Con la mente embotada por el fracaso empecinado en la dura batalla del
temita tem, retorné esa noche saciado de alcohol y perritos del Timple a la
oscura y solariega mansion de los Gustaferson.Una vez en casa, los efluvios
del Barceló adormecieron mi sentido común hasta el punto de verme a mí mismo
vestido con nada y sacando brillo al palo mayor del barco, mientras
visionaba con ansiedad la peli porno del canal 44.
La noche es el reino de lo prohibido. Arropado por el manto de la oscuridad,
que mata pudores y remata vergUenzas, cometía yo la solitaria felonía, el
pecado más discreto... la cascata padre, vamos. Pero un funesto hado iba a
tornar el asunto en una pesadilla macabra. Resulta que , enturbiados mis
sentidos por la pantagruélica ingesta de ron, no capté que el volumen de la
televisión alcanzaba un nivel absolutamente escandaloso. Los gritos de: "¡
Que me voy, que me voy!" "¡ Fóllame bien, cariño, fóllame bien!" y "¡Dios
mío, que me corro!" resonaban con horrible estrépito por la mansión, como si
el mismísimo ejercito de Satanás estuviera fornicando con todas las putas
del infierno en pleno salón de mi casa. Se desencadenaba el desastre. En ese
momento algo torció el rumbo de los acontecimientos. Escuché una voz en el
otro extremo del pasillo de mi casa. Alguien llamaba con vehemencia a un tal
Santi. Recobré en un instante parte de mi alcoholizada consciencia y recordé
que esé tal Santi no era otro que yo,yo,yo. Pero , ¿quién me reclamaba?
Pensé enseguida en el ser al que más unido me siento, el único que
probablemente me quiere de una forma generosa y desagradecida: mi tortuga
Indalecia. Pero no, aunque lo que hay entre la Indalecia y yo es tan grande
y hermoso que escapa de toda comprensión, el milagro aún no se ha producido.
La Indalecia es irremediablemente muda, y , mal que me pese, incapaz de
expresar con palabras lo que siente por mí. Sólo podía pensar en una última
posibilidad. En la mansión habitaban otro dos seres a los que me siento
unido por una sincera corriente de simpatía : mis padres.
Sí, la voz grave que gritaba mi nombre era la de mi buen viejo, que sospecho
no se atrevía a acercarse al salón, incómodo por lo que pensaba podría
contemplar allí. Así que, tratando de arreglar el entuerto, cometí un nuevo
y estúpido error, bajé el volumen de la televisión al mínimo, cuando lo más
lógico hubiera sido,evidentemente, apagar de una maldita vez el aparato.
De repente se respiró un silencio inmaculado y aplacible, sin nadie que
jadeara a 500 decibelios que le metieran lo que fuera por no sé donde...
Pero yo tenía otro problema: debía acudir a llamada de mi viejo, y no tenía
nada que ponerme encima, estaba en absolutas pelotas y con el rábano
henchido de gloria y apuntando al techo. Creo que empecé a sudar sangre.
Pero la salvación estaba a mi alcance. Reposando suavemente sobre la mesita
del salón dormitaba un ejemplar de la sagrada biblia. Sí, amigos, la biblia
del españolito, la de los evangelios repletos de sacras y profundísimas
lecturas: el MARCA. Así que, recordando viejas hazañas, cubrí mi lastimosa
desnudez con el periódico más leído del país, y salí al encuentro de mi
viejo con sus páginas abiertas entre mis manos, tal y como si lo estuviera
leyendo mientras daba un tranquilo paseo por el pasillo. Y de esa guisa
llegué hasta la reverenciada presencia de mi viejo. Me sentía ufano con la
coartada del paseo nocturno, pero ésta tenía algunos pequeños fallos que en
ese momento no capté: ¿ Cómo se entiende un paseo por el pasillo a las 6:45
de la madrugada, con la cara desencajada y apestando a tabaco y alcohol, en
pelotas con 4 grados bajo cero de temperatura, leyendo un MARCA a la altura
de la cadera, un MARCA cuyas páginas están al revés, y que para colmo del
bochorno y la vergüenza, ¡ni siquiera es el MARCA del día!?
La mirada de mi viejo lo decía todo, con un ojo parecía preguntar: "¿qué
coño estás haciendo,desgraciado?" mientras con el otro replicaba: "Da igual, adsltodo.es
no me lo cuentes,prefiero no saberlo"
Pero ahí no acababa la pesadilla. Sin pronunciar palabra, mi viejo, lenta y
ceremoniosamente, apuntó al suelo con el índice de su mano derecha. Miré en
esa dirección, y con un insoportable espasmo de terror contemplé la
presencia de algo que sin duda alguna sólo podía pertenecerme a mí...
Caca.
Sí, amigos, sí. Era caca. Un antipático, irreverente e impertinente, pero a
la vez juguetón, retozón y pizpireto mojón de caca, del tamaño de una pelota
de golf. Se hizo la luz en mi cerebro, y comprendí que en mi ansiedad por ir
al salón a tragarme la porno, había olvidado la cita de Lao Tsé que llevo
como una enseña clavada en mi alma: "La higiene anal es fundamental" Y
después de la colosal defecación, yo había salido a toda prisa hacia la tele
sin pararme a repasar como Dios manda el impío y castigado ojaldre mío.
Cualquier intento de salir de ese atolladero estaba irremediablemente
condenado al fracaso. Sólo se me ocurría una explicación plausible que
soltarle a mi viejo: Leyendo el MARCA, mi organismo no había podido evitar
un gesto de desagrado al leer en exclusiva el nombre del último fichaje que
barajaba el Atleti. Pero esa explicación se caía por si sola,amigos míos :
si yo tuviera que soltar un mojón de caca por cada fichaje deprimente que
hace el club de mis amores, Gustaferson´s Mansion llevaría años rezumando
mierda por todas y cada una de sus ventanas... Esa es la única verdad. Y mi
padre la conoce.
Hay ocasiones en las que uno no sabe si es mejor hablar o callarse, mirar al
cielo o a la pared, vivir o estar muerto...
Aquella era una de esas ocasiones, amigos.
Pero para mi suprema e infinita vergüenza, la situación todavía habría de
dar el último giro de tuerca, conduciéndose indefectiblemente hacia el reino
de las más abominables de las pesadillas.
Mi viejo se lanzó como un cohete hacia el salón. Me dí cuenta de que la
televisión, aunque con el volumen silenciado, continuaba encendida. Y la
peli porno debía estar en su climax final... Traté de llegar antes que él al
salón, pero corriendo en pelotas,borracho,y con el MARCA entre las manos a
la altura de la cadera, yo me parecía a un guepardo lo mismo que mi jefe al
santísimo Jeremías bendito.
Total, que al llegar, la porno seguía en marcha, y con el rostro desencajado
mi viejo no daba créito a lo que veía. O la pelicula no era lo que yo en un
principio había pensado, o había dado un cambio inesperado de última hora.
Allí, bien enfocadito en medio de la pantalla, se veía a un musculitos con
mostacho enchufándole la breva por el culete a un negro más grande que el
pivot de los Timberwolves... Eso no era una simple película de gays, amigos,
era la consumación del género XY, la punta de lanza de la homosexualidad en
el séptimo arte, la mariconada padre elevada a la enésima potencia.
Ya era inútil tratar de salvar la honrilla, señores. Mi viejo envejeció 20
años esa noche. Los que le ven ahora lo encuentran terriblemente
desmejorado... Retornó a su cuarto sin decir palabra, con una incipiente
depresión de 800 kilos sobre la espalda.
En cuanto a mí, ¿qué podría decir? No me explico como pude reunir todavía
fuerzas para abrir la boca y recomendarle a mi padre que tuviera cuidado al
volver a su cuarto, no fuera a pisar el mojón, resbalarse, y acabar sus días
de forma tan poco elegante...
Y así acaba aquí este cuento de terror, que a alguno habrá puesto los pelos
de punta. No puedo más que despedirme recomendándoles a todos ustedes que se
tomen muy en serio aquello de los peligros del consumo inmoderado de
alcohol.
¿Lo peor de todo? Que el mostachos sigue apareciéndoseme en sueños, y que me
está empezando a gustar...
El Autor de este relato fué Gus , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=3916 (ahora offline)
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2021-05-11

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