El hombre fumaba sentado en el parque. Lo hacía despacio, pipada a pipada, saboreando, mientras observaba la actividad de los niños jugando. No sonreía, se limitaba a fumar y a observar. Murmuró algo para si mismo y expelió el humo denso del tabaco. La profusa barba que cubría su rostro estaba amarillenta alrededor de sus comisuras y sus dientes amarronados y desgastados por el efecto del humo y el roce de la pipa durante años y años. El fumador no era ningún principiante y su curtido rostro daba fe de ello. Sus enrojecidos ojos apenas notaban ya la irritación que les causaba el humo nocivo y no dejaron de observar a su alrededor. La hora estaba cerca. El hombre se movió incómodo sobre sus posaderas. Se hacía evidente que llevaba demasiado tiempo sentado, pero no hizo ademán alguno por levantarse y estirar sus entumecidas articulaciones. Aún no era el momento. Fumó, deleitándose, mientras observaba a unos jóvenes jugar al balón. Uno de ellos cayó y provocó las risas de sus compañeros. El hombre mantuvo su mirada ausente, carente de expresión. Hacía años que no sonreía y no iba a empezar de nuevo aquel día. No había motivos para sonreír, ya no. La vida le había sido esquiva. Fumó de nuevo, regocijándose en el plúmbeo humo que emborronaba su rostro entristecido y abandonado a las miradas matutinas en el espejo. Fumó y fumó, único placer que no le había sido esquivo, hasta agotar el contenido de su pipa de madera que él mismo había tallado en algún tiempo pasado, en algún tiempo mejor. Había llegado el momento, por fin.
Con suma lentitud el hombre se levantó escuchando el chirriar de sus articulaciones cansadas. El día comenzaba a declinar y algunas madres comenzaban a perder la paciencia con sus juguetones hijos que no querían regresar a casa. El hombre observaba todo esto con indiferencia, su corazón no sentía nada, su mente no pensaba nada. Debía hacerlo y lo haría. Ahora. Se alejó del parque y cruzó la calle. Entró en un edificio y subió a la azotea. Allí, meticulosamente escondido, había un maletín de cuero negro que sacó y abrió. Montó el rifle en cuestión de segundos en una especie de acto reflejo. Sus manos se movía, pero él no dejaba de mirar al parque. Calibró la mira telescópica y observó a través de ella. Un chiquillo de unos cinco años protestaba mientras su madre tiraba de él. Disparó. La cabeza de la mujer estalló, la sangre manchó el rostro del chiquillo. Disparo, muerto, disparo, muerto. El hombre disparaba y mataba, mataba y disparaba. No sonreía, pero estaba alegre. Cuando las balas se terminaron y las sirenas de policía aullaban a lo lejos, se apoyó en la cornisa y cargó su pipa. Fumó con deleite. Minutos más tarde, cuando consideró que había hecho lo que debía, se lanzó al vacío.
El Autor de este relato fué Gosner Casel , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=12701&cat=terror (ahora offline)
Relatos cortos terror Terror General El hombre que fumaba en pipa
El hombre fumaba sentado en el parque. Lo hacía despacio, pipada a pipada, saboreando, mientras observaba la actividad de los niños jugando. No sonreía, se
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2024-11-07
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