Relatos cortos fantasia Epica Batallas en Prekpirosis II

 

 

 

La tierra comenzaba a temblar, nuestros pies vibraban ante tal masa de odio que avanzaba sin demora hacia nuestra posición. La caballería de los orcos puros adelantó al grueso de los orcos medios. Querían que el primer golpe que recibiésemos fuese lo más letal posible. Los orcos medios se encargarían de terminar el trabajo.

-¿Crees que podréis acabar solos con los trasgos?- Preguntó Rdysaba.

-Desde luego- respondí.

Nos miramos durante un segundo en señal de respeto por su parte y de agradecimiento infinito por la mía. Después apartó su mirada de mí y dirigió su cara a sus compañeros duendes:

-¡Duendes negros!- gritó- ¡Doble formación! Contengamos la caballería.

Los duendes negros acabaron con aquellos trasgos con los que estaban luchando con extraordinaria rapidez y avanzaron cortando la cabeza de aquellos que osaron interponerse en su camino. En perfecta coreografía, se colocaron en dos filas paralelas que esperaban a la caballería de los orcos puros. Los primeros se agacharon y los segundos permanecieron de pie unos metros más atrás. Ambos tenía una ballesta cargada en una mano y su rudimentaria espada en la otra. El temblor de tierra no cesaba de aumentar en intensidad.

 

Volví a empuñar mi hacha con fuerza y los cráneos deformes de los trasgos no dejaron de crujir a mi camino. Los segundos de descanso habían sido aprovechados y mis brazos lo notaban. Quedaban ya muy pocos y estaban muy debilitados. La primera parte de la batalla estaba ya casi ganada. El Emperador quiso poner fin a la incomodidad que suponían los trasgos. Nos dio nuevas órdenes.

-Enanos, dejad a los trasgos y atacad a los orcos medios por los flancos.-gritó.

Al instante los disciplinados enanos corrimos a los laterales de las filas que habían formado los duendes negros para avanzar en círculo y así evitar a la caballería pudiendo rodear a los orcos medios. En el momento en el que todos los trasgos quedaron en un lugar despejado comenzaron a chillar como animales creyendo que nos batíamos en retirada y que habían ganado una pequeña batalla. Poco duró su alegría. Solo hasta que comenzaron a oír los silbidos de las saetas que el cuerpo de Ballesteros Personal del Emperador disparó en dirección a sus gargantas con sorprendente precisión. Casi al instante todos los trasgos tocaron el suelo ahogados en su propia sangre. Solo alguno corría desesperado sabiendo que era solo cuestión de segundos terminar como el resto de sus congéneres.

Yo corría por el flanco izquierdo a toda la velocidad que mis cortas piernas me permitían para sorprender a los orcos medios. Miré hacia atrás y vi cómo los tercios de Ballesteros imperiales se adelantaban para ocupar el lugar en el que habíamos luchado con los trasgos. Los orcos puros avanzaban rápidamente a lomos de sus caballos de boca espumeante y en medio se encontraban los duendes negros en dos filas perfectamente definidas. El contacto era inminente. Yo esperaba que los ballesteros comenzasen con su lluvia de saetas de un momento a otro, pero me impacientaba ver como la caballería avanzaba y los ballesteros seguían con sus armas apuntando al suelo.

Pronto comprendí que la técnica de contención de la caballería no iba a ser la convencional. Los ballesteros no dispararían en primera instancia. Sin embargo la primera fila de duendes negros levantó la rodilla del suelo y se irguieron orgullosamente mirando a la caballería que estaba a punto de atacarlos. Quedaban pocos metros, el humo crecía, la tierra parecía estar a punto de abrirse a sus pies, los orcos puros ya estaban ahí.

 

No fue hasta el último momento cuando los duendes negros mostraron su técnica de defensa. La primera fila levantó con rapidez su ballesta y disparó a los orcos justo en su cara sin darles tiempo apenas a reaccionar. Los caballos quedaron sin jinetes, pues buena parte de ellos yacía en el suelo con una saeta incrustada en el ojo. La primera fila de la caballería estaba neutralizada. Pero pocos metros después venía la segunda fila encolerizada por el duro golpe que habían sufrido. Confiados en sus fuerzas armaron sus espadas y mazas dispuestos a acabar con la primera de las filas de los duendes negros. La furia se podía ver en sus ojos. Pero cuando esta segunda fila de orcos llegó a la altura de los duendes, estos se agacharon hiriendo con sus espadas las patas delanteras de los caballos. Todos dieron con su cara en el suelo catapultando a sus jinetes hacia delante y muy desequilibrados. Lo que hizo muy fácil que la segunda fila de duendes negros los atravesase el corazón son sus espadas. Dos filas de caballería orca destruidas en pocos segundos. La defensa estaba resultando claramente desfavorecedora para los atacantes.

La primera fila volvió a levantarse insultantemente altiva esperando el ataque de la tercera de las filas de la caballería de los orcos. La furia de estos se veía en sus ojos, que parecían exigir sangre por la humillación que estaban recibiendo. Centraron todas sus fuerzas y atención en acabar con esos duendes que les desafiaban confiados sin percatarse de que la segunda fila de duendes aún poseía una ballesta cargada. Pronto lamentaron su error, puesto que una lluvia de saetas quitó la vida a la mayoría. Solo entonces los tercios de ballesteros imperiales entraron en acción acabando con buena parte de la caballería orca que aún quedaba en pie. Ahora la situación para los orcos era realmente preocupante y se agravaba por momentos. Los caballos de las dos filas de jinetes que había caído víctimas de las saetas fueron montados poco a poco por duendes negros que pasaban entonces a ser una fuerza de ataque mucho más poderosa y, por tanto, peligrosa para el enemigo. Lavandes - Mejores productos de belleza

La única complicación que podía presentarse en ese momento podría venir por la gran masa de orcos que se acercaba. Pero de eso nos debíamos encargar los enanos. Yo estaba corriendo por el flanco izquierdo a toda velocidad para hacer que esa complicación fuese lo más leve posible. En mi camino de vez en cuando miraba atrás para localizar a Rdysaba, que ya había logrado montarr un caballo cuando yo estaba a punto de volver a entrar en batalla.

Los orcos medios iban muy rápido hacia el frente y no fue hasta tarde cuando se percataron de que los enanos intentábamos rodearlos, pero reaccionaron con eficacia y rapidez, más de la que era previsible. Los laterales de aquella masa negra semianimal se llenaron de escudos de madera de aspecto primitivo típicamente orcos. La fila era grande y consistente por el número de orcos que la formaban.

-¡Cuidado!- grité sabiendo lo que iba a pasar- los que tengan escudos que pasen al frente, el resto esperad y poneros detrás.

Los más jóvenes e impetuosos no hicieron caso y siguieron corriendo guiados por un odio muy semejante al que los orcos sentían hacia nosotros. Su final era previsible. Fueron las primeras víctimas de ese ataque.

Detrás de los escudos aparecieron orcos medios armados con sus lanzas, que pronto estaban volando por los aires en busca de algún pecho enano. La gran mayoría de aquellos que no hicieron caso de mi advertencia murió pronto. También algunos de los que valoraron mi experiencia cayeron. Yo seguía corriendo con la mirada al frente. Puede observar que uno de los orcos medios que estaban lanzando esas primitivas lanzas estaba especialmente acertado. Había matado a un enano que estaba a unos pasos a mi izquierda y acababa de atravesar al compañero que tenía justo frente a mi. De no haber estado este compañero delante de mi, yo habría muerto. Vi que se volvía a levantar con el brazo armado con una lanza. La lanzó con fuerza. Se elevó cogiendo una altura notable que aseguraba que la fuerza con que caería sobre un enano sería mortal. Seguí la trayectoria de la lanza, pasaría por encima de mi cabeza pero no demasiado alto. Esperé, calculé mis posibilidades y justo cuando pasaba sobre mí salté hacia arriba con todas mis fuerzas. Conseguí agarrar la lanza. Caí al suelo con ella en la mano y continué corriendo. Mantenía la lanza en alto pero aún con la punta hacia atrás. Aumenté el ritmo de mi carrera y con un golpe de muñeca volví la punta hacia el frente. El orco ya estaba lanzando otra vez con la más mortal de las intenciones. Vi que tenía una cadencia más o menos constante de lanzamiento. Solo cuando lanzaba mostraba su cuerpo y podía ser abatido. Volvió a agacharse y unos segundos más tarde se levantó de nuevo. Calculé cuándo se volvería a levantar y, confiando en mi suerte corté de pronto la carrera para aprovechar la inercia, unirla a la fuerza de mi brazo y devolverle así el golpe que nos estaba asestando. La lanza se levantó en los aires, y aunque alcanzó menos altura la velocidad con la que avanzaba era mayor. Faltaba poco, se tenía que levantar o mi esfuerzo habría sido inútil. Finalmente lo hizo. Tan solo le dio tiempo a dibujar en su cara una mueca de sorpresa antes de que la lanza que le disparé le atravesase el corazón, si es que un orco puede tener corazón.

Tras este pequeño triunfo ahora venía el momento decisivo, entrábamos en el cuerpo a cuerpo mientras que los duendes acababan con la caballería orca definitivamente. Miré un instante a la zona de mando y creí ver que el Emperador optaba por tomar la iniciativa. Ahora sería nuestro ejército el que lanzaría un nuevo ataque. Volví a centrarme en el grupo de orcos al que nos íbamos a enfrentar y de pronto un hormigueo se apoderó de mi. Sentí algo muy parecido al pánico. Nunca podría esperar que el ejercito enemigo pudiese contar con...

(Siento que esta segunda parte sea más corta de lo deseable, pero no tengo mucho tiempo para escribir. La publico ya, y así satisfago el deseo por continuar la historia que, me consta, tenía algún lector. Gracias por vuestro interés)

El Autor de este relato fué CGE , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=6259 (ahora offline)

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La tierra comenzaba a temblar, nuestros pies vibraban ante tal masa de odio que avanzaba sin demora hacia nuestra posición. La caballería de los orcos puros

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2025-02-16

 

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