LOS ANTAGONISTAS
UNO
Antonio Rinza recuperó la conciencia tendido sobre el suelo de un cubículo extraño, cuyo aspecto difería radicalmente de los rudos ambientes que había conocido durante su estadía en las mazmorras subterráneas de la Casa de Gobierno. Definitivamente aquel vestíbulo, repleto de prisioneros, evocaba en su mente una incipiente noción de la altísima categoría de su ocupante. Y aunque su incómoda ubicación en medio de aquella muchedumbre le impedía pensar con nitidez, poco a poco, su mente empezó a formarse una idea del bullicioso caos que le rodeaba.
Unos cuantos minutos después, Rinza se percató de la llegada de un anciano ataviado con la librea granate que identificaba al personal que brindaba sus servicios al Alcalde, y cuyo pesado andar delataba el enorme esfuerzo que estaba haciendo. El mayordomo aparecía escoltado por una pareja de relucientes roboguardias que, a fuerza de empellones, lograron construir un sendero que el anciano criado utilizó para atravesar aquella aglomeración viviente. Finalmente, después de una minuciosa búsqueda, el mayordomo consiguió encontrar a Rinza, gracias a sus capacidades eidéticas .En ese momento, los circunstantes asistieron a una violenta escena de forcejeo que evidenciaba la importancia que Rinza tenía para el amo de la ciudad.. Vencida la resistencia del prisionero, los roboguardias invirtieron la dirección de sus pasos para abandonar aquel caldeado recinto, para penetrar en un sombrío pasillo, que se lleno con los gritos del prisionero que llevaban en vilo rumbo al despacho del Alcalde..
En su fuero interno, Rinza consideraba aquella marcha como una insufrible tortura que le hacia desear una muerte digna que le ahorrara el escarnio que estaba pasando. Sin embargo, parecía que aquella humillación también formaba parte de la ceremonia. Con el rabillo del ojo podía contemplar los rostros desencajados de aquellos hombres mas envilecidos que el, ejerciendo su derecho a especular sobre la naturaleza del destino que le aguardaba, pues era sabido que cuando alguien era convocado personalmente por el Alcalde jamás volvía a comparecer con vida. Para su consuelo, conforme la comitiva del mayordomo se alejaba de la sala, los rumores disminuían, hundiéndose paulatinamente en ese recóndito limbo que todos llevamos en la mente.
En efecto, apenas aquel cortejo se tropezó con el grueso espesor de las puertas blindadas que protegían el despacho del Alcalde, Rinza percibió que los acontecimientos empezaban a normalizarse de nuevo. Así, con lentitud y sin estrépito, las puertas se abrieron, por obra del dispositivo que las regía , para encajarse perfectamente en los intersticios practicados con ese fin en las paredes adyacentes. De esta manera se perfiló ante el asombro del prisionero el magnífico panorama de un gabinete palaciego, discretamente iluminada por una suave luz cenital , cuya irradiación se vertía sobriamente sobre una decoración con resabios arcaicos.
Para esbozar el aspecto de aquel salón regio, podríamos decir que el centro de aquella galaxia de muebles pretéritos era un imponente pupitre de caoba, en cuya superficie el Alcalde había hecho instalar un vistoso tablero de ajedrez, por ahora vacío, que parecía estimular la belicosidad de su propietario, a juzgar por la expectación que evidenciaba su rostro, un tanto inquieto por la repentina ausencia de los trebejos.
Después que el séquito cruzó el umbral del despacho Rinza principió a interesarse con apasionamiento en el examen del adusto semblante que tenia enfrente. Era obvio, para cualquier observador inteligente, que aquel rostro pálido, plenamente entrado en la cincuentena, jugaba a la perfección con el temor que solía inspirar en quienes se atrevían a estudiarlo con demasiada atención. Por lo menos, esa era la impresión que le sugería la contemplación de aquel entrecejo eternamente fruncido, que evidenciaba su desprecio con una mueca desdeñosa que refrendó de inmediato la férrea autoridad que aquel hombre ejercía sobre su entorno. Para la ocasión , el autócrata había escogido lucir un atuendo de campaña de color gris, cuya única elegancia residía en la apreciable cantidad de medallas que convertían la solapa de su guerrera en el sobresaliente remedo de una constelación. Semejante aire de ostentación constituía un indicio mas del clima de supremacía que el Alcalde pretendía imponer entre las personas que lo rodeaban.
De repente, obedeciendo una orden del Alcalde, los roboguardias cogieron a Rinza de las mangas del andrajoso vestido que lo cubría, para arrojarlo, como si fuera un cadáver infecto ,sobre la alfombra que cubría el suelo del recinto. Por esta vez, Rinza se permitió exhibir una patente muestra del dolor que estaban sintiendo sus huesos. Desafortunadamente para él, esta expresión de franqueza le valió una firme amonestación visual de parte del impávido Alcalde ; pues para ese hombre colocado por encima de los demás, aquel signo de desfallecimiento constituía una prueba evidente del quebrantamiento definitivo de la persona que lo emitía.
A pesar de todo, el Alcalde decidió continuar con la rutina, y con un gesto imperioso de su mano enguantada despidió a los roboguardias. Por ahora precisaba de la soledad para dedicarse plenamente al estudio del caso de Rinza.. A continuación, el Alcalde retorno a su sitial , y procedió a digitar la contraseña que le permitiría el acceso a los ficheros del Departamento de Policía . Unos cuantos segundos después, que Rinza vivió con expectación, el rostro del Alcalde empezó a reflejar la vasta complacencia que solazaba su espíritu mientras leía el informe que tenía en pantalla. Concluida la lectura, el Alcalde dirigió a Rinza una mirada ,un tanto cómplice, que éste llegó a considerar como indulgente.
- Me resulta grato informarle exclamó el Alcalde con afabilidad- que no ira al paredón. Usted posee el perfil que necesito para la experiencia que tengo en mente.
-No le comprendo muy bien- repuso Rinza
-Bien, seré mas explicito. Según el informe que acabo de leer usted posee una gran predisposición hacia los juegos agonales. Naturalmente los mecanismos de evasión que le proporciona nuestra sociedad deben parecerle estúpidamente pueriles. Por lo visto , usted precisa mantener su adrenalina en una cota bastante alta. Su mente se dispara y exige lo mejor de si en una situación semejante. Por eso reunió a esa hermandad secreta de ajedrecistas en torno a si mismo, por eso enmarcó el juego bajo aquellas condiciones macabras. Sin embargo hubo quienes no soportaron su dominio, como el alférez Ocampo.
-Ese cobarde merecía morir de una manera menos digna. Le hice un favor asesinándolo a la vista de todos
- Pero no tuvo en cuenta que su acción pondría en evidencia toda la estructura que había construido en torno a su persona. Cuando supieron como había liquidado a Ocampo, la disciplina se relajó, y sus camaradas le delataron. Debió suponer que nadie desea terminar sus días muerto con un agujero en la espalda
-Es una forma de ver las cosas. Cuando formamos la hermandad nos juramos una mutua lealtad. Ninguno de nosotros, en su sano juicio, hubiera andado por allí predicando que nos jugábamos la vida voluntariamente, entre una batalla y otra. Ocampo conocía nuestras reglas perfectamente, para su desdicha decidió cambiar de parecer demasiado tarde.
- Interesante exposición Rinza. Lo esencial, para mi, es que usted detesta el tedio tanto como yo. Y eso le convierte en la persona ideal para probar el software que he diseñado.
Ante el silencio de Rinza, el Alcalde se creyó obligado a explicar mejor sus razones
-Desde mi advenimiento Khilafe se ha constituido en una pesada carga para mi. La ciudad es un verdadero polvorín que puede estallar en cualquier momento. La permanente vigilancia de las unidades móviles de televisión muestra un panorama social alterado .Eso también se manifiesta en las altas esferas del gobierno. Existen conspiradores, y no todos están identificados. Para colmo, la guerra contra Ptum no marcha bien, y, por consiguiente, el ejército tiene sus quejas también . Para mi esta claro que la guerra constituye la única inversión que podría salvar a la ciudad de la ruina, pero paradójicamente hemos perdido los territorios que nos servían para mantener a la industria en marcha . Y francamente yo me encuentro demasiado cansado para seguir adelante., Los medios me critican, la sociedad me odia. Me he convertido en un paria. Viviendo bajo esa circunstancia, me parece obvio volver la mirada hacia uno mismo,. Esa era la única forma para conseguir el tiempo libre para diseñar un software que lograra satisfacer mis expectativas lúdicas Anduve mucho tiempo a tientas , probé muchas ideas, pero no me convencieron. Pero cuando supe de su hermandad, y de sus actividades, encontré lo que buscaba.
-Eso quiere decir que terminó descubriendo el aspecto macabro del ajedrez gracias a mi- comentó Rinza en un alarde de ironía.
- Acertó. Mi espiritu no puede exigir una emoción mayor. El vencedor obtiene una enorme satisfacción por el esfuerzo desplegado Pero basta de charla Usted será mi contendor
- Supongo que no puedo negarme.
- No seria una opción razonable. Le esperaría el paredón. Además, usted no es el único ajedrecista. Recuerde que lideraba una hermandad bastante nutrida, y tenemos a muchos de los suyos guardados en las mazmorras.
- Pero ninguno tiene el nivel que yo poseo. Yo soy el campeón indiscutido. Recuerde que todavía conservo la vida.
-Puede que tenga razón, pero si elige resistir, su vida dejara de tener valor para mí
Ante la amenaza, Rinza creyó conveniente ceder
- Esta bien. Concédame unos minutos para pensarlo.
- Los tiene.-acotó el Alcalde.
Libre de su charla con Rinza, el Alcalde penetró en una salita contigua a su despacho. Con paso firme se dirigió hacia el videófono que, en ocasiones, hacia las veces de tocador, para digitar el número que le brindaría el enlace con el capitán de su guardia. Un rato después, la solícita faz del esbirro llenaba la pantalla esperando las órdenes que le impartiría su amo.
- ¡ Capitán ¡- bramó el Alcalde- Necesito que envíe a una pareja de sus hombres para que trasladen al prisionero hacia el Polígono donde el ejército efectúa las pruebas de sus prototipos. Rinza será el primer hombre que utilizara operativamente el software de juego
que he diseñado. Preparen adecuadamente la operación de implante. No quiero que este espécimen vea su desempeño afectado por efectos secundarios. Y no olviden recordarle a los técnicos que le asignen un nick belicoso, que le infunda grandes deseos de batirse.
- Sus órdenes serán cumplidas inmediatamente, Excelencia- replicó el esbirro.
De regreso al despacho, el Alcalde encontró a un Rinza transfigurado, y al parecer dispuesto a enfrentar el desafío que suponía enfrentarse con él. En su rostro se evidenciaba el ímpetu de un espíritu animado por pensamientos de lucha
- Acepto su propuesta, Excelencia. Jugaré con usted, sin embargo tengo una duda. ¿ Qué pasará si venzo?
-La respuesta es obvia. Moriré, pero lo haré con la frente en alto. En el ajedrez no existen las trampas, es el juego de la verdad manifiesta. Por eso lo elegí como base para mi arena de combate. Y ya que no tengo el suficiente valor para suicidarme, si perezco prefiero que sea disputando una buena lid. Y usted podrá disfrutar de una nueva vida, No creo que Khilafe sobreviva a mi muerte. Si, en caso contrario, venzo seguiré soportando mi cruz hasta que pueda encontrar otro candidato para un duelo.
-Es usted un fatalista, Excelencia.
- Si usted hubiera sido escogido por el Cónclave para desempeñar esta función habría llegado a la misma conclusión. Es difícil ser el padre de los habitantes de un señorío en trance de crecer. Existen demasiadas variables en juego como para encontrar un consenso entre ellas. Todo me presiona amigo Rinza.
Transcurridos unos instantes de silencio, el capitán y sus roboguardias penetraron en el despacho.. El estrépito causado por sus botas interrumpió el clima de complicidad que se había establecido entre los hombres que allí se encontraban. Para Rinza el arribo de los pretorianos significó un abrupto retorno a la realidad y a los maltratos. Los roboguardias lo sacaron de allí maniatado, como si fuera un peligroso orate al cual hubiera que controlar. Parecía evidente que el capitán disfrutaba con toda este espectáculo denigrante para cualquier ser humano, pero se trataba de ofrecer un escarmiento a la turba que se apiñaba en el salón.
Apenas el prisionero y su escolta desaparecieron de su vista, el Alcalde decidió consagrarse de inmediato a atender los prolegómenos de su duelo. A su entender la audiencia de hoy había tenido un propósito, y ese propósito había sido cumplido. Era una lástima que aquella escoria, cuyo rumor podía oír como si fuera el lamento de un dios en desgracia, tuviera que esperar unos días mas, pero era su voluntad que así fuera. Por ahora no permitiría que asuntos que podría considerar secundarios estorbasen su preparación para el juego. Con esa idea en mente agitó violentamente la campanilla que tenía sobre su escritorio para llamar la atención del patibulario mayordomo que desde un rincón lo contemplaba todo, silencioso como una estatua.
-Cancele de inmediato todas las audiencias... y no me replique. Es mi última palabra.
- Permítame recordarle, Excelencia, que dentro de una hora debe acudir a su reunión con el Comando Supremo. La situación del frente septentrional es muy grave. Las tropas del mariscal Suxe han lanzado una poderosa ofensiva que ha vulnerado nuestras defensas allí. Al parecer el mariscal pretende ser el primero en poner el pie en nuestra ciudad.
-Sea como fuere, no asistiré. Delego en el canciller Llontop la tarea de representarme ante esos generales ineptos. Yo debo ocuparme de otras cuestiones importantes para mí.
- Entonces no podré convencerlo con ninguna de mis razones. Lo siento por nuestra ciudad. Con su permiso, me retiro. Debo cumplir con sus disposiciones.
Acto seguido. El fámulo salió del despacho alejándose con su acostumbrada parsimonia de un sitio que empezaba a inspirarle una clara sensación de temor.
Cuando estuvo definitivamente solo, el Alcalde consagró sus esfuerzos a satisfacer la pasión que lo obsesionaba desde que la guerra contra Ptum empezó a adquirir un cariz desfavorable. Ahora disponía de tiempo para explorar cabalmente aquel espectro de emociones y miedos que suscitaba el ajedrez en su alicaído espíritu. Dirigido por ese pensamiento, su cuerpo se acercó al tablero que reposaba ociosamente sobre el pupitre que compartía habitualmente sus días. Al contemplar aquella superficie escaqueada y vacía, se sintió cual un general que escudriñara el campo de batalla antes de que ésta tuviera lugar. Aquel tablero, pensaba, le proporcionaría una respuesta definitiva al enigma de su destino. Sin embargo, para llevar a cabo ese propósito tenía que sumergirse en las entrañas de aquel mundo y dejarse llevar por su férrea lógica. Era la mejor forma de acabar con el horrible dilema que le tenía sumido entre el desvarío y la blasfemia.
Inducido por la fuerza de ese pensamiento redentor, el Alcalde acercó su mano al panel de identificación que le permitiría acceder, después de muchas lunas, a ese ciberespacio hacia el cual sentía tanta afinidad. Transcurridos unos cuantos segundos la voz de la entidad que resguardaba el sistema le dio la bienvenida.
- Buenas tardes, Excelencia, la sesión de hoy promete ser muy interesante. Para la ocasión le tengo reservado un contendor humano, un detalle que le brinda variedad a la jornada. Antes nos dedicábamos únicamente a reproducir partidas clásicas.
Advirtiendo un rastro de ironía en las palabras del sistema, el Alcalde repuso
-Una actividad que también posee su faceta estética, y que ofrece emociones a quien la practica con un criterio eminentemente didáctico. Aunque claro está que carece del dramatismo del juego en vivo, su eterno desafío a la incertidumbre.
Cambiando bruscamente de tema, la voz del sistema le espetó de golpe una revelación que consternó un tanto su ánimo.
-Excelencia, creo mi deber informarle que el sistema le ha asignado las piezas negras.
El Alcalde no replicó, pero en su mente empezó a formarse la sombra de una sospecha que le inducía a suponer que sus enemigos habían conseguido traspasar las defensas del sistema para alterar las instrucciones que regían las decisiones del software. Si esta sospecha llegaba a confirmarse, podía considerarse perdido pues quedaría sometido a la voluntad de otra inteligencia seguramente hostil. Pese a su turbación, el Alcalde logró disimular eficazmente su sobresalto. Después de todo, el simple hecho de mover primero no garantizaba la victoria al primer jugador, además siempre existía una manera de contrarrestar el poder que el enemigo ostentaba al comienzo de la batalla. El momento de la verdad llegaría después, cuando Rinza se decidiera a mostrar la estrategia que suponía lo llevaría al triunfo.
Sin embargo, la imperiosa voz con la que el Alcalde solicitó comunicarse con el Polígono, creaba la ilusión de un hombre ecuánime que mantenía cogidos todos los hilos de la situación. Luego, cuando la pantalla del videófono se vio ocupada por la sonriente faz de un técnico, perteneciente al personal que laboraba en el Polígono, pudo sentirse un poco más tranquilo.
- No le quitare mucho tiempo... dijo el Alcalde con un hilo de voz un tanto entrecortada. Necesito que revisen de inmediato los antecedentes de todo el personal militar y técnico que trabaje actualmente en el Polígono. Pongan el acento en averiguar su simpatía o antipatía hacia el régimen. Sospecho que un traidor se ha infiltrado entre ustedes.
- Comprendido, Excelencia. Lo haremos, aunque como comprenderá eso llevara su tiempo, y sólo podrá conocer los resultados después de que culmine su sesión de juego. A menos que desee suspender la operación de conexión...
-Nunca. Es perentorio para mí. No podría dilatar mas tiempo la ejecución de esta experiencia. Pasé meses revisando los expedientes de esa escoria. Y tampoco me queda mucho tiempo libre. Está bien, efectúen las pesquisas, pero quiero esos informes en mi computadora. Cambio y fuera.
- Cambio y fuera, Excelencia. Espero encontrarlo nuevamente al otro lado de la línea- dijo el técnico antes de esfumarse abruptamente de la pantalla.
La respuesta que acababa de recibir aumentó las sospechas del Alcalde, pero era imposible impedir que el sistema continuara ejecutando la secuencia de transferencia neural. Por eso, cuando la inhumana tesitura electrónica le pidió autorización para conectar su mente con el bullente ciberespacio, el Alcalde pronunció una trémula afirmación que solo podía significar duda. Sin embargo, el sistema no estaba capacitado para comprender los altibajos de la mente humana, le bastaba con tener una respuesta afirmativa para proceder. De este modo, hicieron su aparición una pareja de brazos tentaculares que se aproximaron al cráneo del Alcalde con la parsimonia de una araña tejiendo su tela, para revestir la cabeza del humano con un extraño yelmo transparente, que contenía el inductor que vincularía sus terminaciones nerviosas con la arena de duelo.
De improviso, el Alcalde se encontraba rodeado de una apacible soledad que no era la de su despacho. Luego, a medida que penetraba en los dominios de aquel universo, su visión principió a percibir el resplandor de una legión de formas rutilantes que esclarecían, un poco, el inhóspito aspecto de aquel cuadrante espacial. Sin embargo, su mente no podía extraviarse, el mundo que buscaba se hallaba muy cerca, al menos esa era la impresión que tenía. Reconocía la ubicación de las constelaciones, la distante luz de la inmensa estrella, en torno a la que orbitaba el rojizo planeta que había elegido para enclavar su mundo aparte, y hacia el cual se dirigía anhelante, ansioso, transfigurado en un demiurgo que podía controlar los elementos de aquella comarca a su albedrío..
El descenso no le fue difícil. Tenía mucha práctica realizando esos vuelos que le reconfortaban, alejándole de la desesperación. Bajo sus pies observaba el ciclópeo aspecto de la cordillera que estaba sobrevolando. Aquellas montañas adustas, erguidas perpendicularmente sobre unos abismos hórridos que agitaban la imaginación de los cobardes, parecían emerger de la penumbra en retirada cual portentosos gigantes que resguardaban el misterio del lugar de la intromisión del alba. Y quizá fuera así, pues ocultaban el pequeño valle donde se ocultaba su secreto.
Entonces, los sagaces ojos del Alcalde descubrieron, detrás de un dosel de nubes, el paraje que andaba buscando. Abajo todo estaba dispuesto, el tablero, las piezas, y el rival contemplaba su llegada como si lo estuviesen esperando para dar inicio a una lucha largo tiempo postergada.
DOS
Cuando Rinza se vio inmerso en la atmósfera hacia la cual le había conducido la interfaz que le habían colocado en la cabeza, comprendió el vasto empeño que el Alcalde había puesto en satisfacer su tortuosa deseo de emoción. Para empezar, no se encontraba habitando ningún universo exótico, dotado de dragones fabulosos, ni tenía a su alcance una profusa colección de objetos mágicos dispuestos a ser convocados. Se hallaba en medio de un escenario, se diría espartano, por la parquedad de los elementos que lo componían. Frente a él se desplegaba una extensa superficie cuadrangular, perfectamente parcelada en una serie finita de escaques claros y grises, que su percepción identificó inmediatamente como un tablero de ajedrez. Al otro lado extremo del tablero se podía divisar una ordenada hueste de seres vestidos extravagantemente con indumentarias de tonalidades oscuras , que variaban según el rango que ostentaban. Todos ellos poseían el porte de un hombre adulto bien desarrollado, pero al mismo tiempo mostraban una extraña rigidez de autómatas en reposo. Visto desde aquella perspectiva, aquel minúsculo ejército ,ordenadamente dispuesto en un par de hileras formadas marcialmente, evocaba remotamente a una falange macedónica preparada para cargar contra el enemigo. Levitando detrás de aquella mesnada, Rinza consiguió distinguir el tenue holograma de su oponente. Un individuo de estatura mediana, complexión recia y mirada divagante, cuyo milenario aspecto remitía a pensar en la figura de un venerable patriarca antediluviano, pues el matusalén vestía un siniestro albornoz que evidenciaba sus vínculos con un tiempo remoto. Contemplándose a si mismo, Rinza advirtió que el sistema no había modificado su apariencia de raíz. Simplemente había adecuado su indumentaria al tenor de la coyuntura presente, confiriéndole un aspecto que se avenía perfectamente con sus rasgos amerindios. , Sin embargo no tenía tiempo para distraerse, se encontraba en un mundo nuevo y su deber era encontrar un modo para sobrevivir en él. Gradualmente, Rinza fue descubriendo los poderes que el sistema le había otorgado. Su cuerpo había adquirido la maravillosa facultad de levitar, un detalle que se revelaba importante a la hora de escudriñar la situación de sus trebejos sobre el campo de honor, no obstante Rinza consideraba que el poder de mover sus piezas a distancia capacidad más portentosa que le habían conferido. En este mundo la irradiación biofótonica emitida por su mente era captada por las moléculas que componían la materia de la que estaban hechos los trebejos que tenía a sus órdenes. Lamentablemente, el radio de acción de esta facultad había sido constreñido, astutamente, por el sistema a los confines de este pequeño valle.
De improviso la autoritaria voz del sistema retumbó en toda la atmósfera del valle, conminando a los contendientes a disponerse a iniciar la partida. Así, con palabras ampulosas, el sistema les comunicó que el juego daría comienzo apenas el disco solar se hubiese situado en el cenit de la bóveda celeste.. De esta forma la luz daría de lleno sobre el cuadrilátero donde se verificaría la acción. Naturalmente la partida llegaría a su fin, cuando alguno de los contendientes recibiera un mate inexorable, sin embargo esto tenía que ocurrir apenas se hubiera puesto el sol. Si esto no llegaba a ocurrir, ambos contendores conocerían el horror de la inmediata destrucción. Puestas las cosas así, parecía ineludible contender para seguir manteniendo su lugar en la existencia, una circunstancia que, a juicio de Rinza, le otorgaba una dosis de emoción al asunto.
Desde la perspectiva de Rinza, la circunstancia de manejar las piezas blancas le otorgaban la oportunidad de asumir, desde el inicio, el curso de una ofensiva que podía brindarle el triunfo inmediato, si no cometía ningún error en el camino. Por ahora, su mente estaba ocupada en elegir una apertura que fuera consecuente con el espíritu belicoso que se proponía imprimirle al juego, pues era su turno de jugar ya que el sol principiaba a elevarse gloriosamente desde el horizonte incendiando con su fulgor las cumbres de las montañas cercanas. Así, impelido por la fuerza de su sentido común apeló al movimiento que le pareció más natural para desplegar su poder combativo. Peón Cuatro Rey. Desde el otro lado del tablero, el anciano observó como el infante enemigo abandonaba su inercia para desplazarse con una pasmosa tranquilidad dos cuadros rumbo al centro del tablero vacío, sin manifestar un evidente sobresalto, aunque por dentro sus neuronas empezaban a hilar una estrategia defensiva que le sirviera para detener el ímpetu de su rival. Después de un breve recuento del formidable arsenal defensivo al que las negras podían acudir, y al cual su memoria solo le brindo un simple atisbo, el anciano se decidió a ordenarle a su peón de rey que acudiera a interceptar el paso del infante enemigo. Rinza había recuperado el turno y empezó a estudiar la posición concienzudamente. Sobre el tablero se había planteado una clásica posición de apertura peón cuatro rey versus peón cuatro rey.. A partir de aquí podía elegir una vasta panoplia de alternativas, pero lo que él necesitaba era una que contuviera el cariz de la sorpresa. Estaba claro que el bloqueo central impuesto por el avance del infante enemigo debía ser desafiado para conseguir airear la posición. De improviso su mirada refulgió con el brillo de un sol en trance de nacer. Había encontrado el movimiento justo para conseguir el efecto sorpresa sobre su contendiente. Seguidamente el infante blanco que celosamente custodiaba la posición de la dama cobró vida, y se desplazó velozmente hacia el centro del tablero. Allí le esperaba su oponente, el impávido peón negro, que logró esquivar la acometida de aquella espada desenvainada con rauda agilidad, mientras contraatacaba hundiendo el acero de su cimitarra en el vientre de su rival. Al instante el sistema hizo que la tierra se abriera para engullir el cuerpo del soldado muerto. El anciano había considerado necesario devorar el peón ofensor con la mente puesta en un hipotético final en el que sus peones superaran ampliamente a los efectivos enemigos, sin embargo Rinza continuó enviando sus peones al ara del sacrificio. Esta vez fue el turno del peón alfil dama quien se avino a inmolarse ante la implacable voracidad del intruso peón de rey negro. En este caso el anciano también aceptó la oferta, pues tenia fe en su capacidad para superar el reto que Rinza le estaba proponiendo con su audacia. No obstante, cuando el poderoso alfil de rey blanco se adueño de la despejada diagonal que apuntaba claramente contra el principal punto débil de su bastión, el anciano empezaría a preocuparse con más intensidad del peligro que se cernía sobre su monarca. Por esa razón, y para ganar un poco de tiempo para efectuar su enroque, el anciano le encomendó a su alfil de rey la misión de atacar de frente al rey blanco, con ese propósito el obispo negro penetró en el campo enemigo y se lanzó contra el objetivo previsto. Con suma agilidad, el rey blanco eludió la carga del enemigo y se refugió en una casilla contigua, que su propio alfil de rey había dejado vacante. Con este movimiento se hacia evidente el plan de Rinza. Con osadía, el primer jugador renunciaba al enroque para no detener la velocidad de su ataque sobre el castillo negro. Cartografía de la Tierra con un magnetómetro casero
La batalla continuaba, y de un salto el corcel de rey negro intentó incorporarse a la acción ,sin embargo el vigor de este movimiento quedó neutralizado por el súbito avance del peón de rey blanco quien cruzó el centro del tablero con evidentes intenciones agresivas. Debido a esta amenaza contra su integridad, el equino se vio obligado a retroceder hacia su posición primigenia, dejando indefensas importantes casillas del flanco de rey negro. Para aprovechar semejante oportunidad Rinza decidió apretar el cerco que sus piezas tenían puesto alrededor del bastión rival sirviéndose, para tal fin, de la fuerza de su pieza más poderosa, la dama. Ante la acometida de las fuerzas enemigas el anciano se dispuso a oponer una defensa tenaz, que le permitiera sostener todos los puntos débiles que pudieran surgir ante un ataque que parecía tan furioso. El único objetivo que perseguía su testarudez era conseguir hilvanar, en un futuro que preveía cercano, una contraofensiva que le brindara la oportunidad del triunfo. Gradualmente, las fuerzas de Rinza continuaron creando las condiciones necesarias para ejecutar pronto el ataque final. , Sus intenciones podían deducirse de la enorme coherencia con que las piezas blancas empezaban a danzar en torno a la muralla de peones que defendía endeblemente la seguridad del monarca negro Al llegar a este punto la posición exigía, desde la perspectiva de Rinza, la ejecución de un sacrificio que le permitiría abrir una brecha en las paredes del todavía incólume castillo enemigo. Con esa idea en la mente, Rinza le ordenó a su corcel de rey que eliminara el peón alfil de rey contrario; una vez ubicado allí el jinete blanco podría amenazar directamente al acosado soberano negro, quien constreñido en la casilla torre de rey, continuaba siendo objeto de una denodada defensa por parte de sus efectivos de combate. Naturalmente el caballo invasor era un presente griego que las piezas negras contiguas no podían capturar sin comprometer la endeble posición que sostenían Asi, confinado en esa aislado escaque, el rey negro asistió con estoicismo al final de una lucha que carecía de posibilidades de revertir. En efecto, pese al valor que podían ostentar sus guerreros, el aparatoso sacrificio del caballo había conseguido mellar definitivamente la seguridad su baluarte.
Llegado este momento, podía considerarse que la partida había ingresado en sus postrimerías, y aunque todavía no se perfilaba una posición de mate ineludible, ésta principiaba a vislumbrarse, pues la enmarañada posición del monarca negro le dejaba a merced de la potencia asesina de los alfiles blancos, dueños de las diagonales abiertas sobre las que el rey blanco deambulaba como un soldado desguarnecido en medio de soledad del combate. A su alrededor el crepúsculo principiaba a teñir de sombras el valle donde se había desarrollado la lucha, el inexorable declive del sol constituía un evidente síntoma de que el plazo estipulado por el sistema estaba concluyendo .No obstante, el anciano no parecía resignado a perecer. Su rostro inquieto evidenciaba que su pensamiento estaba puesto en hallar alguna forma de contrariar las reglas que el sistema había impuesto a la partida, un riesgo que debía asumir si deseaba conservar su vida. De este modo, avisado por su perspicacia, Rinza no se sorprendió en lo absoluto cuando el curso de los acontecimientos empezó a tomar un rumbo que no había sido anticipado por nadie.
Un segundo después un simple vistazo al cielo le informó que las cosas estaban cambiando. El firmamento había adquirido un aspecto furibundo, casi de cataclismo que recordaba el momento en el que se iniciaban las tormentas Consecuentemente, la topografía del lugar empezó a desfigurarse, a perder sus proporciones hasta hacerse indistinguible al escrutinio del ojo humano, luego un espantoso hedor emanó de todos los confines de aquella tierra como si ésta fuera un cadáver recién exhumado de su tumba..
Rinza estaba ten impresionado por esta fase de la transición que había olvidado por completo las razones que le habían traído a aquella arena. Realmente no era cosa de todos los días asistir al desarrollo de un Apocalipsis.que denotaba el deterioro de la realidad, para dar paso a una condición pretérita, oculta tras bambalinas. Sin embargo, su razón estaba intrigada por causa de la plaga que estaba devorando a este mundo y no pudo evitar formular una pregunta retórica al vacío que empezaba a acompañarlo. Y aunque no esperaba que nadie le respondiese, la cavernosa voz del anciano se animó a hacerlo
-El fenómeno que afecta a este estrato de realidad es producto de la intrusión de una especie viral particularmente voraz que se alimenta de la información que sustenta la existencia de las ciberformas aquí presentes.. A mi entender, la única forma de revertir esta situación estriba en atacar el virus desde dentro. Es una medida arriesgada, pero no veo otro camino para salvarnos de esta vorágine...
De un salto el anciano se trepó a ese cielo descolorido que parecía pertenecer a una era previa a la creación de las cosas. Abajo quedaba el tablero donde Rinza no había concretado su victoria, convertido en una planicie yerma, próxima a involucionar todavía más. Con un ímpetu salvaje el anciano se dispuso a enfrentarse a las criaturas virales como si él dispusiera de una portentosa lanza que nulificara la fuerza destructora de aquellas formas con el poderío de su acometida. Sin embargo, la coraza que protegía el virus rechazó su intento, arrojando al defenestrado caballero contra la oscura tristeza de aquel cielo que parecía abrir su seno para acogerlo en su última caída. En ese momento, Rinza advirtió, al vuelo, una serie de gestos y expresiones que le parecieron notablemente familiares , que le permitieron esbozar un perfecto retrato mental del Alcalde de Khilafe, despojado de aquella barba patriarcal y de ese sombrío albornoz que lo arropaba. En cualquier caso era imposible imaginar un destino diferente para un hombre que gustaba jugar con el riesgo, mientras uno contemplaba como su cuerpo atravesaba el cielo como la estela de un cometa hasta perderse en el corazón del universo, con el alma limpia de todos los odios que lo atribularon.
Por su parte, Rinza también tenía motivos para preocuparse, pues había sido atrapado por una ráfaga de viento que le estaba conduciendo al borde de un abismo cuyas paredes descendían a plomo hacia la horrenda oscuridad del inframundo. Lo peor del caso es que no deseaba morir, aunque el terror del abismo le hacía codiciar esa posibilidad como la más amable que podría sopesar.. Envuelto por el dramatismo de ese trance, se animó a gritar tal vez estimulado por la idea de acompañar el último momento de su vida con el sonido de una voz humana. Sin embargo, en el sector más recóndito de su mente, los ojos de su imaginación empezaron a captar la expectación contenida en un millón de rostros ansiosos por conocer su destino. La pregunta que llenaba las mentes era sencilla ¿Conseguiría salvarse o no? . Se hacían apuestas al respecto, sueldos que reunidos conseguirían pagar los placeres de un ministro. De improviso, el imperceptible sonido de un clic extendió ante su mirada un brumoso panorama de seres, que gradualmente llegó a considerar reales.
TRES
Después de haber sido liberado de la interfaz que vinculaba su mente con aquel demente universo virtual, Rinza se encontró atravesando, de principio a fin, la destruida Calle de los Desfiles, la principal arteria de Khilafe, formando parte de una nutrida fila de prisioneros que dócilmente se encaminaban hacia el único aeródromo que los cazabombarderos plumitas habían respetado durante el curso de la batalla. En ese momento, impelido por la curiosidad del hombre que ha estado mucho tiempo alejado de sus semejantes, Rinza se atrevió a interrogar al más cercano de sus cancerberos sobre la suerte que había corrido el Alcalde de Khilafe . No obstante, su pregunta no halló eco en la hermética mente del guardia, que prefirió esgrimir el látigo que portaba para eludir una información que sus superiores le habían prohibido revelar. Advirtiendo que el desdén del guardia era definitivo, Rinza decidió fiarse de sus percepciones para descubrir las causas de la catástrofe que se había abatido sobre la ciudad. Khilafe era una elocuente ruina, y los escombros que sus botines tenían que eludir constantemente confirmaban el encarnizamiento de una lucha que se había tornado en desesperada en vista de la arrogancia que habían demostrado los defensores de la plaza ante los ataques de un ejército que poseía el enorme poder de los recursos y el número. La presencia de centenares de vehículos blindados, desmantelados por los impactos de la artillería daban una idea de la magnitud que había alcanzado la resistencia final. Lamentablemente para las armas de Khilafe la batalla había tenido un resultado adverso, cuyas consecuencias podían percibirse por doquier. Una prueba definitiva de ello, era la interminable afluencia de antiguos combatientes, que una vez capturados en los escondrijos donde se habían emboscado, terminaban integrándose a esa doliente cadena de humanidad que marchaba, a fuerza de latigazos, para complacer la megalomanía del mariscal Suxe, el conquistador de Khilafe, Y quien seguía el espectáculo desde un monitor de televisión instalado en la tribuna que había mandado erigir a un lado de la torre de control del aeródromo donde era conducida aquella muchedumbre de antiguos combatientes. Y aunque, aparentemente, sus camaradas lucieran resignados a admitir el destino que les habían deparado sus captores, Rinza estaba convencido de que en el fondo de sus corazones su pensamiento estaba lejos de aceptar pasivamente el papel de esclavo en algún extenso latifundio ptumita.
De pronto, en un alarde de alegría triunfal, el mariscal Suxe dio su venia para que despegase el primer cuatrimotor de transporte. Así, en medio de la algarabía de sus soldados, la nave ptumita se elevo cual una criatura celeste sobre el firmamento de la ciudad vencida, portando una abundante provisión de esclavos que repletarían los mercados de la urbe septentrional. Desde la pista, Rinza seguía con bastante atención la secuencia que exigía aquella monótona operación que parecía repetirse infinitamente . Primero: los cautivos ascendían la empinada rampa, dispuesta a popa del monstruoso fuselaje que los cobijaría, ayudados por la mecánica eficiencia de una escalera-robot que acudía de un lado a otro del aeródromo ejecutando su trabajo. Segundo: una vez adentro, los prisioneros, sumergidos en la tenebrosa oscuridad de la bodega de la nave, podían considerar que se hallaban en una de las cavernas del infierno. Tercero: apenas las puertas de la bodega se hubieran cerrado, la gente que se quedaba adentro se iniciaba en el conocimiento del silencio, un silencio por lo demás forzado por el imperante crepitar de las hélices. Por último, apenas la nave empezaba su periplo en el cielo, Rinza terminaba adquiriendo la certeza de que sus compatriotas eran, para los ptumitas, una simple muestra estadística contenida en la memoria de su computadora maestra..
Sin embargo, todavía se encontraban a tiempo para luchar de nuevo, de cualquier modo era perentorio perseverar en la defensa de su dignidad de hombres contra el espanto que les prometía aquel destino vil. Solo así podían quebrantar el espíritu del hombre que los estaba humillando, de la misma forma como él había conseguido menguar la altivez del Alcalde de Khilafe, un hombre exiliado en el castillo de su excesivo apego a sí mismo.
De improviso, el feroz golpe que le propinó el látigo de un guardia ptumita le trajo de nuevo a la realidad circundante. Una vez aquí, sus sentidos percibieron el vasto odio que había generado en ellos. La andanada de golpes, y los insultos que les acompañaban, eran un indicio del espíritu belicoso que los motivaba. No obstante, Rinza no respondió a ninguna de las agresiones; era como si aprovechando el rigor del momento se dedicara a diseñar una estratagema que le permitiera salir de un trance tan difícil.
Afortunadamente sus cálculos no resultarían erróneos. A su alrededor los rostros de sus compañeros de cautiverio empezaron a adquirir, gradualmente, los signos de la ofuscación. La marcha se había detenido convirtiendo a aquella muchedumbre en movimiento en una turba recalcitrante que estaba dispuesta a solidarizarse con uno de ellos, y que convertida en un monstruo recién convocado, amenazaba romper el férreo cordón humano que los guardias habían construido en torno a él. Entonces los guardias, temerosos de la superioridad numérica de aquellos seres desbordados, soltaron a Rinza y se prepararon a enfrentar el conato, esgrimiendo sus látigos como recurso supremo para amedrentar la ira de sus enemigos. La tensión que se respiraba en el ambiente preludiaba el inicio de una lucha desigual que ninguno de los bandos se decidía a comenzar. En ese instante, la gigantesca videopantalla que dominaba la explanada del aeródromo derramó sobre todos una imagen patéticamente cruel, en la que el mariscal Suxe se atrevía a enarbolar cual un trofeo la putrefacta cabeza del extinto alcalde de Khilafe, encerrada en una exigua jaula de alambre. Una actitud que denotaba claramente el acento de humillación que estaba poniendo a su acción.
Ante semejante muestra de vesania, Rinza y sus compañeros olvidaron la cautela que todavía regía sus pensamientos, para dirigir su ira contra la tribuna donde el mariscal Suxe y su séquito contemplaban la génesis de una nueva batalla. Al cabo de unos segundos, la lucha cuerpo a cuerpo entre los prisioneros y sus captores ya se había generalizado, convirtiéndose en una furiosa refriega en la que los escudos y látigos de los guardias demostraron ser insuficientes para contener el pundonor y la astucia que esgrimían aquellos soldados, equipados con las piedras que su astucia había conseguido recolectar..
Desde su puesto de mando, ubicado en la tribuna, el mariscal Suxe sopesaba alternativas. Definitivamente esta inesperada coyuntura le había puesto ante un dilema. Por un lado, era clamor general entre los oficiales de su estado mayor que echara mano de una medida drástica para acabar con la revuelta, pero viendo el asunto desde su propia perspectiva no deseaba sumar a su reputación de militar los baldones del genocida. No, el predicamento actual sería resuelto sin apelar a las hecatombes que habían caracterizado la lucha hasta entonces. Súbitamente, su mente encontró la respuesta despejando todas las dudas que lo acechaban. Ahora tenia que poner en práctica lo que había pensado.
- ¡Sargento Fenco!
- ¡ A sus órdenes, mi mariscal ¡- respondió el aludido
- Reúna una nueva fuerza de choque, reforzada con equipo antidisturbios. Rodeen a esa escoria por todas los flancos,, no quiero que avancen más. Luego, cuando los tengan bien sujetos, envuélvanlos con gas. No veo mejor forma para detenerlos.
El sargento hizo una corta venia en señal de asentimiento, y procedió a descender los peldaños que lo separaban del teatro de la acción dispuesto a ejecutar las ordenes del mariscal. A continuación, reunió a una nueva unidad de pretorianos, y los arengó efusivamente para galvanizar su coraje contra los insurrectos. El efecto de la predica fue satisfactorio pues Fenco observó alborozado que sus hombres desenvainaban, en actitud desafiante, las varas que llevaban al cinto.
Mientras tanto, Fenco continuó perorando
- ...nuestra tarea consiste básicamente en contener el avance de esa turba. Tenemos que rodearlos por ambos flancos, y penetrar en el interior de su formación hasta conseguir dividirla. Conseguido ese objetivo nos retiramos. En ese momento el mariscal dará comienzo a la siguiente fase de su plan. ¿ Tienen alguna pregunta al respecto?
Ninguna voz se aprestó a responder. Al parecer aquellos individuos curtidos en los combates, vestidos con uniformes que se mimetizaban a la perfección con las arenas del desierto, habían comprendido cabalmente lo que su mariscal requería de ellos.
- Bien- acotó Fenco- Supongo que entonces estamos de acuerdo. Pueden bajar las viseras de sus cascos. Buena suerte a todos y ¡ a ellos!
Unos minutos después , Fenco y sus pretorianos habían cubierto, corriendo a campo traviesa, la breve distancia que los separaba de la turba en pleno avance. Luego su unidad se dividió en dos fuerzas mas pequeñas que acometieron a la formación de Rinza por ambos flancos. El choque entre ambos grupos fue formidable, pues resulto contraproducente para los cálculos del mariscal, que jamás espero que sus enemigos se hubieran abastecido de una provisión de proyectiles tan grande. Así, aconteció que esa lluvia de dardos obligaría a detener su ataque, adoptando una formación defensiva que les permitiera resistir el asedio al que los estaba sometiendo el empuje de los hombres de Rinza. No cabía duda de que el combate se había equilibrado, haciendo difícil vaticinar cual de los bandos se alzaría con la victoria.
Mientras tanto, desde la tribuna, el mariscal Suxe contemplaba irritado el cariz que habían tomado los acontecimientos. De hecho, no había contado con una reacción tan eficaz de parte de los atacados;evidentemente ese factor imprevisto le obligaba a considerar necesario adelantar la siguiente fase del plan estratégico que había concebido para dominar la situación
Según la perspectiva actual , era perentorio proceder a dar la orden de rociar con gas a toda la muchedumbre que ocupaba la explanada. Sin duda, semejante acción le costaría sacrificar la vida de todos los hombres que había lanzado al ataque, pero, viéndolo bien, era un sacrificio que valía la pena pues colocaba la victoria al alcance de su mano.
No muy lejos de allí , confundido en medio del tumulto provocado por la escaramuza, Rinza se había trabado en un recio pugilato con Fenco, el suboficial que comandaba a los pretorianos, un sujeto de complexión maciza, y rasgos sumamente toscos que parecía dotado de una fuerza descomunal para tratarse de un hombre común, en cuyo rostro se denotaba el enorme esfuerzo que estaba haciendo para mantener sus manos aferradas al cuello de Rinza
En torno a ellos, el cacofónico vocerío que brotaba del combate crecía, subrayando la lúgubre soledad de los caídos que yacían sobre el duro pavimento de la explanada.
Volviendo a Rinza, este había advertido que si la presión de aquel energúmeno continuaba su muerte por estrangulamiento seria inevitable, pues era notorio que su contendor le superaba en fuerza física , sin embargo su instinto de supervivencia le instaba a resistir. Así pues, pese a hallarse al borde de la asfixia, Rinza consiguió zafarse, de un empellón, del férreo lazo en el que su oponente le tenia cogido. Al mismo tiempo, y de reojo, advirtió como el encorvado hombrecillo, cubierto con el capote gris, agitaba convulsivamente su bastón de mando. Un ademán que ejecutado por aquel hombre tenia que significar forzosamente algo.
De momento Rinza había eludido el acoso de la muerte, surgiendo de aquella prueba con un ánimo redoblado para encarar combates futuros, por lo tanto siguió corriendo con la mirada ocupada en el examen de los rostros que venían , mientras blandía su vara con encono .
De pronto, la naturaleza de la escena se transformó sumiendo a la tarde en una oscuridad lechosa que irritaba los ojos. Luego, el punzante olor del gas arrojado por los pretorianos que se acercaban , empezó a obrar su efecto de incapacitación sobre todos. Al rato, defensores y atacantes, quedaron sumergidos en una atmósfera emponzoñada que amenazaba sofocarlos.
Valerosamente, Rinza decidió alejarse del área afectada por la acción del gas. Obviamente se estaba enfrentando a una situación difícil, sin ningún medio para neutralizar los efectos de un arma tan insidiosa, pero tenia que intentarlo. Era un riesgo supremo que su instinto le sugería correr si deseaba ver el siguiente amanecer, sin embargo ignoraba si su cuerpo colaboraría con su propósito. Sus piernas ya no le obedecían plenamente, y su visión ya empezaba a nublarse ofreciéndole una perspectiva retaceada de los objetos a su alrededor. Puesto en un trance semejante, solo una extraordinaria combinación de circunstancias podría favorecerle en su empeño de conducir su cuerpo mas allá de la alambrada que protegía el perímetro del aeródromo. Después de eso no estaba demasiado seguro de que rumbo tomaría su existencia, pues su mente se hallaba demasiado aturdida para esbozar alguna clase de plan. Por dentro, el gas continuaba destruyendo, poco a poco, su red nerviosa ocasionándole un daño ciertamente irreversible.
Gradualmente, el viento de la tarde empezó a soplar con la fuerza de un vendaval sobre la explanada cubierta de muertos. Unos segundos después la escena aparecía limpia de la niebla que la había cubierto, haciendo visible ,para todos, los estragos que había provocado el uso del gas . Entonces, el mariscal Suxe pudo contemplar satisfecho las consecuencias de su drástica medida. Definitivamente la ejecución de su plan había acallado por completo la animosidad de los insurrectos.
Ahora, sobre el silencioso campo de batalla reinaba la ominosa presencia del terror en toda su dimensión sombría. Realmente el espectáculo era tan deprimente que el mismo mariscal se creyó obligado a ordenar que se ultimara a toda aquella gente, no tanto por el grado de piedad que le inspiraba la escena, sino para darle una vuelta definitiva a un episodio infausto que manchaba la gloria de un día que había juzgado triunfal.
En ese instante, que el mariscal había elegido como el adecuado para ordenar a sus pretorianos que iniciasen su obra de muerte, un rayo, proveniente del cañón de una pistola láser, desgarró la tarde con su fúlgida estela impactando de lleno en la hirsuta cabeza del tambaleante Rinza. A continuación, su cuerpo decapitado cayó de bruces al suelo, mientras su cabeza, convertida en un efímero capullo de carbón, echaba al viento un menudo conjunto de cenizas, que llevadas por el viento, se diseminaron a gran velocidad por las inmediaciones de la explanada.
El autor de aquel inusitado disparo había sido el sargento Fenco, Durante unos minutos , el antiguo adalid de los pretorianos había recobrado la conciencia para arrastrar su enorme cuerpo a través de aquel laberinto de cadáveres, como un reptil en pos de su presa, buscando el ángulo preciso para ejecutar el disparo. Cuando apretó el gatillo, el rostro del sargento esbozó una leve mueca de satisfacción por el deber cumplido, y tal vez hubiera disfrutado mucho más de su obra, si la muerte no hubiera insistido en llevárselo consigo. Sin embargo, a su entender, el moribundo sargento había ejecutado un trabajo limpio y eficaz, que seguramente complacería las expectativas de su mariscal.
Sobre la tribuna, Suxe permaneció inmóvil, evidentemente sorprendido por el rumbo que había tomado el destino. Quizá su mente era todavía demasiado lenta para enfrentarse a una realidad tan compleja que ocultaba demasiados giros en su interior. De hecho hubiera preferido que las cosas asumieran el cariz que él había previsto en sus cálculos. Lo cierto era que le sería bastante arduo conseguir una generación de gente dócil en esta tierra de hombres tan díscolos. Solo cabía esperar que los genetistas hicieran un buen trabajo aquí con los genes de la generación venidera una vez que la colonización ptumita se hubiera asentado definitivamente sobre esta tierra.
Rubén Mesías Cornejo.
Febrero-Marzo 2004
El Autor de este relato fué RUBEN MESIAS CORNEJO , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=5380&cat=craneo (ahora offline)
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Antonio Rinza recuperó la conciencia tendido sobre el suelo de un cubículo extraño, cuyo aspecto difería radicalmente de los rudos ambientes que había con
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2020-02-19

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