Relatos cortos eroticos Hetero Prácticas en Cuba 2

 

 

 

Me encontraba en Cuba realizando mis prácticas de maestro de educación física en una escuela. Mi primera experiencia fue acompañar a un grupo alumnos a un campismo. Allí tuve mi primer contacto íntimo con Mirtha, una de las prefesoras. Todo surgió de manera inesperada durante la última noche. Nos calentamos y estuvimos a punto de follar, pero no lo llegamos a hacer. Tendríamos que esperar a otro mejor momento.

El Campismo llegó a su fin después de cuatro días en la playa. El camino de regreso lo hicimos con los mismo medios de transporte que en el viaje de ida. Un tramo lo hicimos a pie cargados con las mochilas, cazuelas y bandejas de aluminio y otros utensilios para cocinar. Aquello parecía una expedición. Cruzamos la bahía en barco y después, esperamos un buen rato a la guagua que nos llevaría a la escuela, en un reparto de la ciudad. Allí se concentraron todas las demás escuelas, por lo menos había siete u ocho.

 

Durante el corto trayecto en barco, tuve la ocasión de tener un breve contacto con otra bella profesora de una de las otras escuelas. Me encontraba absorto realizando fotos a todo el paisaje que pasaba ante mis ojos. Desde aquel barco la vista era espectacular. Nos encontrábamos justo en la entrada de la bahía. A un lado se podía contemplar el mar Caribe, en el lado opuesto se veía a lo lejos la ciudad. El barco partió cerca del castillo de Jagua, construido en el 1745 para proteger la entrada de embarcaciones en la bahía. Muy cercano, se encontraba un pequeño pueblo de pescadores, y en el lado opuesto, al otro lado de la bahía se podía observar en lo alto de una colina, el hotel Pasacaballos, una construcción no tan bonita como la que se encontraba justo enfrente. Además, la vegetación a los dos lados de la bahía era abundante y exhuberante, aunque no tanto como lo que acababa de fotografiar con mi cámara de fotos en aquel preciso instante.

Llevaba un top-biquini de color amarillo fosforescente, que destacaba de manera especial en su negra piel y hacía relucir mucho más el tamaño de sus hermosos pechos. Debajo llevaba una corta falda de rayas. El color de sus ojos no los podía ver, los mantenía ocultos detrás del oscuro cristal de sus gafas de sol. Poseía un cuerpo bello y sensual. Ahora posaba solo para mi sentada en la proa de aquel barco. No lo pude evitar. Ella se dio cuenta al momento de que le acababa de tomar una foto.

- Perdona, no he podido evitar hacer una foto a una cosa tan bella. – le dije sonriendo.

Ella se quedó perpleja pero también me regaló una sonrisa. – Me la regalarás cuando la tengas?.

- Sí, como no, pero tendrás que esperar algún tiempo.

- No importa, esperaré, no estoy apurada.

No nos dijimos nada más. No supe que más decirle. Demasiadas emociones para tan poco tiempo.

Al poco rato llegamos. No era mucha la distancia entre las dos orillas. Mientras esperábamos las guaguas los alumnos se entretenían jugando. Yo no podía dejar de mirarla. Era como si sus pechos tuvieran un imán.

- Te gusta ella?- Me preguntó Mirtha. Se mostraba alerta defendiendo lo suyo.

- Es bonita, sí.

- ¿Si quieres te la puedo presentar?

- No hace falta, deja. Además, tu y yo tenemos algo pendiente. ¿No?– Le dije sonriendo.

Las guaguas llegaron finalmente y el campismo acabó allí. Volví a ver a aquella chica alguna vez más, pero ya no era lo mismo. Seguía siendo muy linda, sí, pero ya no llevaba aquel top que resaltaban tanto sus senos, ni estábamos frente a frente en la proa de aquel barco.

 

Mis dos compañeros y yo regresamos a nuestra universidad. Nosotros estábamos alojados en un cuarto compartido con profesores de allí. La universidad se encuentra en la entrada de la ciudad. Allí se puede estudiar en las facultades de Ingeniería y de Cultura Física, entre otras. En el recinto del campus hay aulas, laboratorios, biblioteca, comedor para estudiantes, profesores y trabajadores, sala de computación, consultorio médico, gimnasio, canchas de deporte, albergues, un hotelito para visitantes extranjeros, un bar en divisas, discoteca, etc. Nosotros comíamos en el comedor del hotelito de la universidad junto a una estudiante mexicana, otra colombiana y un grupo de jubilados canadienses. Nos podíamos considerar unos privilegiados, porque los demás estudiantes comían en el comedor de la universidad.

Muchos estudiantes y algunos profesores viven allí albergados. Lo que más me sorprendió durante los primeros días de mi estancia, fue encontrarme a muchos estudiantes no cubanos. Eran caribeños, es decir, de islas del Caribe como Jamaica, Martinica, Dominica, Antigua y Barbuda, Haití, San Cristobal, Montserrat, etc. También había africanos. Estudiaban en Cuba gracias a una beca que ofrece el gobierno de Cuba a los estudiantes caribeños y de algunos países pobres de Africa o de América. Al principio de estar allí me costaba diferenciar quien era cubano o caribeño, pero a los pocos días ya los identificaba sin ningún problema, sobretodo, por la manera de vestir o por el color de la piel. Los caribeños eran todos negros, muchas veces con el pelo con rastas y vestidos con ropas más ostentosas y cara de la que usaban los cubanos. Se podía vivir allí un ambiente muy bonito, por la gran variedad de nacionalidades que convivían.

El lunes siguiente comenzamos nuestras prácticas en la escuela donde trabajaba Mirtha. Nos ocupábamos de dar clases de educación física. Por las mañanas íbamos a dar clases y por las tardes nos quedábamos en la universidad para realizar nuestra tesis, descansar, hacer deporte y relacionarnos con los demás estudiantes, profesores y trabajadores.

La acogida en la escuela fue muy buena. Los alumnos nos miraban como si fuéramos estrellas de cine y las profesoras y trabajadoras nos acogieron con una hospitalidad fuera de lo normal. Nos hacían sentir de una manera realmente especial. Nunca en mi vida había dado tantos besos como aquellos días. Cada mañana era el mismo ritual. Todo el mundo, profesoras, limpiadoras, cocineras, enfermeras y alumnas nos saludaban con un beso en la mejilla. Los alumnos nos daban la mano. Eso en nuestro país no sucede, como mucho te dan los buenos día o un hola, y gracias. Nos sorprendía la naturalidad de esa forma de saludarse cada día con un beso. Cuando nos despedíamos era igual. Era admirable y al mismo tiempo un gesto muy natural.

Ahora Mirtha y yo nos veíamos todos los días. Ella daba clases a un grupo de sexto grado, el mismo con los que fuimos de campismo. Su aula se encontraba en el segundo piso del edificio, pero cada día bajaba a mi encuentro. Sus besos al saludarme me parecían más cálidos que los de las demás. Cuando teníamos ocasión nos dábamos un beso en los labios, pero era algo muy difícil y arriesgado, siempre había gente o alumnos por todas partes. Además yo siempre estaba con mis dos compañeros, éramos inseparables. Sólo nos faltaba ir al baño los tres juntos.

 

Me ocupaba de dar dos o tres clases por día. Los grupos eran muy numerosos. Estaban formados por unos cuarenta alumnos, pero eran mucho más disciplinados que los alumnos de nuestro país. Algunos días llegábamos a la escuela y nos encontrábamos que no podíamos dar nuestra clase, pues la escuela tenía programadas otras actividades obligatorias: un juego de voleibol, un ensayo de tablas de gimnasia o un concurso de profesores de educación física. A nosotros ya nos iba bien. Como se dice allá “no hay que coger lucha”, así que no nos preocupábamos. Allí se vive otro ritmo de vida.

Los ratos que no teníamos que dar clase, los pasábamos conversando con Damián y las demás profesoras. También hicimos amistad con la enfermera de la escuela, la cual era muy caliente, pues el sexo siempre estaba presente en sus temas de conversación. También es cierto que todo lo tomábamos a cachondeo, porque si no, a veces daba la impresión de que te quería follar allí mismo.

Así transcurrieron los días. Un jueves quedamos todos para ir a tomar algo por la noche al centro de la ciudad. Todos éramos mis dos compañeros, Montse, David y yo; Ever y Martica, que eran los profesores que compartían su cuarto con Montse; y Mirtha y Damián, que eran profesores de la escuela.

El centro de la ciudad estaba situado a 2 kilómetros de nuestra universidad. Para llegar a allí había que esperar alguna guagua, subir a un coche de caballos, hacer botella (autostop) o ir a pie. Estuvimos esperando media hora a que nos recogiera algo, pero nada. Salimos a pie. La carretera nos llevaba directamente al centro. Llegamos al Prado, la calle principal de la ciudad. Es un largo paseo con bancos a los lados. Doblamos a la derecha y nos metimos en el Boulevar San Fernando, una calle peatonal, llena de tiendas, bares, restaurantes, librerías, etc. Giantess Videos and comics

De allí nos dirigimos a la Taberna Palatino, una taberna de estilo español, situado en el parque Martí. Nos sentamos en una de las mesas de madera de la terraza. Tomamos cervezas Cristal y conversamos un rato. Mirtha se sentó a mi lado. Por debajo de la mesa nuestras manos se entrelazaron, buscándose cálidamente.

Después regresamos a la universidad. Todos los jueves se habría la discoteca de la universidad. El camino de regreso lo hicimos en coche de caballos, el pasaje costaba 2 pesos cubanos (unos 10 céntimos de Euro). Al llegar, Mirtha dijo que necesitaba urgentemente ir al baño, y yo me ofrecí para acompañarla al baño de nuestro cuarto. Los demás siguieron hacía la discoteca. Era tarde y cerraba pronto. Había que aprovechar el momento y no se podía perder tiempo.

Mirtha y yo nos dirigimos a mi cuarto, situado en el primer piso del edificio donde se albergaban los profesores. Abrí silenciosamente la puerta de mi cuarto. Dentro dormían los dos profesores cubanos que compartían el cuarto con David y conmigo. Un viejo ventilador ayudaba a mitigar el calor y alejaba los mosquitos. No entiendo como podían dormir con el ruido que hacía. Acompañé en la oscuridad a Mirtha al baño del cuarto de Montse, que estaba justo al lado y se comunicaban por un pasillo. Estaba muy oscuro. Cuando acabó me detuve delante de ella, la miré a los ojos y acerqué mis boca a sus labios. Nos besamos. La tomé de la mano y la conduje a la parte de atrás, donde se encontraba el lavadero. Era una galería donde lavábamos nuestra ropa sucia y que quedaba en la parte posterior del cuarto. La pared que daba a la calle era de ladrillos de huecos, de manera que por allí, si queríamos, podíamos ver la calle y los carros que pasaban por la carretera. Las luces de los focos de la calle nos proporcionaban un poco de luz.

 

Seguimos besándonos en aquella semioscuridad. Mi mano no dejaba de acariciar todo su cuerpo, su cara, su espalda, sus brazos, sus pechos. Le agarré las nalgas apretándolas y acerqué mi mano a su bollo. Lo apreté con mi mano por encima de su pantalón. Ella me besaba dulcemente. Su ardiente lengua me estaba volviendo loco. Sus manos también acariciaban todo mi cuerpo, bajaban por mi pecho poco a poco hasta llegar al bulto que ya estaba a punto de explotar entre mis piernas. Me zafó el cinturón y desabrochó todos los botones de mi pantalón. Lo bajó hasta mis tobillos, después hizo lo mismo con mis calzoncillos. Bajó su cabeza y puso la boca a la altura de mi polla. La agarró con su mano y acercó sus labios a la punta de mi polla. Se la metió toda dentro de su boca. Así empezó a chuparla y lamerla entera hasta la base. Mientras me masturbaba con la mano, me lamía y chupaba todo el grande. Se la metía toda entera dentro de su ardiente garganta y la volvía a sacar chupándome el grande con sus carnosos labios. Su lengua y sus labios me proporcionaban un extraordinario placer, aquello era divino, si seguía así me iba a correr en aquel mismo momento en su boca. Le sujeté la cara con mis manos y la volví a poner en pie. La besé nuevamente. Entonces comencé a desnudarla. Le bajé sus pantalones y se los quité. Hice lo mismo con sus bloomers. Tenía ante mi su esplendido bollo negro y peludo. Que cosa más rica. La miré:

- Quieres que me ponga un condón.

- Tu quieres ponertelo?.

- Ummm – lo pensé unos breves segundos. – Creo que no hace falta.

Ella estaba con sus nalgas apoyadas en el lavadero. Acerqué mi polla a la entrada de su coño y se la metí. Estaba muy mojada y muy caliente. Se la clavé hasta el fondo. Ella gemía y gozaba de placer. Las paredes de su coño me aprisionaban todo el tronco. Desde aquella noche en la cabaña del campismo solo había deseado que llegara ese momento. Yo tenía que ponerme casi de puntillas para llegar hasta el fondo de su coño. Mirtha era alta y yo apenas llegaba. Sin embargo, los flujos de su ardiente bollo facilitaban que mi polla se deslizara hacía dentro sin más problemas. En ese momento estalló dentro de ella un primer e intenso orgasmo. Sus manos apretaron mi espalda y notaba como me clavaba las uñas. Sus piernas abiertas colgaban a los lados de mis caderas y me apretaban para penetrarla más profundamente. Mientras se corría, mis manos no dejaban de acariciar sus tetas y su culo. Le chupé y lamí los pechos y sus duros y erectos pezones. Me estaba volviendo loco esa mujer.

La hice bajar de donde estaba sentada. La puse de espaldas a mi. Le separé un poquito las piernas y las nalgas y se la metí por detrás. Con suavidad. Hasta el fondo. Ahora su coño estaba todavía más mojado por el efecto de su corrida. Mi bajo vientre golpeaba continuamente sus duras nalgas negras. Le agarré las dos tetas. Con una de mis manos comencé a masajearle el coño por dentro y el clítoris. Notaba como entraba y salía el tronco de mi polla dentro de su vagina. Estaba muy mojada y sus líquidos me estaban empapando la mano. Eso me encantaba ¡Qué mujer tan caliente! Seguía moviendo sus caderas acompasadamente, de delante hacía atrás, y después hacía adelante y en círculos. Ella retrocedía el culo para que se la metiera más profundo. Le encantaba aquello, se notaba, quería sentirla toda dentro de ella, hasta mis huevos.

 

Mi otra mano se ocupada de acariciarle el pelo, los pechos, los pezones, la espalda, los brazos, todo lo que estaba a mi alcance. Ya ella había tenido un orgasmo y ahora estaba a las puertas de tener otro. Yo ya sentía el muy próximo. Tenía la leche en la punta de la polla .

- Dame pinga papi, dámela toda. Susurraba.

- Estoy a punto. Me voy a correr, yaaaa.

- Que rica la tienes, dame tu leche, la quiero toda, papi.

La saqué a tiempo de dentro de su coño. Me corrí justo en aquel momento. Solté toda la leche en sus nalgas mientras con mi mano me sujetaba la polla. Las gotas de semen de mi corrida cayeron sobre la oscura piel de las nalgas de Mirtha. Que culo tan delicioso. Que coño tan espectacular. Qué mujer tan divina. Un encanto. Era fabulosa esa mujer.

Nos quedamos quietos en aquella posición durante un momento. La luz de la luna entraba por los huecos de la pared e iluminaban nuestros ojos. No hacía falta. Nos vestimos. Nos dimos un largo beso y salimos de allí.

Nos dirigimos sin perder más tiempo a la discoteca de la universidad. Los demás nos esperaban allí hacía una media hora. No estaba lejos. Llegamos y nadie pareció extrañarse por nuestra demora. Estaba lleno de estudiantes bailando. Cubanos y caribeños. Era una sala sencilla y oscura. En el techo colgaba una de esas típicas bolas de las discotecas de los años setenta. Nos paramos en la entrada. Mirtha me miró y sonrió:

- Estás despeinado. Deja que te arregle. – Me pasó una mano por el pelo y me lo alisó.

- Tu también lo tienes un poco. – Le sonreí.

Sin duda había sido consecuencia de lo sucedido momentos antes y de las prisas.

Desde allí buscamos a los demás. Estaban bailando más allá.

Un discjoquei se encargaba de poner música: salsa, merengue, reeague, calipso, etc. Era una auténtico espectáculo ver como bailaban. Las cubanas lo hacían con una sensualidad única y especial. Las caribeñas, todas muy negras, lo hacían de forma más salvaje, con movimientos más calientes y atrevidos, pegando sus cuerpos y sus culos a la zona testicular de los varones. Nunca había visto algo similar. Si me hacían eso a mi seguro que se me ponía la polla bien tiesa y dura, pensé.

Nos unimos a los demás que ya estaban bailando. Saludé a Joan, un compañero nuestro que también era español. Había recibido la visita de dos amigas de España. Nos la presentó. Bailamos con todos, cambiando de pareja a cada rato. Mirtha y yo nos mirábamos continuamente, nos buscábamos con la mirada. Ella no dejaba de sonreírme con picardía.

La discoteca no cerró muy tarde. Al día siguiente había que ir a clase. Nos fuimos para la carpeta del hotelito de la universidad. Desde allá llamamos a un taxi para las dos amigas de Joan, que tenían que regresar a su hotel en el centro de la ciudad. Mirtha se fue con ellas y nos fuimos todos a dormir. La puerta ya estaba abierta y yo no la iba a cerrar. Esta fue la primera vez que pude follar con Mirtha, pero no sería la última. De eso estaba seguro.

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El Autor de este relato fué Ochun , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=8065&cat=craneo (ahora offline)

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Me encontraba en Cuba realizando mis prácticas de maestro de educación física en una escuela. Mi primera experiencia fue acompañar a un grupo alumnos a un

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2025-01-29

 

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