Relatos cortos ficcion Ciencia Ficción Dimitri Petroff

Relatos cortos ficcion Ciencia Ficción Dimitri Petroff

 

 

 

Dimitri Petroff.

Dimitri Petroff había llegado. Estaba solo en la tienda. Fuera un vendaval con vientos helados que soplaban a doscientos kilómetros hora. Dimitri Petroff era el primer ser humano sobre la vieja superficie erosionada y amarilla de Marte.

Mientras descendía, pudo ver el estrecho y profundo cañón por el que discurría el agua. Era cierto; había agua. Es más, a solo veinte kilómetros por debajo y protegida por el microclima que el cañón propiciaba el agua discurría sin helarse.

Sonrió para sus adentros: ¡Amierikantsi! Tanto pregonar que serían ellos los primeros y una vez más los rusos habían vuelto a dar la campanada. No estaban tan acabados como por ahí se decía. Contempló la foto con el autógrafo superpuesto, y ahí estaba aunque algo lacio, debido al imperdonable paso del tiempo, pero sonriente, su ejemplo, su estrella, el Zar de la natación: Dimitri Popov. Recordó el día en que aquél fue a visitarlo para prestarle su apoyo a la dacha de Zivonosk; lo que más le había sorprendido de él no había sido su formidable estatura de más de un metro noventa, sino que pese a ella, no resultara torpe ni estilizado sino con el proporcionado físico de un delfín. De forma impulsiva agarró su petaca de vodka y elevándola brindó por él. Cuando la tormenta cediese supo que también él iba a ser un número uno, y dio un trago más.

De súbito el viento cesó de soplar. ¿Si así finalizaban las tormentas marcianas de qué forma empezarían? Se preguntó impresionado.

Con toda precaución abrió la cremallera criogénica; y fuertemente resguardada por el “Volpus Anti Frío”sacó una mano al exterior, la volvió a introducir y la insertó en el procesador de alteraciones térmicas, el cual le informó: Temperatura= -65ºC. Espirometría=0kms/h. Humedad relativa del aire=0,5%. Posibilidad real de supervivencia=25%. Datos reveladores pensó, a saber, aparte de agua, con qué se podría encontrar en el fondo de aquel pozo.

Se comprimió en el equipo heliogénico, y realizó una comprobación de rigor; las membranas funcionaron sin problemas. Salió de la tienda, la cual se desmanteló de forma automática a sus espaldas y se plegó en un estuche de quinientos gramos exactos; lo recogió y lo depositó en el Sznov.

Bajo sus pies, debido a la profunda erosión, el suelo era un denso almohadón de polvo blanquecino de microcristales y los bordes del cañón parecían cascadas de pulimentado cristal amarillo. Se dejó arrastrar por la tracción del equipo heliogénico y pese al absoluto estatismo del aire se arrojó al abismo sin

miedo y empezó a descender con la suavidad de una pluma. A su paso, y a ambos lados, los extremos del cañón se iban uniendo como si quisieran tocarse, y sus paredes cada vez más largas y angostas comenzaban a exhudar filamentos de agua en principio amarilla y luego poco a poco incolora hasta resultar cristalina. Pensó en la expedición sueca “Larsson” de hacía diez años; realmente ellos habían sido los primeros en advertir la existencia del cañón. Murieron al tratar de aterrizar, nada más comunicar el descubrimiento. Aunque nadie los creyó. Los americanos dictaminaron que estaban ebrios debido al oxigeno contaminado que se había filtrado en los depósitos de la nave. Y los suecos tras el esfuerzo baldío, se hundieron en un hermético y eterno mutismo. Podía ser cierto lo que dijeron los suecos, supo después la agencia rusa de exploración. Y ahora, tras diez años de intriga, un hombre solo, aparte de resultar mucho más rentable podía ser también más eficaz que cuatro. Nada de disputas, caprichos y devaneos, y sobre todo se evitaban controversias que podían generar una potencial tergiversación de los hechos y el fracaso de la expedición. Además con el desarrollo de la energía solar como principio motriz, la tecnología actual basaba sus fundamentos en aspectos mucho más desarrollados que los de antaño.

Petroff pudo verlo fascinado; el caudal de agua discurría de forma ordenada a apenas cien metros bajo él; y era un río de aguas azul esmeralda. Sí, así resultaba, un río de proporciones nada desdeñables; tal vez como el Tamesis, el Sena, el Volga o el mismo Yang –tse en el corazón de la china profunda; un río que podía ser incluso común, excepto si teníamos en cuenta que estaba situado en un cañón de veinte kilómetros de depresión por mil o dos mil de longitud y en un planeta tan poco común como Marte.

Y Petroff supo con claridad cual era su objetivo, su meta. Una meta con la que nunca habría soñado el mismo Popov. ¡Iba a ser el primer nadador alienígena de Marte! Si es que Marte contaba con vida capaz de sobrevivir a su clima. Aunque por desgracia le hubiera gustado que así fuera, sabía que no era posible. Dado que la sonda “Laserligométrica”, excepto unos microorganismos de tipo cristalino filamentoso que lo habitaron hacía ya cincuenta mil millones de años, había sido incapaz de detectar el menor rastro de vida, y menos en su precioso cañón… Noticias sobre futbol y del Cadiz

Cincuenta… cuarenta y cinco metros y descendiendo.

Allá voy, se dijo.

Cuarenta, treinta y cinco…

¿Estará muy fría?

Treinta, veinticinco…

¿O puede que casi esté en ebullición?

Veinte, quince, diez….

Que más da.¡Llevo puesto el equipo heliogénico no?

Cinco, cuatro, tres, dos, uno…¡cero!

¡Splassss!

Dimitri Petroff se zambulló en el agua con todas sus energías.

Volvió a emerger a la superficie. El agua estaba en un punto ideal; no parecía estar fría ni tampoco caliente, sino templada. Asimismo no resultaba densa ni en exceso fluida y tampoco era salada. Y… se podría beber. ¿Podría beberse en realidad? Se preguntó Petroff. Accionó el convertidor “Tomarem – Nemod2” el cual le indicó su potabilidad instalada en un margen óptimo del 97% y comenzó a saciar su sed, igual que solía hacer en el río Vologda que atravesaba su pueblo natal. Luego nadó de espaldas, braceó unos instantes y terminó en un croll frenético, hasta alcanzar la orilla de una preciosa ribera de color verde cárdeno. Salio a trotecitos y se tumbó boca arriba, resollando sobre la arena, hasta cubrirse de granitos azulados. Permaneció inmóvil mirando al cielo rojo con ojos entrecerrados y a las estrellas amarillas y pensó en Anastasia y una vez más en cuales habían sido las razones que lo habían impulsado a dejarla a cambio de beneficiarse de aquello. Y, ahora, con el convencimiento de haber cumplido el propósito anhelado, todas esas razones, ya no le parecieron tan relevantes como había juzgado.

Un destello fugaz le obligó a volverse de lado. Algo brillaba o había brillado a la izquierda, donde se hallaba un formidable peñón cercano. En un santiamén se incorporó, desenfundó el fusil Apalachiev y empezó a escalar lentamente el peñón por su vertiente más cómoda. No era posible… No, imposible hallar vida se repitió una y otra vez y tuvo razón.

Superada la última anfractuosidad de la piedra, a sus pies, se topó con la expedición “Larsson” al completo, y supo que no habían muerto al aterrizar sino horas o tal vez minutos después de hacerlo, y que por tanto él no había sido el primer hombre y ni siquiera el primer nadador en Marte; ya que por alguna razón desconocida, tal vez la engañosa y bella inocuidad del paisaje o las ganas de bañarse sin ropa, se habían desprendido de sus equipos de protección térmica quedando expuestos con seguridad al efecto del rayo de ionización “Linn”; un rayo invisible al ojo y sensibilidad humana, que barría la superficie marciana cada cierto tiempo, y que por aquel entonces la ciencia aún desconocía. En apenas una fracción de segundo era capaz de carbonizar cualquier cuerpo humano o animal desprotegido.

Cuatro esqueletos desollados parecían saludarlo batiendo sus mandíbulas sonrientes. Pero eso solo era un efecto óptico. Todos ellos yacían junto al cilindro espacial; e incluso uno aún sujetaba entre sus manos el móvil Eriksson T 7000 CK, el mismo que había producido el destello que había visto brillar desde la orilla cercana…

Después de comprender que había dejado de ser el primer ser humano que hoyaba la superficie erosionada del planeta, una mezcla de extraña resignación y dolorosa pereza se adueñó del cuerpo de Petroff. Qué hacer… ¿Cómo dejar su imprenta grabada? Él quería existir. No ser uno más en la lista. De pronto le sobrevino la idea. Puesto que ya no podría figurar como el primer hombre en pisar Marte, y tampoco el primer nadador, al menos sería el primero en atravesar a nado la corriente del río que discurría por el cañón “¿Larsson?” ¿Y las aguas del río… Petroff? ¡Sí!, para empezar no eran malos nombres.

Se hallaba en la vereda dispuesto a tirarse al agua cuando se le ocurrió. El equipo heliogénico era ya una carga innecesaria. En breves segundos realizó los cálculos oportunos. Sabía que dispondría de margen más que suficiente para alcanzar la orilla opuesta, no así para volver; pero le resto importancia al asunto, pues ya no pensaba en volver…

Una vez se desprendió del equipo hubo de reconocer que para hallarse en un lugar aislado como aquel hacía un día realmente espléndido; y sobre todo relajante y además el microclima era envidiable; con una temperatura ideal y un oxigeno limpio de toda impureza.

No lo dudó más. Tranquilamente se introdujo en el agua y comenzó a bracear con la elegancia de un delfín solitario…

José Fernández.2005

El Autor de este relato fué Jose Fern%E1ndez , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=7618 (ahora offline)

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Dimitri Petroff había llegado. Estaba solo en la tienda. Fuera un vendaval con vientos helados que soplaban a doscientos kilómetros hora. Dimitri Petroff era

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2021-04-26

 

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