Relatos cortos eroticos Otros A través del tiempo

Pese a lo avanzado de las fechas, no hacía demasiado calor, y la zona rural donde estaba su chalé, a excepción de una inesperada invasión de topillos silvestres, permanecía en un relajante silencio. Cuando el veintiuno de agosto de mil novecientos noventa y seis el físico Leopoldo Fernández Clarín, ilustre descendiente del famoso escritor Don Leopoldo Alas Clarín, dio por finalizado el invento que revolucionaría el próximo siglo veintiuno se sintió satisfecho. Cuando el veintiuno de agosto de mil novecientos noventa y seis el físico Leopoldo Fernández Clarín, ilustre

 

 

 

Cuando el veintiuno de agosto de mil novecientos noventa y seis el físico Leopoldo Fernández Clarín, ilustre descendiente del famoso escritor Don Leopoldo Alas Clarín, dio por finalizado el invento que revolucionaría el próximo siglo veintiuno se sintió satisfecho.

Pese a lo avanzado de las fechas, no hacía demasiado calor, y la zona rural donde estaba su chalé, a excepción de una inesperada invasión de topillos silvestres, permanecía en un relajante silencio.

Con la férrea decisión y seguridad de quien sabe bien realizado el cometido, se introdujo en su máquina del tiempo, fijó los parámetros y se dispuso a viajar al siglo XV. Apretó el botón sin titubear y sonrió jubiloso.

Abrió los ojos, todo había sido sencillo. Miró a su alrededor y se encontró en un escenario inesperado. Aquel lugar era... ¡el barrio de su infancia! Aún así se tranquilizó en seguida y le restó importancia al trance, se trataba de un error insignificante y estaba a tiempo de rectificar. Giró la vista a su izquierda. El conmutador estaba fijado a la pared de un edificio cercano. Corrió hacia el lugar y cuando llegó observó que la portezuela estaba cerrada. Necesitaba La llave. Pero ¿tenía la llave? Por supuesto. Estaba en el bolsillo izquierdo de su... ajustado pantalón. Se detuvo. Permaneció mirando hacia el suelo. El pantalón se le había salido de la cintura y estaba hecho un revoltijo entre sus... piernas. Si desde luego aquello que veía todavía podían llamarse sus robustas piernas, ya que no eran más que un par de palillos blanquecinos sin un solo pelo. Se agachó, se subió el pantalón y se ajustó el cinturón abrochándolo en el último orificio. Y mientras lo hacía, comprobó que la camisa de manga corta también le resultaba varias tallas más larga. Preocupado antes que nada por hacerse con la llave, se remetió como pudo la camisa bajo el pantalón. Y una vez tuvo entre sus manos el utensilio se dio cuenta de algo más; la portezuela del conmutador estaba más alta de lo que había supuesto pues ni siquiera alcanzaba a introducirla. Giró sobre sí mismo. A sus espaldas vio el jardincillo. Un jardinero se afanaba en podar un seto. Se encontraba faenando de cuclillas en su parte más baja. Apoyada contra un muro estaba la escalera.

En breves instantes Leopoldo estuvo encaramado a la escalerilla, abrió la portezuela, se disponía a presionar el botón de “Exportar” cuando una manaza poderosa cerró la portezuela y le arrebató la llave.

¡Malo Leopoldo! ¿Qué andas haciendo? Le dijo Julián el portero. Y le reprendió.

¿No sabes que con la electricidad no se juega?

Leopoldo gritó. No... Gimió. No, comenzó a llorar de forma estrepitosa o como un niño. Y al oírse a sí mismo, no sólo gimotear, sino su tono chillón de voz, por primera vez se dio cuenta. La máquina no se había limitado a devolverlo al barrio de su infancia, sino también a la infancia. Pero sólo al tamaño, e incluso a la edad física que representaba la edad, aunque no así a la perduración mental. Pues seguía pensando como un hombre. Y actuando como tal replicó a Julián el portero.

¡Vamos Julián, no seas niño! Y devuélveme esa llave. Es mía. La hice yo mismo.

De entrada el portero se pareció algo sorprendido. A continuación cruzó los brazos. Movió la cabeza. Y dijo.

Oh, Adolfito siempre estarás en la luna... ¿Quién te enseñó a hablar así a tu edad? Esto te traerá problemas. ¿Por qué en lugar de inventarte juegos tu solito no te reúnes con los amiguitos y juegas con ellos al fútbol o vais a la pisci. ¡Hace mucho calor!

Gracias Julián pero sabes....

Di Leopoldito.

Prefiero ir de copas...

¡Por dios! ¿A quién le has oído decir eso? Dime. ¿Ha sido a tus papás? ¿A que sí?

No...

Pues a quién. Dime, ¿a quién? No se lo diré a nadie. Te lo prometo.

¡Mentiroso!

No, de verdad. No...

¿Quieres saberlo?

Sí... Leopoldito. Dime, dímelo ya.

Está bien. Tú lo has querido.

Sí niño. ¡Dilo ya!

A ti cuando vuelves borracho después de trajinarte a la puta Manolita en el Gato Azul.

¡Ahhh! Leopoldito...

¿Qué?

¡Toma mamón!

¡Ayyyyy!

¡Y sal de mi vista cagando leches!

¡Hijoputa!

¿¡Cómo!? ¿Que dices mal hablado? Ya te enseñaré yo. Leopoldito ven. ¡ Ven aquí ahora mismo o...!

Salió corriendo. No le quedaba otra opción que recibir o escapar. Estaba totalmente a merced de aquel gigante inhumano. Probando infusión de frutos rojos de Mercadona

Comenzó a caminar por rincones olvidados. Llegó a una pequeña plazoleta gris con el suelo de tierra situada tras del edificio en el cual vivía. En aquel lugar recordó, jugó tantas veces a las canicas...

Sentadas sobre un bordillo de cemento vio a dos muchachas de las que se hacían cargo de los bebés; no tendrían más de dieciocho años. Los críos dormían placenteramente en sus carritos. Le sorprendió ver tres carricoches y sólo dos cuidadoras. ¿Dónde estaba la que faltaba? Cerca vio el garaje de Don Paco. Se acercó a su entrada, la persiana estaba echada. Aunque no del todo, había una rendija por la cual se introdujo. Leopoldo jamás había imaginado que el bueno de... ¿Bueno? Y por qué habría de ser bueno don Paco. ¿Porque de pequeño le regalaba bolsas de caramelos? Pero... ¿cómo imaginar nada malo antes con su mente de niño de seis años? En cambio ahora...

Oyó jadeos. Se metió bajo el coche y se arrastró hasta un extremo de la sala. Delante había un viejo sofá. Sobre él estaban la chica que faltaba y Don Paco, no paraban de restregarse y... ¿joder? No pudo reprimirse y sucumbió a la tentación. Salió de debajo del auto y se quedó allí plantado, fascinado, frente a ellos. Jamás habría imaginado una escena semejante, en cambio ahora... Tuvo que reconocerlo. Se sentía excitado. Sin embargo con aquella mísera cosita que tenía por... En fin. ¡No había mucho que hacer!

Lo descubrió ella primero. Dio un grito de rata asustada. Leopoldito rió como un maldito condenado. Aunque no esperó a ver más. Había aprendido demasiado de los hombres fuertes y grandes. Salió disparado pasó bajo el cierre como una exhalación y desapareció.

Lo atraparon unos metros más adelante las otras dos chicas. Reconoció a una de ellas. Era Eloisa. ¿La bella Eloisa? Antes nunca se había fijado en ese detalle, en cambio ahora. Ambas estaban como soles, buenísimas. Lo cual no quitaba que fueran unas redomadas hijas de... Lo encerraron en el cuarto de servicio de Julián, le ataron las manos a una mesa, le bajaron los pantalones, le sobaban su pilila. Sacaron los senos y le dijeron.

Ves Adolfito ¿Te gustamos? Él no quería descubrirse, pero estaba rendido a su belleza.

Sucedió de repente. Cosita comenzó a enderezarse. Las dos mujeres se quedaron mirándolo pasmadas. Sin duda no esperaban semejante reacción en un crío de seis años. Cosita creció y creció hasta alcanzar sus maduros diecinueve centímetros. Una de ellas dijo.

¡Bah! ¿Y que importa? Esa cosa está... grande y es... ¡buenísima!

Y comenzó a chupar. Chupaba a cosita con ganas. La otra le sujetó los testículos; también habían crecido lo suyo. Comenzó a frotarlos y a chupar.

En instantes estaba jodiéndose a una. Gritaba como una zorra en celo, aunque Leopoldo nunca había oído a una zorra en celo. Después se jodió a ambas; a una le dio por culo y a otra por la vagina.

Cuando eyaculó, ambas, sin cesar de mamársela, tragaron todo el esperma.

Satisfechas y llenas, lo dejaron ir. Pero le hicieron prometer que al día siguiente volvería. Leopoldito dijo que por supuesto, pero que a cambio necesitaba que le hicieran un favor. Accedieron a quitarle la llave a Julián.

Al día siguiente, mediante sus encantos, lo habían conseguido con toda fácilidad. Se la entregaron sonriendo con lascivia. Leopoldito pensaba en marcharse. De pronto ambas lo tomaron en volandas, lo cubrieron a besos y lo introdujeron en el cuarto. Comenzó una nueva sesión. La verdad estaban geniales y las tenía para saciar sus insaciables instintos.

Al cabo de siete años Leopoldito continuaba sin irse. De forma eventual trabajaba en el burdel que abrió la bella Eloisa, y satisfacía los deseos de las mujeres necesitadas y de las mismas putas empeladas. Y a la vez ganaba el dinero necesario para pagarse sus... caprichitos de niño malo. Cosita había aumentado hasta alcanzar unos deliciosos veintitrés centímetros y hacía las delicias de sus cariñosas y atentas clientas. No necesitaba más y hace años que follándose en la calle a una hermosísima puta, en un descuido perdió la llave en una alcantarilla, pero sin proponérselo fue a encontrar una nueva llave; la de su fuerte y excitante sexualidad.

El Autor de este relato fué Cosita sexual , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=13887&cat=craneo (ahora offline)

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2020-08-23

 

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