Relatos cortos ficcion Narrativa Libre "Looking for remission" (1)

 

 

 

Entrega nº1

"When your rooster crows at the break of dawn

Look out your window and I'll be gone

You're the reason I'm trav'lin' on

Don't think twice, it's all right" (Bob Dylan)

(18 meses después, Ocean City)

...Ian Roud sonrió ante su reflejo en el espejo. Seguidamente se dobló el cuello de la camisa y apresó la corbata azul. Se retocó las mangas y posó para ver el resultado. Lucía espléndido con aquel traje oscuro que resaltaba su figura atlética. Por si fuera poco, sus ojos azules desbordaban vida haciendo contraste con el ligero moreno de la cara, muy vistoso al ser primavera. El espejo respondió a Roud admirado ante lo deslumbrante de su porte. Ian acercó un poco la cara y tras mojar la mano de saliva se asentó el pelo desordenado. Lo llevaba muy corto y un poco alborotado, sin rizos, olvidados por algunos mechones de tono castaño tirando a rubio.

 

Ian recorrió la habitación hacia la cómoda, al lado de la cama. Del primer cajón cogió su móvil, las llaves del coche y un reloj de pulsera de corte aventurero. Le resultaba extraño, aquella vez ni siquiera había buscado su ya inexistente cajetilla de tabaco. Había eliminado su necesidad de fumar por completo y su cuerpo lo agradecía. Cruzó de punta a punta el espacioso ático. Al pasar por el comedor pudo ver la mesa cubierta de papeles sobre el informe que preparaba para la semana que viene. La casa no estaba flamante, pero Doris, su asistenta dos días a la semana, la mantenía habitable y le hacía la compra. Doris rondaría los sesenta años y era algo rechoncha, tampoco muy alta, pero quería a Ian como a uno de sus ocho hijos. A decir verdad, era lo más parecido a una madre para Ian Roud.

Ian salió a la terraza, copada de plantas y vegetales de todo tipo, para respirar el aire de la mañana. Amanecía y el día prometía ser soleado y agradable. Desde la terraza del ático se veía el centro de la ciudad con los rascacielos colindantes. Era una quinta planta, pero aun así, se veía a lo lejos el parque de Riverside. Ian se asomó a la baranda y observó el tráfico de la gran ciudad a sus pies.

Sentía que la chaqueta le estilizaba la figura y con el tiempo, aquello le había costado, también se acostumbró a no portar una pistola encima. Ahora era un tipo con éxito. Su trabajo le reportaba un buen sueldo para vivir y tenía posibilidades de ascender; y en cuanto al amor, digamos que con Ga...

El móvil vibró dos veces dentro de su bolsillo. Lo desbloqueó y leyó el mensaje que había recibido. Era de parte del Doctor Scott, su jefe en el museo de Historia Antigua, y rezaba lo siguiente:

"N 30min, café Kafka, urgente"

Ian tampoco le dio mucha importancia. Todos conocían que el profesor era bastante compulsivo y un poco extravagante. Pero la verdad es que si Doris lo trataba como una madre, entonces, el doctor Scott había hecho de padre. Al llegar Ian a la ciudad, doc le había dado trabajo en el área de naufragios antiguos del museo basándose en la experiencia de Ian. Al principio Roud sufrió para acostumbrarse, pero aquello se le daba bien, ser un cazatesoros, y ya lo habían ascendido un par de veces. De hecho, el informe que ocupaba su mesa del salón era para el doctor. Dicho dossier estudiaba una extraña esmeralda tallada hace milenios y descubierta recientemente. Le costaba reconocerlo, pero Ian todavía se ponía un poco nervioso exponiendo ante el anciano y barbudo profesor.

 

Ian dejó su casa y se encaminó entre la marabunta de la ciudad hacia la cafetería Kafka, a unas manzanas de casa. Aunque ya había desayunado repetiría con el doctor, porque hoy comería en su despacho, le esperaba un duro día de trabajo lejos de los guisos de Doris. Caminaba con paso firme pero sereno ya que tenía tiempo de sobra. Se le ocurrió llamar a Gabriela. Cogió el móvil y marcó casi sin mirar:

—Hola, ¿qué tal? —dijo una voz femenina.

—Voy para el trabajo. Era para ver si cenábamos juntos...

—Perfecto —interrumpió Gabriela Nasie. —Acabaré tarde porque tengo que operar a uno de los delfines esta tarde, pero pásate por el zoo y me recoges —Ga, como la llamaba Ian, era una guapa y joven bióloga marina con un puesto influyente dentro del zoo de Ocean City. Provenía de las zonas del sur, donde se crió con su tía tras morir sus padres en un misterioso accidente de coche.

—Vale, te dejo, luego te veo —sonrió Ian.

—Hasta luego Ian, ve con cuidado.

—Un beso Ga.

Colgó y siguió caminando entre las nubes. Se adentró en una gran plaza peatonal convergencia de varias avenidas. En una esquina de la misma, se encontraba el café Kafka, con su emblema de una cucaracha con boina colgado de la puerta. Entró y sintió el frío del aire acondicionado en su esqueleto. El local era de los más lujosos de Ocean City. Las paredes eran transparentes y mostraban peceras gigantes de especies exóticas. El Blog de la ginebra y el whisky on the rocks

Ian ocupó una de las mesas más al fondo, algo en penumbra. Allí le gustaba sentarse al profesor, así que se dispuso a esperarle. Pasaba el rato y doc no llegaba, así que se pidió un café con hielo para activar su aun adormecido cuerpo. Daba el segundo sorbo a su bebida, minutos después, cuando notó aquella presencia. No fue una sensación concreta sino más bien un instinto, un impulso latente desde hace 18 meses que volvía a resurgir...

De repente una mano emergió de las sombras y le cogió del hombro. La reacción fue inmediata, Ian se revolvió y con un codazo en la cara ablandó a su oponente, para luego estrellarlo contra la pared cogiéndolo del cuello. Por fin pudo ver la cara del tipo al que había sacudido. Era un chico joven e imberbe con pinta de asustadizo. Junto a ellos apareció un hombre alto afroamericano que enseñó una placa de policía. Los dos policías llevaban chalecos antibalas cubiertos por gabardinas...

...............................................

...—Me llamo Bill Black y soy teniente de policía. Este es mi compañero Trans Speed —así se presentaron los dos hombres que se sentaban frente a Ian Roud en una de las mesas del café Kafka. —Le informamos que se ha encontrado muerto al Doctor Scott esta mañana en su casa por razones aun desconocidas.

—¿Cómo? Debe haber un error —los detuvo Ian.

—Nada de eso —hablaba el tal Black, afroamericano joven y atractivo que no pasaría de los treinta años aunque su gabardina beige envejeciese su porte. —Nosotros hemos mandado ese mensaje a su móvil para poder encontrarle a usted aquí.

—Díselo ya Bill. —habló el compañero Speed, más aniñado y algo nervioso después del codazo recibido.

—De acuerdo, me dejaré de rodeos. Junto al cadáver, creemos que fue ahogado, ha aparecido una nota que reza: "Ian Roud y la esmeralda"; o sea, su nombre. De modo que es usted nuestro principal sospechoso de lo que parece haber sido un asesinato.

—Pero eso no es prueba de nada, lo pudo escribir cualquiera —protestó Ian Roud.

—Cierto, pero es que además junto al cadáver, que falleció a altas horas de la madrugada, se han encontrado sus huellas dactilares... ¿Tiene una coartada? —la pregunta fue clara.

—Estuve trabajando en casa hasta tarde pero estaba solo...

—Entonces debe acompañarnos a comisaría y responder a varias preguntas sobre su jefe, esa esmeralda y la relación entre ambos.

—¡No! Yo no lo hice, quería al doctor Scott, él me ayudó; la esmeralda es un informe de una joya descubierta recientemente... —Ian hablaba atropelladamente, preso por el pánico.

—Tiene derecho a guardar silencio, y si no nos acompaña por las buenas me veré obligado a esposarlo —Bill Black no iba a ablandarse porque le llorasen un poco.

Ian lo entendió enseguida y caminó escoltado por los agentes a través de la cafetería. Para los demás clientes, la escena parecía el encuentro de tres amigos. Salieron a la gran plaza tras pagar el inacabado café con hielo. Estaba repleta de gente a esas horas de la mañana. Bordearon los bancos y demás zonas verdes. En el cielo de la ciudad, Ian pudo divisar un gran dirigible amarillo que hacía propaganda de una bebida alcohólica, de un güisqui creyó recordar. Pasaban junto a una boca de metro cuando un coche pequeño blanco se detuvo junto a ellos subiéndose en la acera. De él salió un hombre manco menudo con traje negro. Portaba un arma en la mano:

—Por fin te encuentro Ian Roud —disparó un tiro a cada policía en el pecho y luego apuntó a Ian. —Me llamo David Latham y hace 18 meses me robasteis un maletín que era mío.

—¿Qué? —Ian no sabía bien que era aquello, pero había un ruido en el ambiente que lo atronaba y perturbaba.

—Yo era el funcionario al que aquel inmenso negro cortó la mano, tu amigo Mullen; pero pienso vengarme, me devolverás lo mío... —hablaba como un verdadero demente.

Ian apartó un momento la mirada de la pistola que lo amenazaba y entendió porque nadie en toda la plaza se sorprendía y gritaba ante su situación, maldita sea, estaban en pleno centro. Nadie les hacía caso porque las personas miraban aterrorizadas al cielo donde el inmenso dirigible color huevo se dirigía justo al centro de la plaza en vuelto en llamas. Caía en picado y todo el mundo lo miraba horrorizados y paralizados.

Ian corrió hacia la boca de metro mientras David Latham buscó refugio en su coche. En medio de un mar de gritos, el zepelin se estrelló y la plaza ardió y explosionó...

El Autor de este relato fué Nai reverto , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=13831 (ahora offline)

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2021-01-28

 

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