Solo. En aquel momento me encontraba solo. Únicamente yo estaba allí, en el salón de mi casa, tratando de conciliar el sueño en mi sofá. Un escalofrío invadió mi cuerpo. Tuve una extraña sensación. Oí un golpe seco. Alcé la vista y la vi. Vestía un camisón blanco, un blanco que apenas se veía a causa de la sangre. Sin duda, esa sangre descendía de su cara. Esa niña, la que tantas veces me atormentaba en sueños, estaba allí, enfrente de mi, llorando sangre. Permanecí inmóvil, quizás por culpa del miedo o quizás por la incredulidad, lo cierto es que me quede quieto, mirando como sangraba, pero sin moverme, como si estuviera sujeto. La niña dio un paso. Y otro. Y otro. Parecía que se acercara a mí. Sí, se estaba acercando. Me miraba a los ojos. Yo miraba los suyos. Por sus mejillas descendían rojas gotas de sangre. La niña lloraba sangre. Por fin reaccioné, me levanté pero no supe que hacer. La niña estaba ya a mi lado y se quedó mirándome. Creí que me volvía loco. O que ya lo estaba. Entonces la niña me dijo: Voy a matarte. Lo dijo con un tono de voz tan inocente, tan cándido que por ese mismo motivo me aterró. Estaba en estado de shock, no sabía que hacer, estaba muerto de miedo y delante de mí había una niña sangrando que me decía que...
No. No pienso morir, por fin le dije. Bien dicho. En ese momento me quedé atónito. La niña no había dicho eso. Quien realmente me contestó fue mi pastor alemán. Era increíble, ¡Un perro que hablaba! Pero lo más increíble era que yo no tenia perro. El perro dijo: ¡Mete un puñetazo a la zorra esta!. Me pareció una buena idea, así que le metí tal ostia a la niña que le salió un ojo volando. El perro, que estaba estirado en el suelo, se levantó hacia el lugar donde cayó el ojo y se lo comió. Yo me reí porque la voz del perro era graciosa. Aproveché para escupirle a la puta niña en su sucia cara. La niña se puso a llorar e inundó todo de sangre, me manchó la puta alfombra y la tapicería del sillón. La muy guarra no cerraba el grifo y seguía llorando, así que decidí irme de allí porque no soporto a las niñas cuando lloran. El ascensor estaba parado en mi piso así que lo cogí. Cuando abrí la puerta y me dispuse a entrar, vi que dentro del ascensor había un avestruz. Decidí bajar por las escaleras porque no me fiaba de ningún tipo de ave. Una vez fui al cine y había una gallina que hacia mucho ruido con las palomitas. Desde aquel día me caen mal los orangutanes. Pues empecé a bajar por las escaleras cuando me di cuenta que yo vivía en una planta baja. Vivía en una margarita. Así que salí a la calle por la ventana y exploté.
El Autor de este relato fué Frangelico , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=2593 (ahora offline)
Relatos cortos ficcion Snuff la niña asesina
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2021-05-18

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