Hacía tiempo que no lo hacían, habían decidido volver a probar. Volver a tentar a la suerte, tentar a su propia suerte, a su vida. Se reunieron a la salida del instituto para ir hacia la casa donde solían hacer las sesiones de espiritismo que tanto les gustaban. Esperaron unos minutos a que estuviesen todos, eran seis en total, los de siempre. Sergio al principio se mostraba reacio a estas sesiones, tenía miedo de los espíritus que pudieran despertar, de lo que estos pudieran hacerles. Pero una vez que lo convencieron para hacer la primera, le resultó divertido y se unió a las demás citas. Los demás eran mas decididos y no tenían miedo de lo que pudiera pasar. Lo habían hecho en unas tres ocasiones y en ninguna había ocurrido nada mas que algunos cuadros que se caían o puertas que se abrían y cerraban. Nada fuera de lo normal en estas cosas. Pero en esta ocasión todos tenían el presentimiento de que iba a suceder algo muy interesante, algo que iba a cambiar sus vidas.
Eran las siete de la tarde, ya empezaba a oscurecer, la hora ideal para empezar con el juego. Carolina llevaba el tablero en una bolsa, lo había encontrado en su casa hacía unos meses, de ella fue la idea de empezar con todo esto, y todos sus amigos la siguieron como hacían siempre. Se dispuso a ponerlo sobre la mesa y preparar todo lo necesario para que fuera perfecto. Entre todos habían llevado velas negras para iluminar un poco la destartalada casa y darle un toque siniestro. Cuando todo estuvo preparado, se sentaron alrededor de la mesa, sabían el lugar que debía ocupar cada uno, tenían experiencia en esto. Para ellos era sólo eso, un juego.
Empezaron. Como siempre Carolina llevaba la voz cantante. Empezó a hablar, a molestar a los espíritus que se supone que deberían descansar en reposo y sin ser molestados durante toda la eternidad. Se oyó una voz que los aviso para que dejaran todo eso, los advirtió de que si no salían de allí inmediatamente algo terrible iba a pasar. Se arrepentirían. Ellos se negaron a hacerle caso a la voz que había irrumpido en la habitación de la casa tan inesperadamente. Esto le dio cierto morbo al asunto. Sus sospechas de que algo interesante iba a pasar se iban confirmando poco a poco. Siguieron. Sujetaban el vaso con fuerza contra el tablero que tenían ante ellos. Era el turno de Lucía, la mejor amiga de Carolina. Esta pregunto que si por fin iban a hacer algo mas que mover los cuadros y abrir las puertas. Puso de manifiesto sus ganas de pasar miedo de verdad. El vaso se movió rápidamente describiendo una a una las letras hasta formar una frase que los dejó a todos helados: Poco a poco vais a morir todos, uno a uno. Estáis a tiempo de echaros para atrás. Todos estallaron en sonoras carcajadas que no reflejaban mas que el miedo que sentían. Se mostraban imperturbables, pero todos sabían que estaban poseídos por un pánico superior a ellos.
Como era de suponer, se negaron. No querían que todos los demás se rieran de haber tenido miedo en ese momento. Vamos a continuar anunció Jaime. Obedecieron. Cuando este se disponía a hablar, se apagaron todas las velas que iluminaban mínimamente la vieja casa, se quedaron a oscuras, totalmente a oscuras. Afuera ya había anochecido, eras las ocho de la noche aproximadamente, pero al estar en invierno se hacia muy pronto de noche. Solo Sergio se atrevió a proponer que deberían dejarlo para otro día, o mejor, dejarlo para siempre. Ninguno le hizo caso.
Se oyó la voz de una niña que cantaba con una voz tan angelical como siniestra. Ahora si que estaban erizados, tenían autentico pánico. Sergio no podía mas, se levantó y se dispuso a salir de la estancia, pero la puerta se cerro antes de que pudiera alcanzarla. Se oyó de nuevo la voz que se había dirigido a ellos hacía unos minutos: Querían pasar miedo, ¿verdad? Pues ahora se sientan hasta que acabe el espectáculo, tengo la impresión de que no saldrán de aquí, jamás. Disfruten de lo que les hemos preparado. La niña siguió cantando, era una melodía siniestra, espeluznante. Estaban helados, eran incapaces de moverse. Hasta a Carolina, que era la mas atrevida, se le notaba en miedo en la cara. Andrés era el mayor, intentaba tranquilizar a todos los demás, pero es imposible que alguien que tiene tanto miedo como los otros, pueda tranquilizarlos. Un viento muy fuerte irrumpió en la sala en la que estaban. De pronto y de manera inesperada se encendió la habitación, una luz blanca que no procedía de ningún sitio en concreto, de ningún sitio que ellos pudieran divisar. Con la rapidez que llego la luz, se fue. Con la única diferencia de que esta vez, la oscuridad era mas intensa, no se veían las caras los unos a los otros. Fueron en busca de una vela que encender, cuando la habitación tuvo un poco de luz se dieron cuenta de una cosa: eran cinco. Faltaba Jaime. No había podido huir, ya que las puertas estaban cerradas y no habían ventanas. Llegó el silencio, pero no tardó mucho en ser interrumpido por una sonora carcajada. No era de ninguno de ellos. Otra vez la voz a la que ya se habían acostumbrado.
Lucía sentía unos ojos clavados en ella, miró hacia la dirección en la que suponía que la estaban mirando. Encontró una gran armadura de hierro, simulando a un caballero de la Edad Media. Estaba situado justo detrás de ella. En ese momento supo lo que iba a ocurrir, al darse cuanta de que el caballero de hierro tenia una gran lanza en las manos. Como por arte de magia la lanza se precipitó hacia la espalda de la chica, que se quedó tendida sobre la mesa, sangrando a chorros. Todos los demás se levantaron rápidamente de la mesa. Carolina lloraba. Había muerto su mejor amiga. Una voz dentro de ella le dijo que pronto iría a reunirse con su querida amiga. Carolina empezó a gritar, a maldecir a quienquiera que fuese el que le había hecho eso a Lucia. No podía creerlo. De pronto sintió una presión en la garganta, una presión que le impedía respirar. Se ahogaba irremediablemente. Unas manos invisibles la estaban conduciendo a la muerte. Era su final. Al cabo de unos segundos cayó pesadamente al suelo. Solucion de crucigramas
Ya iban tres muertos. Marta, Andrés y Sergio estaban solos en la casa, en la vieja casa que daba la impresión de no aguantar mucho mas tiempo en pie.
Eran las diez de la noche, ya no se veía absolutamente nada fuera de la casa, empezaban a sonar truenos. Marta se sacudió fuertemente de repente, sintió una punzada en el pecho, como si se le salieran las entrañas. Se encendió la habitación y la luz que emitían las velas negras, se tornó en rojo. Toda la estancia quedo iluminada por una débil luz roja. Se miraron unos a otros, cuando las miradas de los chicos se cruzaron con la de Marta, sintieron terror. Su amiga tenía los ojos de un color rojo como el que iluminaba la antigua casa en la que estaban, aunque no estarían ahí por mucho tiempo.
Marta rió sin parar, descontroladamente, cosa que a Sergio y a Andrés no les hizo la menor gracia. Marta rompió el vaso que habían utilizado para comunicarse con los espíritus. Con un golpe seco contra la mesa, el vaso se rompió en tres pedazos. Eligió el pedazo mas grande y se acerco a Andrés, a su novio. Andrés intento retroceder, pero llegó un momento que tras él no había mas que una fría pared que le impedía el paso. Marta se lanzó sobre Andrés, el chico al que tanto había querido, y le clavó el trozo de cristal en el pecho después de hacerle un corte en la yugular.
Sergio estaba aterrorizado, sin duda habría preferido ser él el primero en morir antes que tener que presenciar como uno a uno sus amigos iban muriendo. Como él, no podía hacer nada para impedirlo. De pronto Marta empezó a llorar. El espíritu que la poseía, la abandonó. La chica se había dado cuenta de lo que había hecho, de que ya no había vuelta atrás y no podría recuperar de nuevo a Andrés. Deseó morir. De nuevo la voz: ¿Os estáis divirtiendo? Seguro que no tanto como nosotros, pero todavía queda lo mejor, no os desesperéis. Sergio y Marta se abrazaron, solo se tenían el uno al otro. Pero sabían que esto no duraría demasiado. Pronto pasaría algo que perturbaría la calma momentánea en la que estaban sumergidos. Los dos preferían que pasara lo que tenía que pasar ya, no tenían esperanza alguna de seguir viviendo. No podían evitar lo que ya sabían. Iban a morir. Y querían que esto sucediera lo antes posible, no querían sufrir por mucho tiempo más.
En el tablero que seguía imperturbable sobre la mesa se iluminaron las letras de un nombre, el nombre de uno de ellos: Sergio. Le tocaba. Se miraron y Marta comenzó a llorar de nuevo. No quería quedarse sola en la casa. No quería... pero no estaba en su mano decidir el orden. En su mano había estado el salir de aquel sitio y no tomar parte de aquella locura, y lo había dejado pasar. Ahora, le tocaría asumir las consecuencias. No le quedaba de otra. Tenía que aguantarse. Sergio temblaba, Marta lo abrazó. Estuvieron así largo rato, esperando a que sucediera algo, pero nada pasó durante una hora, la hora mas larga de sus vidas, su última hora... En uno de los cajones del armario que había en la sala de la casa en la que estaban los dos, se veían diferentes utensilios como clavos, martillos y de mas cosas. Sergio sintió como una fuerza superior a él actuaba sobre su cuerpo. Le llevaba hacia aquel armario de madera. Vio una sierra con un filo que se veía que había sido afilado recientemente. La tomó entre sus manos. Su cuerpo se dirigía solo, él no tenia nada que ver. Sentía como sus manos con la sierra entre ellas se precipitaban hacia su cuello. Un corte. Solo hizo falta un corte para acabar consigo mismo. Nunca habría podido pensar que sería él mismo el que pondría fin a su vida, y menos aun que lo hiciera tan pronto, con sólo diecisiete años. Tenía toda la vida por delante. Un gran futuro como médico, tenía unas notas brillantes. Podría haber cumplido su sueño sin ninguna dificultad. Pero ya era tarde, demasiado tarde.
Marta había presenciado todo desde una esquina de la habitación. No había sentido nada. Sus emociones estaban completamente anuladas. Deseaba morir. Sólo deseaba eso, y sabía que su único deseo se haría realidad. Era increíble, ella una chica con una enorme vitalidad, y unas ganas de vivir insuperables, deseando que se acabara su vida de una vez. Sabía que si no moría, tampoco podría vivir en paz nunca. El recuerdo de sus amigos la perseguiría siempre. El remordimiento de no haber huido de allí en cuanto pudo, y convencer a sus amigos para que dejaran aquella tontería. La voz habló como adivinando sus pensamientos: Haber pensado eso antes, ya no puedes hacer nada. Sintió frío, un frío que le calaba hasta los huesos. Se abrió la puerta, pero no para que ella escapara, ni mucho menos, sino para que entrara una ráfaga de aire. Cuando entró el viento, la puerta se cerró tan rápido como se había abierto. El viento tumbo las velas, sólo dos seguían encendidas desprendiendo una débil luz. El suelo era de madera y el fuego de las llamas de las velas devoró la madera sin ninguna dificultad. Se prendió fuego toda la casa, Marta intentó dirigirse a la puerta. Deseaba morir, pero no de esta forma, no así. Sorprendentemente la puerta estaba abierta. La abrió y consiguió salir, aunque no sin esfuerzo. No podía casi mantenerse en pie, pero huyó tan rápido como pudo. A unos metros de ella diviso un árbol. Iba a hacerlo. Tenía que hacerlo. Corrió hasta el árbol, se quito el cinturón que llevaba a la cintura. Se lo colocó al cuello y ató un extremo al árbol. Cuando estuvo listo, quitó los pies de la roca que la aguantaba. Conduciéndola a la muerte.
Antes de morir, en el ultimo suspiro de vida, oyó unas risas dentro de su cabeza y una voz que decía: Se los dije. Uno a uno cayeron. Esto fue lo último que oyó, después de estas palabras, murió.
ANÓNIMO
El Autor de este relato fué An%F3nimo , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=1711&cat=craneo (ahora offline)
Relatos cortos terror Espiritismo No lo repetirán
Hacía tiempo que no lo hacían, habían decidido volver a probar. Volver a tentar a la suerte, tentar a su propia suerte, a su vida. Se reunieron a la salida
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2024-05-19
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