Era la mañana más bella que podía recordar. Se levantó de un salto y se abrazó. ¡Aquel era el día que había estado aguardando toda su vida! Pasó la tarde metida en la gran bañera de mármol, salpicando y cantando.
Después comenzó a ponerse todo lo que se había comprado para este día especial, las medias, esas pecaminosas bragas transparentes, el vestido verde y dorado cuyo estrecho corpiño ceñía sus senos
Se paseó ante el espejo y disfrutó sintiéndose escandalosamente atrevida.
Linda espolvoreó sus abundantes y largos cabellos con una generosa cantidad de polvo dorado.
Se había transformado en la mágica princesa de algún cuento de hadas. Contempló su cara largo rato pensando qué tipo de diseño sería tanto atractivo como capaz de disimular sus rasgos. Por fin se decidió y comenzó a maquillarse el rostro alternando el verde iridiscente con el dorado dibujando la forma de una bella mariposa de manera que sus grandes ojos castaños formaran parte de sus alas.
El efecto era impactante. ¡Su disfraz era perfecto! Nadie podría reconocerla ni siquiera él.
Ahora lo único que quedaba por hacer era sumergirse en el escenario de Venecia, su carnaval, y representar su papel.
Por todas partes había alegría, música y risas. Los extraños se dirigían la palabra con demasiada facilidad.
El humor de los que disfrutaban de la fiesta era alegre y desenfrenado. Una vez que la noche cayera sobre Venecia el ambiente sería de total abandono. Los trajes y disfraces eran espectaculares. Algunos hábilmente pensados, otros sensualmente audaces. Abundaba la semidesnudez. Todos se exhibían, estaban embriagados, por la propia noche o por lo que ya habían bebido.
A Linda la inundaba el miedo. Se apartaba como podía de las manos que se extendían hacia ella y de las bocas lascivas que le gritaban Donna! Bella! Per favore!
Como era evidente que no tendría una góndola para ella sola, subió a una que ya llevaba a otras mujeres. Al mirarlas tuvo la sensación de que, aquella noche, toda Venecia se había maquillado para parecer una ramera.
Se ruborizó al darse cuenta de que ella no era distinta a las demás. Por fin llegó a su destino
El vestíbulo estaba brillantemente iluminado, había músicos tocando en la galería y nubes de confeti bajaban flotando sobre las personas que bailaban en la pista.
Linda buscaba a un chico y escudriñó todos los rostros. No lo veía, de modo que se abrió paso entre los ruidosos invitados cayendo en la cuenta de lo fácil que sería pasar de largo ante él en ese mar de rostros enmascarados. Decidió subir hacia las habitaciones y en aquel momento vio descender hacia ella a una magnífica figura, un chico disfrazado de rajá, príncipe indio, llevaba máscara, turbante y una túnica oriental
A Linda el corazón le dio un vuelco al ver que su mirada estaba clavada en ella. La distancia entre ambos quedó anulada. Agitada vio que estaba a pocos peldaños por encima de ella, desde allí él tenía una perspectiva sin obstáculos de sus pechos que el corpiño dorado exhibía. Extendió la mano hacia él como invitándolo.
-Voi siete bella, tesoro.
Esa voz no era la de Christian.
Sus ojos se dilataron, alarmados, al contemplar aquellos otros ojos.
-¡No, no!- gritó apartándole de ella.
Una mano bronceada se apoyó sobre el hombro del rajá.
-Tengo entendido que no significa lo mismo en italiano que en español.
Linda casi se desmayó de alivio.
La peligrosa voz de Christian era inconfundible, la amenaza evidente.
Tomó la mano de Linda y la sacó de allí.
Iba vestido de negro, lucía una medio máscara de leopardo que le llegaba justo hasta los labios y una capa de seda negra que a ese cuerpo esbelto le quedaba a la perfección. Linda supo de inmediato que él constituía un peligro mayor que el rajá.
-¿Cómo podría agradecértelo?- preguntó Linda sin aliento.
-Ya se me ocurrirá algo, pequeña mariposa. Tú también eres española - le dijo intrigado.
La curva que dibujó la boca de Linda fue deliciosa. Sus negras pestañas rozaron sus mejillas y luego las alzó, dejando al descubierto sus soñadores ojos castaños.
-¿Me ofreces tu protección?
-Contra cualquiera menos contra mí mismo.
Él se llevó a los labios la mano de ella. Y, cuando su boca cálida tocó su piel, Linda sintió una sacudida que le recorrió hasta el hombro. Se mojó el labio inferior con la punta de la lengua.
Los ojos grises de Christian se oscurecieron de deseo, decidió que iba a lamer ese turgente labio con la punta de su propia lengua antes de besarla. A él le intrigaban su belleza, su juventud y su nacionalidad.
-Quiero hacerte una proposición ¿te interesa?
¡Qué divertido! ¿No era él quién debía proponer algo a la muchacha?
-Estaré encantado de que nos ausentemos una o dos horas, ¿acaso tienes nombre, preciosa?
Ella negó con la cabeza y las comisuras de su boca se alzaron en una provocativa sonrisa.
En ese momento quiso levantarla y llevarla urgentemente a su habitación, a su cama, sin perder más tiempo pues era ahí seguro donde iban a terminar. Christian contuvo su necesidad, aquella chica era muy joven y no quería asustarla aún.
En actitud protectora le puso la mano debajo de la cintura y ella se dejó llevar dócilmente hasta la barra del bar.
Las luces de las lámparas parpadeaban y arrancaban miles de chispas al cabello de Linda espolvoreado de oro.
Él pidió cava.
-Brindo por tu belleza y tu misterio. Veamos ¿qué es lo que propones?
-He escapado de mi guardián por una noche, estoy buscando un amante.
La penumbra del bar no le impidió a Christian ver su rubor.
-Si accedo a convertirme en tu amante por una noche, tal vez algún día lo lamentes.
-¡Nunca!- prometió Linda, si él supiera todo el tiempo que hacía que deseaba ser suya
-¿Qué experiencia tienes?
-Ninguna-dijo ella con voz débil.
Christian se puso de pie para marcharse.
-¡Por favor, no me dejes! Ámame tan solo esta noche.
Por el miembro de Christian empezó a extenderse una ola de calor. Se burló de sí mismo calificándose de estúpido. ¡Por Dios! Había viajado hasta Venecia imaginándose una noche decadente con una mujer italiana capaz de aliviar su insaciable energía sexual ¿Y con quién se topaba? Con una jovencita virgen y tan española como él mismo. Juró que sería la última vez que iba al rescate de damiselas en apuros.
Christian la tomó de la mano y la condujo hacia su habitación, se quitó la capa y la máscara. Aunque Linda conocía su cara tan bien como la propia, el impacto le aflojó las rodillas y tuvo que sentarse al borde de la cama.
Él se acercó, sus manos acariciaron sus largos cabellos una y otra vez. Esas manos
¿Serían capaces de dar ternura? Es posible. ¿De crueldad? Sin duda. ¿De provocar excitación? ¡Por supuesto que también!
Ahora pasó a acariciarle la mejilla con el dorso de los dedos.
-Tú me intrigas, dime como te llamas.
La caricia le estaba arrebatando el sentido
-Lin
Asombrada, abrió grandes los ojos advirtiendo que había estado a punto de revelar su nombre.
-Linsey.
-Linsey -la voz aterciopelada de él parecía saborear su nombre.
Pero, ¿qué era lo que le estaba sucediendo? Si seguía así, en cualquier momento lo llamaría a él también por el suyo.
-¿Te bastaría con llamarme solo Christian?
-Sería perfecto- Linda lanzó un suspiro que salió de lo más hondo de sí misma. Su nombre era tan perfecto que darle cualquier otro estropearía su fantasía.
-Entonces seremos tan solo Linsey y Christian- lo dijo como si todo hubiese quedado resuelto entre ellos- ¿estás lista para participar en esta locura?
Linda asintió sin hablar y sin siquiera poder respirar.
Él la atrajo hacia sus brazos, apretada contra él, sintió que el calor de su cuerpo se unía al de ella abrasándola en cada punto de contacto.
La mirada intensa de él sostuvo la suya, pues necesitaba ver cada expresión de excitación que ella experimentase. De pronto, la apartó un poco y su mirada se perdió dentro del escote de su corpiño. Linda sabía que él podía ver sus pechos como si ya estuviesen desnudos, y la excitación la hizo temblar, sus pezones reaccionaron al instante, él al notarlo alzó su mirada nuevamente hasta sus ojos.
Todo en Christian era duro y viril, en ella todo era suave, femenino, sumiso cada una de las sensaciones empezaron a hacerse más intensas. Linda era consciente de que era la fuerza de él lo que la sostenía si llegaba a soltarla de seguro caería.
El primer beso tardó mucho en llegar y traía consigo su propio juego previo.
Primero la besó con los ojos, su mirada ardiente se posó en la boca de ella, mostrándole su deseo, su hambre y la urgente necesidad que tenía de saborearla, poseerla y devorarla.
Con el fin de prolongar ese juego, recorrió el contorno del delicado labio con la yema de su dedo, acariciándolo para después pellizcar suavemente. Sólo entonces inclinó su cabeza y chupó esa apetitosa carne rosada, mordisqueándola y succionándola. Entonces la besó sus labios modelaban, seducían, se ofrecían generosos y poseían al mismo tiempo. Invitaban a los labios de ella a imitar su juego. Linda dejó escapar un murmullo de placer y rendición y rodeó la espalda de él con sus brazos mientras sus labios se abrían suavemente a las exigencias de su amante. Linda era exquisita y tentadora para él. No le cabía duda de que era muy joven e inocente, y sin embargo, dejaba a un lado sus pudores y reaccionaba a sus caricias con encantadora sensualidad.
Christian tuvo una extraña sensación sintió como si esta situación fuese el resultado final de algo que había estado esperando durante mucho tiempo. Reprimió el impulso de atacarla, sentía un fuerte deseo de marcarla a fuego como suya. Le aflojó los diminutos botones de su larga falda.
-Quítatela- exigió mientras le daba la espalda para servir un poco de vino.
Ella se deshizo de todos esos metros de tela dorada y en aquel preciso momento Christian se volvió con una copa en cada mano. Se le volcó un poco
-¡Dios mío!-exclamó él.
La cara de Linda estaba encendida.
-¡Oh! Ya sé que estas braguitas son escandalosas.
Él negó con la cabeza.
-No, mi amor, ya he visto antes ropa interior transparente. ¡Se trata de tus piernas!
-¿Mis piernas?- preguntó ella en un susurro.
-Son espectaculares y deliciosas- se acercó hacia ella dejando olvidadas en la mesita las copas de vino. La alzó en el aire- Están hechas para rodear con ella a un hombre-dijo con voz ronca.
Si eso era lo que él deseaba pues le complacería. Rodeó con sus piernas la cintura de Christian cruzando sus tobillos tras su espalda y le apretó. Él gimió con intenso placer y la besó, eso desató en Linda unos temblores de deseo que la sacudieron entera. Sujetó sus nalgas redondas con las manos y caminó lentamente hacia la cama sin dejar de besarla. La tumbó, la visión que se le ofrecía de Linda toda dorada encima de las sábanas de seda negra formaban un contraste excitante. Se quedó tumbada observando como se quitaba la ropa. Ya lo había visto antes desnudo hasta la cintura pero ahora podía dejar vagar su mirada y sintió deseos de ver más. Sus grandes ojos acompañaron el descenso de los dedos hasta el cinturón y se dilataron cuando él se quitó los pantalones. Al fin, ahí estaba ante ella el centro de su masculinidad, emergía orgulloso e insolente. El corazón de él dio un vuelco al ver que ella no podía desviar su curiosa mirada de su miembro. Se zambulló en la cama y acomodó a Linda debajo.
-Eres un irresistible tesoro dorado.
-Saquéame entonces- rogó ella.
-Eso sería un derroche imperdonable. Prefiero saborearte primero.
Observó sus diestros dedos mientras le desabrochaban el corpiño y contempló su mirada cuando sus pechos quedaron al descubierto, no quiso perder detalle cuando la despojó de su ropa interior. Lo vio pasarse la lengua por los labios, como si de pronto se le hubiesen secado. Posó las palmas de sus manos en sus deliciosos senos. El impacto de esa caricia la hizo gemir pero cuando les pasó la lengua y los mordisqueó las sensaciones se multiplicaron.
Su adorable belleza lo había excitado, pero él sabía que el que ningún otro chico la hubiese tocado aún era lo que le hacía perder en realidad el control. Él era el primero y debía ahogar el absurdo anhelo de querer ser el único. Éste iba a ser un romance de una sola noche. Ella se desvanecería al llegar el alba al igual que él, dejándole tan solo el recuerdo. Así estaba previsto de antemano.
Notó como ella se tensaba.
-Linsey, ¿tienes miedo al acto o me temes a mí?
-Un poco de cada cosa, es que de pronto me has dado la impresión de ser tan peligroso
Él arqueó una ceja.
-No se debe jugar con fuego si uno no quiere quemarse.
Christian la miraba como si quisiera devorarla y eso la hacía sentirse bella y deseable por encima de todas las demás mujeres.
Se besaron intensamente y ella deseó ser su esclava, obedecer todas sus órdenes sin importarle cuan depravadas llegasen a ser.
Sintió como el miembro duro se apretaba contra su barriga suave, le costaba creer que algo tan grueso y largo pudiese caber dentro de su estrecho cuerpo.
Christian separó sus sedosas piernas y apoyó con firmeza su sexo contra el de ella, no embistió. En cambio la besó con fuerza demostrándole con la lengua lo que iba a hacerle con su miembro. Embriagada por sus besos, ella no sintió dolor cuando él comenzó a penetrarla suavemente. El interior de Linda, húmedo de la pasión, dejó pasar su miembro hasta mayor profundidad. Clavó con fuerza sus uñas en los hombros de Christian, arqueó su espalda y levantó sus caderas hacia él exigiendo que la penetrara completamente. Así lo hizo, Linda gritó de dolor y él se mantuvo unos minutos inmóvil esperando a que se le pasara. Por fin ella notó que podría soportarlo y empezó a disfrutar de la sensación de tenerlo dentro de sí. Pudo percibir las palabras que él le susurraba en sus oídos. Le decía lo caliente y apretada que le sentía, así, hundido en lo más profundo de su ser. Sus palabras eran íntimas, eróticas y la incitaban a una pasión sin límites. Cuando ninguno de los dos pudo soportar más esa tortura, Christian comenzó a moverse. Quiso hacerlo de forma lenta para que ella terminara de adaptarse a él pero los movimientos de Linda le indicaron que deseaba más y no quiso decepcionarla. Ella entre jadeos comenzó a pronunciar su nombre al notar como el chico aumentaba el ritmo y la fuerza de su vaivén.
Embistió con fuerza una y otra vez con movimientos ya descontrolados hasta que el orgasmo lo sacudió, segundos después ella encontraba también su propia satisfacción. La atravesaron sucesivas oleadas de espasmos y se sintió exhausta. Fueron necesarios varios minutos para que dejara de temblar, se quedaron tan relajados que dejaron que la pesadez del sueño les invadiera, durmieron abrazados el uno junto al otro.
Linda despertó sobresaltada en mitad de la noche, se apresuró en vestirse y cuando ya estuvo lista se acercó a la cama y le observó maravillada. Se acercó silenciosamente a su rostro y le dio un dulce beso en los labios, ese sería el último que podría darle de forma íntima. Con lágrimas en los ojos se despidió de él.
-Adiós Chris, nos veremos en España, hermano.
Fin
El Autor de este relato fué Linda , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=8376&cat=craneo (ahora offline)
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