Te alejas de mis manos. Te vas. Casi te esfumas. Carne sin huesos. Huesos inquietos, pero impávidos. Te vas soñando con nuevos atardeceres y podrida de amores imposibles.
Te me vas, vida mía, arrepentida y cansada, asqueada, solitaria, hospitalizada, mugrienta y haraposa. Y te quiero más todavía. Más todavía, sí, te quiero. Infinitamente.
No caerás humillada en el olvido. Mi amor hacia ti es el respeto hacia tu hambre rastrera. Cuántas noches en las aceras; estrellas hablando, luna masturbándose, demonios piropeando y murciélagos haciendo de policías en un Madrid desenfrenado.
Ahora que te mueres no hay depresión ni embargo. Hay libertad y comodidad. Confortabilidad. Trajes de primera y comida asegurada. Buena vida. Pero tú seguirás libre en el precipicio. ¿Libre? Yo nunca he sabido decir lo que es la libertad. Digo que eras libre porque me agarrabas las manos y me asustabas con tu silencio o con tu verborrea académica y maldita.
Sabías tanto de la vida que de la muerte lo sabías todo.
Yo no. A medio vivir, a medio morir, a medio despertar, a medio dormir. A medio sentir el odio más ruin hacia los hombres y sin embargo danzando en sus fiestas y pululando como mariposa por los escaparates del buen ver.
Te alejas de mis manos. Tan simple como eso. Y tan vulgar. Te alejas casi sin carne. Despellejada por la enfermedad prohibida. Me miras con esos ojos chiquitos y azules. Me sacas la lengua, la puntita de la lengua queriendo insinuar que no olvidas los polvos, la ebullición de los cuerpos.
Te digo, no sé si ya me escuchas, que éramos unos locos, una venados, bichos, nada más que bichos. Hermosos pero bichos.
Merecíamos vivir en el ojo de un microscopio. Blog sobre gatos
Tú más que yo. Tal vez porque tú era más libre. ¡Y vuelvo otra vez con la jodida la libertad1 ¡Que le den por culo a la libertad y a los anarquistas!
Los aparatos que te rodean tienen más vida. La cama que mancillas con tus heridas también. Por la venta veo algo de Madrid. De tu Madrid bendito y sucio. Humo. Te sujeto la mano con toda la fuerza del Vesubio. Ya llega. Ha entrado. Yo también la veo.
Me saluda. ¡Menuda hembra! Se acuesta a tu lado y te besa. Te acaricia. Paulatinamente vas recuperando el color, el aliento, la piel resurge del averno. Late el corazón como el motor del monoplaza de Fernando Alonso. La lengua se te hace grande. Vuelves a ser hermosa, diabólica, macarra. Pero ya no estás. Estás pero no estás.
Una enfermera te inspecciona. Qué fea la palabra, pero es así. Te inspecciona. Este bicho no va. No carbura.
Yo veo cómo la desnudez es blanca, azucarada. Eres un merengue. Una montaña nevada. Un aliento a menta fresca.
Descansa paz, querida amiga. Yo me vuelvo a la calle. Deambulando tropezaré con tus recuerdos, con mis recuerdos, con nuestros recuerdos.
Me sentaré en la acera de aquellas noches interminables y guarras. Me sentaré a recordar con mi traje carísimo, con el bolsillo lleno de dinero, con un coche alemán de los más caros que no sé donde coño lo he dejado, y ya comienzo a mosquearme.
¿¡Y mi coche!?
El Autor de este relato fué Lorenzo de Ara , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=11973&cat=terror (ahora offline)
Relatos cortos terror vampiros sabia tanto de la vida que lo sabía todo de la muerte
Te alejas de mis manos. Te vas. Casi te esfumas. Carne sin huesos. Huesos inquietos, pero impávidos. Te vas soñando con nuevos atardeceres y podrida de amore
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2025-01-01
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