Era la quinta tarde que nevaba en aquellos días de invierno. Los amantes se besaban en la escalera. Eran los últimos en abandonar el albergue; no tenían prisa, pues querían que aquellas vacaciones, aquella escapada romántica no acabase nunca.
Llevaban casados diez años, desde que ella, Lilith, tenía dieciocho años. Se habían casado muy jóvenes, dejando de lado los estudios universitarios y a sus familias y habían empezado una nueva vida.
A pesar del tiempo que llevaban casados, Lilith y Christian seguían tan enamorados como la primera vez que se miraron a los ojos el uno al otro. Se querían, se amaban, y jamás nadie había intentado amargarles el matrimonio; eran respetados en todo su barrio.
-Señores Smith, su autobús hacia Barcelona se dispone a partir en breves momentos. Si son tan amables
Se levantaron a regañadientes y, abrazados, se dirigieron hacia el autobús rojo que les conduciría hacia la ciudad. Habían llegado desde la abarrotada ciudad de Londres a pasar unos días en aquellos parajes de los Pirineos, alejados del ruido, de la gente e, incluso, de su lengua. Odiaban tener que volver a la rutina, pero sabían que sus vacaciones terminarían, tarde o temprano; pues todo tiene su principio y su fin.
Christian se agachó para recoger sus maletas y observó a Lilith; tenía el pelo por los hombros, más o menos como él, solo que el de ella era de un color negro azabache al cual ni el carbón podía igualar, en cambio el suyo era de un rubio platino que destacaba su procedencia alemana, además de sus rosadas mejillas y sus ojos, tan azules como el cielo a mediodía.
Guardaron el equipaje en el maletero del autobús y subieron, sentándose justo en el asiento que quedaba delante de las escaleras traseras. Guardaron las últimas cosas bajo los asientos y se acomodaron. Justo cuando subió el conductor, un alegre grupo de jóvenes estudiantes entraba en el albergue. Una muchacha de pelo castaño, bajita y algo gruesa se quedó mirando fijamente a la pareja desde fuera del autocar. Sus ojos irradiaban furia y odio, pero un segundo después, la muchacha sonreía con satisfacción y les saludaba con la mano. Christian y Lilith, sorprendidos por el carácter de aquella joven, apoyaron sus espaldas en los respaldos y se prepararon para el viaje.
Tras unos minutos en silencio, Lilith preguntó por los pensamientos de su marido, ya que tenía una expresión un tanto extraña:
-¿En qué estás pensando?
-En nada, amor -respondió él- ya sabes que a veces me quedo pensando en tonterías horas y horas y
-Cariño -le cortó ella, fríamente- dime en qué piensas.
-Está bien, está bien ¿ te acuerdas de la chica que nos ha saludado cuando salíamos del albergue?
-Sí, era una niña muy extraña
-Ya sé que es una locura empezó Christian- pero era exactamente igual a Maya. ¿Recuerdas a Maya? Erais las mejores amigas del mundo en el instituto.
-Sí, la recuerdo hace ya mucho tiempo
Maya sí, la recordaba muy bien. Había compartido con ella buenos y malos momentos, habían vivido muchas historias juntas, habían luchado contra la tristeza y el desamor codo con codo
Hasta que llego Él.
Christian había cautivado el corazón de las dos, pero él, apenas sin conocer a ninguna, se había quedado prendado de Lilith. En aquellos tiempos Lilith tenía un buen novio, con el que llevaba un tiempo razonable, y Maya acababa de salir de una relación amorosa un tanto apocalíptica, que la había dejado al borde del abismo.
Maya nunca fue hermosa
Maya nunca fue deseada
Lilith acabó dejando a su novio por Christian, y Maya, que seguía tan risueña y alegre como ella solía ser, nunca volvió a recuperar la confianza y el amor fraternal que antes solían tener ella y Lilith. Aunque sea por una tontería, un asunto sin importancia, el corazón de las personas se rompe y se corrompe con facilidad, y Maya decidió estudiar en otro instituto.
La última frase que Maya brindó a lilith fue:
-El espectáculo debe de continuar, Lilith.
Un bache en el camino hizo que Lilith se alejase de sus pensamientos, sobresaltada.
Christian, que vio la reacción de su mujer ante el bache, intentó calmarla:
-Tranquila cariño. Ha sido sólo una rama de pino que habrá caído de algún árbol. No es nada.
-Vaya-le respondió- Pero este tipo de accidente no suele pasar en Londres.
-Cierto, pero aquí nadie toca la bocina ni te insulta.
Rieron los dos juntos y se besaron, sintiéndose más unidos que nunca.
Cuando sus labios se separaron, advirtieron el silencio que guardaban los otros viajeros. Miraban al frente, fijamente, con expresiones de pánico en sus caras y con los ojos completamente desorbitados.
Christian y Lilith dirigieron sus cabezas hacia donde estaban clavadas todas las miradas.
El conductor se hallaba en medio del pasillo. Tenía los brazos en alto y sus dedos, por obra de una fuerza invisible, se iban contorsionando y rompiendo, emitiendo sonidos parecidos a pisadas sobre paja. Empezó a gritar, hasta que sus ojos se pusieron en blanco y su boca, antes pequeña, se desencajaba, empujando la lengua hacia fuera. El conductor cayó en medio del pasillo y el autobús quedó en silencio.
Sólo hizo falta media fracción de segundo para que la adrenalina de los allí presentes subiese más allá del límite y estallase la histeria. Gritos, desmayos, infartos pero nadie cogió el volante nadie controló el autobús, que cayó al vacío, precipitándose por aquel valle, dando vueltas sobre sí y quedando en una pequeña meseta alejada de todas partes; y luego
Silencio.
Lilith despertó. El dolor le atormentaba la cabeza. Hizo un movimiento. Gritó. Sentía los músculos de sus piernas desgarrados y los brazos completamente agarrotados.
Un pensamiento le atronó en la mente y le paralizó.
Christian
Buscó desesperadamente con su mirada buscó su pelo, sus manos, su ropa lo intentó con sus gritos, pero no lo consiguió Fotos Porno y actrices porno
En un impulso se levantó del suelo, con su cuerpo tembloroso a causa del dolor, pero la angustia que le recorría el interior era mayor que cualquier sentimiento o dolor que hubiese sentido en cualquier momento de su vida.
Entre el crepitar de las llamas y los pasos de lilith ni siquiera se oía el silencio. Dio varias vueltas alrededor del autobús, sufriendo los horrores de ver a la gente que hacía apenas cinco minutos escasos reía con ellos en el autobús, pero en el momento menos esperado, en el momento más alejado del tiempo, le vio.
En ese instante, su cerebro no admitió la imagen de su marido descuartizado. Se nubló su vista y sólo alcanzaba a ver siluetas en un mar de niebla carmesí. Cayó sobre sus rodillas y lloró mucho más de lo que había llorado nunca.
Entre sollozos y lágrimas, una figura solemne apareció erguida frente a Lilith.
Maya Pérez miraba a Lilith desde lo alto. Examinaba su piel, su pelo, su rostro, sus ojos y cada lágrima que brotaba de ellos. Rodeó a Lilith con sus brazos y la levantó del suelo, hasta quedar las dos cara a cara.
-Las puestas de sol- empezó a decir Maya- nunca pero siempre me gustaron.
-¡Ayuda!- Le suplicó gritando Lilith-¿ no los ves? ¡ Ayúdales por favor!
Maya esbozó una sonrisa de complicidad, pero muy distinta de las que le brindaba a Lilith en su adolescencia, ésta denotaba algo de malicia y euforia. Estaba vacía, fría y sin esperanza. Estaba ante un ser alejado de lo que en un día fue Maya.
-¿Qué te pasa?...- Gritó, desesperada Lilith- ¿Por qué no te mueves? ¡¿Qué te pasa?!
-Mírales- Respondió Maya, tranquila- No están en tu mundo. Tampoco tú estás en el suyo.
Lilith, angustiada, cayó al lado del cuerpo de Christian y lo abrazó.
Estaba caliente. Quemaba. Su corazón latía y sus pulmones respiraban. Dudó por un momento, desconcertada, miró a Maya.
Maya le sonrió. Aquella chica de facciones acarameladas y rollizas que una vez había sido dulce y recatada le miraba fríamente, sin cuerpo, siendo un alma errante quien observaba con felicidad aquella escena que hubiese encogido el corazón del más peligroso asesino.
Tocó a Maya. No había corazón latiendo. No había oxígeno que estuviese siendo inhalado. No había sangre que derramar.
No había nada.
-Lo que estás viendo- Comenzó Maya- es mi voluntad, lo que yo quería que vieses, Lilith. El fin del mundo, el fin de la vida. L fin visto desde aquí.
-¿Dónde estamos?- preguntó Lilith, sin fuerzas.
-No estamos vivas. No estamos muertas. Estamos tras la línea de la vida, un espacio donde las venganzas se consuman, los amores se encuentran o se destierran las almas; un espacio de leyendas, de fantasmas, de proyecciones astrales, de sueños éste es el final que nunca verás, esto es lo que nunca ocurrió. Mi venganza, mi regalo de muerte para ti, mi vieja amiga. Mueres, no hay vuelta atrás; yo no te he matado, ha sido el destino que nos pone a todos en nuestro lugar. Yo simplemente te he hecho vivir una mentira que anidaba en mi interior.
-¿Por qué - Dijo Lilith, irguiéndose- por qué me haces esto?
_Una vez en mi vida sentí que me arrebatabas algo, algo que significaba todo y nada para mí. Quería que sintieses lo mismo, quería que llorases como lo hice yo. Sé que es un sentimiento egoísta, pero es un sentimiento, y existe. Eso ni siquiera lo cambia la muerte.
Creo que me he ganado mi espacio para el descanso. Ahora ya sabes la verdad. Estás al otro lado de la línea. Puedes quedarte aquí, aprender a mirar y a esperar, o descansar y renacer. No me guardes rencor, Lilith, pues yo no te lo guardé nunca, y siempre te he querido como a una hermana. Tenía ganas de verte y hablar contigo otra vez. Al fin, mis sentimientos quedan concluidos.
Tras una reverencia, Lilith y Maya se abrazaron como lo hacían ataño. Sintiendo lo que la otra sentía, y entre ellas una simple palabra, sin sentido común o ideología lógica, pero, por encima de todo, una verdad.
Nos hacen ser humanos, nos protegen, nos matan, nos llevan a la locura o a la cordura, nos acechan y nos mienten. Sólo les falta un cuerpo para llegar a ser personas.
Sentimientos.
Aquél lugar era muy verde. Era inmenso, llegaba incluso dónde la vista no alcanza. Si ese lugar no fuese visto con gran dolor, incluso podría resultar hermoso. Pero él ya no veía hermoso. Todo se había ido y no quedaba nada. En una fracción de segundo se habían desvanecido más de diez años de vida.
Christian resaltaba delante de todas las figuras, todas ellas vestidas de negro, todas ellas doloridas. Lilith se había ido para siempre y jamás volvería para besarle o para darle las buenas noches.
En el autobús, Lilith se había llevado la mano al corazón, y en los brazos de su esposo, había exhalado su último suspiro. Sus ojos, abiertos como cortinas, se habían quedado mirando fijamente a Christian. Todavía tenía la imagen de aquellos ojos, hermosos como un eclipse en el cielo, pero tan muertos como ahora la esperanza.
Con una flor coronó el féretro de Lilith. Una rosa sobre la cual Christian había derramado dos lágrimas que simbolizaban la unión entre lo terrenal y lo etéreo.
Sintió una mano en su hombro, incluso le pareció verla. Se dejó caer en la tentación de sentir aquella presencia, sin importar que fuese la locura que llamaba a su cabeza. Pues, pasase lo que pasase, y sintiese lo que sintiese, la vida continúa para los vivos. Todo tiene un principio y un fin, y mientras estés sobre la línea de la vida, todo habrá empezado de nuevo.
El Autor de este relato fué Eva Maria Gonzalez , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=11138 (ahora offline)
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2024-10-11
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