Preparó una cena perfecta, con mil detalles.
Enfrente, ella. Silenciosa, sonriente, pasiva. Su vestido deja ver lo justo y sus labios son rojos y redondos. La postura hierática, firme, no habla. Él hace las preguntas y ofrece las respuestas. De fondo, una música suave, envolvente, sugeridora y discreta.
Si les viera alguien se preguntaría cómo es posible que él no pare de hablar y ella sólo sonría. Además, la comida sigue en el plato y no ha hecho el menor gesto para tocarla. Los cubiertos siguen impolutos.
Cuando él llega a los postres, ya con la copa en la mesa, se descalza y le roza los muslos. Su dedo pulgar se posa en su sexo, entreabre las braguitas de encaje (sabe que siempre las lleva así porque a él le gusta). Ella no se inmuta: mirada al frente, fija, la espalda erguida y la boca inexpresiva sin delatar el menor gesto de placer ni sorpresa, pero con los labios abiertos y redondos, provocadores. Sin insinuar nada, dejando la iniciativa y la imaginación a quien atiende.
Ante su indecisión, él descalza su pie, le ayuda a posarlo entre sus muslos y lo hace girar alrededor de su pene erecto. Ni siquiera esa reacción tan instintiva despierta el interés de ella. Sigue seca, impávida. El dedo pulgar dentro de ella no nota nada, ni la menor humedad. Se pregunta si es posible el autocontrol y la disciplina tan feroz de las pasiones. Actos de contricion y Números de los Angeles
Toma su mano y la presiona, intentando transmitir pasión, quiere sentir en ella el menor indicio de que es sensible al placer. El mismo que él empieza a sentir, mientras ayuda a su pie para que siga rozando su glande, rojo, tieso. Casi gime, respira entrecortadamente, suda y agarra su mano arañándola. Se corre allí mismo, mirándola. Su pasividad le enerva y el control de sus reacciones le hace preguntarse de qué pasta es, qué ha de sentir para reaccionar. ¿Por qué?
Cuando la cena termina y él quiere tomar tranquilo otra copa en el salón, frente al televisor, viendo lo que sea, la toma con una facilidad poco habitual, le quita el vestido, limpia sus labios con una esponja y, sin más, sin pedirle el menor permiso y sin consideración, la guarda en el armario.
Mañana, quizá, vuelva a vestirla con la ropa más provocadora y le hable sin esperar respuesta.
El Autor de este relato fué Emilio , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=12308&cat=craneo (ahora offline)
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2020-08-14
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