Relatos cortos ficcion Ciencia Ficción El Salto

 

 

 

Imperceptiblemente se mordió el labio inferior. Siempre lo hacia cuando estaba inquieta. Sin embargo, no sabía realmente que era lo que le preocupaba en esos momentos. En definitiva, pensó, los problemas que le daban vueltas en la cabeza eran los de siempre y tenían que ver con su relativa soledad, los múltiples temores que le asaltaban cuando veía que su hija crecía mucho más rápido de lo que esperaba y la siempre eterna falta de dinero. Nada nuevo bajo el sol, se dijo sonriendo Erika, una eficaz secretaria ejecutiva de una empresa de ingenieros que se encargaba de la tarea de acondicionar terrenos para futuras construcciones y que ahora regresaba a su casa luego de otra jornada de trabajo.

Esa tarde había salido un poco mas temprano por lo que decidió pasar primero por su casa para buscar aquel certificado medico que le pedían desde hace tiempo en la escuela de su hija Nicole y siempre olvidaba llevar.

 

Ahora avanzaba rápidamente por una avenida tradicionalmente atestada de automóviles a esa hora de la tarde, pero que en esos momentos estaba extrañamente tranquila.

Marcó nuevamente el número de su amiga Maria Noel y volvió a escuchar la señal de desconectado. Eso la tenia un poco de mal humor pues realmente estaba interesada en la conversación que mantenía hace pocos minutos, cuando el sorpresivo destello que vio o intuyó en el aire, pareció interrumpir la llamada. No fue ni un trueno ni un rayo, solo una luz que duró una décima de segundo, pero alcanzó para que la voz de su amiga se convirtiera en un zumbido y ya no pudiese retomar la conversación. Sin duda la llamaría mas tarde desde el teléfono de línea de su casa, pues sus consejos eran en esos momentos imprescindibles para saber que hacer con Arturo, aquel joven medico de amplia y serena sonrisa, que parecía estar dispuesto a llenar su actualmente vacía vida romántica. Sus dudas eran muchas y tan profundas que sus más de treinta años parecían reducirse a épocas adolescentes.

Miró el cielo despejado, lo asoció a esa especie de relámpago que la sorprendió y recordó una noticia que había visto hace pocos días respecto a un hombre, vendedor de libros, que había sido alcanzado por un rayo en plena ciudad y sin que hubiese vestigios de tormenta. Revivió las imágenes vistas en la televisión, donde se veían agitarse por el viento las páginas de los libros que habían quedado en el pavimento luego del sorpresivo impacto. Erika pensó en aquel momento que la noticia había sido presentada sin ninguna emoción y como si fuese cosa de todos los días que un pacífico vendedor de libros muriera fulminado por una descarga eléctrica caída desde el cielo sin nubes, en medio de una poblada ciudad.

Seguramente, pensó, fue un rayo como ese, el que estalló en la atmósfera e hizo desconectar las antenas de los celulares y me dejó sin la guía de mi amiga para la decisiva conversación que debía tener esa noche. Por el momento debía centrar su atención en las preocupaciones inmediatas como que debía llegar a su casa, encontrar esos papeles y correr a la escuela donde su hija de 7 años la esperaría como siempre, reclamando su dona de miel y su cocoa fría que le llevaba todas las tardes, mientras con entusiasmo desenfrenado le contaba las novedades del día.

Ni se preocupó de estacionar correctamente, solo apagó el motor y bajó rápidamente para entrar a la casa y recoger la carpeta que estaba en el pequeño escritorio de la sala.

 

La puerta no se abrió.

Hizo todos los esfuerzos y combinaciones posibles con sus llaves, pero la cerradura no cedía. Se sintió desconcertada pues no había notado fallas hasta el momento, pero, se consoló, las cosas se rompen cuando no deben romperse.

Miró su reloj y vio que se estaba haciendo tarde. La directora del colegio tendría que esperar un día mas para tener el documento medico. Ahora había que ir a la escuela a recoger a Nicole y luego llamar a un cerrajero. Que contrariedad, justo el día en que se iba a reunir con Arturo, las cosas se complicaban. Todo puede ser peor, pensó para serenarse.

Se detuvo un instante en la cafetería para comprar la dona y la cocoa. Allí tardó un poco más, pues la empleada era aparentemente nueva y no le envolvió su pedido en cuanto la vio entrar, como hacia la que siempre la había atendido. Apuró la marcha y llegó a la escuela cuando estaban saliendo los últimos niños. Se puso en la fila de automóviles que esperaban y esperó ver la enrulada cabellera de su hija aparecer en la puerta como siempre.

Nicole no apareció.

Una sensación de pánico le subió desde el estómago y se le alojó en la garganta sin dejarla respirar. Tranquila, pensó, seguramente estará con la maestra haciéndole inimaginables preguntas. Si algo hubiese pasado la hubiesen llamado por teléfono…

¡Pero si el teléfono no funcionaba! La garganta le apretó aún más. Literalmente se arrojó del auto que quedó con la puerta abierta y el motor encendido. Corrió hacia la entrada, en pocos segundos llegaría al despacho de la directora y sabría que había pasado. Fotos Porno y actrices porno

¿Señora, adonde va? Era el guardia de seguridad.

Voy en busca de mi hija, por favor, le contestó apresuradamente. Increíblemente el guardia se interpuso en su camino. Perdone señora, no la conozco, espere un minuto; el hombre parecía extrañado, pero hablaba firmemente.

Erika no podía creer lo que estaba pasando. La estaban deteniendo en la puerta de la escuela de su hija que no aparecía. Apuró el paso y dejó al guardia atrás. Algo le gritó pero no lo escuchó. Abrió la puerta de la oficina y se encontró con la directora que estaba poniéndose un abrigo lista a salir. Marlene, menos mal que la encuentro, pasó algo con Nicole?, preguntó casi sin aliento. La directora dio un paso atrás, se aferró a su abrigo sonriendo nerviosamente y atinó a balbucear algo así como ¿Quién es usted, de que Nicole me habla?

Erika no logró pensar nada pues sintió que la aferraban fuertemente por su brazo. Era el guardia que había entrado intempestivamente. Sujeta firmemente por detrás y teniendo al frente a una mujer que la miraba con indisimulado temor, solo pudo pensar en una macabra broma. Dijo o casi gritó: ¡Marlene que está pasando, donde esta mi hija, basta de bromas! La directora un poco mas respuesta le pedía que se tranquilizara y le hablaba sobre una confusión de escuelas u otros motivos que explicaran la situación. Pudo soltarse del guardia y corrió hacia el salón de su hija gritando su nombre con desgarrada voz. Abrió la puerta y solo encontró un salón oscuro y vacío.

Se desmayó.

Cuando despertó solo la rodeaban uniformes. Una mujer policía y otros dos oficiales observaban como personal medico le atendía. De sus labios solo salía el nombre de Nicole. La oficial le explicó que la escuela no haría cargos, que se podía retirar luego de que se repusiera. Con un hilo de voz, solo contestó que se iría solo con su hija. Ahora con la ayuda de unos de sus compañeros, la oficial le explicó que habían verificado los archivos y ninguna Nicole era alumna de esa escuela. No contestó. Intentó llamar a su amiga y seguía recibiendo un zumbido.

Puso todo el esfuerzo en tranquilizarse. Ahora solo quería salir de ahí. Volvería a su casa, vería los juguetes de Nicole, entraría su cuarto y encontraría alguna explicación. Llamaría a Arturo quien con su grave y tranquila voz le enseñaría seguramente un camino de salida. Explicó a la policía que quería volver a su casa. Pidió disculpas a la directora y caminó hacia su auto. El guardia le dijo que había apagado el motor y cerrado las puertas. Le alcanzó las llaves que había guardado. Le agradeció sin mirarlo a los ojos. Lentamente inició el camino de regreso. Puso un CD a todo volumen para ahogar pensamientos. En el camino vio la publicidad de una cerrajería. Llamo para que fuese de urgencia su casa. Los esperó comiéndose la uñas dentro del auto, con la música rompiéndole los tímpanos para no dejar entrar a su mente la realidad.

Un hombre tan obeso como malhumorado llegó cuando ya anochecía y en pocos segundos abrió la puerta. Le pagó en efectivo y entró corriendo a la sala. Estaba inmaculada, extrañamente ordenada. No había podido juntar los juguetes la noche anterior y no veía ninguno. La puerta del cuarto de Nicole estaba entreabierta. Se lanzó dentro. No había una cama rosa ni imágenes de princesas. Solo un frío despacho con libros y una computadora.

La vista comenzó a nublársele. Había un teléfono, junto a una foto de ella, pero sola y con un vestido que nunca tuvo. Marcó lentamente el número del hospital universitario, donde Arturo estaba de guardia hasta entrada esa noche. Con una triste sonrisa en los labios, escuchó la respuesta que estaba esperando. No había ningún doctor con ese nombre en la plantilla del hospital.

El cielo se veía limpio y de un azul profundo desde la ventana del hospital psiquiátrico. Erika lo miraba fijamente. En realidad esa era su única actividad desde hacía años. Erika esperaba un milagro que ya había sucedido. Esperaba el destello que la devolviera a su mundo. Siempre se había reído de las teorías de los universos paralelos. Aquel misterioso rayo en un día despejado, la había hecho saltar a otra dimensión y cambiar papeles con otra Erika, en otro mundo parecido, pero no igual. Una vida en que Erika no tenía a Nicole y Maria Noel y Arturo no existían.

Como hacía cada atardecer, rogó para que la Erika que ahora ocupaba su lugar se hubiese entendido con su hija. Mañana sería otro día, otra jornada de esperanza en la que esperaría la casi inexistente posibilidad de un rayo en cielo despejado. Era lo único que la mantenía con vida.

El Autor de este relato fué Horacio Mayer , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=13998 (ahora offline)

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2024-10-15

 

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