LA PASIÓN MÁS DESEADA
¡Qué recuerdos me traen las últimas tardes del curso que pasamos juntos Miriam y yo! Ella era una chiquita de mediana estatura, pelo castaño, piel morena, ojos verdes, encantadora sonrisa y por qué no decirlo, tenía también un perfecto culito respingón y unas tetas de escándalo. En definitiva, era el caramelo que todos los niños malos queríamos en nuestra boca.
Yo tenía la suerte de ir con ella a clases particulares de matemáticas, que siempre se nos atragantaban. Allí fuimos cogiendo confianza lo cual resultaba más un suplicio que un placer, pues ella era una chica muy cariñosa y siempre estaba que si caricia por aquí, que si manita por acá. Pero yo creía que estaba fuera de mi alcance, demasiada mujer para mi. De hecho, yo me hacía el duro y no accedía a sus jueguecitos, no podría soportar enamorarme de ella y no poder tenerla.
Como digo, las últimas tardes fueron las peores (¿o mejores?). El verano se acercaba y Miriam venía siempre con grandes escotes. Mientras el profesor explicaba, yo no podía por menos de echar furtivas miradas a su escote. De tortura calificaría el observar cada movimiento, deleitarme con cada centímetro de su piel . mientras estábamos en clase y no podía hacer nada, sintiéndome el inútil más cachondo del mundo.
Con estas perspectivas acudía yo un día más a clase. Pero aquel día ocurrió algo extraño. No estaba allí ni el profesor ni el resto de los alumnos, estaba yo solo, sin darme cuenta por qué. Entonces llegó Miriam, me sentí un poco aliviado. Ella había venido corriendo, entró jadeando en la clase, con un vestidito blanco de tirantes. De alguna manera, era un preludio de lo que la esperaba.
Nos vimos allí solos, como dos bobos hasta que ella se dio cuenta de que el profesor avisó de que aquel día no podría ir a dar clase. Estábamos hechos un par de despistados. Nos dio por reírnos de aquello, y ya se sabe que donde se empieza por el buen humor, se sigue por los jueguecitos que tanto le gustaban a Miriam que si qué tienes detrás de la oreja, las manitas, aprovechando cada ocasión para restregarme sus voluptuosos pechos. Yo estaba convencido de que ella era sólo una calienta, pero por una vez ¡qué diablos!, me dejé llevar. Cada vez iba subiendo más la tensión sexual. Yo estaba al borde del delirio, pero a ella se la veía disfrutando tensando la cuerda más y más
Me levanté y me puse a mirar por la ventana sin hacerla caso para ver si, en vano, me bajaba el calentón. Ella se acercó y plantó su redondo culo justo delante de mí, de tal forma que pudo sentir mi verga erecta contra su apretado trasero. Parece ser que esto también fue demasiado para ella. Se dio la vuelta y me besó apasionadamente. Habíamos tenido ya antes calentamiento de sobra, así que no perdí más tiempo. La subí el vestido hasta las caderas, me deshice de sus braguitas de encaje y deslicé mis dedos entre su sexo, mientras la quitaba un tirante con la otra mano, dejando un pecho al descubierto. Mis dedos se abrían paso a través de sus labios, arriba y abajo, introduciéndolos rítmicamente, acariciando el clítoris y recibiendo su flujo en oleadas de placer. Ella se estremecía, con los pezones apuntando al cielo. Armario escobero
A partir de ahí casi terminó mi trabajo, porque tomó ella la iniciativa, dejándome como un principiante Desde que la había sentido contra su culo, no había parado de sobarme la polla por encima del pantalón, pero ya en ese momento me lo bajó y dejó al descubierto mi enorme y suntuosa polla.
Y Miriam sabía como tratarla primero la acarició de arriba abajo suavemente, haciéndome una paja primero lentamente, dejando al descubierto mi rosado y engrandecido capullo, volviéndolo a ocultar, cada vez con más fuerza, ¡más profundo!
-Mmm, ¡qué suave está!
Ella estaba como hipnotizada con mi capullo, hasta que reaccionó:
-Me encantaría chupártela, quiero meterme tu sucia polla en mi boca.
Dicho y hecho, me brindó la mejor felación de mi vida, sabía como explotar cada placentero detalle: una pasada con la lengua de arriba abajo, lengüetazos sobre mi glande y el levísimo roce de los dientes al mover la cabeza arriba y abajo, cada vez tragando más profundo, ayudándose con las manos para que el ritmo no decayera Ya después de un rato vi como ella se llevaba una mano a su palpitante coño, brillante por el flujo derramado, que pedía a gritos ser penetrado ya.
Así que la cogí en volandas y la tomé contra la mesa, penetrándola con fuertes y profundas embestidas. No hace falta decir que estaba lubricada de sobra, su flujo se derramaba una y otra vez sobre la mesa, contrayéndose la vagina. Ella disfrutaba comentando la jugada:
- Ooh, sí, me estás follando, sí, sí, dale más fuerte.
- Me estoy corriendo, me corro, ¡me corro!!
Tengo estos momentos en la memoria como un delirio de placer la cima de mi carrera folladora. Desde entonces mi objetivo es hacer que cada mujer disfrute como lo hizo Miriam, quíen sabe si la próxima podrías ser tú.
El Autor de este relato fué Vara de Oro , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=13683&cat=craneo (ahora offline)
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2024-09-26
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