Relatos cortos ficcion Narrativa Libre no te mueras ahora (boceto)

La redacción está prácticamente vacía, y el silencio que la recorre tiene sabor a café para quienes han llegado temprano al periódico. Hay unos pocos redactores sentados alrededor de una mesa amplia sobre la que se encuentran todos los rotativos nacionales. Pablo Miralles, el jefe de Nacional, los hojea sin mucho interés. Son las siete y cincuenta y cinco de la mañana y el cansancio parece haberse apoderado pronto de su rostro, envuelto en una barba espesa que le endurece la expresión. Miralles ha puesto su atención en un largo rumor que viene de la calle y comienza a adentrarse en

 

 

 

La redacción está prácticamente vacía, y el silencio que la recorre tiene sabor a café para quienes han llegado temprano al periódico. Hay unos pocos redactores sentados alrededor de una mesa amplia sobre la que se encuentran todos los rotativos nacionales. Pablo Miralles, el jefe de Nacional, los hojea sin mucho interés. Son las siete y cincuenta y cinco de la mañana y el cansancio parece haberse apoderado pronto de su rostro, envuelto en una barba espesa que le endurece la expresión. Miralles ha puesto su atención en un largo rumor que viene de la calle y comienza a adentrarse en su cuerpo. Le ha venido un mal presagio a los labios y sin saber muy bien por qué ha pensado que esta mañana no será como todas. Algo le dice que viene una nueva batalla. Una más que añadir a su largo historial de sucesos que han conseguido inmunizarle el alma. A las 8.37 de la mañana, se confirman sus peores sospechas.

11 de marzo. 8.37 A.M. Redacción de “…”

La pantalla en la que se recogen las noticias que remiten las agencias de prensa se detiene bruscamente en un titular. “Estallan varios artefactos en un tren de cercanías en Madrid”. Miralles se da cuenta de la gravedad de lo sucedido por la hora en la que suceden los atentados. Sin pensarlo, como un ritual previsto para esta ocasión, descuelga el teléfono y decide averiguar por sus propios medios lo ocurrido. Sin embargo, las líneas telefónicas se encuentran saturadas. Entiende lo que pasa y comienza a dar órdenes a sus redactores que se encuentran inmersos ya en sus primeras tareas.

Miralles sale de su despacho con aire preocupado y trabaja en improvisar una sala de reuniones a modo de cuartel general. Allí, ha juntado varias mesas y ha puesto encima de ellas uno a uno los teletipos que van llegando de todas las agencias. Con ellos trata de ordenar sus ideas. Intuye que los acontecimientos se sucederán con rapidez a partir de ahora y Conviene adelantarse a ellos, parece pensar.

La experiencia le dice que lo mejor será estar preparados para cuando comience el vendaval de informaciones y seleccionar de todas las que mejor expliquen qué ha ocurrido. La pregunta se le queda en las manos mientras por fin ve en televisión las primeras imágenes de la tragedia. Pablo retiene en su pupila el rostro de los primeros heridos dispuestos en el filo de una acera cerca de los andenes de la estación de Atocha. Trata de ponerse en la piel del cámara que filma las imágenes y no puede evitar que un escalofrío le recorra el cuerpo. Ha sentido el frío del horror.

11 de marzo. 10.15. A.M. Redacción de “…”

La secretaria de redacción, Inmaculada Morales, llama sin ni siquiera esperar la orden al contingente de periodistas que esta mañana cubre las ruedas de prensas previstas para hoy. No hubiera hecho falta avisarlos. Antes de las diez de la mañana, y alertados por las sirenas que recorren Madrid llenándolo de ruido, la mayoría de ellos se ha trasladado de inmediato a la redacción. Todos se atrincheran en la estancia inventada por Pablo, donde a partir de ahora quedará registrada toda la información.

Uno de los primeros en llegar ha sido Antonio Montilla, jefe de diseño. Su delgada silueta se desenvuelve con asombrosa soltura por las mesas de la redacción, entre las que va deshaciéndose de su carácter tímido para convertirse en uno de los miembros del equipo de Miralles más locuaces para conseguir información privilegiada. En menos de una hora, y después de sortear al teléfono –ha sido uno de los pocos que ha conseguido línea- las miles de preguntas que un trabajador del Ministerio del Interior le ha hecho antes de proporcionarle los planos, tiene sobre su mesa el recorrido de los trenes y el número de pasajeros que viajaba en cada uno de ellos instantes antes de producirse las explosiones.

Miralles se dispone ahora a cubrir otro de los frentes importantes en estos casos: las fotografías. Sus mejores hombres son Salas y Carmona. Ambos recalan en la redacción después de una larga noche por los locales de la capital y con signos de resaca en sus ojos. Unas largas ojeras en cada uno, confundidas entre el humo del tabaco que apuran sin parar, y que parece ir acercándolos a la realidad del momento, los delatan. También las prendas, las mismas que el día anterior.

Cuando Miralles los tiene de frente ni siquiera advierte su mal aspecto. Tan sólo trata de hacerles ver la gravedad de la situación y les pide que pongan todo sus sentidos en lo que van a hacer. Ambos tratan de reponerse y volver a ser los fotógrafos que darían su vida por la mejor imagen. Para los dos, su cámara resulta ser la mitad de sí mismos que hace vivir a la otra parte. Cuando salen a la calle, han recuperado ese aire mágico que desprenden quienes tienen que buscar sin usar palabras el momento que quieren conservar de la realidad.

11 de marzo. 12.30. P.M. Redacción de “…

Súbitamente, Miralles mira el reloj por instinto y recuerda que su hija Helena está pasando unos días en Madrid junto a él. Si no va mal encaminado, la última noticia que tiene de ella es que decidió pasar la noche en casa de sus abuelos, en la calle Téllez, no muy lejos de la estación donde se han cometido los atentados. Sin éxito, intenta contactar con ella por el móvil, pero no le preocupa del todo. Por el contrario, le resulta estúpido pensar que Helena iba en uno de esos vagones. Para qué iba a hacerlo, no tenía que ir a ninguna parte. Seguramente sus abuelos la habrán despertado ya y sabrá lo sucedido, acierta a mascullar a modo de excusa para no volver a pensar en ello. Chat Chueca De Asturias

Helena tiene 22 años, pero la separación de sus padres hace ahora siete provocó en ella que creciera antes que muchas niñas de su edad. Es lo lógico cuando el hogar que has conocido se divide un buen día en dos, haciendo llegar a ambos personas nuevas en tu vida con las que tendrás que comenzar a convivir. La nueva pareja de su madre le había traído confianza. Su aire desenvuelto y buen sentido del humor consiguieron rápidamente sustituir por algunos momentos los recuerdos de un padre exigente. En cambio, la nueva mujer de Miralles nunca supo comprender a Helena, a quien trató de ganarse a base de ofrecerle un trato maternal que nadie le había pedido. Por eso, cuando la niña visitaba a su padre en la capital, decidía pasar la noche con sus abuelos, donde todavía se respiraba un viento de familia, perdido en los entresijos que para ella supusieron a partir de entonces las relaciones entre sus padres.

11 de marzo. 17.15. P.M. Redacción de “…”

Cada uno se encuentra inmerso en su labor. Todos trabajan bajo la supervisión de Miralles, quien comienza su crónica con una sentencia contundente. “Tres minutos han sido suficientes para cambiar el signo de la Historia de Madrid y será preciso mucho más de treinta años para olvidarlo”. No le parece mal. Al fin y al cabo, el lector querrá mañana un pequeño homenaje a las víctimas en todas las informaciones. Ésta es la mejor manera que tiene de hacerlo.

La redacción guarda un silencio sepulcral tan sólo interrumpido por el ruido de los faxes y los teléfonos, que no paran de sonar. El titular de portada ya está decidido. “Masacre en Madrid”.

A Miralles le parece que el tiempo no pasa ahí fuera. Escucha las informaciones que llegan apresuradas a sus oídos y no consigue diferenciar el ruido de las palabras. Tres años atrás, en Nueva York, se encontró de bruces con una tragedia que el destino le había puesto de forma inmerecida ante sus narices. Entonces formaba parte de la plantilla de Internacional de … y pasaba sus primeros días como corresponsal en Estados Unidos. Aquel trabajo suponía el premio a una vida llena sacrificios y en él no estaba previsto ningún tipo de acontecimientos como el que vivió. El ruido aquél le perforó el sentido de la realidad, haciéndole perder parte de su instinto periodístico.

Ahora temía que la masacre nueva que estaba presenciando, de la que era testigo y biógrafo a la vez, acabara por borrarle el olfato que un día lo había llevado a las primeras páginas de los diarios nacionales, gracias a noticias que desarmaron las estructuras políticas del país. También entonces la suerte tuvo mucho que ver. La misma suerte que ahora parecía tomarse su recompensa y se ponía de espaldas a él.

Pero la desazón que se había adueñado de su mente pesaba más que los largos años dedicad. Las noticias que van llegando con cuenta gotas van anulando las que se consiguieron hace apenas una hora, y la improvisación le está arrebatando la paciencia. Siente que no es capaz de adelantarse a los acontecimientos y teme que lo único que pueda resultar en claro de su trabajo sea una vulgar crónica, que será repetida por mil veces en cada uno de los otros diarios.

11 de marzo. 20.15. P.M. Redacción de “…”

Por fin, una llamada consigue apartarlo de unos pensamientos que devoraban su razón interior. Al otro lado de la línea, el timbre de la voz de Marisa, su madre, suena conciliador. La mujer ha vivido toda la tragedia de cerca, desde la ventana de su casa, con la tranquilidad de que su hijo y su nieta se encuentran a salvo en la redacción. Sin embargo, su sosiego se ve atrozmente destrozado cuando Miralles le dice que Helena no está con él. Esperaba que estuviera en casa con vosotros, le aclara Miralles en voz baja, casi sin querer pronunciar las palabras por temor a que no se cumplan.

De repente, comprende que el mal presagio está al caer. Como si tuviera los planos de Montilla en la cabeza, dibuja mentalmente una trayectoria que une perfectamente dos puntos con una tragedia en medio. Entonces recuerda las últimas palabras de Helena, la noche anterior, cuando le avisó de que visitaría la redacción durante la mañana. Pero Helena nunca llegó.

Sus pertenencias reposan al lado de una de las vías del tren y su cuerpo está entre muchos otros a la espera de ser identificado. Miralles rompe a llorar después de comprobar que el teléfono móvil de su hija es atendido por una voz que no es la de ella y que le narra con suavidad extrema lo sucedido, como si la verdadera crónica fuera ésa y no la que Miralles tiene escrita en la pantalla de su ordenador.

Todos los redactores se dan cuenta de que algo grave ha debido suceder. Miralles no ha mostrado debilidad jamás y ahora aparece tras los cristales de su oficina derrumbado sobre sus brazos, que soportan el peso de su cabeza sobre ellos. La primera en acercarse hasta la estancia del jefe de Nacional es su secretaria, que lo consuela con ánimo de madre. Parece que a ella le puede su mal.

El Autor de este relato fué Pedro ledesma , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=10177&cat=craneo (ahora offline)

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La redacción está prácticamente vacía, y el silencio que la recorre tiene sabor a café para quienes han llegado temprano al periódico. Hay unos pocos red

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2021-04-27

 

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