No sé exactamente cómo ni cuando empezó, sólo sé que desde hace mucho he dejado de verla como a mi hijita... y este pecado me encanta...
Mi mujer se murió durante el parto, dejándome solo con una niña a la que no sabía cómo cuidar. Me volqué totalmente en protegerla; yo me daba cuenta de que a veces la mimaba demasiado pero es que era la niña más encantadora del mundo! Ella siempre decía que adoraba a su papi, porque se pasaba el día dándole mimos, abrazándola y jugando con ella, y eso me hacía tan feliz...
Al principio todo era normal, pero poco a poco la costumbre de estar tan juntos empezó a incomodarme. Solíamos bañarnos y dormir a menudo juntos, pero cuando cumplió los 13 no podía evitar verla ligeramente diferente, me ponía nervioso que se sentara en mi regazo, el besito en los labios antes de ir a dormir... Sentía que me estaba volviendo loco, o que tal vez me influenciaba no tener novia. Pero las cosas fueron empeorando...
Una noche vino a mi habitación adormilada, vestida tan sólo con su finito camisón hasta mitad de los muslos. Frotándose los ojos, me dijo: Papi... ¿puedo dormir hoy contigo? Yo no sabía que hacer, podía percibir totalmente que bajo su camisón sólo llevaba unas preciosas braguitas, y notaba ligeramente sus pezones bajo la fina tela... Finalmente accedí, pero en seguida me lamenté de haberlo hecho: pegó su cuerpo al mío, poniéndose de perfil de forma que su espalda encajaba con mi vientre, y su durito culo frotaba mi entrepierna. Cada vez que se movía yo tenía que morderme los labios, rezando para que no ocurriera lo que ocurrió: ¡Se me puso durísima!
Me quedé quieto, esperando que ella no se diera cuenta, pero en un movimiento suyo aprisionó mi miembro contra su trasero, y al notarlo llevó su mano hasta él. Papá, ¿Qué es...? al agarrarlo se dio cuenta de que se trataba de mi pene, y lo soltó rápidamente. Yo me fui de la habitación avergonzado, y no pegué ojo en toda la noche.
Los días siguientes transcurrieron normales, aunque yo me moría por dentro. ¿Qué podría pensar ella de mí? Rezaba por que siguiera viéndome como el buen padre que siempre había sido con ella, no quería que descubriese que en el fondo tenía pensamientos excitantes con ella. Pero al final, terminó por confirmarse: ¡era un pervertido que no dejaba de soñar con su propia hija!
Al cumplir los 17 empezó su etapa rebelde. Ya se había hecho toda una mujercita (para mi desgracia, increíblemente atractiva), y le encantaba vestir para lucirse... y provocar mi enfado. Pero un día se pasó de la raya. Cuando iba a salir de casa, me fijé en su ropa y la detuve. Llevaba una camiseta negra cortita, ajustada y con bastante escote, junto con una minúscula minifalda de palas y unas botas altas negras. ¡Ni se te ocurra salir así! le grité, a lo que ella respondió ¡Déjame, ya soy mayor y visto como me da la puta gana! Me puse hecho una furia, mientras ella me gritaba que la dejara salir y que su ropa no tenía nada de malo. Cuando se dirigía a la puerta, la agarré de espaldas contra mí, y metiéndole la mano bajo la falda, le dije: ¡¿Esto es lo que buscas, que te manoseen?¡ Ella forcejeó para que la soltara, pero yo seguí tironeando de sus braguitas y sobando su trasero con descaro. Cuando metí la mano entre sus piernas, ella gimió excitada, y dejó de hacer fuerza, manteniéndose contra mi cuerpo. Un escalofrío de placer nos recorrió a ambos cuando mis dedos recorrieron su rajita. Pasé la mano por delante, para poder acceder a todo su coñito, mientras con la otra mano dejé de agarrarla por la cintura y pasé a masajearle sus preciosas y prietitas tetas. Se dio la vuelta, y aquellos labios con los que tanto había soñado se lanzaron a por los míos, mientras rodeaba mi cuello con sus brazos. La llevé en brazos hasta la habitación, tirándole sobre la cama. La desnudé rápidamente, mientras ella jadeaba tan deseosa como yo. Acaricié su joven y delicioso cuerpo milímetro a milímetro, disfrutando con sus constantes estremecimientos y jadeos. Me ayudó a despojarme de mi ropa, y me besaba caliente y anhelante. Vamos, papi, házmelo... fóllame! me susurró impaciente, mientras yo le acariciaba sus muslos y los separaba poco a poco. Mi boca trazó un camino de saliva desde los muslos hasta la ingle, continué besando todo su coñito y luego empecé a lamérselo, disfrutando de ese delicioso sabor que hacía tanto no saboreaba. Juegos, Tecnologia e Internet
Yo ya no podía más, subí por su vientre, acaricié y besé sus pechos, cuyos pezones lucían oscuros y duritos, y subí hasta sus labios donde su lengua me esperaba ansiosa. No puedo describir el intenso placer que me produjo sentir su humedad rozando la punta de mi miembro, y su cuerpo arqueándose cuando comencé a embestirla primero con cuidado, pero más fuerte y rápido después.
Nunca olvidaré su cuerpo húmedo contra el mío, sus excitantes palabras en mi oído, el increíble orgasmo que alcanzamos juntos y la larga y tranquila siesta que dormimos después abrazados.
No hicieron falta explicaciones ni disculpas. Todo siguió como siempre: ella mi preciada hija, yo su papi que la mima, la abraza y juega con ella... en la cama.
El Autor de este relato fué Nobody_knows , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=13538&cat=craneo (ahora offline)
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2021-07-14
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