Aprender de una hormiga
Era difícil comprender para los espectadores de su vida el motivo de que tuviera marcados con un círculo rojo, distintos días en un almanaque que permanecía colgado en una de sus paredes del dormitorio desde hacía muchos años. Eran círculos visibles que contenían en su interior un significado que sólo a él atañía. Nadie sabía que eran días que vagamente le recordaban jornadas que fueron mágicas en su ayer. Y en estas efemérides, aún tenía el control de su vida. Pero también tenía fechas marcadas con un diseño especial, que le señalaban los puntos de inflexión que marcaron a ésta y desde entonces reina el descontrol y la ambigüedad en su historia; fue entonces cuando dejó de pasar las hojas de su calendario, y de otros calendarios, y los números quedaron con una aureola que circundaban su figura y mostraban su sorpresa.
Alguno de los números marcados lo miraban decepcionados y aturdidos, ya que ahora no eran escuchados cuando pasaban en los días que vivía Jerónimo. Éste no escuchaba su llamada, ya que era posible que alguno de ellos condicionara su vida, y la empujara en una dirección que ahora con el paso de los años, se le mostraba indigna de haber sido vivida. Le habían aturdido dentro de una trama que había formado su historia , o que la había deformado. Se le presentaba todo misterioso, quizás tenebroso, pero sentía extraños temores de ser ingerido por sus disparatados sueños, que se repetían con demasiada frecuencia y que le producían un insomnio difícil de desterrar de sus noches.
Ocasionalmente necesitaba arrodillarse y aprender de las hormigas a las cuales observaba desde esa altura; miraba la carga que llevaban éstas en su continuo trasiego desde la fuente de alimentos hacia la entrada del hormiguero, sin esperar ninguna recompensa, sabiendo que ésta era alimentar su vida en el largo invierno que se avecinaba. A veces se sentaba en esa posición para proteger aquel trasiego, ya que un día contrajo con estos insectos una huella impagable. Pensando que las ayudaría, cogió a una de ellas que llevaba una enorme carga, desproporcionada para su tamaño (entonces no conocía nada del esfuerzo que son capaces de realizar estos insectos) la desbandada que se formó entre el resto de la comitiva le sorprendió desagradablemente. Y desde ese día dejó de interesarse por ellas. Dirigió su mirada al Cielo.
Él prefería volar, aletear y llegar junto al jilguero que le despertaba en sus mañanas, y desde su misma altura mirar los guijarros que desparramados por el suelo, se encontraban resecos por el sol y luego mojados por la lluvia, para después ser empujados por el viento y sepultados por éste, luego de ser volteados unas cuantas ocasiones, asimismo en varias ocasiones cogía uno de estos guijarros y los lanzaba al río buscando que hicieran una planicie y que diera tres saltos, desde la orilla contaba estos saltos: uno, dos, y.., se quedaba con el propósito de la cuenta pero volvía a intentarlo; alguna vez lo conseguiría. Para ello buscaba las piedras más redondeadas, planas y suaves, buscando que el rozamiento de la china fuera lo más suave posible, y tal vez iniciar el camino hacia Dios ya que Éste estaba en el espacio. Pero Dios se mostraba insensible ante su desesperación y ante su soledad. Y paradójicamente levantaba la hilaridad de los espectadores, de niños y de adultos, de hombres y mujeres, cuando repetidamente, aleteaba con sus brazos y corría simulando el mismo vuelo que los gorriones. Sobre todo fue divertido un día que volando, volando introdujo su cabeza en un abrevadero de pájaros, lo que fue aprovechado por el viento para empujar su humanidad al interior de la piscina.
Desbaratado salió del agua y no dijo ninguna palabra, se limitó a dar unos cómicos saltitos para acabar de desprenderse de su cobardía. No habló ya que sabía que era observado por los niños que le habían empujado, se dirigió hacia un árbol conocido como el del amor y abrazando su chaqueta mojada, dirigió su mirada hacia la copa del árbol donde una pareja de pájaros lo miraban atolondrados. Deseó pedirles sus alas para volar, aletear como solía hacer y alejarse al más recóndito lugar del universo donde la indiferencia fuera la reina. Mirando a los pájaros se le estaba disipando la cólera, sobre todo al comprobar que las cabezas de estos decían continuamente si, si, si.
En esta ocasión era preciso que se levantara y que reclamara un atisbo de sabiduría, puesto que a nadie beneficia no tenerla, aunque sea una sabiduría esquemática y sin fundamento, pero sabiduría al fin y al cabo. Suficiente para discernir lo utópico de lo real. Necesitaba dejar de sentirse postergado en un mundo que empezaba a serle desconocido, donde ya era indiferente que llorara o que riera, que gritara o que se abrazara a su chaqueta para sentir un mínimo de calor y de compañía, y que viviera o que muriera; poco importaba que dijera A o que dijera O y que contara al derecho o que contara desde el número 9 al número 0, dando tiempo a que se escondiera su ayer buscando que alguien se alterara.
Decidió alejarse momentáneamente a pelear en la batalla de Lepanto, subir en el mismo barco que un escritor y ayudarle a componer un poema, y también decidió hacerse piloto, y desviar el rumbo del avión que se dirigía hacia el imperio del sol naciente. Convertirse en ría para desviar el curso de su historia y en salmón para alejarse mar adentro o río arriba. Pero estas demostraciones no conmovían ninguna sensibilidad así como tampoco la suya. Pero piensa , que no es real, que pese a su intento está conmovido y una vorágine de sentimientos le está encorajinando a pesar de que no puede permitirse esas debilidades, y solo le quedaba el recurso de salir corriendo en busca de cualquier objeto o persona a la que debe de perturbar en su silencio.
Hoy sólo corría espantando su propio destino, ya que su mente estaba llena de sueños estrafalarios en la que no tenían cabida ni la realidad ni la fantasía. Pero alguien ya la había llenado de ésta, y no podía demostrarlo, todavía le quedaba esperar a que alguien recompusiera su razonamiento y compusiera su pasado roto, y que le permitiera adentrarse en un futuro lleno de ambigüedades, donde de nuevo va a ser indiferente que llore o que ría.
Necesitaba que alguien le dejara llenar su mente de propósitos o de despropósitos que al fin y al cabo son similares dependiendo de quien los viva, y él necesitaba que su cerebro estuviera ocupado. Sin embargo, había sido muy sencillo encandilar sus seños obligándole a tomar actitudes desprendidas, dentro de las cuales se sentía necesario, e ingenuamente accedía a las demandas de quien le solicitara una colaboración. Dejaba que se introdujeran en su vida y que la manejaran a su antojo. Ya no siente la necesidad de defenderse, porque no se percata de su insensatez. Pero es capaz de reírse de sus mismas simplezas cuando miraba como éstas también hacen reír a los demás. Health Tips
¡Qué complicado es reírse de uno mismo!
Pasaba mucho tiempo cariacontecido mirando la sencillez que le rodeaba, buscando calificativos o justificaciones que ampararan un silencio que pudiera ayudarle a descifrar los enigmas que le desafiaban. En contrapartida era él el que no quería moverse de su esquema mientras no se encontrara una fecha para su triunfal retorno, y así disimular la incapacidad de sus amigos. No saldrá de su libertad aunque resulte extraña su elección y aunque turbe muchas convicciones, ya que han dejado de atraerle los sueños que se vislumbran en los demás, sólo hace caso a los suyos. Pero estos, ya no forman parte de él a pesar de que un día si que lo fueron; se estaba convenciendo de que muchos querrían ocupar su lugar aunque fuera sólo por un efímero momento, durante el cual experimentarían y tratarían de comprender sus soluciones, para adivinar el motivo de que sonriera al mirar un pájaro volando o a alguien corriendo para coger el autobús, y prefirió mirar al pájaro volar detrás de otro aleteando sus alas como él las suyas.
Y despertarse con los primeros rayos de sol al sentir su calor o notar su claridad. Era consciente de que no podía luchar contra la decisión de los demás de seguir acondicionando su vida a las circunstancias que se les planteaban, pero para él ya todo esto dejaba de tener sentido, y se adentraba cada vez más en una nebulosa cada vez más espesa, cada vez más desconocida.
Un día se encontró sin posibilidades de seguir alimentando sus convicciones y quiso dejar oír sus gritos, los que eran calificados de poco fundamento, sin embargo sabía que resonarían en las noches de los demás y en su silencio, para que los compararan con el suyo y para que las sonrisa que esbozaban los presentes se tornaran lágrimas, y para que los fingidos compromisos que adoptaban, se volviera deudas impagables.
A Jerónimo el destino se le presentaba absurdo y en su caso sin contrapartida, sin nada que sustentar en su realidad, que no era otra cosa que mirar el anochecer que se conectaba con el amanecer en una interminable secuencia, y por un momento se ha convencido de que era posible equilibrar la balanza, pero su pasado nuevamente martillea su cerebro y le devuelve a la realidad, la misma realidad que le presentaba sus manos cansadas de perseguir mil quimeras volando, y a él planificando su futuro.
Decidió seguir corriendo detrás de un sombrero arrastrado por la brisa y entregárselo a su propietario esperando recibir una sonrisa, o seguir pidiendo ayuda lanzando gritos desagarrados, o con unos balbuceos que no trasladaban ningún mensaje a nadie; sólo a él.
Siguió durante meses demandando comprensión a quien quisiera escucharle, lanzando miradas que no encontraban respuesta en los demás, y soplando dentro de una armónica o aporreando un tambor, mientras era contemplado por caminantes que no comprendían.
Levantando el puño hacia el cielo, lanzó una amenaza al viento que repetidamente recogía su queja, y el eco formado por la concavidad de un árbol asimismo cantaba lo mismo que él.
De nuevo intentó comprender y empezó a recorrer su historia, su estúpida historia que en ciertos aspectos le parecía no ser digna de haber sido visitada, pero vino hasta él una sombra que pese a la distancia del tiempo seguía a su lado, y entonces decidió no responder al silencio, y su historia decidió escribirse sobre cualquier objeto que se presentara ante su mirada y susurrarle en sus oídos, y él decidió apretar estos para no oírla. Y era un gesto inútil ya que se escribía sobre algún objeto y en éste aparecía el primer desafío que se marcó y su patética retirada ante él. Se acuerda de un árbol al que se subió cuando era niño atraído por el canto de un gorrión al que creía desvalido, y moviendo sus alas se marchó de su lado. Desde entonces hacía lo mismo en las circunstancias que se da cuenta de que es el desvalido. Aquel pájaro le dejó con un anhelo, con un anhelo de tener plumaje y de cobrar un tributo al que quiera mirarle y acallar su conciencia.
Miraba pasar el tiempo y lo dejaba marchar ya que nada le atraía y los obstáculos que le obsesionaban dejaron de hacerlo, y si no podía subirlos los rodeaba, ya que no eran su meta, sólo su testigo. Testigo de su fracaso o tal vez de su victoria, victoria que estaba pendiente de miles de circunstancias, del acierto de un sanador o de la realización de un milagro, de la fortaleza de la Fe o de la misericordia de Dios , o de la casualidad, de la misma casualidad que lo tenía enclaustrado en su ayer viendo resbalar las gotas de lluvia y acuñando una frase en su piel: Quizás el año que viene. Pero el año viene y se va.
Recordaba el diferente matiz que acompañaba las últimas palabras que se cruzaron, y ella sintió el temor de no acoplarse a la vida que otra vez le ofrecía, Entonces le dijo que no era su vida la que estaba en juego. Él buscó acoplarse a una nueva vida y ella parecía ensimismada mirando el paisaje. Le atraía el vuelo de los pájaros que acomodados en el hilo del telégrafo salían volando cuando sentían la proximidad del ulular del viento.
Ella los miró junto a él como componían extraños dibujos al estilizarse en su conjunto dependiendo del capricho del que volaba al frente de la formación. Se dio cuenta de que él volaba con ellos para dirigir su marcha y que se dirigieran hacia el cielo, o que volaran hacia el infierno, o que se posaran en las ramas de un almendro. Pasaron las horas y no se decidieron a hablar de sus sentimientos. Ella se ruborizaba de escuchar en su interior las palabras que deseaba decir, y no dijo nada.
En el semblante de los dos se dibujo un rictus de reproche y se desbarató una bonita historia.
El Autor de este relato fué Abelardo , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=7939 (ahora offline)
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2024-11-11
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