Un día adoptó esa extraña costumbre de mirar más por sus cosas. Decidió que no iba a cambiar su carpeta de siempre durante los años de universidad porque me ha acompañado desde que estudio. Probablemente si la cambiara perdería todos sus conocimientos adquiridos hasta el momento. No obstante esa carpeta la había usado los años del bup y el cou. Adrián sabía que todo ese tipo de rituales eran una mera quimera, pero a veces sentía la irrefrenable necesidad de proponérselos y cumplirlos.
La facultad le resultaba un sitio frío. En ella no tenían cabida la profunda amistad y el desarrollo pleno del individuo. Adrián entraba y salía a su antojo de las clases, aunque no tenía la costumbre de saltarse ninguna. Es más le gustaba cumplir su horario a rajatabla. Alguna vez sintió la tentación de hacerlo. La cafetería poesía aquel halo dorado y atractivo que solo poseen a los 18 años sitios verdaderamente interesantes como los clubes de estriptis, los cine x o la sección para adultos del videoclub. La cafetería era uno de esos lugares que huelen a miel (o sudor frito) nada más entrar, ¡¿Que digo?! Nada más acercarte a la puerta. Pero como ya he dicho, jamás entró, solo había sentido la tentación. Y efectivamente allí estaba parado Adrián, en la puerta, mirando el interior de la cafetería. Sostenía un bolígrafo bic con fixo en la punta, en el capuchón, en el medio, vamos en todo el boli. Ese era el mismo boli bic que se compró a su entrada en octavo de egb. Adrián pensaba que todo lo que escribiera con aquel instrumento quedaba guardado en una especie de memoria virtual que después a la hora de realizar un examen (con ese mismo bolígrafo, claro) podría ser recuperado para escribirlo. Así con solo estudiar cuatro horas al día, durante los 365 días del año, más la memoria virtual de su bolígrafo, los exámenes eran un trámite. A la vez ese era el verdadero motivo de que no se perdiera ninguna clase: que su boli pudiese memorizar el máximo de datos posibles.
Las 14.57. ¡MIERDA! Casi se despista y no llega a clase. Ha entrado por los pelos. El profesor estaba llegando cuando él se dirigía hacia su sitio. Esa era otra cuestión: SU sitio. Adrián siempre se sentaba en la tercera fila, tercer lugar empezando por la izquierda, a tres sitios del profesor y tres metros de la pizarra. El sitio perfecto. Ese era SU sitio. De hecho ahí había realizado sus exámenes de selectividad y eso, evidentemente, solo podía ser señal de una cosa: que ese era SU sitio. En SU sitio todo debía tener un orden especial. No podía haber ni el más mínimo descuido. Los folios a la derecha ajustados al filo de la mesa. Su libro pegado a los folios y también en el filo superior de la mesa. Abajo los bolígrafos por este orden: azul (con fixo), azul de reserva, rojo, verde y fluorescente. Y por supuesto a la izquierda del todo, pero alineado con el borde inferior de la mesa, estaba su carpeta. Aquello era como una L tumbada (si habéis jugado al tetris ya sabéis a qué me refiero). Ni Gaudí, ni Ricardo Boffil ( Boffil-padre, evidentemente) lo hubieran construido mejor. Era milimétricamente perfecto. Ahora bien, ese orden se tenía que mantener hasta el final de la clase. De lo contrario aquello habría sido un fracaso y la clase solo un coñazo. Lo normal es que los lunes las cosas se le resbalaran de la mesa. Las limpiadoras habían echado abrillantador y sus cosas se desplazaban aleatóriamente. En más de 12 ocasiones había puesto instancias para que no usaran abrillantador en las mesas (eso estropeaba su orden) y en más de 12 ocasiones le habían respondido: Agradecemos su preocupación. Crea que hacemos todo lo que podemos para solucionar su problema. Esperamos que quede satisfecho con nuestra respuesta. Atentamente: El Decano.
Adrián tenía un buen número de costumbres que había ido adquiriendo cada vez que algo le salía bien. Llevaba siempre los zapatos a clase (para qué cambiarlos si con esos zapatos le había ido bien). Las 2 mismas camisetas para jugar al fútbol (una para jugar con los amigos y otra con desconocidos). A la hora de dormirse tenía una postura ideal en la cama. Era estirado, rígido, pero con las piernas juntas, boca arriba, y las dos manos sobre el pecho. Si alguna vez un amigo se hubiera quedado a dormir con él se habría llevado un susto. Pero es que un día que Adrián necesitaba dormir puso esa postura, y a la mañana siguiente recordó que con ella había dormido bien. Entonces, ¿para qué cambiarla?
Los días de lluvia no podía usar chubasquero. Y el paraguas debía llevarlo siempre dirigido hacia algún lado dependiendo de la dirección de la lluvia. Siempre mirando al frente. Menos una vez, que entró en un video-club. Solo tenía 17 años, por lo tanto el olor a sudor frito de la puerta de la sección para mayores le atrajo poderosamente. Se acercó el muchacho con sigilo, mirando las películas de alrededor de la puerta. Justo en el momento en que se encontraba cerca un señor salió del extraño y vanaglorioso lugar dejando la puerta entreabierta. La puerta era azul, de esas del estilo de los saloon de las pelis del oeste. Adrián se dio la vuelta y por la pequeña rendija que quedaba intentó ver que había en su interior. Solo puedo intuir la carátula de alguna película pornográfica cuya portada era una joven china vestida de geisha con un kimono dorado bajo las letras rojas: Komoto in Tokio/part. II. Aquello le fascinó y le repugnó a la vez. Y lo cierto es que al salir del video-club se sentía sucio y asqueroso. Por eso desde aquel día siempre que encontraba una puerta entreabierta la cerraba, de este modo no se sentiría sucio.
Pues allí estaba otra vez frente a la cafetería. Las 14.57. ¡MIERDA! Esta vez el tercer sitio de la tercera fila, empezando por la izquierda, se encontraba vacío. Adrián estaba frente a la puerta de la cafetería de su facultad. Ya eran las 15.06 y no había pestañeado. El olor a miel le había recordado el día de la sección para adultos y por tanto no había entrado. De todas formas sería la primera vez que entraría en el bar. Nunca lo había probado, así que entró. De todos modos ya había incumplido algunas de sus costumbres como la de no faltar a clase, usar su boli, encuadrar sus cosas, ocupar SU sitio o cerrar las puertas entreabiertas, como la de la cafetería hacía solo cuatro segundos. Lo más llamativo de todo fue que aun sin haber estado nunca en el bar se dirigió velozmente hacia una de las mesas, sin dudar. Allí había una chica sentada.
- Perdona ¿está ocupado? -
La chica respondió negativamente con la cabeza. Su amplia sonrisa no hizo más que ilusionar a Adrián, ya que ella se sentaba sola. La muchacha era tenía rasgos orientales. Y no se podía negar que era idéntica a la de la portada del video-club. Adrián se sentó.
- Yo soy Adrián -
- Yo soy Zwan contestó la muchacha.
- Perdona que te moleste, pero es que te parece muchísimo a la actriz de una película que vi no hace mucho.-
Obviamente había omitido el dato de cómo, dónde y por qué había visto aquella película.
La muchacha puso una leve sonrisa. Miro fijamente a los ojos a Adrián. Y dijo.
- Ah ¿Si? ¿Qué película? -
Adrián comenzó a enrojecer. Era evidente que si ella era la actriz estaría pensando que él era uno de esos que se alquilan películas porno 3x2 los fines de semana. También podía ser que estuviera haciendo como la que no lo sabía, vamos haciéndose la despistada. O podía que ella realmente no fuera la misma persona, por lo que resultaría muy embarazoso explicarle el tipo de película a la que se refería sin que la muchacha oriental se sintiera ofendida.
Entonces Adrián comenzó a pensar que si hubiera estado en SU sitio, sin faltar a clase, con su bolígrafo, sus zapatos, su carpeta, su L tumbada, sin entrar a los sitios que huelen a miel o sudor frito y cerrando las rendijas de las puertas si todo eso hubiera ocurrido no estaría en esa situación tan embarazosa que él mismo había provocado y de la que no sabía como salir.
Así pues se levantó, se dio media vuelta. Las 15.15. Todavía estaba a tiempo de entrar en clase con todo lo demás. Salió de la cafetería y decidió que a partir de ese día no hablaría con desconocidos, aunque se pareciesen a las personas más famosas del mundo o llevaran aquel kimono dorado que llevaba la chica de la cafetería o la de la portada de aquella película china tan extraña.
El Autor de este relato fué Nacho gallego , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=8160 (ahora offline)
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2025-03-18
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