Relatos cortos ficcion Narrativa Libre Colegas de Insti!

Edgar corría ahora por las desiertas calles de la ciudad, ni un coche, la gente dormía o veía la tele nadie quería presenciar la danza macabra de las bandas. Pedro yacía ahora en el suelo su cráneo había sido traspasado por la bala un pequeño hilillo de sangre roja y espesa le caía por la frente. Su mirada solo reflejaba una cosa... la muerte. Pedro yacía ahora en el suelo su cráneo había sido traspasado por la bala un pequeño hilillo de sangre roja y espesa le caía por la frente. Su mirada solo reflejaba una cosa... la muerte. “No jod...” “No jod...” “Mierda tío lleva una

 

 

 

“Mierda tío lleva una pipa”.

“No jod...”

Pedro yacía ahora en el suelo su cráneo había sido traspasado por la bala un pequeño hilillo de sangre roja y espesa le caía por la frente. Su mirada solo reflejaba una cosa... la muerte.

Edgar corría ahora por las desiertas calles de la ciudad, ni un coche, la gente dormía o veía la tele nadie quería presenciar la danza macabra de las bandas.

Llevaba cinco minutos corriendo sin parar, sus pulmones ardían, quemaban. El aire frío abrasaba su garganta. Su nariz estaba taponada, todavía no se había recuperado del resfriado de la semana pasada. O quizá fuera una jodida alergia. Pero aquello poco importaba ahora.

Alberto y el Chapas le pisaban los talones. La pistola ya no tenía balas. Al menos eso es lo que quería pensar Edgar. A parte de eso la palabra mierda visitaba cada dos por tres su mente.

-Hijo de perra, te voy a matar.

Alberto estaba muy jodido aquello que le habían hecho no lo podía consentir. Le habían robado, eso no se hace, no al jefe de tu banda. Al que lleva la pasta y dirige el cotarro. El siempre les había pasado droga, chicas lo que quisieran. Dinero? El se lo podía dar, por que le robaban? No tenía sentido, nada de lo que estaba pasando tenía sentido.

Ellos tres habían sido colegas del insti, que coño había pasado desde entonces para que todo se torciera de aquella manera.

Edgar seguía corriendo, todo le dolía. Lloraba, las lágrimas brotaban fácilmente. Y no lloraba de dolor lo hacía por Pedro, estaba muerto. Si y pronto lo estaría él si no lograba escapar y despertar de todo aquel mal sueño.

Giró por una bocacalle, mierda, un callejón sin salida. “Habrá dialogo” pensó para sus adentros, y siguió huyendo hasta chocar contra la pared.

-Diós que suerte la mía!

Justo a su derecha había un pequeño agujero, tal vez pudiera introducirse y escapar por los recovecos del edificio o de donde llevara aquello.

Rápidamente calculó su estatura, cabía pero con dificultad. Metió la cabeza, estaba oscuro. Empezó a entrar solo su pierna derecha quedaba fuera, “no ha sido tan difícil” pensó. Ahora solo queda salir de aquí.

Pero algo o alguien había echo presa de su pie en el último momento y tiraba. Edgar trató de desembarazarse de la zarpa que lo aprisionaba. En su forcejeo resbaló y cayó al suelo. “Mierda”.

La fuerza lo sacó de allí. Alberto y “el chapas” lo miraban. “El chapas” lo aguantaba con su fuerte garra.

-Joder, mierda porqué me haces esto tío?

Alberto estaba cabreado.

Edgar no hablaba, había visto lo que le había pasado a Pedro. La respuesta no importaba gran cosa. Todo estaba perdido.

-El jefe te ha hablado, contesta.

Aquello parecía una peli de serie negra, y no lo era. Era la jodida realidad. Unos antiguos colegas con marrones que ni siquiera entendían.

-Mira, tío que quieres que te diga, ahora no recuerdo el por qué te cogimos la pasta. Habíamos bebido un güevo y se nos ocurrió la idea, no pensamos en las consecuencias.

No somos mafiosos tío. Y Pedro está muerto, lo habeis matado hijos de puta. Éramos colegas y todo a quedado en esto.

-Me preocupa lo que me dices. Sabes todo esto ha cambiado mucho, lo se, lo sabes. No me vengas con gilipolleces...

-Tío esta puta vida que llevo está acabando conmigo no puedo seguir así mátame o déjame en paz no voy a volver a tu mierda.

-Entonces.

-La pasta era para salir de esto irnos a otro “lao”.

-No jodas Edgar, me estás mintiendo.

-Tal vez, mátame.

-Siempre admiré tus cojones in extremis.

-Te diré lo que haremos te vamos a dar una paliza, no nos quedan balas. Después te daré pasta y te las piras. No quiero volver a verte por mi zona. Si nó estás muerto. Entendido?

-Que sepas que no te debo nada, sabes?

-Ya. Claro.

El chapas sacó su puño americano, sonreía le encantaba aquello. Dejaron a Edgar hecho un rastrojo o tal vez un despojo, un auténtico despojo humano. Patadas, puñetazos, Alberto también participó.

Al acabar Alberto tiró un fajo de euros sobre el cuerpo destrozado de su antiguo colega.

-Toma, tío te lo has ganado. Chapas vamos a fumarnos algo de la nueva hierba.

Después los dos chavales se marcharon, los dos no sumarían más de cuarenta y cuatro años.

Amanecía.

2. Amanece que no es poco...

El coche del pavo Reinaldo pasó cerca de él la música a toda hostia. Nadie lo saludó, nadie lo reconoció, había chicas en aquel buga que se había follado varias veces, ninguna de ellas le saludó.

Edgar caminaba perdido, pero vivo a fin de cuentas. Pedro ya no estaba, su mejor amigo, su confidente, su compañero de movidas, de fiestas, de porros, de farlopa, de pelis,...

Su rostro estaba amoratado e hinchado como un balón, parecía que le habían quitado la muela del juicio, una muela muy podrida. Su cuerpo se tenía apenas en pie. No sabía donde ir. Bueno sí a casa, un par de días y se las piraría fuera a buscarse la vida, pero una buena vida, una más sana no aquella mierda de existencia, en la que tu mejor amigo podía morir, y donde tu vida corre peligro si no sigues las normas.

Aunque sabía que habían sido unos gilipollas por haber cogido el dinero, se la habían jugado. Y no recordaba el motivo por el que lo habían hecho. Hasta entonces les había ido de puta madre, tías drogas, bebida, dinero,... y ahora todo eso ya quedaba atrás, era imposible volver,... de hecho no quería volver. No, no lo haría. Pedro estaba muerto.

Miró bajo la alfombra de la entrada, si, allí estaba. Aquella llave dorada. Parecía que no había pasado tanto tiempo, de hecho había sido solo una semana. Suficiente. Tardaría mas en volver cuando volviera a cruzar la puerta para salir.

Dejó la chupa en la percha del pasillo de entrada, no había nadie en casa, habían salido a trabajar. Sus padres eran funcionarios. Su padre bombero, su madre profesora de biología. Su hermano de diez años se llamaba como su mejor amigo: Pedro. Ojala no acabe como él, pensó.

Abrió la nevera de la cocina, sacó un donut y lo mojó en un vaso con leche. Escupió sangre. Aquel hilo rojizo se mezcló con la leche tomando una extraña forma. Le dolía todo. Se levantó, dejó el vaso la pila y abrió el grifo, el vaso se llenó y se vació varias veces. “Ojala yo me pudiera limpiar como este vaso”. Miró su reloj, las 9. no había dormido. No tenía sueño, quería dormir. Se rebuscó en el bolsillo, tanteó lo que buscaba y lo sacó. Un paquete de dormidinas, extrajo una pastilla y la tomó con un sorbo directo del grifo.

Alguién le habló suavemente:

-Va Edgar despierta, llevas un día y medio acostado.

Era su madre, Amaia. Significaba “el principio del fin”, o eso recordaba Roberto.

Las persianas se levantaron con un estruendo, la luz entró y le cegó.

-Dios mío que te ha pasado!

-La muela del juicio mamá. No te preocupes me voy ya mismo.

-Pero que demonios estás diciendo, a donde te vas tienes la cara reventada. De aquí no te mueves. No sabemos nada de ti desde hace una semana, y ahora llegas y te vas?

-Mamá, mira he llevado una mala vida, tu no sabes nada, Pedro ha muerto, he de irme y buscarme la vida en otra parte.

-Pero, ¿que dices?, y adonde vas a ir.

-No lo sé. Cuando esté en un sitio medianamente fijo te llamaré.

Edgar se levantó penosamente de la cama, el póster de los Guns and Roses seguía en su sitio.

-Adiós mamá te quiero, saldré adelante. Esto se me ha ido de las manos.

-Pero, pero tienes dinero? Te presto algo si quieres.

-No, los que me sacaron la muela me dieron el suficiente para ir tirando.

-Pero, no estarás pensando en irte de veras, no?

-Si, mamá. Ahí está mi mochila con lo que me voy a llevar. Por favor no lo hagas más difícil, tengo que rehacer mi vida. Todo se ha jodido. Y no me he dado cuenta hasta que no ha habido posibilidad de dar marcha atrás. Está papá?

-No, hoy trabaja. Despídeme de el y del enano. No quiero que me vea así. Por favor...

-Está bien. Espero que sepas lo que haces. Te quiero hijo.

Los dos se fundieron en un abrazo.

3 .Un tren caprichoso

Edgar dormía cuando el revisor le pidió su billete.

Adormilado le dio el pase. Oyó el tic. Y su ticket le fue devuelto.

En la mochila llevaba su reproductor de mp3 y su discman, también un walkman. Algo de ropa y comida. El dinero lo llevaba en los huevos y en los calcetines.

Alguien justo al llegar a la estación le había ofrecido aquel billete de tren, y en primera clase. “No voy a viajar y no puedo cancelarlo, toma chaval si quieres usarlo adelante es el del anden 2 se va ya mismo tienes medio minuto, adiós”

Obviamente lo había usado. Pero ahora mismo no sabía adonde se dirigía ni le importaba, tenía sueño y le dolía todo. Se tomó otra pastilla, le ofrecieron una botellita de Jack Daniels, era un primera clase. Bebio un sorbó, sintió que tenía heridas incluso en el gaznate. Tomo la dormidina y tragó.

Cuando despertó alguien se había sentado junto a él, era una mujer mayor. Unos cincuenta. Al lado estaban sus dos retoños, la mujer no paraba de reñirles. Los niños jugaban y hacían lo que les daba la gana y a la mujer parecía que nada de lo que hacían le parecía bien.

Enfrente un viejo bebía whisky. La gente se veía con billetes, el unico que parecía desentonar era Edgar. Llevaba la capucha puesta para que no se viera tanto el aspecto deprimente que tenían sus facciones en aquellos momentos. El camarero le tocó a la espalda y le ofreció un vaso de whisky. Edgar aceptó, bebió un buen trago, aquello le espabiló. “Donde coño estoy adonde voy”, pensó. Se rebuscó en el bolsillo y extrajo el billete. “Barcelona”. “Mierda, de ciudad a ciudad”. “No podía haber sido un puto pueblo?”, “A la siguiente me bajo”.

El tren paró, pero Edgar no bajó, se estaba haciendo a la idea de ir a Barcelona. Los catalanes siempre le habían atraído, tenían huevos e iniciativa, desde su punto de vista.

Se incorporó en su asiento, alzó su mochila y extrajo su mp3. Seleccionó tema empezó a sonar el directo de Megadeth. Debía quedar una media hora para llegar al destino, o eso calculaba Edgar. El disco había sido grabado poco después del 11S, el famoso y trágico asunto de las torres gemelas. Megadeth sonaban muy sucios en directo, pero tenían mucho jugo y fuerza.

Por fín el tren llegó a su destino, Barcelona. “A quien conozco yo en Barcelona?”. De pronto le vino a la mente un mensaje que le había llegado hacía un mes. Sacó el móvil. Leyó el mensaje, era de Bárbara. Ella estaba en Barna viviendo en un piso. Sí, podía llamarla. Era buena idea pero primero intentaría buscarse las castañas por su cuenta, ya habría tiempo para quedar con Bárbara.

Se tocó los puntos estratégicos donde había guardado el dinero, estaba todo. Llevaría unos 1000 o 1500 euros, lo suficiente para ir tirando un par de meses, incluso más, si más.

La voz de la azafata o quien coño fuera sonó por los pequeños altavoces que habían situados estratégicamente por todo el tren.

-Bienvenidos a Barcelona. Benvinguts a Barcelona. Welcome to Barcelona. Bienvenu a Barcelona, suban strujenbajen, etc...

El tren fue parando poco a poco como un ritardando musical. Entonces a Edgar le vino a la mente la paranoia que le había contado Pedro cuando bebía mucho alcohol. Era su fijación con lo que el llamaba “La filosofía del conejo templo y sus santuarios”, más adelante de la historia se hablará de ella, o puede que no, según las circunstancias que se den.

4. Una noche agitada

La puerta del vagón se abrió, la gente empezó a levantarse de sus asientos armando escándalo. Edgar permanecía sentado con los cascos puestos. Realmente no tenía ni idea de que hacer, solo tenía algo muy claro: No buscaría a Bárbara para que le sacara las castañas del fuego. A no ser que todo le fuera mal. sierradecadizinforma.es

Estaba oscuro, la estación estaba en el centro de Barcelona. Edgar llevaba poco equipaje, solo lo necesario. Y todo estaba metido en su mochila, su vieja Rox negra del instituto y sus tres años en la universidad. También le había acompañado en sus clases en el conservatorio y en sus viajes y acampadas.

Aquella noche durmió en un albergue, el dinero como siempre en sus gallumbos cerca de sus de sus genitales.

Matías estaba durmiendo a pierna suelta, o eso parecía. En realidad fingía tenía unos treinta y pocos y vivía de lo que robaba y de lo que pedía, era lo que se llama un pobre indigente. O eso era lo que el pretendía aparentar. Entreabrió su ojo derecho. Estaba oscuro. En la habitación debían haber unas quince o veinte personas. Miró su reloj enfocándolo con su pequeña linterna tamaño bolígrafo , “Las dos, hora de trabajar”.

Miró al nuevo, era joven unos vientipico. Parecía que le habían dado una paliza recientemente. Su pelo estaba cubierto por una capucha, vestía chándal, parecía más un crío que se había escapado de su casa que un indigente. Sí, aquel chaval no echaría en falta muchas de sus cosas, o si era así no les daría demasiada importancia. Sería una buena víctima. El plan era el de siempre robar a unos cuantos y marcharse antes de que despertaran sus víctimas. El almuerzo no importaba, ya almorzaría fuera en un bar más decentemente su tostada con aceite y su cafetito con tranquilidad.

Matías enfocó al desdichado de la capucha un leve instante con su pequeña linterna para asegurarse de que dormía profundamente. Al parecer no había nada que temer. Así que procedió a rebuscar en la mochila del joven.

“Todos esperaban la llegada del invasor junto a aquella verja, iban armados con espadas. Entonces a lo lejos por el camino de asfalto escucharon un ruido y vieron una luz que se acercaba rápidamente. El sonido, más cercano ya pudo ser identificado por la mayoría de los presentes. Era una vespino en ella iba montado un joven punki de unos diecisiete de edad, con su cresta y todo. Pasó de largo y siguió su camino hacia el pueblo, debía venir de un campo. No le dieron importancia.

Al fin lo que temían, una neblina empezó a salir junto a la verja sobre el muro, el invasor se acercaba, todos lo sabían no les cabía la menor duda. Se oyeron los tambores cercanos la lucha iba a comenzar. La primera avanzadilla pasó delante de ellos atravesando la calle, no los habían visto, el muro los mantenía ocultos. Salieron corriendo y atacaron. Las espadas cortaban la carne pero había que tener fuerza y destreza, no era coser y cantar. Habían pillado al enemigo distraído los primeros gaznates ya fueron cercenados, la sangre brotaba de aquellos enormes cortes bajo las cabezas. Nadie gritaba, era una lucha a muerte, pero no lo parecía, todo era muy silencioso. Pero el muchacho no le dio importancia, tal vez pensara sobre ello más adelante, si se acordaba de todo aquello. Entonces aparecieron las brujas, eran muy bellas con sus pelos negros azabache y lisos. Vestían de negro, sus labios eran rojizos. Una de ellas se enfrentó con él, la lucha no fue muy larga. El muchacho atacó directamente y sin rodeos al cuello. La sangre de aquella mujer empezó a manar, entonces miró a los ojos del muchacho con cariño, eran de una edad similar, y le habló. Quería que la besara, sabía que iba a morir, solo le pedía aquello, era su última plegaria. El muchacho no pudo rechazar aquella petición en el lecho de muerte de la joven bruja. La besó y sintió el calor de aquel cuerpo caliente, la abrazó. Era una imagen muy de serie z. Aquello ya no tenía sentido debía ser un sueño.” Edgar despertó, el hechizo se había roto.

Entreabrió los ojos y vio una luz cercana a él. Era alguien con una linterna, estaba rebuscando en su mochila. Despacio, con cuidado Edgar se fue incorporando. Ya estaba fuera de la cama, aquel individuo no lo había visto, estaba absorto en sus quehaceres de mangante.

Matías estaba concentrado buscando algo de valor o dinero dentro de aquella cartera negra. De repente sintió una ligera presión en la espalda, parecía un dedo humano. Sobresaltado se giró bruscamente. No vio nada pero sintió que algo golpeaba su cara, conmocionado calló de bruces al suelo. La linterna se le calló y se apagó, todo estaba ahora a oscuras. De nuevo volvió a sentir otro golpe, esta vez en las costillas. Punzada tras punzada sintió que no podía aguantar más aquella avalancha de golpes , la otra persona golpeaba desde la oscuridad sin decir nada en un silencio mortuorio. Matías empezó a escupir sangre, aquello era demasiado, le empezaba a ver la cara a la muerte, o al menos aquella fue el pensamiento que empezó a acaparar su mente. No lo pudo soportar más iban a descubrir sus robos, aquello tendría consecuencias nefastas, pero, que demonios, sería mejor que morir a patadas en la oscuridad. Gritó.

Edgar estaba cegado por la rabia, le pasaba cuando estaba en medio de una pelea, sus instintos más primitivos se apoderaban de él. La puerta de la habitación se abrió y alguien encendió la luz. Matías estaba tirado en el suelo junto a la cama la mochila de Edgar permanecía abierta habían cds tirados por el suelo. Todos miraban a la escena Edgar paró de dar patadas ya no había resistencia. Matías gritaba asustado mientras escupía sangre, sus ojos reflejaban el miedo, un pavor a la no existencia, al fin de sus días sobre la tierra. Alguien se acercó a Edgar.

-¿Qué cojones ha pasado?

-He despertado y he visto a este yonki rebuscando en mi cartera.

-Estaba a oscuras.

-Llevaba una linterna.-Se agachó y la mostró, sus respuestas eran tranquilas y sosegadas. No tenía miedo a aquella situación.

-Chaval casi lo matas.

-Lo siento me dejé llevar por la ira. No son buenos tiempos para mi.

Se agachó y recogió sus cds. Miró su mochila, faltaba su mp3.

-Dame mi mp3.

-Toma aquí tienes.-le respondió Matías tembloroso. No era un hombre acostumbrado a las peleas, Edgar sí.

-Llamar a una ambulancia tiene varias costillas rotas. Oye chaval tendrás que declarar.

-No está se ha ido.

-Mierda, espero que no vuelva. Aquí no queremos problemas. En cuanto a ti Matías después de que te recuperes olvídate de venir por aquí, los ladrones de pobres no tienen sitio en este albergue.

Le dolía el pie, había golpeado descalzo. Todo había sido muy rápido quería jugar con el elemento sorpresa, si se hubiera parado a ponerse las botas mientras aquel sujeto le robaba, puede que la función no hubiera salido de aquella forma. De todas formas aquello no importaba, al menos no demasiado. Lo que le molestaba era que no podría volver a aquel albergue en un tiempo, por lo menos hasta que se les olvidara el incidente. Y todo aquello era una lástima porque dormir allí era gratis. Tal vez iba siendo hora de llamar a Bárbara. No, no lo haría de momento.

Encendió el Mp3, se puso los cascos el disco Rated R de Queen of Stone Age empezó a sonar. Llevaba muchísimo tiempo sin escucharlo. No volvió a pensar sobre lo ocurrido, no merecía la pena, no le iba a aportar ninguna solución. Andaba tranquilo pero con paso constante y firme, tenía muy claro a donde iba a ir ahora.

Bajó las escaleras, Llegó a la máquina de los tickets. “Qué coño!” pensó, “No necesito desperdiciar dinero en formalidades como esta, al menos no ahora.” Apoyó su mano sobre la valla y de un bote su cuerpo giró sobre su firme apoyo trazando un semicírculo casi perfecto. Cayó al otro lado con suavidad. Siguió su camino.

En la estación de metro había gente durmiendo aquí y allá. Pobres indigentes que no tenían adonde ir, o que no querían ir a donde podían hacerlo y preferían la libertad y tal vez la soledad. No eran muchos. Había también parejas de indigentes, puede que alguna pequeña familia de inmigrantes. Por la mañana no estarían, en ese momento ya no sería su sitio. Se buscarían la vida hasta la noche, y de nuevo el ciclo seguiría, hasta que decidieran viajar a otro lugar o reintegrarse en la sociedad... si esta se lo permitía, claro.

Edgar se echó en un lado y se durmió apoyado en su mochila.

5. Buenos días Barna.

El ruido del gentío le despertó, de nuevo la urbe se ponía en funcionamiento. El ajetreo diario tomaba el metro. La gente iba a ocupar su puesto de trabajo. Parafraseando a Rosendo “Eran como hormigas” todos ocupando su lugar en la sociedad del capital para que las fábricas produzcan, la cultura se transmita, los intercambios comerciales se produzcan y un largo etcétera.

Había de todo desde ejecutivos, hasta tenderos de mercadillo. Entonces entre todo el gentío Edgar escuchó a uno de esos trovadores de metro que campan por Barcelona. El hombre lucía un melena rubia nórdica y una gran barba en la que ya empezaban a asomar las primeras canas. Tocaba una guitarra española, interpretaba un tema clásico Recuerdos de la Alambra de Francisco de Tárrega. La interpretación no era lo suficientemente técnica, Edgar las había escuchado mejores, pero desprendía un enorme melancolía que borraba las demás imperfecciones. A Edgar le gustó y echó unos cuantos euros en el sombrero que había justo delante del músico. Al escuchar el tintineo el de las barbas rubias abrió los ojos y le agradeció con un guiño su aportación. Acto seguido los volvió a cerrar y se adentró de nuevo en su mundo.

Después de visitar la Sagrada Familia fue a un restaurante “sírvase usted mismo” que había por las Ramblas. Era un vegetariano. Después fue al cine. Echaban Kill Bill 2.

Tomó unas copas en unos cuantos bares y después, por fin, llamó a Bárbara. No tenía a donde dormir y no quería gastar dinero en aquello, no si había más opciones. No si estaba Bárbara.

Llamó varias veces, pero nadie contestaba. Aquello le cabreó.

Le tocaría buscarse las castañas por otro lado. Era ya de noche, tendría que ir a un hotel lo más barato posible. Se acercó a un kiosco y compró un mapa-guía de Barcelona.

Echó un vistazo, el hotel más cercano y barato estaba a unas cuantas manzanas de allí.

El semáforo estaba en verde cruzó... Algo le embistió, sintió dolor la cabeza le daba vueltas, entró en estado de shock y perdió el conocimiento.

6. Un nuevo amanecer.

Eva esperaba en el recibidor los médicos le dijeron que su novio acababa de despertar, pero que estaba amnésico, no recordaba nada de lo sucedido ni de quién era él. Había olvidado muchísimas cosas, no sabían si conseguiría recordar muchas de sus vivencias.

“Debe tener paciencia” le dijeron, “y ser comprensiva”.

Eva entró dentro de la habitación el muchacho entreabría los ojos con dificultad, su mirada estaba perdida entre un mar de dudas y observaba todo como un bebé.

El muchacho observaba con detenimiento la sala, los aparatos, intentaba recordar que había sucedido, algo se mezclaba, en su recuerdo una fuerte luz, sus amigos del instituto. Entonces sus dos miradas se cruzaron, El muchacho miraba a Eva y ella lo miraba a él. De repente el muchacho exclamó: ¡Eres la Bruja de mi sueño!

Eva sonrió.

-Si cariño lo soy

...y entonces la joven bruja volvió a besar al muchacho.

Fin.

El Autor de este relato fué C%E9sar D%EDaz Amat , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=8686&cat=craneo (ahora offline)

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Pedro yacía ahora en el suelo su cráneo había sido traspasado por la bala un pequeño hilillo de sangre roja y espesa le caía por la frente. Su mirada solo

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2021-09-14

 

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