Relatos cortos terror Pesadillas La iglesia abandonada

 

 

 

Todo empezó un durante Semana Santa, en ese periodo vacacional que elegimos para pasar unos días de descanso en un pueblecito dejado de la mano de Dios. El anuncio venía en el periódico desde hacía dos semanas antes, donde ponía que se alquilaba una casa rural durante esos días, el precio era bueno, así que lo consulté con mis amigos y decidimos ir.

Éramos cuatro personas, teníamos alcohol y comida, todo estaba preparado para unas vacaciones fascinantes y mas cuando vimos la casa, la típica casa rural con piedra oscura, todo muy rústico, un jardín grandísimo aunque descuidado, y el tiempo también era propicio, todo salía a pedir de boca. Yo había recogido la llave de la casa contigua, me recibió una anciana mujer con mucha simpatía, como si no hubiera visto a unos jóvenes como nosotros desde hacía tiempo, nos ofreció galletas y pasteles, si no la frenamos nos hubiera ofrecido toda su despensa. Nos advirtió seriamente que no habláramos con el párroco, que era muy terco y no le gustaban las visitas, ni ella ni nadie se acercaba a la iglesia del pueblo desde hacía ya muchos años, el sacerdote no caía bien. El poblado era bastante pequeño, había pocos habitantes y eran todos ancianos, solo había un pequeño bar donde los abuelos pasaban el día jugando a las cartas, y la iglesia se encontraba un poco apartada del resto de viviendas habitadas, ya que las cercanas estaban auténticamente en ruinas.

 

Abrimos la puerta de la casa con cierta dificultad, daba la impresión de que no había sido abierta durante muchas semanas, y con el ruido de la puerta al abrirse nos invadió un fuerte olor a cerrado y a humedad. Pese a esto la casa era excepcional, tenía una bodega amplísima, un gran corral y muchas habitaciones distribuidas en los tres pisos de altura que tenía, además de varias galerías.

Comenzamos esa misma noche a disfrutar de la estancia de las tres que nos esperaban, fuimos entrando en calor a base de calimotxo y whisky, y con forme avanzaba la noche mas escándalo armábamos. El radio cassete que habíamos traído escupía música dance sin parar, uno de nosotros dijo con mucha razón que solo hubiera faltado un poco de compañía femenina, pensamos en llamar a la anciana de la casa de al lado, pero aun teníamos un poco de cordura. Estábamos cansados del viaje en tren, y por eso a las 6 ya estábamos en la cama durmiendo como troncos. El día siguiente pasó muy rápido, ya que nos levantamos muy tarde, pasada la hora de comer, y con una resaca bestial, todos estábamos destrozados, no obstante, la juerga se repitió esa misma noche.

En esa segunda noche ocurrió algo escalofriante. Estábamos en la bodega bebiendo como cerdos cuando uno de nosotros tuvo la estúpida idea que nos iba a arruinar las vacaciones: entrar en la iglesia a conocer al párroco. En ese momento de euforia embriagada a todos nos pareció una idea sobresaliente, aunque unos estábamos mas acojonados que otros. Sin mas salimos de la casa dirección a la iglesia, con un paso lento, riendo sin parar por cualquier gilipollez, y cuando estábamos a la altura de las casas abandonadas empezamos a empujarnos, simulando una pelea cada vez mas fuerte, así hasta que uno cayó al suelo al que acompañó otro, y los demás fuimos a tirarnos encima entre grandes carcajadas. Nos levantamos con algún rasguño que otro, pero sin darle mayor importancia continuamos andando hasta llegar a la puerta de la iglesia. El camino ya no estaba asfaltado, era un camino de cabras.

 

En el gran portón del edificio empezamos a pensar como podíamos entrar, la puerta estaba cerrada, y estas deliberaciones me fijé en que había un cofre cerrado al lado de la puerta. Un amigo se acercó y comprobó que estaba cerrado con un candado. Intentamos abrirlo con varias piedras, pero nuestros intentos fueron nulos, así que decidimos llevárnoslo a la casa. Nadie reprochó, no había un alma por la calle. Estábamos cansados ya, así que nos echamos a dormir al llegar a casa, dejando el cofre dentro, mañana averiguaríamos que contenía.

Desperté de mi sueño, tenía la boca pastosa y pocas ganas de nada, m incorporé y estiré mi cuerpo escuchando una serie de crujidos. Abrí la puerta de mi habitación y me dirigí hacia la cocina, pero en ese momento me vino a la cabeza el misterioso baúl. Mi rumbo cambió, y esta vez fui en su busca, pero al llegar donde debía estar comprobé que alguien lo había cogido. Subí a las habitaciones de mis compañeros, dos de ellos dormían aun placidamente, y me dirigí hacia la habitación del tercero. Abrí la puerta y me quedé boquiabierto mientras un escalofrío recorría mi cuerpo: mi compañero estaba tendido en el suelo, su cara estaba cubierta por una enorme marabunta de gusanos blancos, mojados, babosos, que trazaban un camino desde el cofre abierto tirado en el suelo hasta su cuerpo. No eran gusanos pequeños, eran largos y gruesos. Rápidamente comencé a gritar el nombre de mis colegas, al tiempo que empecé a retirarlos gusanos de su cara con las manos envueltas en mi pijama. Mis compañeros irrumpieron en la habitación como si de una estampida se tratase, y me ayudaron a quitarlos. Estábamos absortos, uno tuvo que parar a vomitar, los gusanos eran repugnantes. Conforme los apartábamos los íbamos pisando, quitándoles la vida de forma instantánea. Chistes cortos

Cuando al fin lo conseguimos, una masa viscosa tapaba la cara de nuestro amigo, que mantenía los ojos abiertos y respiraba con normalidad, pero no reaccionaba a nuestros impulsos. Era como si no estuviera dentro de si mismo. Lo levantamos y lo colocamos sobre la cama, percibimos una mordedura en su cuello, era minúscula y apenas sangraba. Uno se quedó con nuestro amigo mientras yo y otro bajamos a casa de la vecina a pedir ayuda. Salimos de nuestra casa y la vimos, cuando nos vio se apresuró a entrar en casa y nos cerró la puerta en las narices. Gritamos y gritamos, pero no contestaba nadie. Bajó nuestro amigo, y fuimos al bar del pueblo a pedir ayuda, los tres a la carrera, y al llegar el barman cerró la persiana con fuerza dejándonos otra vez sin poder preguntar. Aporreamos la persiana, pero no hubo manera.

Mayúscula fue nuestra sorpresa al volver a casa, nuestro amigo seguía en el mismo estado de autismo, pero el cofre y los restos de los gusanos se habían esfumado. Era imposible, nadie podía haberlo limpiado tan rápido. Salimos hacia la iglesia, y cuando llegamos la puerta estaba cerrada a cal y canto, así que decidimos echar la puerta abajo. Volvimos a casa a por un martillo o algo parecido para destruir la cerradura, y al llegar comprobamos que lo que había desaparecido esta vez era nuestro compañero. La histeria se apoderó de nosotros como un ente que guiaba todas nuestras acciones, sabíamos que algo extraño había en la iglesia. A todos se nos pasó por la cabeza irnos, desaparecer de ese estúpido pueblo, pero no podíamos dejar allí a nuestro compañero, aunque tal vez hubiese sido lo mejor. No obstante todos conocíamos la clave: La iglesia.

Cogimos un par de martillos que encontramos en el corral y fuimos tan rápido como pudimos hacia el Santuario. Llegamos extenuados, pero nuestra preocupación nos permitió hacer un esfuerzo extra hasta conseguir destruir el gran candado y abrir el portón que custodiaba la iglesia. Entonces vimos lo que esperábamos: una gran cristalera, muchos bancos, un altar. Nadie. Velas encendidas por todas partes. Al lado del altar había unas escaleras que bajaban. Descendimos por ellas lentamente, la iluminación era tétrica, unas antorchas iluminaban la escalera en forma de caracol. Por fin conseguimos llegar al final. Había dos posible caminos, y por intuición comprendimos que era el mismo, el camino hacía un círculo. A derecha e izquierda del camino se veían puertas abiertas. Entramos en una, era una copia exacta de la iglesia de arriba, pero mucho mas pequeña, en el altar había algo. Nos acercamos, era la vecina de la casa que habíamos alquilado, estaba tumbada sobre el altar en ese estado de autismo, y detrás del altar un cofre abierto, lleno de esos gusanos repugnantes.

Preocupación, histeria, estábamos descolocados. Seguimos mirando en las habitaciones, en cada una, un habitante del poblado, y en una de ellas nuestro compañero. Dimos la vuelta al circulo, que parecía interminable, hasta que nos dimos cuenta de que no era tan grande: ya habíamos dado varias vueltas, lo que ocurría es que alguien había retirado las escaleras, estábamos atrapados... En su lugar una hoja de papel con aspecto antiquísimo donde rezaba: “ Estos seres han sido despojados de sus almas”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, empezamos a gritar como posesos, y mas aun cuando del agujero donde debía estar la escalera empezaron a caer cantidades industriales de gusanos blancos que abarrotaron el pasillo donde estábamos.

FIN

El Autor de este relato fué Jorge Puente , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=2298&cat=craneo (ahora offline)

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2021-09-20

 

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