Abúlicamente
La soledad es imposible, pues está poblada de fantasmas.
ENRIQUE VILA-MATAS
Me despierto cansado y con los ojos tristes debido al potente efecto de los tranquilizantes que estoy tomando. Tengo una especie de depresión debida a un fuerte shock traumático que sufrí al ver morir a mi amada esposa de cáncer de colon. Se lo diagnosticaron a los cuatro meses de nuestro matrimonio, y la postró en cama durante ochenta y seis días más. Fue todo tan rápido que el de arriba no me dio tiempo a echarla de menos. Mis amigos ya no llaman, puesto que se han cansado de mi amargo llanto. Hace nueve meses que vivo inmerso en mi particular locura lacrimal. Me siento como un pez que ha picado un enorme anzuelo.
Me ahogo lentamente, y no puedo arrancar esa minúscula cuchilla que se ha aposentado en mi gaznate. Sangro sin mancharme, en apariencia; otras veces sangro de verdad, y es en forma de amargas lágrimas. Estoy solo, vivo, pero muy solo; la soledad no es mala, pero es una compañera que no te cae del todo bien; y es que nunca habla y cuando lo hace te obliga a callarte. Las respuestas van navegando sin encontrar una buena pregunta a la que contestar.
Dulce rostro de mejillas sonrosadas y ojos azules, el pelo desenredado y fino; y siempre cubriendo su cara, cómo si no quisiera que descubriesen su lánguida y ausente mirada de provocadora de la belleza. La recuerdo bajo la presión de mi triste agonía nostálgica de perdedor cum laude.
Hace diez años caminaba solo por las calles de Barcelona, me acababa de dejar una novia esquizofrénica con la que estuve seis meses exactos de estúpidas discusiones y desagradables sesiones golfas de cine francés en versión original; que aburrido resulta ser intelectual o ir de listo por la vida.
Soy una vida sin luz que ni siquiera puede aburrirse mirando las mismas caras de siempre, no tengo a nadie, no tengo a quien ver, a quien mirar, algo que reconocer.
Me duermo y a las dos horas me despierto sudando y solo; y suenan tambores , porque en la soledad siempre hay mucho ruido, y suele ser un ruido martilleante; son muchos latidos que se despliegan a lo largo de tu cuerpo.
SUENA EL TELÉFONO : ¡RING,RING,RING...!.
Es Elena que me quiere pegar un polvo, pero antes desea visitar una exposición de pintura vanguardista, y luego ir al cine a ver una de esas paranoias mentales de algún seguidor de Tarkovsky.
Siempre te tragas mierdas freudianas de chalados mentales que pintan barcas azules bajo fondo gris, o dirigen documentales de hora y media sobre yonquis homosexuales que hablan de la mala suerte de vivir en un mundo injusto; y todo grabado con cámara al hombro(steadycam) y música de Bach.
Elena es una hortera de cuidado(la recuerdo en tiempo presente)ya que no combina ningún color en sus espectaculares modelitos que son una mezcla de Versace y Mango. Es una chica que sufre al respirar debido a su particular visión idealista del mundo, es una inconformista nata que quiere arreglar el mundo, pero no su propio mundo.
Se sacó el carné de conducir en la proximidad de los cuarenta años. Su vida es como una película de John Woo, a ralentí, siempre esperando que los demás den el primer paso.
No entiendo cómo me pude enamorar de una persona así, pero no es fácil resistirse a una persona tan defectuosa, siempre fui un forofo de los defectos femeninos. Elena tenía una particular afición a la masturbación clitoridiana, y eso le hacía despreocuparse por completo por realizar sexo conmigo. Al principio de conocernos, me llamaba semanalmente para follar, pero mi cuerpo cuarentón no podía aguantar demasiadas erecciones, y Elena no era presa fácil en la cama; tardaba unos tres cuartos de hora en correrse, y yo en quince minutos ya me había ido, y eso me hizo plantearme el sexo oral preliminar que consistía en pasarle mi lengua por el clítoris; luego la masajeaba, y cuando estaba a punto de correrse le metía mi pene estrecho durante diez minutos exactos; acabábamos sudando y gimiendo, como si fuésemos actores porno.
Nos conocimos en un bar musical al que solía acudir después del gimnasio; y allí estaba yo a las siete y treinta y cinco, con mi pelito mojado, y unas gotas de Gaultier en mi vistoso cuello de cisne. Fue una época en la que me dio por llevar sandalias menorquinas, las tenía de todos los colores.
Ella se fijó en mis horribles pies que suspiraban un podólogo a toda costa. Se me acercó y me comentó que su padre era un especialista de renombre en el campo de los juanetes, y una eminencia de los callos.
Me atreví y pedí hora después de aceptar amablemente la tarjeta con el teléfono de la consulta situada en el numero diez de la conocida calle Mallorca. Scifi books reviews
Elena, por aquel entonces, trabajaba de enfermera. Sentí una enorme vergüenza al descalzarme delante de ella y de su padre, el doctor Santamaría. Las jodidas sandalias me provocaban una fuerte olor a Manchego semi-curado.
El doctor me regaló un millón de sonrisas nerviosas cada vez que presenciaba el intercambio de miradas entre su hija y yo, el poseedor de los pies más desagradables del planeta.
En la primera visita pague seis mil pesetas, y me realizaron un molde para unas plantillas de doce mil que debía pagar a la semana siguiente. Acudí sin nervios pero preocupado por si podría llevar plantillas con mis habituales sandalias, la respuesta fue negativa y el doctor me condenó a llevar otra clase de calzado. También me recetó unos polvos para los pies. Elena me acompañó a la puerta, y cuando iba a cerrar la puerta, se detuvo para invitarme a cenar en un mejicano especializado en frijoles con machaca y agua de Tamarindo.
Esa noche Barcelona estaba a treinta y dos grados, y si a eso le unes la comida picante te conviertes en un pollo mojado de arriba abajo.
En aquellos años yo vivía en un tranquilo barrio de Granollers; siempre me había perseguido el silencio durante mi triste vida, era algo premonitorio. Elena, después de la cena me invitó a una ducha en su casa para evitarme un desagradable viaje mojado hacia mi querido Granollers.
Por supuesto que acepté, y sin intenciones sexuales en la cabeza, aunque ella si las tenía, y muy claras. Al llegar me fui al baño de cabeza, después de pedirle cordialmente una toalla grande. Me entregó una con un agradable perfume a suavizante. Cerré la puerta dejándola entreabierta por si Elena deseaba preguntarme algo. Y sin vacilaciones, la chica entró desnuda y con un preservativo en la mano. Se metió sin contemplaciones en la bañera conmigo, y comenzó a tocarme el pene. Después se lo puso en la boca mientras yo le enjabonaba el pelo con un Fructis de Garnier. Utilizamos también unas Perles de Bain Parfumées de Van Cleef, y un Body Scrub de Make Up Store, un estupendo gel exfoliante.
Me puso el preservativo con la boca, y la envestí fuertemente hasta corrernos. Al salir nos dimos un Body Cream Scape de Calvin Klein.
Luego Elena pulverizó la almohada con Sep Perchance Dream Pillow Mist Sensory Therapy, lo que nos proporcionó un sueño relajante de tres horas. Al despertar miré el reloj, eran casi las tres de la madrugada y debía marcharme ya que entraba a trabajar a las ocho y media, y tenía que ir a mi casa a cambiarme de ropa y coger el maletín con los dossieres. En esos años tan gratificantes trabajaba en una prestigiosa empresa de asesoramiento e inversión, y tenía una consultoría esa misma mañana con el Presidente de Motorola PC para dirigirle el programa de marketing.
Elena se despertó y me acompaño desnuda hasta la puerta donde me beso desaforadamente. Antes de marcharme, saqué un bolígrafo de mi bolsillo y le apunté en sus nalgas mi teléfono.
-Mírate al espejo y descubrirás mi número-le dije misteriosamente-.
Bajé las escaleras, ya que no me apetecía esperar el ascensor. Nunca tuve paciencia para esperar.
Al día siguiente Elena y yo volvimos a quedar, y así sucesivamente hasta el día de nuestra boda. La celebramos en el barco de su abuelo, un magnate dedicado a la ortopedia. Había cumplido los cuarenta y tres años, y por fin estaba casado.
Me libré de la silenciosa soledad durante unos agradables y complacientes meses de amor y amistad. La quise, es verdad que la quise con locura y precaución. Me enfrenté a un duelo diario de confianza, sacrificio, y total entrega; y todo gustosamente, y cada día era mejor que el anterior; y hacíamos el amor semanalmente pero con el corazón en la mano; y todo con nuestras mejores sonrisas.
Un nueve de febrero a las siete y cuarenta y tres de la tarde llegó llorando a casa, le habían diagnosticado un incurable cáncer que se la llevaría sin concesiones. La enfermedad fue como una tercera persona viviendo en casa, pero nuestro amor era tan fuerte que nos mirábamos intensamente durante unos preciados minutos al día, en la acción nos cogíamos fuertemente de la mano, e incluso llegábamos a creernos la esperanza de superar la enfermedad juntos. Había más ternura en nuestro contacto físico que en cualquier pareja sana de dieciochoañeros.
Me despierto cansado y con los ojos tristes debido a su ausencia. No está, se ha ido para siempre.
El Autor de este relato fué %D3scar Valderrama C%E1novas , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=7409&cat=craneo (ahora offline)
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2025-03-07

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