermercado que está buenísima, y aquí me tenéis, aguantando rollo patológico con tres capullos.
- Pero lo que digo es lo siguiente, ¿no sería perfecto que en cada momento pudieras hacer lo que realmente te apeteciera? ¿No sería esa la felicidad absoluta?
- Mira chico, no sé si eso sería la felicidad absoluta o la felicidad relativa. Lo que sí sé es que sería el aburrimiento absoluto. ¡Siempre hacer lo que te viniera en gana!
- No es tan mala idea, tío. Yo quisiera que me la chupara la Elvira esa, la de la tele.
- ¡Cojonudo! ¡Uno hablando en plan importante y el otro pensando en quién quiere que se la chupe! ¡Tarados! ¡Hoy terminamos todos tarados!
- ¡Bah! ¡Esa no vale nada!
- ¿Qué no vale nada? ¡Vamos hombre!
- Que no, te lo digo yo. Que ésa al natural no vale nada.
- Pero si tiene una cara de golfa que rompe.
- ¡Nada!
- Y unas tetas que tiran de espaldas.
- ¡Hazme caso! ¡Silicona!
- Pues si a mí me dejaran hacer siempre lo que quisiera...
- Si vas a decir que te la chupara alguien por favor evítanos el comentario.
- No, que va.
- ¡Que más quisiera!
- Lo que iba a decir es que me gustaría viajar y conocer extraños parajes.
- ¡Tú sí que eres extraño!
- Puede elegir cualquier cosa y elige conocer extraños parajes. ¿Y decís que está bien de la cabeza?
- Falta algo con lo que acompañar la comida. ¿Por qué no me traes una cervecita?
- ¿Quieres algo más? ¿Qué te la chupe o algo así?
- No, por favor, chupaditas a éste.
- A tu padre.
- ¿Creéis que se encuentra bien?
- Como siempre.
- No sé chico, me preocupa.
- Está borracho, eso es todo.
- Yo nunca lo había oído hablar así.
- No le des más importancia.
- Se está tirando a su jefa.
- ¿Cómo? ¿Quién te lo ha dicho?
- Lo sé.
- ¡Joder! ¡Vaya idiota! ¡Otra vez metido en líos de faldas! ¿Nunca escarmentará?
- No sé. Debe estar pasándolo mal.
- Sí, supongo que sí.
- Ojalá pudiéramos volver al instituto. Esa sí que fue una buena época.
- Una verdad como un piano.
- Di que sí.
- Aún me vienen a la cabeza infinidad de recuerdos de entonces.
- Pero todo se complica. Y ahora no podemos vivir sin mujeres.
- Otra verdad absoluta.
- Ni con ellas.
- Cierto.
- ¿De qué hablabais?
- De mujeres, de qué si no.
- Apoyando su teoría, supongo.
- Creo que estábamos mejor cuando críos.
- No sé. No quiero pensar en eso.
- Yo tampoco.
- Yo no quiero pensar, eso es todo.
- Vaya cuatro capullos. Y esta iba a ser una noche de juerga.
- Chico, es que tus ideas nos han destrozado. Voy a volver a casa pensando que soy una mierda.
- En tu caso es cierto.
- Muy simpático. Te recuerdo que soy yo el que te he traído.
- Era broma. Ya sabes que te quiero mucho.
- Sí, lleva una foto tuya en la cartera.
- ¿Aún la llevas?
- Tío, dicho así parece que fuera maricón.
- ¿La llevas o no?
- Sí, la llevo. ¿Todas las semanas me vas a preguntar por la dichosa foto?
- Hasta que la rompas, sí.
- Me da suerte.
- Le da suerte. Porque el día que os la hicisteis conoció a Marisol.
- Sí, ¿qué pasa?
- Ya no estás casado con ella. No sé dónde está la suerte.
- No quiero hablar del tema.
- Yo no quiero que vuelva a contarnos la misma historia otra vez.
- Yo tampoco. Es patético.
- Tú sí que eres patético.
- Bueno ¿qué? ¿la piensas romper algún día?
- ¡Algún día!
- Como siempre a estas horas, la conversación degenera.
- ¿En algún momento no ha sido degenerada?
- ¡Tío eres la polla! ¡Qué pesadito!
- ¿Queréis que lo dejemos por hoy?
- Sí. Creo que estoy demasiado cansado incluso para irme a casa.
- ¡Qué suerte que sea yo el que conduzco!
- Sí que es una suerte.
- Necesito que pares en el Seven antes de dejarme en casa.
- ¡Claro! ¡Lo que necesites!
- Es un momento.
- ¡Como si son dos! ¡No paro en ningún sitio!
- ¡Necesito tabaco!
- ¡Yo necesito que me la chupen!
- ¡Vámonos! ¡No me jodáis más!
- ¿Te ayudamos?
- No, no hace falta.
- ¡Me has dejado sin blanca cabrón!
- ¡Te jodes!
- ¡Ahí! ¡Ahí! ¡Donde duele!
- Bueno chico, nos vamos.
- La semana que viene a la misma hora.
- Perfecto.
- Y no pienses más
- Sí. No pienses. Es lo mejor.
- ¡Hala! ¡Largaos ya! ¡Que aún tengo que recoger toda la mierda que me habéis dejado!
Entre ellos un abismo que les separaba cada vez más. ¿Qué le diría si la volviera a ver? ¿Qué, si fuera capaz de hacer retroceder el tiempo? ¿Hubiera sido más feliz con ella? ¿Le depararía el futuro una nueva oportunidad? Un encuentro casual, un tropiezo, un instante en el que decirle lo que sentía. ¿Sería posible? ¿ O continuaría soñando con su sonrisa de caramelo y su olor a limón?
- ¡Hasta luego!
Luisa le estaría esperando en la cama. Llevaría sus gafas puestas y en cuanto le oyera se las quitaría para apoyarlas en la mesita de noche. Entonces, cuando él apareciera por la puerta del dormitorio, ella le sonreiría y por esa noche olvidaría los problemas y sólo disfrutaría de la mujer a la que amaba.
- ¡Hasta el viernes!
Bea casada con otro. Buscaría en su libreta el nombre de cualquier mujer con la que pasar un rato. O no. Mejor estar solo con los recuerdos. Y reír y llorar el recuerdo de aquellos tres maravillosos años que pasó junto a ella.
- ¡Adiós!
Se levantó temprano a la mañana siguiente, y lo primero que hizo fue levantar el auricular:
- ¿Ya estás despierta?
-
- ¿Y las niñas?
-
- ¿Qué hicisteis anoche?
-
- Pues lo de siempre, ya sabes.
-
- Sí, eso. Fútbol y tetas. Sobre todo tetas.
-
- Está bien. Te espero. No tardes.
El Autor de este relato fué Lhde Abel , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=1913&cat=craneo (ahora offline)
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Serían cerca de las ocho. En poco tiempo allí estarían, como cada viernes, uno, fantasmeando sobre su última conquista, otro estudiando las cartas con devo
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2020-06-21

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