Supo, aunque no por qué, que lo buscaban a él. Los dos policías se detuvieron en la entrada y escanearon el local con una mirada indiferente pero sistemática. La mirada se concentró en Gregorio y avanzaron.
Acompáñenos dijo uno de ellos, sin ningún preámbulo o algo que se le pareciera. El otro descubrió la brillante cacha de una 45 escondida bajo el saco barato, para subrayar las palabras de su compañero, aunque fue un movimiento disimuladamente descuidado.
No opuso resistencia, por lo cual apeló a su derecho a no ser esposado. Los policías se encogieron de hombros y lo escoltaron a la patrulla.
Una vez adentro preguntó:
¿De qué me acusan?
Homicidio.
El auto se deslizaba suavemente por el pavimento, casi levitando. Gregorio recargó la espalda, y el suave material del que estaba compuesto el respaldo se adaptó a su anatomía.
No maté a nadie dijo, aunque sabía que de nada servía.
Durante el resto del trayecto no se dijo nada más al respecto. Gregorio se limitó a escuchar la charla entre ambos policías y de vez en cuando se inmiscuía en la conversación, lo que no pareció disgustar a sus aprehensores.
Llegaron a la colmena. Un enjambre de patrullas voladoras despegó al unísono de sus respectivos recovecos. El enjambre se dispersó, develando un cielo azul, saturado de anuncios holográficos.
Diez dólares el centímetro cúbico de cielo.
Condujeron a Gregorio a través de los intricados pasillos. Llegaron a la sala donde fichaban a los delincuentes.
Este hombre se hizo borran las huellas dactilares -dijo el perito, mostrando las lisas manos de Gregorio.
No las borró. Están cubiertas por otra capa de piel. ¿Y el ADN?
El perito consultó los datos en la computadora.
Bloqueado. No hay registro.
El policía, volviéndose hacia Gregorio, con una expresión sarcástica en el rostro dijo:
Demasiadas molestias para no haber matado a nadie.
No recordaba haberse hecho ninguna cirugía de ese tipo. Algo confundido, murmuró:
No maté a nadie.
Lo llevaron a otra sala. Interrogatorios, supuso. Un hombre se levantó del lugar que ocupaba detrás de un escritorio, cuando ellos entraron.
¿Sabe que se le acusa de homicidio? preguntó el hombre, por rutina.
Eso dicen, pero no maté a nadie.
Ya. Pero el video que tenemos dice lo contrario dijo el hombre y como si estuviera presentando un espectáculo televisivo: Corre video.
De inmediato las desnudas paredes fueron vestidas por una procesión de imágenes tridimensionales. Un concurrido centro comercial comenzó a cobrar forma en el espacio de la habitación.
Vea a ese hombre.
El hombre en cuestión se hallaba ante la puerta de una tienda de plantas alucinógenas. Esperaba. La gente iba y venía y en el fondo se escuchaba una melodía ramplona. Entre el continuo aflujo de seres humanos apareció un segundo hombre. Sus pasos eran rápidos y directos, no estaba pajareando como todos los demás. Se fue acercando al primer hombre. La lente se cerró sobre su rostro y efectuó un giro de 360 grados. Era Gregorio, o alguien muy parecido a él, pero definitivamente no podía ser él. Llegó junto al otro individuo. Intercambiaron unas palabras y después se pusieron en movimiento. Se detuvieron en una esquina donde no podían ser vistos por los que pasaban. Continuaron hablando, o más bien discutiendo, ya que el primer hombre movía desesperadamente las manos, como suplicando, mientras que el segundo (Gregorio) parecía exaltado. La discusión duró apenas unos segundos. Un disparo saturó todos los canales auditivos de la banda sonora del video y tuvo el mismo efecto que si hubiera ocurrido en un estanque de patos. La gente comenzó a gritar y a correr en todas direcciones. Gregorio aprovechó la confusión para escapar.
Apagaron el video. El cuarto volvió a su estado anterior.
Bueno
Yo no soy ése.
El interrogador volvió a ocupar su lugar en el escritorio. Su pesado cuerpo hizo suspirar los soportes del sillón.
Clavando un cigarro entre sus labios dijo:
Entonces ¿a quién vimos? prendió el cigarro y sonrió a través de la espiral de humo.
No sé Gregorio había recuperado algo de sangre fría. Sabía que no podía probar su inocencia, pero tampoco se podía probar lo contrario.
¿Dónde estuvo ayer?
Estuvo en casa casi todo el día. Sólo salió durante la tarde para ir al cine, eso podía ser comprobado. Había gente, había cámaras. Cuando corroboraran todo esto se sentirían estúpidos, probablemente lo dejarían libre con una simple disculpa burocrática. Ahora mismo comenzaba a redactar mentalmente una queja por los tratos que había recibido.
Ahora recordaba un dato más que podía serle de utilidad. Después del cine había parado en un restaurante, había sido servido por el dueño a quien conocía bien y que sin duda hablaría a su favor.
Expuso su coartada y el interrogador envío a un agente a que la verificara.
¿Sabe quién es el individuo del video? preguntó una vez que hubo salido el agente. Al que disparó.
No disparé a nadie y no sé quién es el individuo.
El interrogador pareció no haber escuchado.
¿De qué hablaban antes del disparo? Porque, no hemos logrado descifrar el código en el que hablan. ¿Es una especie de jerga criminal?
No sé de qué me habla. Ya le dije que la persona que aparece en el video no soy yo.
Entonces habrá que refrescarle la memoria.
Con un gesto las imágenes volvieron a aparecer, ahora en el punto en que Gregorio (o quien fuera) y el otro discutían. Los sonidos ambientales se habían suprimido para dejar un lugar predominante a las voces de los dos individuos.
Gregorio: El cielo se pinta de malos colores. Las Mejores ducto para campana extractora | Actualizado 2020 🥇
El otro: El buitre se dejó caer. Los picotazos nos llovieron. Como a carroña
Con los buitres se refiere a la policía dijo el interrogador en un entre paréntesis. Los picotazos indica que hubo un tiroteo. Es clara la alusión.
Gregorio: A los buitres los desplumo. Pero el cielo sigue del mismo color.
El otro: ¿Desplumar buitres?
A partir de ahí la conversación se tornó confusa y más acalorada.
Bueno el interrogador apagó el video, ya sabemos lo que pasó después. Ahora le toca a usted aclararnos qué es lo que ocurrió durante.
Gregorio se sintió violento. Pero sabía que de nada le serviría estallar, al contrario, se comprometería aún más y fin de cuentas era lo que ellos querían. Recogió aire como si recogiera paciencia.
Parece que no ha escuchado bien. Yo
Mis oídos funcionan bien interrumpió el interrogador. Pero no escuchan lo que yo quisiera.
Tal vez no sea lo que usted quiera, pero es la verdad.
¿La verdad? se levantó de su asiento, y los soportes, liberados de su peso crujieron con alivio. La única verdad que veo es que usted cree, quiere creer o nos quiere hacer creer que no ha cometido un homicidio. Digamos que usted es subjetivamente inocente, es decir, sólo desde su punto de vista. Supongamos que se hizo implantar una memoria falsa y borró ciertos recuerdos, ¿podríamos decir que su yo presente es responsable de los actos de su yo anterior? La ley, amigo, no es subjetiva, por tanto para ella usted sigue siendo y, de hecho lo es, la misma persona que cometió el crimen. Usted irá a parar a la cárcel con la idea de su inocencia, subjetivamente lo es, no lo discuto, pero si nos remitimos a los hechos
Soy inocente
¿Lo ve? Tanto peor. Usted mismo se ha encerrado en un callejón sin salida. A partir de ahora se verá prisionero de esa idea, la de su inocencia. Odiará al sistema por culparlo de un crimen que no cometió, subjetivamente. Lo más patético de todo es que se ha implantado la personalidad de un hombre honrado.
Soy un hombre honrado corroboró Gregorio.
El interrogador movió la cabeza en un gesto que indicaba su hastío.
Caminamos en círculos. No dudo que sea un hombre honrado y que incluso lo fue antes de cometer este asesinato. Usted no lo planeó. Fue un acto que obedeció a ciertas circunstancias. Incluso estoy dispuesto a creer que inmediatamente después el cargo de conciencia lo agobiaba. Se hizo borrar las huellas dactilares, hizo todo lo posible para formarse una coartada, pero había algo de lo que no podía escapar y menos siendo alguien tan patético como es: su conciencia, así que, previendo el desmoronamiento moral que ello causaría, se hizo implantar un recuerdo falso, en el que ese asesinato nunca había ocurrido.
¡Mentira! la protesta surgió en su voz como un chillido. Intenta hacerme caer en una trampa. Utiliza métodos poco éticos para inculparme de un crimen que no cometí. Es una conspiración. Alguien intenta incriminarme.
¿Quién? preguntó el interrogador divertido.
Cualquiera. El gobierno. Usted. Todos.
A esto el interrogador respondió con una risotada.
Utilice la lógica. ¿Quién es usted? Nadie. Sólo representa a un ciudadano común, ¿por qué alguien se tomaría tantas molestias en usted?
Sólo sé que no soy un asesino. Nunca he matado nadie, ni le he deseado un mal a nadie siquiera.
En lo último tiene usted razón. Y fue esa mentalidad suya autoconmiserativa la que lo orilló a suplantar el recuerdo del crimen.
No hice tal cosa.
No lo recuerda, porque se cuidó de suprimir de su memoria cualquier evento causante o derivado del asesinato. De esa manera, ni remotamente podría dudar de su inocencia.
Iba a decir: soy inocente. Pero se abstuvo de hacerlo, ya que eso sólo daría lugar a otro de los juegos retóricos del interrogador. Se preguntó cuánto más estaría en aquel lugar, cuánto tardarían en convencerse de su inocencia.
Por supuesto tenía todas las pruebas en su contra. Debería solicitar un abogado, pero inclusive eso, a lo que de todas maneras tenía derecho, daría lugar al despiadado juego del interrogador ¿o no? En todo caso qué le importaba. Decidió servirse de ayuda legal ya que no tuviera otra opción, cuando las cosas se pusieran más negras.
En aquel momento regresó el agente encargado de verificar la coartada. Se acercó respetuosamente al interrogador como si se tratara de su majestad o de una especie de deidad y murmuró algo a su oído. La sonrisa triunfal presagiaba malos términos.
Pues bien dijo el interrogador, parecía saborear lo que iba a decir, su coartada es una mierda. No vale nada. Cero.
Pero ¿y el dueño del restaurante? Él me vio, él me sirvió. Seguro que no lo entrevistó.
Ya déjese de lloriqueos. Ese hombre no lo vio a usted ni ayer ni anteayer, ni lo ha visto nunca en su vida. Lo incluyó en su recuerdo por motivos que desconozco.
Todo el peso de Gregorio cedió a sus rodillas temblorosas. Cayó de culo como un cuerpo inerte y sin vida.
¿También él es parte del complot? ¿Qué le prometieron? ¿Cuánto le pagaron? ¿Lo amenazaron?
La descarada sonrisa del interrogador se borró y su boca se curvó en sentido inverso, como el gesto de un mimo.
No hay complot dijo, palmeando el hombro de Gregorio. Convénzase. Usted es un asesino.
Y al decir esto, el interrogador, sintió verdadera lástima por aquel hombre.
El Autor de este relato fué Jer%F3nimo Morales , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=3769 (ahora offline)
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2021-08-13

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