Relatos cortos ficcion Narrativa Libre Requiem por un sueño

 

 

 

¿Qué se puede decir de una mujer de veinticinco años que murió prematuramente? ¿Cómo evitar caer en los tópicos de la desesperación y la impotencia ante una despedida cruel e inoportuna?

Preguntas difíciles éstas. Pero partiendo de la hipótesis que toda pregunta tiene su respuesta, no puedo más que admitir que mis preguntas también tendrán su respuesta en alguna parte de este ancho mundo. El problema es que yo tan sólo dispongo de dos días para dar con ellas antes del funeral por la memoria de Jimena, aquella Jimena que se nos fue sin una despedida. Sí, ésta es la cruel verdad, en tan sólo cuarenta y ocho horas, la caja que contiene tu memoria también desaparecerá de nuestra vida. Será la despedida póstuma de quienes no pudimos hacerlo en su momento. Sólo dos mil ochocientos ochenta minutos para el último y definitivo adiós, es el tiempo que se me concede para preparar el discurso de despedida. Posiblemente el discurso más difícil de mi vida y, sin embargo, el más importante. Será un discurso capaz de traspasar las fronteras del tiempo y que nos permita recuperar, aunque no sea más que por unos breves instantes, a aquella Jimena que nos ha sido arrebatada demasiado pronto por la locura de alguien a quien ni siquiera conocía. Perderte, querida Jimena, fue como perder pedazos de mi vida en la que estuvieron mis mejores momentos.

 

Mi fortuna en estos momentos está compuesta por un folio en blanco y unos miles de segundos que me permitan hacer del primero un discurso de despedida digno de ti.

¿Qué significan para ti esos tesoros de los que yo dispongo? El tiempo, más bien poco ahora que dispones de toda la eternidad. En cambio, no dispones de ninguna hoja en blanco para escribir tu despedida y deberás conformarte con la que este pobre observador de tu tragedia sea capaz de escribir.

Cierro los ojos y puedo ver a la Jimena de mi infancia, aquélla que todavía no había sufrido, la que tenía ilusiones y apostó su vida entera por un sueño. Un sueño que la llevó a viajar desde las altas cumbres a las que aspiraba a lo más hondo del infierno en un acelerado viaje sin retorno. Aún recuerdo cuando armada tan sólo con aquella sonrisa tuya y muchas ganas de triunfar, compraste un billete de avión al corazón del sueño americano. En Nueva York convertiste tu sueño en realidad y el precio que pagaste por él fue un encuentro con tu destino en forma de avión pilotado por kamikazes. Un buen trabajo en el World Trade Center era mucho más de lo que ninguna muchacha de provincias mexicana se habría atrevido a soñar jamás. Tú, no sólo te atreviste a hacerlo, si no que lograste que el sueño se tornase realidad.

Lo tenías todo, o al menos eso creíamos los que te observábamos desde la miseria de nuestra ciudad. Pero los sueños no son gratis, Jimena, siempre hay un diezmo que pagar y el señor feudal se presenta a reclamarlo antes o después. El tuyo te visitó una mañana de septiembre en lo alto de tu despacho desde donde divisabas toda la ciudad. Dos aviones descarriados habían atacado la yugular del corazón americano llevándose con ellos los sueños de muchos, entre los que para tu desgracia, te encontrabas tú pequeña Jimena. El resto del mundo, desde nuestros sillones más o menos cómodos, fuimos testigos mudos e impotentes de la destrucción de tu sueño. La muerte te había pillado desprevenida. También a nosotros, perplejos espectadores de aquella mantaza de inocentes, nos pilló desprevenidos y nos convertimos en testigos estupefactos de la transformación, que en apenas minutos sufrieron los pisos más elevados de lo que antaño había sido el World Trade Center. Ahora ya no eran el centro del poder económico que había sido desde su nacimiento, no eran más que unas enormes pilas funerarias desde cuyas ventanas se apiñaban multitud de seres humanos clamando en vano por su salvación, lanzando quizá sus últimos mensajes de despedida. Me preguntó si llegaste a alguna de esas ventanas desde las que hasta hacía muy poco contemplabas el mundo con seguridad y a las que ahora el mundo entero contemplaba con una extraña mezcla de rabia e impotencia. Me duele imaginar la angustia que reflejarían vuestros rostros tras los primeros síntomas de asfixia, vuestra desesperación en busca de una escapatoria que no podríais encontrar porque no existía. Parecía el macabro final de una película de ciencia ficción en la que el horror limpia el mal del mundo a fuerza de condenar a todos. Pero no, erais seres humanos clamando por una salvación que no llegaría jamás, hombres y mujeres a los que se les truncaba la vida una mañana de septiembre sin darles la posibilidad de prepararse. La muerte continuaba el asedio lentamente con la seguridad de quien sabe que tiene la batalla ganada. Todo Prestamos y Finanzas en tiempos de crisis

 

Me pregunto si en el espacio de tiempo que transcurrió desde el momento en que tomasteis conciencia que aquel era el fin de vuestro mundo y el verdadero final, contemplasteis vuestra existencia retrospectivamente. Quizá alguno recordó aquella llamada telefónica que nunca llegó a hacer y tomase el móvil para dedicar unas palabras muy diferentes a aquellas que nunca se atrevió a pronunciar. Palabras con vocación de testamento que se ahogarían por los gritos del resto de condenados a su misma suerte. Otros quizás dedicarían sus últimos segundos a la evocación de sus hijos, pronto huérfanos prematuros. Quizá alguno también clamaría al cielo la gracia de un aplazamiento de aquella condena no merecida. Clamor, que el cielo no podría oír en la confusión reinante, y que se uniría al humo mortuorio que ya inundaba la ciudad entera.

Pero no se os podía ayudar, vosotros fuisteis las víctimas inocentes por las que nada se pudo hacer. Elegidos al azar por una mente ávida de venganza a gran escala. Y mientras tanto, el mundo entero se paralizó, perplejo, para observar el fin de un mundo y tal vez, el nacimiento de un nuevo orden mundial que evitase tragedias como la que estábamos viendo, pero que de nada os servirían ya a los que estabais a punto de recibir el gélido beso de la muerte. Las Torres Gemelas se desmoronaron rápidamente, cual castillos de naipes, arrastrando en su caída miles de vidas condenadas por el mero hecho de haberse levantado aquel día para cumplir con su deber. Las Torres murieron, pero su muerte supuso el nacimiento de la Zona Cero Neoyorquina, que nos recuerda cada día lo frágiles que somos y que no sabemos ni la hora ni el momento. La muerte había cumplido su misión. Ahora los que quedamos tenemos que abandonar nuestra perplejidad y cumplir con los ritos fúnebres que exige la tradición.

Tu cuerpo humano está sepultado para siempre junto con el del resto de tus compañeros de infortunio en el lugar donde un día conquistaste tu sueño.

Tu cuerpo desapareció en la pira fúnebre que se formó tras el choque inexplicable cual viuda hindú que acompaña a su marido en su último destino. Así, tú, sin haberlo elegido, acompañaste la realización material de tu sueño, las Torres Gemelas, hasta su último destino y ahora descansas para siempre con ellas. Tu alma voló al cielo con aquellas alas que le faltaron a tu cuerpo para evadirse del triste final y que, sin embargo, aparecieron una vez la muerte cumplió con su misión. Estoy seguro que con ellas volarás muy alto en busca de nuevos sueños que conquistar y que, esta vez no habrá aviones que se encarguen de truncarlos. A nosotros, los que te conocimos y te quisimos, sólo nos ha quedado una caja vacía que recuerda tu paso por este mundo y lo prematuro de tu marcha. Una caja que enterraremos cuando yo acabe de leer estas palabras y a la que visitaremos desde el recuerdo.

Ha llegado la despedida final, Jimena. Seguimos sin estar preparados pero ¿quién lo está?. Tu recuerdo será eterno para siempre. Mientras existan las flores y corazones como el tuyo, te seguiremos viendo en la estrella más brillante y en el corazón más noble. Estarás con nosotros en la alegría y en la tristeza. En el éxito y en los fracasos. Hoy sólo te digo que tú estarás conmigo por siempre y para siempre. Te fuiste pero te quedaste en los mejores instantes de tus amigos.

El Autor de este relato fué MATS , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=9833&cat=craneo (ahora offline)

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2021-05-16

 

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