Un hombre triste espera junto a la parada del autobús numero 47 que hay en su barrio. A pesar de que el transporte público en esa ciudad siempre se caracterizó por respetar fielmente unos horarios, el hombre lleva mas de media hora esperando. No está irritado, pero siente una gran bola de nervios en el estomago. Mira su reloj, aunque en realidad le da igual la hora que marca. De repente, un taxi se asoma a lo lejos. Una débil luz verde encendida sobre el techo, indica que por el momento, no lleva ocupantes. El hombre se incorpora, vuelve a mirar su reloj y levanta el brazo. El taxi se detiene a su lado. Abre la puerta y antes de introducirse en el asiento de atrás del vehículo, mira hacia el final de la carretera por donde vio asomarse al taxi. El autobús tendrá que esperar otro día. Él ya le ha esperado lo suficiente por hoy.
Veintisiete minutos mas tarde, el taxi se detiene en la esquina más cercana a un edificio de oficinas. El hombre triste mira el numero que aparece en la puerta del edificio y el letrero que da nombre a la calle en la que se encuentra. Coincide con el mismo numero de la misma calle que lleva anotado en un block de notas recién estrenado. Saca un billete de uno los bolsillos de su chaqueta y se lo da al conductor. El billete lleva impreso el número 20 en su parte superior. Tras recibir las pertinentes vueltas, se despide educadamente del taxista, y se dirige a la puerta del edificio. Cuando llega al vestíbulo, observa que hay dos ascensores, uno enfrente del otro. Ambos están ocupados. Instintivamente, se coloca al lado del que le queda mas cerca. Tras una espera infinitamente mas corta que la de la parada del autobús, el ascensor más alejado a su posición abre sus puertas, y una mujer de mediana edad desciende de él. No es excesivamente atractiva, pero el hombre no puede evitar observarla fijamente. Le llama la atención el obsesivo modo en que la mujer esta relamiendo una piruleta. No podría asegurar si es realmente la piruleta la que la está relamiendo a ella. La piruleta y su dueña se marchan sin devolverle la mirada. Pero al hombre triste no parecen molestarle esos alardes de indiferencia. Una vez en el interior del ascensor, echa en falta la presencia de un espejo que le recuerde lo descuidado que es con su aspecto físico. Al pasar por el cuarto piso, el hombre ya no se acuerda de la mujer. Cuando el ascensor se detiene en el sexto, es el recuerdo de la piruleta el que se ha esfumado de su memoria a corto plazo. El corazón del hombre triste comienza a latir fuertemente al bajar del ascensor. La bola de nervios de su estomago ha ido en aumento. Pero a pesar de todo, es capaz de controlarla y de contemplar la ultima puerta que le separa de su destino final. Como toda aquella que separa personas distintas pero civilizadas, esta puerta solo tiene una forma lógica de ser atravesada. El hombre observa un timbre, con forma de botón, apenas a unos centímetros de una de sus manos. Coge todo el aire que los pulmones de una persona en su situación son capaces de almacenar, y dos segundos después lo suelta mientras aprieta sin pensarlo dos veces el botón que nunca mas le permitirá regresar al autobús numero 47
El Autor de este relato fué Treveler , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=10156&cat=craneo (ahora offline)
Relatos cortos ficcion Narrativa Libre EL DESEO DE SER TRISTE (I)
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2024-05-20
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