Relatos cortos eroticos Hetero Las increíbles aventuras del Capitán Cipote y su fiel escudero Condomín CAP. VII

La muy ilustre villa de Pamplona se extendía a lo largo y ancho de sus diez kilómetros cuadrados, lindando al sur con el valle de Aranguren y las notables localidades de Mutilva Alta y Mutilva Baja, al este con la comarca de Estella, al norte vigilaban las localidades de la Barranca y al oeste Huarte y compañía. El río Arga partía el corazón de la ciudad y la atravesaba, testigo inconsciente de apacible y tranquilo devenir de las vidas de los irunseme (o pamplonicas). Su proyección al exterior venía comandada por las ilustres fiestas de San Fermín, tradicionales y castas donde los

 

 

 

CAPÍTULO VII. EL MALO A ESCENA

La muy ilustre villa de Pamplona se extendía a lo largo y ancho de sus diez kilómetros cuadrados, lindando al sur con el valle de Aranguren y las notables localidades de Mutilva Alta y Mutilva Baja, al este con la comarca de Estella, al norte vigilaban las localidades de la Barranca y al oeste Huarte y compañía. El río Arga partía el corazón de la ciudad y la atravesaba, testigo inconsciente de apacible y tranquilo devenir de las vidas de los irunseme (o pamplonicas). Su proyección al exterior venía comandada por las ilustres fiestas de San Fermín, tradicionales y castas donde los mozos corrían delante de los toros en el encierro y se jugaban la vida en las barras de los bares, a la hora de pagar las consumiciones de la zona del centro. Y es que más cornadas da el hambre, dicen los taurinos, pero a la hora de soltarse con un katxi de kalimotxo bien escanciado en cualquiera de los garitos de la Plaza del Aparcamiento (otrora Plaza del Castillo), los euros salen pitando de la cartera y le dejan a uno en pelota picada.

Decía que era ciudad conocida por sus fiestas, ya que desde que en la primera década del presente siglo se produjeran una serie de acontecimientos turbios, donde se vio mezclado un ex alcalde propicio al jarrete y a los tropezones y un antiguo presidente de un equipo de fútbol rojillo, ambos cabecillas de una red de tráfico de txapelas talla XXXLL con su pitorro incluido, las autoridades populares de Madriz habían aconsejado eliminar del calendario tan bárbara muestra de las pulsiones humanas. Por ello, de un tiempo a esta parte, el principal acontecimiento de la ciudad consistía en la llegada del Ángel San Miguel, protegido por el Ángelmóvil, claro está, ya que las amenazas estaban al corriente del día y no era cuestión de perder a tan renombrado personaje.

El poder de la ciudad lo ostentaba una alcaldesa que había conseguido ganarse al populacho a golpe de excavadora, de largos y morenos cabellos, protuberante delantera y morritos finos. Dicen las malas lenguas que sus raíces no eran del todo forales, si bien podía tener la sangre contaminada con antepasados castellanos. Pero eso la encumbraba más ante sus fieles, aborregados todos que la defendían a capa y espada como si de doña Dulcinea se tratara. Respondía al nombre de Yoli Gera de Cascos, y había hecho de la capital navarra la envidia de la comunidad y parte de la comarca, con sus numerosos aparcamientos subterráneos y sus zonas peatonales, que habían hecho posible la proliferación de una red de carreteras subterráneas en la ciudad ante la prohibición de circular por la superficie.

Yoli vivía felizmente casada, tenía dos hijos y le encantaba seguir al frente de la que consideraba su casa, aparte del pisito adosado de tres plantas y 450 metros cuadrados que poseía en el Casco Usado de la ciudad por el que, según los escasos detractores, casi estuvo a punto de perder el cargo allí por el 2003.

Pero Yoli no era la máxima autoridad del poder navarro. Por encima de ella estaba el presidente de la Comunidad, don Mikel Sanz Orrón, quien iba por renovar el cargo por cuadragésimo mandato consecutivo. Y es que su esfuerzo, tesón y carisma habían hecho de Navarra la principal región exportadora de pimientos del piquillo y de espárragos de Valtierra y Artajona, así como el mayor logro de sus mandatos: hacer que Corella tenga representación en Bruselas.

Don Mikel era hombre bonachón, de sanas costumbres y apego popular. Su carácter le hacía mezclarse con el pueblo llano, y arrancarse con buenas jotas tras empinar el codo con la bota de vino. Amaba el fútbol y su Club Atlético Nodauna, el equipo de su tierra, y le gustaba enseñarse haciendo galas benéficas y acompañando a los famosillos de su comunidad.

Este era el cuadro del poder en Navarra, con Yoli y Mikel de la mano, gobernando sabiamente a su pueblo y sofocando a golpe de porra arenera a los pequeños grupúsculos que pedían la zona bilingüe y la proliferación de los símbolos vasco-navarros. Pero esto era como los decorados de las pelis del oeste, todo de cartón piedra. Ambos no eran sino meras figuras decorativas, dominadas y dirigidas por el verdadero poder, el mando fáctico de la región. Un personaje que no daba la cara y que pasaba totalmente desapercibido, aunque era el que designaba las principales medidas y órdenes y manejaba a su antojo al pueblo navarro. Les daba partidos de fútbol gratis a través de Penena, el operador de cable, con películas de estreno abaratadas, limpieza en las calles, sueldos altos... Engañaba al pueblo con caramelos y lo tenía totalmente idiotizado.

Y todo ello para dar rienda suelta al imperio de la perversión y perdición al que se dedicaba, un macro negocio que le reportaba pingües beneficios y que quedaría al margen de la ley de conocerse, aunque en este caso la ley era él. Tráfico de menores, prostitución ilegal, pornografía infantil y animal, donaciones de órganos ilegales para el mercado europeo de alto standing, drogas de diseño y duras, blandas, psicotrópicos , compraventa de resultados deportivos y sorteos del jamón amañados, casinos ilegales y un sinfín de actividades que sobrepasaban la eticidad y la legalidad de las prácticas habituales de la condición humana. Todas estas lides eran pergeñadas por la sombra de don Prepucio Rugado, el autentico dueño y señor de la Comunidad Vaginal de Navarra, aunque no desempeñaba cargo público alguno y no aparecía ante la gente.

Prepu era de esas personas que han venido al mundo dos meses antes de lo normal, se les llama sietemesinos según tengo entendido, y esto era debido a que las ganas por hacer el mal no le habían permitido seguir en el útero de su madre, e incluso cuando vino al mundo tuvo el malicioso detalle de hacerlo con las uñas largas, por lo que le arañó los labios vaginales a su santa madre, la cual dada semejante muestra de amor, no dudó un minuto en darlo en adopción a los frailes Capucochinos.

La vida del joven Prepucete se vio bañada por la sabiduría y las buenas artes de esta congregación, quienes le enseñaron todo lo referente a la política económica, a las bases de los negocios locales y la geografía suficiente para mandar a tomar por el culo al prior a los siete años de edad y hacerse con el mando del monasterio.

Ya con trece años había ideado una macrored de tráfico de ostias y paños religiosos, así como un mercado negro de reliquias religiosas que mandaba robar a los monjes más inexpertos so pretexto de expulsarlos si no seguían las directrices de quien ostentaba el mando y escuchaba directamente la voy de Dios. La orden de los Capucochinos creció de manera increíble y un año antes de alcanzar la mayoría de edad Prepucete tenía bajo sus órdenes a cientos de miles de personas, así como el respaldo y apoyo de los poderes políticos de su tierra quienes le pedían préstamos para acometer sus campañas políticas y llevar a cabo las reformas económicas pertinentes.

Este apoyo económico que en un principio entregaba desinteresadamente a las autoridades le fue procurando poco a poco un lazo inexpugnable con las mismas, hasta el punto en el que acudían a él a la mínima desesperanza. Cuando ya los tenía bien pillados por los huevos (o los labios, según el sexo del dirigente de turno), Prepu los agarraba del pescuezo y los sometía a la hipnotizadora fuerza de su miembro que, al carecer de bolsa superior, dejaba al descubierto un capullo cuyo ojo irradiaba una cegadora luz blanquecina que embotaba a todo aquél que la miraba y colocaba su mente al servicio del poseedor de tan mágica vara.

Prepu no se dio cuenta de su don hasta los cuatro años, cuando un día, meando en el baño común del monasterio, se acercó el hermano Pirsal Ido con la excusa de limpiar el baño, y cuando estaba a su lado, alargó la mano para tocarle el miembro al jovencito con la idea de satisfacer sus más oscuros deseos. Pero en cuando agarró la varilla, la luz blanquecina abandonó la oscuridad del túnel carnoso y se posó sobre los ojos del hermano Pirsal. Los ojos no pudieron evitar recibir el lechazo, y tras el impacto se quedó de pie murmurando a Prepu que podía hacer lo que quisiera con él. Y claro, el chavalín, que había visto mucho ‘Crónicas Murcianas’, le ordenó ponerse a cuatro patas desnudo, y aprovechó para cegarle el otro ojo que le quedaba libre. Desde entonces, Prepu utilizó su don para poseer a todo aquél que le ponía trabas en su imparable carrera para dominar el mundo, aunque como ahora sólo tenía 24 años, estaba en la fase de expansión y bien situado en Navarra. Madrid, París y Washington vendrían más tarde, pero ahora disfrutaba con el poder local.

El único defecto que poseía Prepu es que si no pillaba a sus víctimas con los ojos abiertos no surgía efecto su rayo cegador, por lo que siempre llevaba encima fotografías de tías buenas en bolas, o de tíos cachas desnudos, que utilizaba para abrir los ojos de sus rivales, y acto seguido se desabrochaba el pantalón y mandaba la linterna vergaril contra su contrincante, el cual todavía andaba embobado con las imágenes erótico festivas.

Otras de las variedades que adoptaba Prepu con su arma era que, si cuando la sacaba, se giraba el huevo izquierdo tres veces, el rayo de convertía en una especie de gas sedante, también blanquecino, que adormilaba a su presa y la dejaba inconsciente durante cinco minutos. Esto le venía bien cuando quería echar un casquete y la titi de turno no se dejaba, o cuando quería dar literalmente por el culo a alguien, ya que a Prepu le daba igual Arre que Oricáin, o cualquiera que fuese el agujero, de señora o caballero, pues lo primordial era meter.

Prepu andaba pergeñando su primera venganza, cuya figura centraba su santa madre. No permitía que lo hubiera abandonado de pequeño, y creía que lo de los arañazos era una excusa que se había inventado la muy puta para poder seguir follando como madre soltera. Por ello, y por no haber podido disfrutar del amor y las atenciones de una madre con unos pechos enormes, Prepu juró a la tierna edad de los tres años que algún día se vengaría de la madre que le parió.

Junto a Prepu caminaba siempre Kepa Jamecho, un ser escuálido y esmirriado, que no tenía ni media ostia, y que le ayudaba a maquinar las maldades que asomaban a su mente. Era la mano derecha, o mejor dicho, el huevo derecho de Prepu, su secuaz, y era igual de peligroso que él ya que era la única persona a la que no le afectaba el rayo cegador por una malformación que tuvo de pequeño.

Ambos conformaban una pareja cuando menos curiosa. Prepu era grande, enorme, semejante a un armario empotrado de tres puertas con dos cajones debajo. Mediría cerca de los doscientos centímetros. Lucía una prominente y bien pronunciada barriga, aunque no lo suficientemente grande como para evitar verse la polla. Era atlético, le gustaba el deporte (sobre todo apostar en la pelota y en las sili proba de Markina), con una abundante mata de cabello moreno sobre la cabeza, una gruesa y recta ceja que cubría dos ojos grandes y marrones, una nariz chata y aplastada contra la cara y un enorme bocarrón por el que profería graves y severas palabras. Una ligera papada, fruto de las buenas comilonas en los mejores restaurantes de Pamplona, asomaba ligeramente bajo la barbilla. Los brazos y las piernas eran robustos, bien articulados y musculados, y siempre lucía un moreno de solarium que para sí querría el locutor de PNE Quique Guasch.

Y al lado iba Kepa. Era cetrino, estrecho como un callejón, de cabeza alargada semejante a un pepino. El pelo hacía años que le había abandonado, por la tiña y el rencor que guardaba el muy hijo de puta. Tenía dos pequeños ojillos de serpiente que movía incesantemente de un lado a otro, y los abría y cerraba con la misma rapidez con la que desaparecen las pirulas en un grupo de críos maquineros un viernes por la tarde. La nariz era aguileña, y la boca diminuta, herencia del poco uso que hacía de ella. Los que alguna vez le habían oído hablar dicen que tenía voz de pito, por lo cual no se prodigaba en exceso en la comunicación oral. La utilizaba principalmente para cuchichear al oído de su amo, aconsejando fatales ideas cuyas consecuencias generalmente venían acompañadas, o mejor dichos salpicadas, de sangre y sesos. Sus miembros y su tronco apenas diferían, delgados y alargados, con unas manos que más bien parecían garras y que le daban un aspecto de depredador total.

No era de extrañar que cuando paseaban por la calle, las madres apartaran de su camino a los niños. A pesar de desconocer que era su verdadero amo y señor, la presencia de ambos acojonaba hasta al más pintado. Por ello, aquélla mañana de junio, todos se hacían a un lado cuando Kepa caminaba a grandes zancadas por el Paseo de Carlos III, rumbo al estanque de Conde Rodezno. Al llegar a Iturralde y Suit giró bruscamente a la derecha, por los porches, y se acercó a uno de los portales. Tras pulsar tres veces el botón de una de las viviendas, un chasquido abrió la puerta y dejó camino libre para que Kepa se adentrara en la penumbra del fresco portal. El mármol revestía las paredes y el suelo, y una lujosa y enorme lámpara de araña manchaba el techo cubierto de frescos renacentistas. Los ocho escalones no fueron impedimento para que Kepa se metiera en el ascensor antiguo y cerrara la puerta. Tras pulsar el último botón, la jaula metálica comenzó su lento y quejumbroso ascenso, mientras el cetrino secuaz dedicaba el viaje a revisar unos papeles que llevaba en la mano.

El golpe seco anunció su llegada al piso deseado. Tras descorrer puertas y volver a correrlas, se acercó a la única puerta que aparecía ante sus ojos y golpeo cuatro veces, dos suaves y dos fuertes. La puerta se abrió como por arte de magia y Kepa entró en la vivienda.

Las alfombras persas, los marcos dorados y las figuras de porcelana, jarrones Ming-a y cuadros de auténticos artistas eran lo que podía divisar el visitante en un primer vistazo a la casa. Varias habitaciones quedaban a los lados de un largo y lujoso pasillo, decorado con farolillos forjados en los más caros y deliciosos metales, revestidos por pedrería y con bombillas de tonos pastel. Al fondo del pasillo, una pesada puerta dorada cortaba el paso de cualquier intruso, y una cámara vigilaba celosamente el acceso a la misma. Levantando su enjuto rostro, esbozó lo que parecía una sonrisa maliciosa, al tiempo que enseñaba los papeles a l cámara. La puerta emitió un clic y dejó libre el paso.

- Hola, Juanez. ¿Está el Boss?

- Claro que está, don Kepa. Ahora mismo le aviso – respondió el vigilante que estaba apostado sobre una mesa y vigilaba todo lo que sucedía en las proximidades de la vivienda.

- No hace falta. Entro directamente que le traigo una grata sorpresa.

Y acto seguido empujó una segunda puerta dorada y accedió a un despacho enorme, decorado con obras como ‘La Gioconda’ o ‘La rendición de Breda’, y obras tan importantes como la estatua de los txistus de la Plaza del Coño. Detrás de un enorme escritorio Luis XVI se encontraba don Prepucio, girado y mirando por la ventana mientras mantenía una conversación telefónica.

- Sí, sí, dime, so guarra, y qué llevas puesto... Aaaaaghhhh... Qué bueno.... Me gustaría que estuvieras aquí, metiéndote en la boca mi varita mágica... Síiiii, cerdaaaaa... Eres más puta que hermosa....

- Ejem.

- Osti... Estoooo, vale, Yoli, luego me paso por el Ayuntamiento y hablamos de eso de la pista de hielo en San Cristóbal. – Y acto seguido colgó el teléfono. Se giró, y sin percatarse de que tenía la chorra fuera del pantalón y estaba trempado, preguntó: ¿Qué pasa?

Kepa le señaló la cremallera para que ocultara su canario, y cuando Prepu lo hubo hecho, le entregó los papeles que había estado ojeando mientras subía, al tiempo que le ponía al corriente de su contenido:

- Señor, este es el informe de investigación de su madre. Según los últimos datos, tras darlo en adopción se cambió de nombre y pasó a llamarse Lourdes Trozapoyas. Se fue a vivir a Cadreita y abrió un establecimiento de alquiler de revistas pornográficas. En la actualidad está casada con el alcalde del pueblo, un hombre influyente al que, curiosamente, le hemos pagado la carrera electoral. Y tiene dos hijos de 12 y 9 años, varón el mayor y hembra la menor. Los domingos va a misa y los jueves acude a la parroquia a ayudar en las clases litúrgicas, aunque según tengo entendido, más que ayudar lo que hace es limpiarle el sable al párroco. Y los datos secundarios están al margen, junto a las fotografías tomadas. ¿Qué hacemos?

Prepucio se quedó mirando el material. Encima de la mesa estaban años de espera, miles de euros invertidos, agentes pagados, investigaciones infructuosas y, lo más importante, la luz al largo túnel en el que habitaba su venganza. Por fin iba a poder pagarle a su madre con la misma moneda que le había pagado ella. Por fin podría decirle las cosas que tantos años llevaba pensando, frases llenas de odio y rencor, que llevaba mascando un año tras otro sin poder tragarlas.

- Prepara el viaje a Cadreita para mañana mismo. Y lleva el Toño.

- Pero señor, ¿el Toño? ¿No será demasiado?

- Demasiados han sido los años que he estado esperando este momento, querido Kepa. Y ahora déjame, que voy a terminar de hacerme la paja que me has cortado y tengo otros asuntos importantes que atender. Prepara todo para mañana y a primera hora del día nos acercamos a Caderita. No avises a nadie, bajaremos los dos solos. Recuerda: anonimato y discreción.

- De acuerdo, jefe.

Kepa salió de la habitación. Prepucio se levantó y se giró hasta la ventana. La abrió y se quedó mirando a las madres con sus hijos en el parque del estanque. Todas sonreían, felices y dichosas, al tiempo que acunaban, besaban y hacían caso a sus niños. Los pequeños corrían y saltaban, jugaban bañados por el calor de la tarde primaveral, próxima al verano. Prepucio levantó los brazos al cielo y profirió un enorme y prolongado grito que asustó a las palomas del tejado:

- Por fin te tengo, puta madreeeee.....

El Autor de este relato fué Fperber , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=1867 (ahora offline)

Relatos cortos eroticos Hetero Las increíbles aventuras del Capitán Cipote y su fiel escudero Condomín CAP. VII

La muy ilustre villa de Pamplona se extendía a lo largo y ancho de sus diez kilómetros cuadrados, lindando al sur con el valle de Aranguren y las notables lo

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2021-02-28

 

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