Relatos cortos eroticos Hetero Las increíbles aventuras del Capitán Cipote y su fiel escudero Condomín CAP. I

A quien quiera leerlo. Esta no es una historia banal ni insignificante donde los personajes se conocen, se enamoran, se aman, se pelean, se separan para luego juntarse y vivir aparentemente felices el resto de sus asquerosas y perfectas vidas. No. Nada más lejos de la realidad. ¿Porque, quién nos asegura que los personajes de esas historias acaben bien? No lo sabemos, leche, porque no nos cuentan lo que sucede cuando termina la historia. Nos lo imaginamos porque tras muchos sufrimientos y avatares consiguen superar todos los problemas y se unen. Pero a partir de ahí no sabemos si se

 

 

 

A quien quiera leerlo. Esta no es una historia banal ni insignificante donde los personajes se conocen, se enamoran, se aman, se pelean, se separan para luego juntarse y vivir aparentemente felices el resto de sus asquerosas y perfectas vidas. No. Nada más lejos de la realidad. ¿Porque, quién nos asegura que los personajes de esas historias acaben bien? No lo sabemos, leche, porque no nos cuentan lo que sucede cuando termina la historia. Nos lo imaginamos porque tras muchos sufrimientos y avatares consiguen superar todos los problemas y se unen. Pero a partir de ahí no sabemos si se quieren, si se ponen los cuernazos, si ella es más puta que las gallinas o él le pega y le maltrata, obligándola a sodomizarla y a tragarse sus efluvios corporales.

Bueno, pues aquí es donde entran nuestros dos amigüitos inimaginables: el Capitán Cipote y su fiel escudero Condomín. Pero para no adelantar los acontecimientos, y para seguir las directrices que marcan los cánones de toda buena historia, qué mejor comienzo que el de las vidas de nuestros protagonistas.

CAPÍTULO I. LA INFANCIA IDEAL

No se trata de ningún título de una canción de los horterosos Operaciones Punfos de las bolas. Es, simplemente, la consecuencia de haber nacido en un entorno lleno de amor y felicidad, con libertad y amplitud de miras y conocimientos. Y en esta tesitura vino al mundo José Lotas Gordas, más conocido como Pepe Lotas Gordas.

Hijo de un afamado putero del barrio de la Rotxapea, Can Zoncillo Sucio, bebedor y drogadicto, proxeneta y aficionado a pegar a todo ser vivo, con especial atención a los perros abandonados, don Can no era el padre natural de nuestro querido Pepe Lotas (lo habrán adivinado por los apellidos, no concuerdan, pero qué coño, esta es mi historia y la escribo como me sale del apellido).

La razón por la cual no era hijo legítimo de don Can es porque su madre, Maite Tazas Gordas, era más puta que las focas del Ártico Norte, que aprendieron a nadar para cruzar de orilla y poder follarse a los ballenatos azules. Y como la noche de la concepción de Pepe la pobre Maite llevaba un pedal de la leche, producto de los cuatro litros de vino cabezón y de los múltiples porros que se había fumado, lo extraño resultó que naciera un niño y no un perro u otro animal.

Rodeado de cariño y atenciones, con regalos y mimos, vivía en su chalet de Gorraiz un niño muy feliz. Pero como no era Pepe, nos importa un carajo. Pero a que queda bien, ¿eh? Bueno, el caso es que Pepe vivía en un cuchitril oscuro y sucio al lado del desagüe de las alcantarillas del barrio de la Rotxapea, un pisito de VPO que sus padres obtuvieron por un precio asequible de 350.000 euros (ahora os jodéis, sacáis la calculadora y adivináis cuánto es esto). El habitáculo contenía en su totalidad 45 metros cuadrados distribuidos en un dormitorio de matrimonio (sus padres, aunque rara vez coincidían ambos ya que o estaba uno o el otro con diversas compañías), un baño amueblado con un cubo (urinario) y un barreño (lavabo), una cocina y un salón. Al no existir más compartimentos, Pepe se veía obligado a dormir en el suelo del salón. Sólo los domingos disfrutaba de una cama digna al poder ponerse bajo su cuerpo algún trozo de cartón que le traía su padre.

Dada la soledad a la que se veía sometido, así como a las brutales palizas de sus progenitores, nuestro protagonista desarrolló desde la más tierna infancia una imaginación fuera de lo común, así como una especial habilidad para pelársela que se hizo patente a partir de los cinco años. Quiera que fuera por las escenas guarras que le ofrecían sus padres cada noche, con diversas actividades sexuales entre personas de igual o diferente sexo, y a veces con animales de diferentes especies, el caso es que el chaval no paraba de hacerse pajas, y de tanto frotar se le empezó a poner un aparato que pronto sería la envidia de su barrio. endomed.es

Su madre, cada vez que le veía bañarse a la tierna edad de 6 años, no podía evitar ponerse cachonda perdida, y tenía que salir de la habitación y meterse en la suya para agotar dos paquetes de pilas alcalinas con el 'aparato de amor' que se compró con lo que había ganado en un bingo.

Su padre le odiaba cada vez más. Las malas lenguas dicen que don Can no poseía mucho paquete, por lo que se veía desplazado en el papel de macho dominante de su casa. Esto fue lo que llevó a embebido don Can Zoncillo a echar de su casa a Pepe a los 10 años, aduciendo que ya tenía edad para buscarse la vida y que en el piso no había piso suficiente para él, su mujer y las putas que traían.

Sólo, desamparado y triste estaba Pepe en medio de la acera, recién expulsado de su casa, cuando quiso la divina providencia que pasara a su lado una monjita. La hermana, apenada, bajó la vista y se quedó mirando al muchacho andrajoso. Entonces le dijo:

- ¿Qué te pasa, bonito?

A lo que Pepe contestó:

- Mis papas me han echado de casa. No tengo a dónde ir y no sé qué va a ser de mi vida.

La monjita se quedó con el corazón afligido. No pudiendo apartar la vista de la descomunal entrepierna del efebo muchacho, la curiosidad quiso que le hiciera la pregunta siguiente:

- ¿Y qué tienes en el pantalón, bonito?¿Estás bien?¿Es alguna infección?

Entonces Pepe se desabrochó los botones y empezó a sacar un pedazo de carne descomunal que dejó boquiabierta a la pobre monjita. Antes siquiera de haber asomado la mitad de la picha, la hermana le conminó a que la guardara, se santiguó cuatro veces y, tras echar una rápida mirada a izquierda y derecha, alargó el brazo y le cogió a Pepe por la muñeca.

- Ven, hijo mío. Yo cuidaré de ti.

Y echaron a andar calle abajo. Pasearon un largo tramo por las pasarelas del río Arga, acariciados por la suave brisa mañanera y acompañados por el dulce trino de las golondrinas. Poco a poco se fueron acercando a un edificio robusto, con ventanucos alargados y altos, de piedra antigua y semejante a un monasterio.

- ¿Qué es ese edificio, hermana? - pregunto curioso Pepe.

- Eso es un convento, bonito. Un lugar de rezo y sabiduría.

Y poco a poco se acercaron al convento los dos, cogidos de la mano y con paso alegre y decidido. Y cuando llegaron a la puerta, la pasaron de largo y se metieron por una calleja trasera al convento. Allí el ambiente era más lúgubre que en la antigua casa de Pepe. Y al fondo del callejón una luz de neón rosada parecía rezar 'El Convento'. Y ambos personajes se acercaron a la puerta marrón con mirilla que nacía bajo el fulgor de la iluminación.

Cuatro golpes en la puerta hicieron que se descorriera una rendija, y una voz grave preguntó:

- ¿Quién coño llama a estas horas?

- Abre, orangután, que soy la Pura y traigo nuestra salvación. Contestó la monjita.

- Coño, si es la más puta de las señoras. Pase, 'Madmuaseye'. Y arrastra contigo a nuestra salvación, jua, jua, jua.

Y tras entrar en el establecimiento la puerta se cerró a sus espaldas y todo se quedó a oscuras, dejando a Pepe, al orangután y a la falsa monja sumidos en la más profunda de las negruras.

El Autor de este relato fué Fperber , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=1414 (ahora offline)

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2021-03-18

 

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