Relatos cortos eroticos Lluvia dorada Habitación 302

La capacidad del hotel estaba colmada debido al congreso de lengua del que también yo participaría, por lo cual debieron ubicar a los que viajábamos solos, con alguna otra persona. Ya lo había experimentado durante el vuelo, que me pareció larguísimo, pero a la llegada, el hermoso paisaje de las sierras cordobesas había logrado tranquilizarme. Ya lo había experimentado durante el vuelo, que me pareció larguísimo, pero a la llegada, el hermoso paisaje de las sierras cordobesas había logrado tranquilizarme. Cuando supe que debía compartir la habitación con una desconocida, sentí

 

 

 

Cuando supe que debía compartir la habitación con una desconocida, sentí que mi malhumor comenzaba a crecer.

Ya lo había experimentado durante el vuelo, que me pareció larguísimo, pero a la llegada, el hermoso paisaje de las sierras cordobesas había logrado tranquilizarme.

La capacidad del hotel estaba colmada debido al congreso de lengua del que también yo participaría, por lo cual debieron ubicar a los que viajábamos solos, con alguna otra persona.

Me registré y me dirigí hacia mi cuarto, el número 302. Mi compañera aún no había llegado. Yo comencé a deshacer mi valija, cosa que no me llevó mucho tiempo, ya que no me gusta viajar pesada, llevo sólo lo justo y necesario.

Entonces siento que alguien golpea la puerta y, sin esperar respuesta, entra. Era una mujer robusta, morena, de aspecto atractivo. Me saludó con cordialidad, cambiamos un par de palabras de cortesía y ella también guardó sus pertenencias en la parte que le tocaba del placard. Me dijo que se llamaba Marta.

Debo admitir que me cayó simpática, era agradable y graciosa, hablaba con fluidez y su voz era dulce, sensual.

Bajamos a desayunar y nos dirigimos hacia el salón del hotel donde se realizarían las clases del congreso. Fue un día largo y agotador, terriblemente aburrido. Las charlas se hacían interminables, lo cual me daba la oportunidad de “desconectarme” y dejar volar mi imaginación, por supuesto siempre hacia el mismo lado...

Hacía un año que no tenía sexo, y la verdad me pesaba. Miraba a los hombres a mi alrededor, esperando encontrar alguno dispuesto a la aventura. Aunque ninguno me pareció atractivo, con que tuviesen un pene me alcanzaba.

A mediodía ya sentía las bragas húmedas. Me acomodaba en la silla, tratando de apretar con fuerza las piernas. Qué ganas tenía! Cuando me levanté para ir al baño a masturbarme, el tipo dio por terminada la charla, con lo cual todos se levantaron. El baño estaría lleno de mujeres, y ya no tendría la privacidad necesaria.

Almorzamos, nos divertimos bastante, y la tarde siguió como la mañana: con aburridas disertaciones y mi vagina cada vez más caliente.

Al finalizar el día nos dirigimos, Marta y yo, a nuestra habitación. Ya nos llevábamos muy bien. Entramos, nos duchamos y salimos a cenar.

Yo esperaba con ansias el momento de tener el ratito de tranquilidad para echarme mano...

Mientras cenábamos, Marta me contó que era separada y, en cuanto al sexo, estaba en mi misma situación. Me dijo que esa mañana, mientras hablaba el profesor, ella se había al baño y se había hecho una buena paja.

Volvimos al cuarto y encendimos el televisor. Nos pusimos la ropa de cama y nos acostamos, control remoto en mano. Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos que había un canal pornográfico. Yo iba a cambiar, pero ella me dijo que no, que lo dejara. Al principio me sentí incómoda, pero después comencé a sentir como me mojaba, no podía evitarlo, el clítoris me latía con fuerza, los pezones se endurecieron...

Miré a mi nueva amiga. Sus manos se deslizaron bajo las cobijas. Se estaba masturbando, se la estaba gozando como una yegua.

-No tenés ganas? – me dijo con una sonrisa cómplice. penya-barcelona-japan.com

-Me da un poco de vergüenza...- respondí, agitada.

-Nunca estuviste con una mujer?

-No.

-No sabés lo que te perdés, amiga.

Se levantó y fue hacia el placard. Abrió su bolso y sacó un consolador. Se acercó a mi cama y muy despacio, quitó las cobijas. Yo no sabía que hacer. Por un lado me moría de vergüenza, pensaba que no estaba bien, pero mi concha decía otra cosa: estaba empapada, caliente, deseosa.

-Qué lindos pechos tenés – me dijo, mientras corría el camisón, dejando al descubierto mis senos redondos.

Comenzó a acariciarme despacio, a jugar con mis pezones, a mordisquearlos. Ella se desnudó y llevó mi mano hasta sus pechos enormes. Yo sentí su piel, y mi corazón latió fuertemente. Juntamos nuestros pechos, refregándolos unos contra otros. De pronto sentí sus dedos en mi vagina y me estremecí.

-Cómo está de mojadita! – me dijo- acaso te hiciste pis?

-No, no me hice pis, estoy caliente - respondí jadeando.

-Yo tengo que hacer, me acompañás?

Ambas nos levantamos y fuimos hasta el baño. Marta me miraba con una sonrisita traviesa en los labios. Ella se sentó en el inodoro, pero yo la detuve. Abrí su concha con los dedos, y muy suavemente comencé a lamerle el clítoris. No sé que me pasó, me volví loca. Movía la lengua en espiral, rodeando su botoncito que estaba enorme. Empecé a cogerla con los dedos mientras la chupaba. Ella se retorcía de placer, gemía, se apretaba los pezones con sus manos. Me monté en el inodoro frente a ella y nuestras conchas se encontraron, así, chorreando deseo, nos cogimos una a la otra.

-Tengo que hacer pis, estoy que reviento! – susurró mi amiga.

-Y hacé – le dije.

-Querés que te mee encima?

-Y si nos meamos las dos?

Nuestras conchas no se podían despegar. Ella dejó salir un chorro tibio. Lo sentí en mi conchita caliente, estaba delirando, no podía creer el placer que experimentaba. Yo también dejé salir el mío, fuerte, y estábamos tan pegadas que nuestro pis se desbordaba mojándonos el vientre. Las dos mirábamos como rebalsaba y caía al piso, embelesadas, gozándonos.

Cuando terminamos nos volvimos a la cama. Marta me chupó deliciosamente rogándome que no acabara, que me quería coger con el consolador. Lo encendió y me lo metió en la concha, sin dejar de lamer. Me lo metía y se lo metía. Así estuvimos largo rato, sin acabar, disfrutando.

Me dijo que no podía más, que estaba tan caliente que le dolía. Entonces bajé hasta su vagina, le metí con fuerza nuestra pija a pilas, y reventó en un orgasmo.

Quedó tendida en la cama, sin fuerzas para nada la pobrecita. Yo tomé el consolador y me lo metí mientras con los dedos me refregaba el clítoris, desesperada. Marta se incorporó y me apretó los pezones. Acabé de una manera que jamás en la vida podré olvidar.

El Autor de este relato fué Celeste , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=11247&cat=craneo (ahora offline)

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Cuando supe que debía compartir la habitación con una desconocida, sentí que mi malhumor comenzaba a crecer.

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2020-07-18

 

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