Relatos cortos fantasia Rol TARKO

 

 

 

Nuestro tiempo se estaba acabando, hordas de orcos desembarcaban en nuestras costas provenientes del este con la única intención de arrasar nuestro reino. El rey había hecho reunir a su gran ejercito en su castillo de Ralcort, mientras nuestros aliados elfos y enanos se unían a ellos. Sin embargo, aún éramos insuficientes para hacer frente al enemigo.

El rey envió emisarios por todo el reino con la intención de reclutar a todo el que pudiera luchar por él; yo y mi orden habíamos sido enviados a acompañar a Len, el más joven de los hijos del rey. Len a sus dieciocho años era muy hábil con la espada, pero totalmente inexperto en la guerra.

Len nos llevó hasta el extremo más al norte del reino donde, rodeado por las montañas, se encontraba el condado de Mirtol, regido por el Conde Dhor. Dhor poseía una tropa de mercenarios que nos iría muy bien en la guerra, pero no la prestaba así como así.

 

Tras una dificultosa marcha a través de las nevadas montañas, llegamos hasta la ciudad de Kramber, única población de Mirtol y donde se erigía el gran castillo de Dhor. Mientras recorríamos las desiertas calles de Kramber no pudimos evitar fijarnos en que en aquel lugar se respiraba miedo por todas partes; la gente nos miraba con temor escondidos en sus casas. Yo no dudé en contarle mis inquietudes a Len, pero este no me hizo caso y proseguimos la marcha.

El conde Dhor nos recibió amablemente en su castillo, pero, desde el principio, se mostró reacio a prestar su ejercito de mercenario a pesar de la gran fortuna que len e prometía.

- Solo hay una cosa que tu y tus caballeros podéis hacer para que yo os preste a mi ejercito –dijo a Len sentado en una gran sillón cubierto de pieles de lobo que le servía de trono –, debéis matar a Tarko y traerme su cabeza.

- ¿Quién es Tarko? –preguntó Len ceñudo.

- Tarko es un lobo, el lobo más grande y astuto que jamás haya existido.

Le sonrió de una manera irónica.

- Creía que no necesitaba ayuda para matar a un lobo –dijo observando la gran colección de pieles y cabezas de lobos que adornaban la enorme sala.

- No hay nadie mejor que yo en estos parajes en la caza del lobo –dijo el conde sin darle importancia al comentario de Len –, pero Tarko no es un lobo cualquiera. Hace un año, durante una cacería de lobos en las montañas, lo vi por primera vez. Era enorme, de una gruesa piel gris azulada y una mancha blanca sobre la cabeza. Pensé que sería un gran trofeo para mi colección, pero, cuando inicié su persecución acompañado por mi escolta, fuimos sorprendidos por una enorme manada de lobos. Tan solo yo y dos escoltas sobrevivimos. Antes de iniciar la huida, pude verle sobe una piedra contemplando la escena como si fuera un general. Desde entonces, sus lobos asolan la región sin que podamos hacer nada por impedirlo. Envié a los mejores cazadores a buscarlo, pero ninguno regresó. Desde entonces, la gente del lugar vive con miedo; muchos creen que es un demonio disfrazado de lobo.

Tanto Len como yo escuchamos la historia atentamente sin dar crédito a lo que oíamos, habíamos oído muchas historias acerca de los lobos, pero nunca la de un lobo que se hace con el control de los lobos de un lugar e inicia una guerra contra los hombres.

Yo comencé a estar inquieto, pero Len seguía igual de escéptico que al principio.

- No se preocupe, conde Dhor –dijo seguro de sí mismo –, mañana mismo emprenderemos la caza de ese tal Tarko y, antes de que note nuestra ausencia, le traeremos su cabeza.

 

El conde lo fulminó con la mirada.

- Eres valiente, príncipe. Pero no subestime a Tarko, ni a ningún otro lobo. Llevamos años padeciendo sus fechorías –miró hacia un rincón oscuro de la sala – ¿por qué no vienes, Tarah?

Miré hacia aquel lugar y mis cejas se arquearon cuando, de la oscuridad surgió la joven más hermosa que había visto en mi vida, alta, esbelta, de largos cabellos tan rojos como la sangre y profundos ojos azules. Tímida y cabizbaja, se encaminó hacia nosotros y se colocó junto al conde.

- Os presento a mi hija, Tarah –continuó Dhor – ¿por qué no les muestras lo que te hicieron?

La joven miró a su padre y, por un momento, creí que iba a negar con la cabeza; pero obedeció. Se dio la vuelta y se bajó le vestido, mostrándonos una espalda llena de cicatrices de arañazos.

- Cuando era una niña –continuó el conde –, el carruaje donde viajaban ella y su madre fue atacado por los lobos. A mi esposa la mataron, pero a ella la mantuvieron con vida y la llevaron a su guarida donde la tuvieron cautiva hasta que Amos, mi mejor cazador, dio con ella y la rescató acabando con todos esos mal nacidos; su pieles ahora adornan mi dormitorio. Puedes dejarnos ya, Tarah.

La chica se subió el vestido y se largó de allí. Antes de desaparecer por la puerta, me dedicó una mirada. Mi piel se erizó a sentir sus ojos sobre ella.

- Amos era un hombre noble y valiente –continuó el conde –, hubiese sido un esposo ideal para Tarah si no hubiese perecido hace dos noches a monos de Tarko.

Dhor nos dejó quedarnos en su castillo a pasar la noche, al día siguiente saldríamos a dar caza a ese lobo. Antes de irnos a la cama, me reuní con len para explicarle mis temores.

- Tonterías –dijo Len indiferente –, el conde es viejo y su manejo de la caza a descendido, por eso se cree incapaz de matar a ese lobo. Mañana lo mataremos y podré llevar a mi padre su ejercito mercenario.

- Yo no estoy tan convencido –insistí –. Creo que deberíamos irnos cuanto antes de este lugar.

- No me lo puedo creer, el hombre que salvó dos veces la vida a mi padre acobardado por un simple lobo. Si quieres irte, vete y dile a mi padre que no quisiste cumplir su voluntad por miedo.

Nos quedamos un buen rato mirándonos en silencio. Yo apreté con fuerza los puños y los labios, podía haber matado a ese niñato de un puñetazo, pero me contuve.

- Será mejor que partamos al amanecer, alteza –dije resignándome –, si queremos coger a ese lobo no debemos perder mas tiempo.

Él sonrió.

- Así me gusta –dijo –, ahora descansa.

Se dio media vuelta y se encaminó hacia el dormitorio que le habían asignado mientras yo hacía lo mismo.

Entré en el dormitorio y, en seguida me di cuenta de que había alguien allí. Desenvainé mi espada y la apunté contra la garganta de la figura humana que la débil luz de las velas no me dejaba ver con claridad.

- Tranquilo –dijo una cálida voz de mujer –, vengo en son de paz.

Volví a envainar la espada y la persona se adelantó hasta quedar más visible.

Ante mis ojos apareció Tarah, tan hermosa como la había visto antes. En su rostro se apreciaba preocupación.

 

- ¿Qué haces aquí? –pregunté – Si vuestro padre se enterara...

La joven se acercó más a mí mientras sus ojos se acristalaban.

- Por favor, vete –dijo –, vete antes de que sea tarde.

Yo arqueé las cejas.

- ¿Cómo dices...?

- Si mañanas vas a cazar a Tarko morirás, como el príncipe y todos tus caballeros.

- ¿Por qué me avisas?

- Tu pareces mas sensato, pero temo por ti, por que se seguirás a tu príncipe allá donde baya –se acercó más a mí, nuestros cuerpos casi se tocaron –. No vayas, por favor.

La miré fijamente, sentí deseos de abrazarla, de acariciarla, de atraerla hacia mí, de decirle que sí a todo lo que me decía... pero no hice nada de eso, la aparté suavemente mientras negaba con la cabeza.

- Lo siento, princesa. Mi deber de caballero está por encima de mis sentimientos.

Ella se quedó un rato paralizada, mirándome como si contemplara a un muerto. Traté de decirle algo, pero ella se fue corriendo desapareciendo tras la puerta.

Al día siguiente partimos muy temprano. Mientras nos alejábamos del castillo miré varias veces hacia atrás con la esperanza de verla sobre la muralla o asomada a alguna ventana, pero no fue así.

Durante todo aquel largo día buscamos sin descaso a la bestia sin éxito, no solo no dimos con ese tal Tarko, si no que no nos topamos con ningún lobo a pesar de que, a medida que se hacía tarde, los aullidos se oían por todas partes.

El atardecer estaba cerca y había comenzado a nevar, estábamos a punto de abandonar la búsqueda por ese día y regresar a Kramber cuando uno de nuestros batidores encontró huellas recientes de lobo que se dirigían hacia un paso perdido en las montañas. Traté de convencer al príncipe de que debíamos irnos y regresar al día siguiente, pero fue inútil, nos adentramos por aquel peligroso lugar bien alerta y con nuestras armas a punto.

Llegamos a un lugar que se podía identificar como el infierno. Era un claro entre las montañas cuyo suelo estaba sembrado por huesos humanos. Ninguno de nosotros pudimos evitar nuestro espanto ante aquel horrible espectáculo. Muchos de mis caballeros estaban dispuestos a irse inmediatamente desobedeciendo las órdenes del príncipe, pero ya era tarde.

Antes de darnos cuenta nos encontramos rodeados por una inmensa manada de lobos. Uno a uno fueron cayendo sobre nosotros, nuestras espadas mataron a muchos, pero por uno que matábamos salían cien más. Pero, lo peor era que aquellas bestias sabían como atacarnos, buscaban las partes más débiles de nuestras armaduras y clavaban sus fauces con más facilidad. Poco a poco, mis caballeros fueron cayendo, sus cadáveres desaparecían arrastrados por los lobos.

En un instante, me vi rodeado por una enorme multitud de lobos. Con mi espada podía contenerlos, pero era cuestión de tiempo que sucumbiera. Mientras luchaba, pude ver, sobre una enorme roca a Tarko; era tal y como el conde lo había descrito, un lobo enorme e imponente que asustaba solo con verlo. Sin embargo, aquello no fue lo que más me llamó la atención. En esa misma roca, a lado de Tarko, se encontraba una figura humana cubierta por una capa y una capucha; me miró y me señaló. No pude ver nada más, los lobos se me echaron encima y perdí el conocimiento.

Lo primero que vi cuando desperté bruscamente fue el cadáver ensangrentado del príncipe Len tendido junto a mí. Me incorporé y pronto me di cuenta de que me encontraba dentro de una enorme cueva iluminada débilmente por una hoguera. No podía ver a los lobos, pero si los sentía acechándome en la oscuridad. Busqué mis armas, pero había sido despojado de ellas.

Entonces apareció. Tarko se acercó lentamente a mí y se paró a unos pasos sin dejar de mirarme. Tras él apareció la figura encapuchada.

- ¿Quién eres? –pregunté tan furioso disimulando mi miedo.

Entonces, se bajó la capucha y mis ojos casi se salen de las órbitas cuando vi aparecer el bello rostro de la princesa Tarah.

Traté de decir algo, pero mi boca no podía articular una sola palabra.

- Te dije que no vinieras –dijo muy seria fulminándome con la mirada –, pero no me hiciste caso. Le pedí a Tarko que no te matara, de momento, para que supieras la verdad –suspiró y acarició al gran lobo antes de continuar –. Fueron unos bandidos los que atacaron el carruaje y mataron a mi madre. A mi también me habrían matado si no nos hubiéramos encontrado en el territorio de una manada de lobos que los mató a todos. Una loba, la madre de Tarko, se apiadó de mí y me llevó a su madriguera, junto con Tarko, entonces un cachorro, donde me crió como si también fuera hija suya. Hasta que Amos y sus cazadores nos encontraron. Intenté explicárselo, pero no me escucharon; mataron a todos los lobos, menos a Tarko, a quién logré esconder. Durante años lo crié en secreto a la vez que le enseñaba todo lo que podía aprender sobre lucha y armas sin que mi padre o Amos se dieran cuenta. Todo con un único propósito, la “venganza contra los hombres”, donde tu acabas de meterte.

No podía dar crédito a lo que oía, pensé que debía estar soñando, pero no era así; el dolor de mis heridas me daba a entender que estaba bien despierto.

Alargué una mano mientras la miraba suplicante.

- Tarah... por favor...

Pero ella se alejó más de mí.

- Lo siento, caballero, debiste haberme hecho caso.

Dio media vuelta y desapareció en la oscuridad, de donde comenzaron a surgir los lobos, todos mirándome con ojos desencajados; de sus bocas todavía chorreaba la sangre de mis caballeros. Tarko fue el primero en atacar...

El Autor de este relato fué GOLLUM , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=7896&cat=craneo (ahora offline)

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2020-05-15

 

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