Prólogo
En Iderean, hace 8000 ó 9000 años, se sucedía una guerra, una guerra que afectaba a todos los seres vivos de Iderean. Era la guerra del miedo, el Sharhen, en la que morían libres y morían esclavizados, morían vivos y morían muertos, morían y morían, y no dejaban descanso alguno a aquel tránsito de almas.
De estos incontables exterminios, fueron partícipes dos ejércitos enfrentados: el de los vivos y el de los no tan vivos. Nunca el hombre pudo llamar por un nombre concreto a estas almas en pena.
Los vivos defendían su vida contra los quejidos y alaridos de los ejércitos del sollozo eterno. Estos se veían esclavizadas por el cetro de Sark-kalord, la Muerte, el cual extraía las almas del mismo infierno para devolverlas al mundo carnal y así, apaciguar sus ansias de venganza, sembrando el pavor en los corazones de los vivos. La locura producida por ese temor que infundían sus huestes sobre los hombres era su único botín de guerra, su único consuelo.
Los primeros 730 soles de la guerra fueron sencillos para el avance de los necrófagos de Sark-kalord. Cuando comenzaron a llegar noticias de esta invasión a las capitales de Iderean, Viril, la bellísima, era ya un tumulto de peñascos reducidos a polvo y triza esparcidas en las orillas del vasto río Lidil.. Más tarde sólo quedaron ruinas escarchadas de sangre virgen, inocente, una sangre que no se merecía estar salpicada en esas pilastras.
Entonces, se hizo reunir a los grandes duques y reyes de todas las urbes que poseían potencia militar para parlamentar sobre la resolución de este desastre.
En unos cincuenta o sesenta soles, todas las mesnadas que se pudieron reunir ya estaban envueltas en un constante forcejeo en las tierras fronterizas. Estas eran la división de las posesiones de ambas partidas. Se creó una tierra de nadie en un oscuro pedregal. Desde ese momento se le dio el nombre del Pedregal Negro.
En aquel mismo pedregal, donde esta destructora guerra dejaba ríos de sangre, se decidió entre las tres razas aliadas, que hacían frente a esta agonía, levantar un puesto avanzado donde los caballeros pudieran reposarse, cobijarse o incluso esconderse del terror que les provocaban estos espectros dirigidos por la mano de la Muerte. Finalmente, a esta ciudad fortaleza se le dio el nombre de Hosperien, la ciudad de piedra maciza.
Para las gentes de entonces no era una simple muralla con un portón de harr, era un símbolo, una esperanza ,una razón por la que luchar, a parte de sus meras vidas. En su seno, este puesto avanzado escondía algo especial para los hombres y mujeres de Iderean. Puesto que acudía gente de todas las culturas y todas las razas presentes en las regiones próximas y lejanas, esto les forzaba a unirse. Todos aquellos que acudían a Hosperien, tenían un mismo credo, una misma pena, un mismo fin. Empezaron a compartir sus alegrías y sus temores, consiguieron dejar a un lado sus diferencias. Más tarde, ya no eran aliados, sino amigos. Estos vínculos de amistad fueron tan afanosos que, por un momento, hubo una misma raza en la que no había diferencias, la de los seres vivos de Iderean. Férreos, Castos y Hombres lucharon ferozmente codo con codo en la batalla más recordada de la historia de Iderean, la llamada Batalla de Todos y de Uno, donde se reconquistó tres tercios del Pedregal Negro. Fue realmente precioso.
Este espectáculo nunca se volvió a repetir. Los años posteriores a esta guerra fueron pésimos para los vivientes, puesto que la agotación y la desesperación empezaban a emerger de los corazones de la gente. Hubo una época de numerosas pérdidas. La gente empezaba a esconderse, a huir, a dejar a un lado la guerra y, por unos momentos, se pensó en una rendición y dejarse someter por el ejército de las cenizas, del llanto y del lloro. Este desánimo duró unos 500 soles, hasta que el peligro se acerco demasiado a los muros de Hosperien. Los escasos soldados que a duras penas resistían los ataques enemigos, estaban en la completa desesperación.
Fue entonces cuando él llegó.
A vista de cualquiera, era un insignificante campesino, pero nadie sabía que en sus pobres pertenencias traía la espada de Hoja Blanca, y con ella la fe, la victoria y la tranquilidad por un largo periodo para las miles de familias que se abrigaban detrás de los reinos fronterizos. Este campesino, como a cualquier voluntario que fuera a la guerra, se le exponía en las primeras filas, donde caían los primeros en la batalla y así hacer como escudo para que los arcabuceros pudieran disparar y ganar tiempo para los magos blancos que preparaban sus hechizos. Este campesino no fue una excepción y lo colocaron en las filas centrales, donde la muerte encontraba con más facilidad a los noveles.
Entonces llegaron hordas demoníacas y se creó el tumulto de la batalla en las puertas de Hosperien. Los numerosos testigos aseguraban que las manos que desenfundaron Hoja Blanca temblaban violentamente, pero ese campesino con apariencia deprimente y poco instruido en el arte de la guerra, sobrevivió; y no sólo eso, sino que se ganó la confianza de los altos oficiales. Los testimonios de los presentes cuentan que salvó la vida de incontables capellanes blancos, altos generales y, en definitiva, se dice que expulsó a los consumidos lejos de las murallas de Hosperien.
Al principio, le miraban y sólo veían esa embrujada espada, que al dar una estocada con ella parecía como si mil espadas cayeran sobre el oponente. Más tarde, se fijaron en las manos que la empuñaban, y ahí es donde encontraron la verdadera inspiración, la promesa, el aliento y una ilusión para levantar un nuevo ánimo. Cuando las masas lo veían combatir en la beligerancia de la ofensiva, no veían a un alto jefe militar, sino a un héroe, alguien a quien seguir, un ejemplo de cómo combatir y luchar por lo que uno ansía. Y fue recordado como el Gran Tikario-Verio I. Guias y Trucos tecnologicos
1500 soles después, la muerte de este venerable líder se acercaba.
La luna se levantó oscura, Tikario vio como una insustancial hueste de muertos se acercaban aullando por entre las peñas. Esa noche, Tikario actuó como si supiera de su repentina muerte, como si lo asimilara de antemano. Los guardias-centinelas, como de costumbre, tocaron las campanas negras anunciando la llegada de fuerzas hostiles. Los soldados se alinearon dando la espalda al portón a la espera de órdenes, era un ejercicio que repetían todas las lunas. La costumbre lo había hecho un movimiento mecánico.
El Adalid se colocó encima del portón y rompió la rutina:
-¡Espadas que aún lucháis a mi lado, escuchadme! Hoy, antes de hundir vuestro acero en la muerte, quiero que interroguéis a vuestra voluntad con una pregunta: ¿por qué lucháis?- dijo Tikario apoyado en la muralla.
-¡Luchamos por ti, héroe de los paladines!- gritó un soldado entre la multitud.
-¡SI...!- vociferó la legión alzando sus lanzas.
El campeón meneó la cabeza y continuó:
-No he preguntado por quién lucháis, sino por qué.
-¡Tú eres la razón!- dijo uno. -¡Tú eres nuestro calor!- gritó otro de más allá.
-¡Aún no habéis contestado a mi pregunta!
Tikario miró a su gente. Los susurros, las caras de asombro, los cientos de ojos que intentaban ver y no veían.
-¡Yo, Tikario-Verio, os ruego que la próxima vez que el filo de vuestra lanza se incruste entre hueso, ánima y muerte, no pongáis mi nombre en esa lanza ni en ese empeño! ¡Os ruego que si volvéis a hincar esa pértiga, sea por una razón que exista en cada uno de vuestros corazones! Yo no permaneceré eternamente en Iderean. Yo me marchito, como se marchita todo en esta vida. No permitáis que cuando la justa muerte venga a llevarme, se lleve también vuestra razón por la que luchar. Encontrad ese argumento y encontrareis el nombre que realmente merece ponerle a la lanza>>Muchos de vosotros encontrareis el motivo por el que blandir una pica, algunos en cambio ,no la encontrareis. Si es así, no la hinquéis de nuevo- se hizo el silencio.
Con los ojos humedecidos, continuó:
-Sin embargo, yo creo en algo. Creo en una victoria y en una reconquista, y también creo en vosotros por encima de todo. ¡Vivos de Iderean!,¿sabéis?,¡ yo tengo esperanza! ¿Y vosotros? ¡Decidme!,¿aún tenéis esperanza?
-¡Siiiii!- contestaron los ardientes soldados
-¿Y la mantendréis cuando me marche?
Los expectantes soldados callaron.
-Alimentad vuestra esperanza, porque yo no lo haré más. Es una orden.
Bajo la extrañeza de ese discurso, algunos padecían una gran desilusión interna.
Al acabar la inferencia, Tikario bajó a las primeras filas del escuadrón sin su majestuosa espada, cosa que llamó la atención de los suyos.
Al instante, ambas fuerzas chocaron estridentemente bajo la diligencia de las murallas, y la voz de Tikario se escuchó una última vez entre los rumorosos choques del acero:
-¡Os diré una cosa más! A vosotros llegará un hombre que triunfara donde yo no he triunfado, y traerá la luz a esta oscuridad que todo lo envuelve. Esperad con paciencia y esperanza, amad la vida que defendéis y resistid lo que vuestra fuerza interior aguante.
Después de que el Gran Tikario Verio I pronunciara estas palabras ,llenas de emoción, murió.
Todos vieron su sangre deslizarse por el filo del hacha de un Unk-Jabar. Algunos, emocionados, cargaron contra los muertos más fervientemente, cumpliendo su ultima orden. Otros, lloraron su repentina muerte. Y por último hubo otros, los férreos, que le observaron con ojos hundidos en una tristeza exagerada, puesto que eran los que más le amaban y a los que mayor desilusión les acaeció su fallecimiento. Muchos, al ver su muerte, tiraron sus espadas al suelo y dieron la espalda a la guerra para darle la cara a una vida despreocupada de los problemas ajenos, y así, dedicarse al comercio y a la avaricia.
Aquellos que no encontraron razones para continuar luchando, se marcharon cabizbajos a sus respectivas aldeas, y tras ellos dejaron un lúgubre silencio en Hosperien. Los que escucharon esas últimas palabras portadoras de un esperanzador Mesías, se quedaron viendo el descorazonado puesto sumido en el abandono.
Pasó el tiempo y los pestilentes continuaron oprimiendo la desgastada Hosperien, pero los pocos tenaces que resistían empezaron a verse realmente ofuscados, y avisaron a las tierras Surken que los muertos habían encontrado una manera de adentrarse hacia la ciudad de los hombres por la orilla oeste del Lidil.
Así, se creó dos frentes en dos reinos que pasaron a llamarse los Reinos Fronterizos.
Desde entonces, unos pocos siguen luchando por las razones que encuentran y esperando al Salvador, que traerá con él la maestría para blandir Hoja Blanca y expulsar a los muertos de Iderean por siempre.
Y así ocurrieron los hechos que han dejado el mundo como está, sumido en una guerra de agonía y fatiga, donde hombres, castos y alguna férrea excepción, siguen reuniéndose en la debilitada Hosperien para ver el perfil de la muerte.
El Autor de este relato fué Javier , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=4364&cat=craneo (ahora offline)
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2024-07-01
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