Relatos cortos terror Terror General Los asesinatos de scream st.(III)

 

 

 

LOS ASESINATOS DE SCREAM ST. III

La mañana se hacía en el pueblo. Los débiles rayos del sol

acariciaban la mano de Lidia que yacía inconsciente en la cama

de un hospital. Andrea, su reciente amiga, se hallaba despierta

junto a ella. Chema, agente del F.B.I., se encontraba en la

estancia recuperado totalmente. Su cara mostraba una profunda

preocupación. Estaba sentado en una silla a los pies de la cama

de Lidia. El silencio de la habitación se rompió con una pregunta

de Andrea:

-Chema, ¿qué nos ha pasado?

-Víctor nos atacó.

-Está bien, ¿verdad?- dijo refiriéndose a Lidia- Se recuperará,

¿no?

-Es difícil saberlo. Los médicos dicen que aún es pronto.

 

-¿Y tú?

-No te preocupes más y descansa.

El agente gimió mientras se tocaba su hombro dolorido.

-No debería hacer esfuerzos. Recuerda que te hemos operado para

sacarte esa bala- dijo el médico que acababa de entrar en la

estancia.

-¿Una bala?¿Quién es usted?

-Soy Roberto, el médico de Lidia. Por favor, puedes tutearme.

-Sí, Andrea. Víctor disparó a Lidia y yo me interpuse.

-Pareces estar bien,- comenzó Roberto examinando a Andrea- así

que, tras unas pruebas rutinarias podrás irte.

Se oyeron gritos en el corredor. Los guardias del F.B.I. no

dejaban entrar a ese nuevo visitante que se resistía a su

autoridad. Chema decidió ir a investigar y convenció a los

agentes para que le dejaran entrar.

La visitante entró y, efusivamente, abrazó a Andrea la cual le

devolvió el saludo con un beso.

-¡Cristina!, ¿qué haces aquí?

-Me enteré de la noticia por los periódicos y decidí venir a ver

cómo estabas.

Roberto se marchó de la estancia no sin antes examinar a Lidia

y, apuntando algo en su libreta, mostró su cara de preocupación

profunda. Chema le siguió hasta la salida y le preguntó:

-¿Cómo está ella?

-Te seré franco, Chema, porque creo que debes saberlo. Hace una

semana que está inconsciente y no ha mostrado signos de cambio,

no obstante, todo es cuestión de esperar.

Dicho esto Roberto se alejó por el largo pasillo y, cuando Chema

se disponía a volver a la habitación, le llamaron por el móvil

y contestó:

-¿Sí?

-Chema, soy yo, Mariano. ¿Qué tal están las chicas?

-Andrea está bien, pero Lidia aún no ha despertado.

-¿No? ¿Saben los médicos cuándo despertará?

-No. He hablado con Roberto y dice que todo es cuestión de

esperar.

-¿Roberto? Es el médico, ¿no?

-Sí, además dice que Andrea podrá salir después de unas pruebas.

-Bien. Bueno, en otro orden de cosas, aquí tengo a Diana quien

dice ser otra testigo protegida. ¿Sabes algo?

-Sí, Mariano. Orlando investigó a Jandro y descubrió que Diana

era una antigua novia suya. Me comentó una vez que debíamos

llamarla para ponerla sobre aviso y protegerla, pero no creí que

lo hiciera.

-Pues parece que lo hizo. Chema, ¿qué hacemos ahora?

-Dile que me espere. Voy para allá.

-Vale.

Chema colgó y se dirigió a la habitación para avisar a Andrea.

-Andrea, he de irme.

-Pero, ¿por qué?

-Ha llegado una nueva testigo protegida y tengo que ir a

recibirla.

 

-¿Y yo?- preguntó burlonamente Cristina.

-¡Oh! Sí, claro. Cuida de Andrea en mi ausencia. Vigila que no

le pase nada.

-De acuerdo.

-Chema, ¿cómo te localizaré cuando me den el alta médica y salga

de aquí?

-Reúnete conmigo en la oficina.

Chema se alejó rápidamente por el pasillo y, en unos segundos,

su figura se hizo inapreciable.

-Ese agente es muy guapo, ¿no?- preguntó Cristina, lanzando una

sonrisa de complicidad a su amiga.

-Bueno...sí.- contestó entre risas.

-Pero el médico lo es aún más. Por cierto, ¿cómo se llama?

-Roberto.

Chema había llegado a las oficinas del F.B.I., en el centro de

Sunnydale. Subió las escaleras hasta el octavo piso y se dirigió

a su oficina. En aquel instante, frente a la puerta de su

compañero Orlando, recordó lo ocurrido hacía una semana. Todo

estaba intacto. Se acercó a la puerta y la abrió despacio. Entró

sigiloso cerrando la puerta tras de sí. Buscó en la estancia

algún rastro de su compañero, pero no obtuvo indicio alguno.

Chema se alertó cuando oyó como giraba el pomo de la puerta y

ella apareció:

-¿Quién es usted?- preguntó la visitante.

-Soy Chema, agente del F.B.I.- respondió enseñando su placa.

-Oh...perdón. Soy nueva y...-respondió con timidez a la vez que

esbozaba una sonrisa.

-Tranquila, ¿cómo me ha dicho que se llamaba?

-No se lo he dicho. Mi nombre es Sheila. Me han ascendido hace

poco y me dijeron que podría quedarme en este despacho pero...

-Oh,no. Este no es mi despacho.- explicó- El mío está enfrente.

Lo que ocurre es que esta era la oficina de mi compañero Orlando.

-¿Era? No pretendo ser curiosa pero, ¿por qué lo trasladaron?

-No lo trasladaron. En nuestro último caso, el asesinato

múltiple, resultó muerto cruelmente a manos del asesino.

-Perdona. Creí que...

-No pasa nada. Espero haber esclarecido todas tus dudas.

-No. Aún hay una cosa que no entiendo, ¿por qué dices cruelmente?

-Lo digo porque le clavó a la pared aún estando vivo, además de

hacerle pequeñas incisiones en el pecho y en la cabeza. Lo siento

pero tengo prisa. Encantado de conocerte y bienvenida.

Después de despedirse salió del despacho de Sheila enardecido y

se dirigió directamente al suyo. Llamó y entró apresurado en el

interior. Allí se encontraban Mariano, su jefe, y una mujer,

seguramente Diana.

-Buenos días. Perdón por la tardanza. Señora, mi nombre es

Chema. Un placer conocerla.

-Igualmente.

Diana era una mujer de mundo, de una alta posición. Era la dueña

y propietaria de una famosa empresa de cosméticos. Sus diversas

amistades adineradas la describían como una compradora en

potencia y obsesiva por la moda, la belleza y, claro está, el

glamour.

-Chema, ¿por qué has tardado tanto?

-De hecho, Mariano, vine directamente aquí, pero me entretuve en

la oficina de Orlando.

-Hablando de eso...ya está ocupada. ¿Conoces a Sheila?

-Bueno...sí.

-Ha venido trasladada aquí y va a ser tu nueva compañera.

-¿Qué? Pero si solo es una novata.

-Tranquilízate, Chema. Es buena. ¿Has visto su expediente? Además

tenía que ponerla con alguien y tú, estando solo...En fin, creo

 

que contigo aprendería algo y tú podrías aprender algo de ella.

-¿A qué te refieres? ¿Dices que hago mal mi trabajo? Por favor,

Mariano. Somos amigos, me conoces...¡no puedo creerlo!.

-No he dicho eso, pero admite que tras la muerte de Orlando ya

no eres el mismo.

-¡Claro que no! Me ha afectado tanto como a cualquiera, incluso

más.¡Éramos amigos!

-Sin embargo, estoy seguro que te hará bien tenerla a tu lado.

Es agradable y simpática, ¿no crees?

-Sí, claro.

-Bueno, pues ya está.

-Vale.

-¡Oh! Perdónenos, Diana. Díganos, ¿cuándo conoció a Jandro?

-Le conocí hace tres años en una playa cercana a mi residencia

actual. Era verano. Pronto nos hicimos novios y, como suele pasar

en esas relaciones veraniegas, él se marchó y nunca más volví a

tener noticias suyas hasta la semana pasada, cuando su compañero

me llamó para darme la trágica noticia y citarme a declarar.

-Creo que debería saber que ha sido apuntada a un programa de

protección de testigos- informó Chema.

-Pero, ¿por qué?

-Bueno, el asesino de Jandro sigue suelto y creemos que podría

ir por usted por el mero hecho de haberlo conocido.

-Pero...¡eso es ridículo! Yo tengo obligaciones que cumplir y...

-Me temo que tendrá que cancelarlo todo y permanecer aquí.

¡Créame! Si no fuera importante no se lo pediríamos.

-Mariano tiene razón. Todo esto es por su propia seguridad.

-Está bien.-sentenció Diana no muy convencida.

-Chema le llevará donde será desde ahora su nuevo hogar.

-¡Acompáñeme!

Diana obedeció y siguió a Chema fuera de la estancia.

Allí fuera, en el pasillo, Sheila se dirigía a su nuevo despacho

cargada de carpetas y papeles. Chema tropezó con ella y todos los

papeles se cayeron por el suelo. Él la ayudó y sus miradas se

cruzaron en un segundo que parecía alargarse eternamente. Sus

caras parecían acercarse cada vez más pero Diana los interrumpió

diciendo:

-Chema, ¿nos vamos?

-Sí, claro- contestó.-¡Adelántate y espérame abajo! Yo voy ahora.

Diana se retiró discretamente y los dejó solos en el pasillo otra

vez.

-Sheila...verás...bueno...

-¿Sí, Chema?¿Intentas decirme algo?

-Sí, solo quería disculparme por haber sido tan grosero contigo

antes.

-¡Ah! No importa. La verdad es que yo también fui un poco

entrometida.

-Ya pero...¡No! Yo fui quien me comporté como un imbécil, no

debes sentirte culpable por mi reacción y...

-¿Chema?- preguntó Mariano desde su despacho.

-Sí, señor, soy yo.

-¿Qué haces todavía en el pasillo? ¿Y tu testigo?

-Está abajo. Ahora mismo voy.

-Acepto tus disculpas- susurró Sheila a Chema entre risas.

-Nos vemos luego, ¿sí?

-¡Chema!

-Sí,¡ya voy!

Sheila aceptó, entró en su despacho y suspiró sin saber porqué

apoyada en la puerta.

Rozaba el mediodía cuando Chema y Diana se encontraban ante una

fila de caravanas. Bajaron la gran pendiente que conducía a la

más nueva de ellas, la 324. Diana estaba sorprendida. "Una mujer

de mi clase, mi posición...No creo que una caravana sea lugar

para alguien como yo"- pensaba.

 

-¿Aquí es donde voy a vivir desde ahora?

-Sí, ¿algún problema?

-No, ninguno - contestó con una risilla un tanto irónica.-

¿Cuándo traerán mis cosas?

-Mariano se está encargando de eso y... supongo que ya las

tendrás por la tarde aquí. ¿Quieres preguntarme algo más?

-Sí. Dijisteis que el asesino vendría a por mí porque conocí a

Jandro y... bueno, no entiendo como podéis estar tan seguros

porque... ¿y si no viene?, ¿y si todo esto es un juego que

montáis para sacar a personas ocupadas como yo de su trabajo?

-¡No! Sabemos lo que hacemos y cuando le dijimos eso fue porque

ya existen dos casos, dos precedentes al suyo. ¿Acaso no lee los

periódicos?

Chema sacó de su chaqueta un periódico de ese día y se lo mostró

a Diana. Leyó con atención y al fin dijo:

-¿Dónde están Lidia y Andrea? Me gustaría hablar con ellas.

-Están en el hospital. Andrea ya está mejor pero Lidia sigue

inconsciente.

-¿Qué se puede hacer en esta ciudad para divertirse?

-Me temo que no puedo dejarte ir sola a la ciudad.

-¿Por qué?

-Estás aquí para esconderte de un asesino y me temo que no está

lejos.

Diana se resignó y entró en la caravana.

"Por lo menos no tengo que compartir esto con nadie"-pensó.

Chema se alejaba de allí cuando oyó una voz que lo llamaba a lo

lejos. Se volvió y vio a Andrea y a Cristina que lo llamaban

desde la última caravana. Corrió hacia ellas y preguntó ansioso:

-¿Ya te han dado el alta?

-Sí, pero...

-Lidia aún sigue inconsciente- interrumpió Cristina.- Dos

enfermeras se quedaron con ella.

-Bueno, solo espero que despierte para el interrogatorio de

mañana.

-Chema, ¿se puede quedar Cristina conmigo en la caravana?

-Sí, claro.

-Bien.

Lidia se encontraba aún inconsciente en el hospital. Junto a ella

estaban Arancha y Nuria, sus enfermeras, vigilando el cardiograma

y la bolsa del suero.

-¿Está todo en orden?- preguntó Nuria arropando a Lidia.

-Sí. ¡Vamos!, es nuestra guardia.

Las enfermeras salieron de la habitación y se dirigieron a la

recepción.

La habitación de Lidia se sumió en el más profundo silencio. Sólo

los débiles pitidos del cardiograma rompían este estado.

En el exterior, el fuerte viento de aquella noche movía los

árboles que, en ocasiones, chocaban violentamente con los

cristales de la ventana. La arreciante lluvia no dejaba de

golpetear con su monótono sonido una de las claraboyas del piso

inferior. En esta sinfonía repetitiva los pensamientos de Lidia

se sumían en una penumbra adormecida causada por el coma en el

que estaba atrapada. De repente una pequeña gota de agua cayó

sobre los labios de Lidia. Es Víctor, que había entrado por una

de las ventanas de la habitación y, empapado por la lluvia la

mira un instante antes de inyectar una jeringuilla vacía en el

tubo del suero.

En la recepción, una alarma alertó a las enfermeras:

-¡Código azul en las 214!- gritó una de ellas.

-¿Hay algún médico disponible?

-¡No! todos están en el quirófano.

-¡Vamos!

Las dos enfermeras corrieron a la habitación de Lidia con el

material necesario para una reanimación. Abrieron la puerta pero

 

Víctor había escapado. Rápidamente se dispusieron alrededor de

la cama y la reanimaron con masajes cardíacos y un boca a boca

pero nada funcionaba. La estaban perdiendo pero, al fin, Lidia

despertó tras una descarga de 300 voltios con el electro shock.

Lidia estaba desconcertada y confusa. Cayó en un arrebato de

furia, quizá por el recuerdo de Víctor, y se quitó los

electrodos. Las enfermeras la tranquilizaron y tras unos minutos

preguntó:

-¿Dónde está Andrea? ¿Y Chema? ¿Están bien?

-Tus amigos están bien- dijo Nuria colocándole los electrodos de

nuevo.

-Tu amiga ya ha sido de alta esta tarde.

En ese instante, Roberto entró por la puerta. Estaba realmente

agotado. Se había entretenido en uno de los quirófanos y cuando

supo la noticia corrió a toda velocidad hasta allí. Se sorprendía

y al tiempo se alegraba de que Lidia hubiera despertado, de que

ella no hubiera muerto.

-¿Quién eres tú?- preguntó Lidia aún aturdida por la descarga.

-Soy Roberto, tu médico.

-¿Qué le ha pasado a Andrea?

-Tu amiga solo tenía unas magulladuras sin importancia. Se ha ido

esta misma tarde. Una amiga suya vino a verla por la mañana.

-¿Y Chema? ¿Dónde está?

-Él también está bien. Le tuvimos que intervenir para sacarle la

bala que tenía alojada en el hombro.

Chema había llegado con un gran ramo de rosas para Lidia. Llegó

al hospital hacía cinco minutos y no le dejaron entrar a verla

porque se hallaba en estado crítico. Cuando cesó el peligro entró

siguiendo a Roberto.

Lidia se alegraba de verlo y lo demostró abrazándole

efusivamente. Él se quejó por su hombro y preguntó:

-Roberto, ¿ya está fuera de peligro?

-Aún no puedo saberlo con seguridad, pero ¡mírala! Está llena de

vitalidad. Lo único que me preocupa es...

-¡Eh!- interrumpió Lidia- ¡No os quedéis ahí hablando de mí!

-Lidia, tengo que hablar contigo. Verás, Víctor aún sigue suelto

y...Enfermera, esa ventana siempre había estado abierta.

-No, ¿qué raro? Juraría que la había cerrado antes.

Una gota de suero cayó al vacío manchando los zapatos de Chema.

Él, desconcertado, comenzó a mirar el tubo del suero y descubrió

un pequeño agujero, por lo que volvió a preguntar:

-¿Comprobó el tubo del suero?

-Sí. Todo esta correcto.

-Eso no es del todo cierto.

-¿Por qué? ¿Pasa algo?

-Sí, Chema, ¿Qué pasa?- insistió Lidia.

-Al principio tenía mis reservas sobre el tema para no asustarte

pero...

-¿Pero qué? Chema, ¡dímelo!

-Lidia, Víctor ha estado aquí. Esto no ha sido normal. Él ha sido

quien ha intentado matarte.

-¡No! Chema, tienes que detenerle. Podría venir por cualquiera

de nosotros. Creí que todo esto había quedado atrás. Pensé que,

al creernos muertos, nos dejaría en paz. No entiendo cómo pudo

enterarse.

-Lidia, ¡cálmate!. La noticia está en todos los periódicos.

-¿Qué?

-¿Nos necesita para algo, agente?- preguntaron las dos enfermeras

un tanto perplejas por el argumento de Chema.

-Sí, señoritas. Vuestro testimonio es clave para demostrar el

intento de asesinato. ¿Cómo habíais dicho que os llamabais?

 

-No se lo hemos dicho. Somos Nuria y Arancha, las enfermeras de

Lidia.

-Bueno, yo soy Chema, agente del F.B.I.- dijo mostrando su

placa.- ¿Podrían venir mañana a mi oficina para testificar?

-Claro- contestó Nuria mientras cogía la tarjeta de Chema.

-Por supuesto- aseguró su hermana Arancha.

-Chema, tengo que hablar contigo- dijo Roberto indicándole con

un gesto que saliera.

Chema y Roberto salieron al pasillo, dejando a las chicas solas

hablando en la habitación. Roberto miró a Chema con preocupación,

Chema miró a Roberto con intriga y, al fin, los dos comenzaron

a exponer sus inquietudes:

-Te juro, Chema, que no entiendo como pudo pasar esto. Nuestro

hospital es famoso por su seguridad y... bueno, Víctor debe de

ser muy hábil para haber burlado así toda nuestra seguridad, ¿no

crees?

-Roberto, Víctor tan solo tuvo que entrar por la ventana para

intentar asesinarla, ¿entiendes?

El F.B.I. confió su seguridad a tu hospital y nos habéis fallado.

Además, ¿en qué diablos estabas pensando al dejarla sola? Sabías

toda la historia y la dejaste tirada como si de una cosa se

tratase.

-Perdona, Chema, pero te estás equivocando. Estaba en el

quirófano cuando ocurrió todo, estaba haciendo mi trabajo.

Claro que tú... Tú debiste ser quien estuviera aquí

protegiéndola.

-Es evidente que esa chica nos importa demasiado a los dos para

dejar que algo malo le sucediese. ¿No crees?

-Sí. Lo bueno de todo esto es que ella haya despertado y esté

sana y salva.

-Cuando pienso lo que pudo haber pasado si esas dos enfermeras

no hubieran estado.

-Chema, vete a casa y descansa.

Chema se alejó por el largo pasillo y Roberto volvió a entrar en

la habitación.

-Roberto, ¿dónde está Chema?- preguntó Lidia a la vez que se

incorporaba.

-Se ha ido a casa. Estaba bastante alterado con lo que te pasó.

-En todos los años que lo conozco nunca le había visto así.

Un nuevo día se hacía en Sunnydale y sus habitantes se

desperezaban tras una larga y ajetreada noche. Chema se disponía

a ir al trabajo cuando una llamada de teléfono captó por completo

su atención:

-Chema, soy Diana.

-¡Ah!...Diana, ¿qué quieres?, ¿quién te ha dado este número?

-Fue Mariano, ¿por qué?

-No, por nada pero...

-Bueno, el caso es que quiero ir a la ciudad pero como dijiste

que necesitaba escolta...

-¿Sí?

-Bueno, pensé que tal vez podrías acompañarme.

-¿Sabes, Diana? Lo cierto es que hoy no puedo, pero te mandaré

a alguien.

-De acuerdo.

En la caravana de Diana reinaba el silencio. Habían traído todas

sus cosas pero aun así estaba apagada. Se pasaba todo el día

tirada en la cama con la mirada fija en el techo o en su diminuta

ventana. Una llamada en la puerta fue lo suficiente para sacarla

de su absorto pasatiempo. Abrió la puerta y descubrió de quien

se trataba. Eran María y Pilar, dos testigos protegidas, que le

querían dar la bienvenida:

-Hola, soy María.

-Bienvenida, soy Pilar, pero puedes llamarme Pili.

-¡Ah!, bien. Yo soy Diana. Bueno, ¿qué se puede hacer aquí?

 

-No mucho- explicó María soltando una carcajada.

-Ven, te presentaremos a las demás.

Diana las acompañó hasta la caravana de Andrea y, aunque Diana

preguntaba con gran insistencia, María y Pili no quisieron decir

por qué estaban allí, así que, desistiendo en su empeño, Diana

llamó a la puerta de la caravana.

-Enseguida voy- dijo una voz del interior.

Al poco rato, Cristina abrió la puerta y preguntó a las intrusas:

-¿Quiénes sois?

-Somos María, Pili y Diana- respondió Diana con un tono algo

enfadado.

Andrea, escuchando toda la conversación desde dentro, salió a

saludarlas con una alegre sonrisa en su cara.

-¡Hola chicas! Os presento a Cristina. Es una amiga.

-Encantada- dijo la aludida.

-Igualmente- respondieron María y Pili.

-Tú debes ser Diana. Chema me contó tu historia anoche.

-Sí, Andrea. Tenía muchas ganas de conocerte. Chema también me

contó vuestra historia. Por cierto, ¿dónde está Lidia?

-Aún sigue en el hospital.

-¡Ah!, bueno, ha sido un placer.

Después de despedirse, regresó a su caravana. Pero ella seguía

estando allí, aunque fuera en boca de las chicas.

-Esa chica es muy rara, ¿no creéis?- comenzó Cristina.

-No, yo también estaría enfadada si me alejaran de mi vida de esa

forma, sin previo aviso- replicaba Andrea en un intento por

defenderla.

-Andrea tiene razón, yo también estaría cabreada- afirmó Pili.

-¡Oh! Sí, claro. Yo no podría vivir alejada de la civilización

y de un champú para mi pelo- dijo María con tono burlón mientras

tocaba su melena, no muy larga, pero considerable.

-Aún así, esa chica sigue teniendo algo que no me gusta- concluyó

Cristina.

En aquel instante, Chema llegaba a las oficinas del F.B.I.

dispuesto para comenzar con el interrogatorio sin más malas

noticias pero...

-Hola Chema.

-Hola Sheila. Te noto algo enfadada, ¿te pasa algo?

-No. Solamente que creía que tú y yo habíamos quedado ayer por

la tarde pero... que más da, ¿verdad?

Chema intentó excusarse, pero Sheila, con los ojos ahogados en

lágrimas, entró en su despacho con un portazo y sin decir más.

-¡Oh! ¡Genial!- maldijo Chema.

Chema llamó a la puerta de Sheila pero nadie contestó. Siguió

intentándolo varias veces más, e incluso, le contó el incidente

con Lidia pero, de nuevo, sus intentos fueron nulos y no obtuvo

respuesta. Aburrido, desistió y entró en su oficina. En el

interior, no pudo concentrarse en nada de lo que hacía, quizás

por el sueño o quizás por el arrepentimiento. A cada instante,

cada minuto, intentaba una y otra vez ablandar el corazón de

Sheila e intentar que lo perdonara, aunque fuera tan solo por

mero aburrimiento.

Diana estaba concentrada en una idea, o tal vez en un proyecto,

cuando alguien llamó a su puerta:

-Soy Ricardo. Mariano me ha llamado para ser tu nuevo

guardaespaldas.

-Bueno, ¿qué se puede hacer en esta ciudad?

-Están el cine, los grandes almacenes, la iglesia...

-Eso estará bien- interrumpió Diana.

Cogió su chaqueta y, dándole un beso a Ricardo, le apresuró y se

pusieron en camino. Diana se arrimó a su hombro y juntos, en el

 

coche de este, se dirigieron a la pequeña capilla, al lado del

cine.

María y Pili se encontraban allí y, tras el extraño

presentimiento de Cristina, observaron todos sus movimientos al

detalle, escondidas a la entrada del cine.

-Ninguna estrella del universo es comparable a la belleza que

resplandece en tu cara- dijo él intentando encandilarla.

-¡Qué tierno eres!- dijo ella al tiempo que soltaba una risilla.

-Lo sé- dijo besándola de nuevo.

-Ricky,- comenzó ella- ¿puedes esperarme aquí? Solo entraré en

la iglesia para confesarme y luego volveré.

-Se supone que no debería pero...

-Por favor- suplicó.- Mientras tanto, puedes conseguir entradas

para la película.

-Está bien.

Salieron del coche y, mientras ella entraba en la iglesia, él

entró en el cine según lo que habían acordado. Pero cuando estaba

justo en la taquilla una duda le recorrió el cuerpo y pensó:

"¡Qué raro! No me ha dicho qué película quería ver".

Así que, tras esta revelación, Ricardo salió del cine y se

dirigió directo a su nuevo amor, directo a la iglesia.

De repente y bajo la atenta mirada de las chicas, una figura

desconocida disparó varias veces a Ricardo desde la torre de la

iglesia.

-Tenemos que hacer algo- insistió María alterada.

Pili sacó de su bolsillo un teléfono móvil y llamaron a una

ambulancia que no tardó en llegar.

En ese momento, tal vez alertada por los disparos, Diana salió

de la iglesia y encontró a Ricardo desplomado en el suelo.

-¡No!- gritó.- ¡No puede ser cierto! ¡No te puedes morir ahora!

Los ojos de Diana se llenaron de lágrimas y continuó diciendo:

-Acabábamos de conocernos. ¿Por qué?, ¿quién pudo hacer algo así?

A pocos metros de allí, María y Pili seguían mirando

desconcertadas y confusas. Pili, compadecida, quiso correr hacia

ellos y consolar a Diana, pero María la detuvo diciendo:

-¡No! ¡Espera!

-¿Qué pasa?

-¿No te parece sospechoso?

-¿Qué?

-¡Piénsalo! Diana entró en la iglesia. Ella puede ser la asesina.

-No digas tonterías. ¡Mírala! Está llorando. Seguramente le

quería. Sería incapaz de matarle.

-O tal vez no. Recuerda lo que dijo Cristina. Yo tampoco me fío

de ella. Tal vez solo está fingiendo.

-De acuerdo. Llamemos a Chema y que él nos diga lo que debemos

hacer.

En ese instante, el sonido del teléfono rescató a Chema de sus

pensamientos.

-¿Sí?

-Chema, somos nosotras, María y Pili- dijo Pili un tanto

nerviosa.

-Pili, ¿qué pasa?

-Chema, verás, estábamos en el cine cuando...

-¿Qué...qué hacéis ahí?

-Bueno, estábamos siguiendo a Diana cuando...

-La verdad, Chema, es que han asesinado al guardaespaldas de

Diana- comunicó María arrebatándole el teléfono a Pili.

-¿Cómo? ¿Sabéis quién ha sido?

-Tan solo vimos que alguien le disparaba desde la torre de la

iglesia, pero no supimos quién era.

-Chicas,¡no os mováis! Voy para allá.

-¡Espera, Chema! Tenemos una sospecha.

-¿Cuál?

-Pili y yo creemos que fue...¡No!

Una figura extraña estaba allí. Había atravesado a María con un

cuchillo y ahora se disponía a matar a Pili.

 

-¿Quién eres? ¡No!, ¡no hagas eso! ¡No!

El personaje tomó el mismo cuchillo y atravesó el pecho de Pili

sin piedad.

Chema estaba alterado. Después de oír todo aquello, tan solo

podía llamarlas con fuerza. En aquel momento solo deseaba

escuchar sus voces, pero nadie contesto, ¿o sí?

Una voz, la del extraño asesino de las chicas, salió del

auricular del teléfono diciendo:

-Chema, ya he vuelto.

El asesino tiró el pequeño teléfono móvil al suelo rompiéndose

en añicos.

Chema cogió su chaqueta y, después de avisar a Mariano, se puso

en camino hacia la escena del crimen.

La ambulancia había llegado y, aunque intentaron reanimar a las

víctimas, era demasiado tarde, habían muerto en el acto.

Diana, como consecuencia de la gran impresión, había entrado en

un estado de shock. Chema se acercó a ella y le preguntó sobre

lo que había sucedido:

-Diana, ¿qué ha sucedido? ¿Viste algo?

-No, Chema. No vi nada. Yo estaba dentro, en la iglesia, cuando

ocurrió todo. Después, al escuchar los disparos, salí y vi a

Ricardo en el suelo. Ni siquiera sabía que ellas estaban aquí.

Yo, yo... le quería- dijo inmersa en lágrimas.

-Te entiendo, Diana. ¡Vete a casa!

-¿Qué casa?- preguntó enardecida.- Vosotros me trajisteis aquí

para testificar y protegerme de no sé quién y... os odio, os odio

tanto. Por vuestra culpa es que yo sufro. Si no hubiera venido,

si no me hubiese dejado convencer... nunca le hubiese conocido

y jamás lo hubiese perdido. ¿Por qué, eh? ¿Por qué? ¿Quién,

Chema? ¿Quién?

-Tranquilízate. Cogeremos al que hizo esto. Te lo prometo.

-Perdone, agente.

-¡Sheila!- dijo sorprendido Chema.- ¿Qué haces aquí?

-Soy tu compañera, ¿no?

-Sí, claro, compañera.

-La próxima vez procura avisarme.

-Lo haré- dijo a la vez que le dedicaba una sonrisa.- Entonces,

¿eso significa que me perdonas?

-Sí, Chema. Hablé con Lidia y... perdona por no haberte creído.

Bueno, ¿qué tenemos?

-No te lo vas a creer pero... Víctor ha vuelto. Tres asesinatos.

-¿Has encontrado huellas?

-No, ya te he dicho que es Víctor. ¿Para qué?

-Si algo he aprendido en este trabajo es que, pese a que todo

esté muy claro, no te puedes guiar por suposiciones.

-Sheila, después de cometer los asesinatos me llamó diciéndome

que ya había vuelto.

-¿Seguro que era él?

-No, su voz estaba distorsionada, pero supuse que...

-Ves, otra vez. Quiero que tomen las huellas de los cuerpos y...

Sheila recogió un trozo de un móvil. Lo examinó detalladamente

y al fin dijo:

-Chema, ¿dices que el asesino te llamó?

-Sí. Estaba hablando con María cuando, después de asesinarla, me

dio su extraño mensaje.

-Entonces, pudo llamarte desde este teléfono- dijo mientras le

mostraba su hallazgo.

-¡Dios mío! ¡Es el teléfono de María!

-Olvida los cuerpos. Quiero que analicen este teléfono.

-Está bien- dijo mientras lo metía en una bolsa de plástico.-

Sheila, ¿desde cuándo me das órdenes? Se suponía que éramos

compañeros.

-Perdona, Chema, es que cuando me toca trabajar me pongo seria.

Pero eso no quiere decir que no pueda ser simpática, ¿verdad?

 

-No. además, yo creo que eres muy simpática y...

Sus miradas se cruzaron de nuevo. Sus labios parecían acercarse

a un beso, pero el incesante sonido de una llamada para Chema los

interrumpió bruscamente:

-Chema, ¿cómo está Diana?

-Está bien, aunque un poco alterada y enfadada.

-¿Enfadada? ¿Por qué? ¿Con quién?

-Mariano, estaba enamorada de Ricardo. Cree que murió por nuestra El Portal de los Acrósticos imaginativos

culpa. Dice que si no la hubiésemos apuntado nunca le hubiera

conocido ni nunca hubiera muerto.

-Entiendo. ¿Crees que necesitará un psicólogo?

-¡No! Esto se le pasará en unos días.

-Interroga a todos los testigos de este caso hoy mismo. Esta

tarde quiero tener todas las declaraciones en mi mesa.

-De acuerdo, jefe. Así será.

-Por cierto, Chema. Acabo de recibir algo referente a Víctor. Se

trata de otra víctima.

-¿Dónde?

-En Twin Peaks. ¿Te suena?

-Es el pueblo donde recogimos a Lidia.

-Se trata del cura de una capilla.

-¿El cura? ¿Mató al cura de su propia boda?

-Sí, Chema. Bueno, te dejo.

Chema colgó y se quedó pensativo.

-¿Qué pasa?- preguntó Sheila preocupada.

-Víctor mató al cura de su propia boda.

-¿Boda?

-¡Oh! Sí, Víctor se iba a casar con Lidia cuando la encontramos.

-¡Vaya! Bueno, ¿tenemos alguna pista?

-Sí, Diana dijo que estaba en la iglesia cuando ocurrieron los

hechos...

-Eso no nos sirve de nada.

-Lo sé. Pero las chicas me dijeron que el asesino disparó desde

allí- dijo señalando a la torre de la iglesia.

-Vamos.

La pareja entró en la iglesia dispuesta para encontrar algún

indicio relacionado con Víctor o con el asesino. Rastrearon la

planta baja, pero no encontraron nada interesante. Así que,

después de tamaña decepción, fueron hasta el escenario de las

maquinaciones, el lugar de actuación de ese personaje, la torre

de la iglesia. Subieron las escaleras y se encontraron con un

obstáculo, una puerta cerrada que les impedía pasar.

-¿Qué hacemos ahora?- preguntó Chema sin saber qué hacer.

-Esto- dijo Sheila mientras disparaba al candado que cerraba la

puerta.

La abrieron sin problemas y llegaron arriba. En primer lugar, el

"gran escenario" estaba desierto. Parecía que allí no había

estado nadie durante años. La torre estaba libre de alguna pista

que, a simple vista, llamase la atención de los dos agentes,

Chema y su nueva compañera. Pasaron varios minutos hasta que,

después de registrar toda la torre, concluyeron con estas

palabras:

-No hay rastro de Víctor- dijo Sheila pensativa.

-O de ningún otro asesino- añadió Chema sonriente.

-Sí, claro. Vayamos a la oficina.

Lidia había sido dada de alta aquella misma tarde y se dirigía

a su caravana con sus dos nuevas amigas, Arancha y Nuria.

Por orden del médico, las dos enfermeras habían acompañado a

Lidia para protegerla y ayudarla en su recuperación.

La discusión que habían mantenido Chema y él le había hecho

pensar y esa medida era lo mínimo que podía hacer.

Antes de que se fueran, Roberto les indicó a las enfermeras:

-Vigilad que no le pase nada. Acaba de salir de un coma profundo

 

y necesita descanso.

Yo me pasaré por allí una vez al día para ver cómo está.

Llegaban las tres frente a la puerta y Lidia llamó mientras

gritaba:

-¡Andrea!

Nadie contestó. Arancha se adelantó y abrió la puerta que,

extrañamente, no estaba cerrada. Al contrario, estaba

entreabierta. Pero las chicas no pudieron apreciarlo con la

oscuridad de aquella noche.

Entraron en el interior y Lidia volvió a llamar a su amiga.

El silencio a su llamada preocupaba a esta en tal grado que,

desesperada, la buscó por toda la caravana.

-Andrea, ¿dónde estás?

Terminó la búsqueda sin éxito y, sentándose en la cama se dijo:

"Debe de haber una explicación. Tiene que haberla"

Las enfermeras, que habían estado viéndola sin ayudarla, se

dieron cuenta del estado de Lidia. Sus ojos estaban inyectados

en sangre, debido a la gran alteración, y sus manos temblaban

casi al mismo tiempo que el rechinar de sus dientes. Estaba

asustada. Asustada y sola.

Nuria la tranquilizó diciendo:

-Lidia, seguro que ella está bien.

-¿Tú crees?

-Te lo garantizo.

Efectivamente, los miedos de Lidia eran infundados.

Diana había vuelto aquella tarde envuelta en un mar de lágrimas.

Después de su "cita" con Ricardo parecía realmente destrozada,

así que, fue a pedir consuelo a la puerta de Cristina y Andrea.

Estas, después de escuchar la violenta historia de Diana, tomaron

la iniciativa de ir al despacho de Chema, pero una llamada

retrasó a Diana del grupo.

-¿Qué opinas ahora de ella?- preguntó Andrea a Cristina mientras

la esperaban.

-Ciertamente, no lo sé. Algo me dice que esconde algo pero...

-Cristina, ha sufrido mucho. Intenta comprenderlo.

-Lo entiendo, pero no puedo evitar ver algo malévolo en ella.

Bueno, ¿te ha llamado?- preguntó con una risilla burlona.

-¿Quién?

-Ya sabes, el agente, ¿cómo se llamaba?

-¿Chema?

-¡Sí! ¿Y bien?

-No, está muy ocupado con este caso y...

El busca de Andrea comenzó a emitir un pitido incesante. Andrea

lo sacó de su bolso y exclamó:

-¡Oh, no!

-¿Qué pasa?

-Es Chema.

Diana había finalizado su llamada y se acercó a las chicas.

-¿Qué pasa?- preguntó Diana interesada.

-Nada- dijo fríamente Cristina.

-Es Chema- explicó Andrea.

-Bueno, eso- remitió Cristina.

-Te puedo prestar mi teléfono- dijo Diana mientras se lo

mostraba.

-Gracias.

Andrea lo cogió y realizó la llamada. Apartadas, y al otro lado,

las otras dos hablaban a medio discutir.

-Y tú, Diana, ¿en qué trabajas?

-Soy presidenta de una gran firma de cosméticos.

-¡Ah, bueno! Yo, en cambio, soy solo una simple camarera.

-Bueno, al fin y al cabo, las dos tenemos algo en común.

-¿El qué?

-Ahora las dos somos testigos protegidos en este pueblo- dijo con

una risilla.

-No te confundas, bonita. Yo solo estoy aquí para ver a mi buena

amiga Andrea.

-¡Oh!

-Tranquila, no es la primera vez- dijo imitando la risilla de

antes.

Andrea terminó la llamada y, mientras les comunicaba las buenas

nuevas, le devolvió el teléfono a Diana.

-Chema quiere que vayamos a declarar a su despacho.

 

-Entonces vamos- apuró Diana.

Las tres se marcharon a las oficinas del F.B.I. y subieron a la

oficina de Chema. Él y Sheila las esperaban impacientes.

Después de interrogarlas durante dos largas horas, se marcharon,

pero Chema y Sheila aún seguían investigando con las últimas

conclusiones.

-¿Qué dicen los del laboratorio con el teléfono?- preguntó Sheila

mientras comprobaba las declaraciones una a una.

-Está limpio, sin ninguna huella. El asesino es muy listo. Usó

guantes.

-Sí, tienes razón- dijo examinando el informe del laboratorio.

-¿Qué hacemos ahora?

-Tú pon las declaraciones en la mesa de Mariano, yo seguiré

echando un vistazo a este informe.

Las tres chicas salieron de las oficinas del F.B.I. y se

dirigieron cada una a sus respectivas caravanas.

En la caravana de Andrea todo seguía igual. Lidia estaba alterada

al no encontrar a su compañera e, incluso, había llegado a

imaginar horrores en torno a su ausencia.

Al fin, y a pocos minutos de su búsqueda, Andrea y Cristina

aparecieron por la puerta, tranquilizando a la alterada Lidia

que, en su nerviosismo, tuvo que acostarse y descansar.

-¡Lidia!- exclamó Andrea llena de alegría y de sorpresa.- ¿Qué

haces aquí?

-Esta tarde me dieron el alta y he venido con estas dos

enfermeras. Ellas son Arancha y Nuria.

-Encantada.

-Igualmente- expresaron a un tiempo.

-Yo soy Cristina y, bueno, ya te conozco, te vi en el hospital,

Lidia.

-Sí, claro- dijo con una risa que, en segundos, se contagió a los

demás.

El tiempo de las presentaciones acabó y se sobrepuso con unos

minutos de risas que cesaron, bruscamente, con el comienzo de una

gran tormenta y un relámpago que produjo un corte de luz

repentino.

De pronto, alguien llamó a la puerta. En aquella situación, bajo

los gritos de las asustadas chicas, una voz profirió a decir:

-¡Es Roberto!- gritó Cristina ilusionada.

Corrió las cortinas que tapaban la única ventana de la puerta y

lo vio allí, bajo la lluvia, reconociéndolo al instante.

Quería abrir la puerta y abrazarlo y besarlo, pero algo pasaba,

giró el pomo pero la puerta no se abría.

-Necesitarás esto- dijo Andrea enseñándole las llaves.

Cristina las cogió y, esta vez, abrió la puerta después de girar

la llave y el pomo.

-Hola, Roberto.

Él no respondió y, tan solo, señalaba a su estómago, pero

Cristina ignoró su señal e insistió:

-¿Qué? ¿No piensas saludarme?

Ante su insistencia, Roberto se quitó la chaqueta y le mostró lo

que le horrorizaría diciendo:

-¡Dios mío! ¡Estás sangrando!

-Cristina...- dijo Roberto sin apenas aliento.

Roberto, en efecto, tenía una herida en el estómago producida por

una bala. Pero, ¿quién le había disparado? Pronto, muy pronto,

todas las dudas de Cristina y las demás se disiparían porque...

-¡Muévete!- dijo una voz tras de él mientras le empujaba.

Los dos se cayeron al suelo, ella se quejó y, ante las miradas

perplejas de todas, Andrea preguntó:

-¿Quién anda ahí?

-¿No me reconoces, Andrea?

-¿Cómo sabes mi nombre?...¿quién eres?- preguntó realmente

 

aterrada.

La extraña figura del visitante entró y, dándole una patada a los

dos cuerpos tirados en el suelo, añadió:

-Esta noche todas moriréis.

La asesina, vestida con un impermeable que le cubría el rostro,

se descubrió frente a la atónita mirada de las presentes que, al

reconocerla, exclamaron con sorpresa:

-¡Diana!

-Sí, soy yo. Yo le hice esto- dijo señalando a Roberto, al tiempo

que volvía la luz- y también maté a vuestras amigas, María y

Pili. Se metieron en un terreno muy peligroso y acabaron

pagándolo.

Mientras tanto, Cristina había conseguido salir de su prisión y

arrastraba al medio moribundo médico a la cama. Enfadada, más

bien enardecida, se acercó a Diana y, cogiéndola por el cuello,

le pidió explicaciones sobre lo que ella consideraba un agravio,

un mal al hombre que quería.

-¿Por qué, Diana?, ¿por qué a él? Nunca me caíste bien, ¡puta!

-¡Cállate, estúpida!- dijo mientras la empujaba de nuevo.- No

sabes con quién tratas, ¿verdad?

Diana sacó un arma de su costado y, apuntándole a la cabeza

añadió:

-¿Quieres ser la primera en morir, Cristina?

Las dos enfermeras, quizás para proteger a Cristina o quizás para

hacer un noble acto de valentía, se pusieron frente a ella y,

gracias a sus conocimientos de taekwondo, consiguieron desviar

el tiro a una de las ventanas.

-¿Qué hacéis, insensatas?

Arancha, que en aquella ocasión estaba despistada, sintió como

Diana le tapaba la boca y la encañonaba con su pistola.

Amenazando a la hermana de esta, ella repuso.

-¡Suelta a mi hermana!

Una voz procedente del exterior avisó a Diana. La voz se

convirtió en figura y entró en la caravana.

En aquellos momentos, Lidia se había recuperada y, adaptada a tal

situación, se envalentonó y dijo:

-¡Descúbrete de una vez, Víctor!

-Es difícil engañarte, cariño.

Víctor se quitó el pasamontañas que le cubría la cara a petición

de Lidia y exhortó a su compañera:

-¡Déjala, hermanita!

-¿Qué?- preguntó Andrea perpleja.- ¿Desde cuándo tienes una

hermana?

-¡Cállate o la mato!

-Todo a su tiempo, Diana. Tenemos un plan maestro, ¿recuerdas?

-Tienes razón.

-Suelta a la chica.

-Vale- dijo mientras obedecía la orden y, al tiempo que le

disparaba en la rodilla.

-¡Arancha!- dijo su hermana antes de que se desmayara.

-Vigila que ninguna haga nada extraño.

Víctor salió de la caravana y, minutos después, una camioneta se

enganchó a la caravana y la llevó consigo.

Mientras tanto, en la oficina de Chema, Sheila y él seguían

revisando las pistas de aquel mismo caso sin obtener nada en

claro.

-Este caso, estas pistas...nada, absolutamente nada que pueda

ayudarnos. ¿Me disculpas?- dijo Sheila algo cansada, marchándose

al baño.

"Este es mi momento"- pensó Chema.- "Buscaré en su escritorio

algo que me ayude a enamorarla"

Chema registró cajón tras cajón sin ningún éxito hasta que, en

el último cajón, algo llamó su atención.

"¡Un marco! ¿Sería un antiguo novio, o acaso está casada?"

Mil ideas rondaron su enamorada cabecita, pero cuando giró la

 

foto, su gesto enamorado se transformó en una duda, luego en una

desesperación y después en una cruel sorpresa"

Chema no articuló palabra, pues tal era su enfado que, tan solo,

pudo leer una dedicatoria en el dorso.

"Tres hermanos unidos ante toda adversidad. Sheila, Diana y

Víctor"

-¿Qué haces?- preguntó Sheila.

-Dime que no es cierto...- comenzó Chema entre lágrimas- dime que

todo es producto de mi imaginación.

-¿A qué te refieres?

-Me refiero a esto- dijo enseñándole su terrible decepción, su

descubrimiento.

-¡Oh, Chema!

-¿Oh, Chema? ¿Es eso todo lo que se te ocurre? ¿Te das cuenta

que...?

-Chema, ¡espera!- interrumpió- Sí, tienes razón. Víctor, Diana

y yo somos hermanos. Pero no significa lo que piensas. Yo...

-¿Cómo que no? Eres hermana de ese mal nacido y... ¡No sabes lo

que estoy sufriendo!

-¿Por qué? Se supone que yo soy la mala, la embustera.

-Porque yo... yo te quiero.

-Chema, yo soy buena; ellos son los malos. Además, yo también te

quiero.

Ambos se acercaron. Sus miradas se fundieron, sus cuerpos se

hicieron uno y su amor se resumió en un beso apasionado.

Los dos se hallaban allí, abrazados, como si el paso del tiempo

no importara para ellos, cual estrellas quietas en el infinito

universo.

-Chema, ¿qué hora es?- preguntó mientras cogía su pistola sin ser

vista.

-Son las nueve y media, ¿por qué?- dijo mirando el reloj que

colgaba de la pared de atrás.

Sheila le asestó un golpe en la cabeza con la culata de su

pistola y, mientras caía al suelo inconsciente, añadió:

-Eres más inocente de lo que Víctor me dijo.

Las chicas seguían retenidas en el interior de la caravana bajo

la atenta mirada de Diana. Se dirigían al valle de Woodsforo,

según indicaba la señal que vio Andrea por una de las

ventanillas.

Los heridos hasta entonces, Arancha y Roberto, estaban acostados

en las dos camas y se recuperaban favorablemente gracias a los

cuidados de Nuria, pese a la objeción de Diana.

Las demás estaban impotentes ante aquella situación y, tan solo,

supieron resignarse y esperar. Pero Lidia estuvo pensando en una

posible solución y, mientras Diana no miraba, se acercó a Nuria

y le comentó su idea:

-Nuria, ¿aún tienes la tarjeta que te dio Chema anoche?

-Sí, ¿por qué?

-¡Dámela, deprisa! Él nos puede ayudar.

Nuria accedió a su petición y le entregó la tarjeta junto con su

móvil, tal y como Lidia le pidió después.

Se acercó sinuosamente a Andrea y le susurró otra parte de su

plan:

-Andrea, ¿sabes a dónde nos dirigimos?

-Sí, la caravana se dirige a...

-Shhh... ¡calla! ¡Acompáñame!- dijo señalando el baño.

-¡Eh! ¡Alto! ¿A dónde os creéis que vais?

-Diana, necesitamos ir al baño- respondió Andrea.

-¿Las dos?

-No... solo yo, pero...- explicó Lidia.

-Necesito que Andrea vaya a coger unas cosas al botiquín-

interrumpió Nuria, ayudando a sus amigas.

-De acuerdo, pero solo cinco minutos.

-Suficiente- asertó Lidia.

Las dos entraron en el baño y, mientras Lidia cogía alguna cosas

del botiquín, Andrea llamó a Chema.

Sheila seguía en la oficina recogiendo sus cosas. Se marchaba,

 

después de mirar su reloj, cuando el móvil de Chema la alertó.

El pitido incesante de aquel aparato la obligaba a quedarse y

contestar, y así lo hizo:

-¿Sí?

-¿Chema?

-No, soy Sheila. Chema está en el baño y...

-Bueno, Sheila, ¡escucha con atención!

Estamos secuestradas en nuestra caravana. Estamos Lidia,

Cristina, Arancha, Nuria y yo. Víctor nos está llevando al valle

de Woodsforo y...

-¡Salid ya! Ya han pasado los cinco minutos- gritó Diana desde

el otro lado de la puerta.

-Ya vamos- dijo Lidia apurando a Andrea.

-Sheila, venid pronto. se trata de Víctor y Diana, su hermana-

dijo Andrea en susurros.

Andrea colgó el teléfono y salió junto a Lidia, ante la

insistencia de Diana.

Sheila colgó el teléfono y lo dejó en su escritorio. Volvió a

mirar el cuerpo de Chema y, aunque se compadecía de él, sabía que

era lo mejor, tenía que guardar su secreto. Volvió a mirar el

reloj y dijo:

-Ya es la hora.

La caravana se detuvo de pronto.

-Hemos llegado- informó Diana.

-¿Dónde estamos? ¿A dónde nos ha llevado el degenerado de tu

hermano?- preguntó Lidia fuera de sí.

-¿No lo adivinas? ¡Salid!

Lidia fue la primera en salir. La oscuridad reinaba en aquel

extraño lugar. Entonces, escondido bajo el manto de la noche,

Víctor se acercó a Lidia y susurrándole le dijo:

-Bienvenida, cariño.

Entonces, al tiempo que las demás iban bajando una a una, las

luces se encendieron y vieron ante sí el motivo de su parada.

Estaban en Twin Peaks o, mejor dicho, en la pequeña capilla a sus

afueras.

-¿Qué hacemos aquí, Víctor?- preguntó Lidia.

-¿No lo recuerdas? Hay una boda por terminar.

-¿Qué?- preguntó Diana desconcertada.- Teníamos un plan. Tenías

que matarlas a todas, imbécil. Víctor, ¡recapacita! Ese era

nuestro plan desde el principio, ¿recuerdas? Cuando Jandro me

dejó por esa fulana, me juraste matarla, así como a todos sus

amigos y yo te proporcionaba información sobre Bety.

-¡Cállate! Las cosas han cambiado. ¡Soy una leyenda!- dijo

emocionado.

-Me lo debes todo. Tu fama, tu venganza...todo fue gracias a mí.

-No. Ya no te necesito más, Diana.

Víctor cogió su arma y, volviéndose a su hermana con una mirada

asesina, la disparó en la cabeza sin que esta tuviera tiempo para

huir.

Mariano había llegado a la oficina y, al descubrir a Chema, lo

despertó con un poco de agua y le dijo:

-Chema, ¿Quién te ha hecho esto?

-Fue Sheila, ella es la tercera hermana de Víctor.

-¿Qué?

-Mira la foto- dijo Chema recuperando las fuerzas.

Mariano observó la foto y, entre maldiciones e insultos, apuró

a Chema diciendo:

-Chema, ¡las chicas han sido secuestradas!

-¿Cómo?

-Sí, se han llevado su caravana. Nuestros agentes dicen que se

dirigía al pueblo donde recogisteis a Lidia.

-Twin Peaks. Mariano, no hay tiempo que perder. ¡Vamos!

Los dos agentes salieron de Sunnydale y se dirigieron con un

coche a la única pista que tenían de las chicas, a Twin Peaks.

Lidia y las demás estaban asustadas por lo que habían visto.

 

Cualquiera de ellas pudo recriminarle, pero en esta ocasión fue

Andrea la que habló.

-Víctor, ¿cómo pudiste matar a tu propia hermana?

-Espera, Andrea- comenzó Lidia.- Víctor, ¿ella fue la que ideó

todo? ¿Por qué?

-Es una larga historia- comenzó.- Quizás todo lo que os haya

dicho sea cierto, pero esa no es toda la verdad.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Víctor, ¡entrégate y acaba con todo esto de una vez!

-No. La boda debe continuar. El plan ha de ser perfecto- dijo

mirando fijamente a Lidia.- Tú te casaras conmigo y, mientras

tanto iré matando una a una a todas tus amigas.

-¿Y si no quiero?

-¡Mira, Lidia! ¿No me crees capaz?

Víctor entró en la caravana y arrastró el cuerpo inconsciente de

Roberto al exterior.

-¡Déjale, mal nacido!- gritó Cristina.

-¿Acaso quieres morir?

-¡No le mates a él! ¡Mátame a mí!

Roberto volvió en sí a tiempo de escuchar las palabras de su

amada y decirle:

-No, Cristina. Yo te quiero.

-Yo...- dijo temblorosa y con lágrimas en los ojos.- también te

quiero.

En aquel momento, Víctor dudaba. No sabía a quién debía matar.

Después de pensarlo durante breves instantes, cogió a Roberto por

el cuello y, apuntándole con una pistola en la sien, le clavó un

cuchillo en la espalda mientras disparaba a Cristina en el pecho.

Concluida su obra, sonrió.

-Un crimen perfecto. Dos amantes viéndose morir.

-¡Muere!- gritó Lidia abalanzándose hacia él.

Unos faros de un coche interrumpieron su ataque y alegraron a las

chicas que, a pleno pulmón gritaron:

-¡Chema!

El coche se detuvo frente a ellos. La puerta se abrió y Sheila

apareció. No hizo nada. No dijo nada. Tan solo, se acercó a

Víctor y le saludó.

-¿Qué tal, hermanito?

-¿Qué...? ¿Cómo...? Sheila, tú eres su...

-En efecto, Andrea. Lo has adivinado. Diana, Víctor y yo somos

hermanos. Por cierto, no confíes que Chema vendrá a rescataros.

-¿Ya está muerto?- preguntó su hermano.

-Sí, era más confiado de lo que me dijiste. De verdad se creyó

que estaba enamorada de él.

-¡Eres una perra!- dijo Andrea entrecerrando los ojos y poniendo

los brazos en jarro.

Chema y Mariano habían seguido la pista y, por consiguiente,

habían llegado allí.

-Mariano, ¡mira!- dijo señalando al descampado donde se

encontraban las chicas, el asesino y Sheila.

-Chema, ¿qué crees que debemos hacer?

-¡Pide refuerzos! Yo me enfrentaré a Víctor.

Chema cumplió su amenaza y, entrando en la escena, gritó:

-¡F.B.I.! ¡Víctor, ríndete! ¡Sheila, depón las armas!

-Me dijiste que había muerto.

-Víctor, te juro que lo había matado. ¡Por favor, Víctor! No lo

mates- suplicó.- Acaba con todo esto de una vez. Tú y mi hermana

habéis cumplido vuestra estúpida venganza.

Víctor, ¡mírame! Soy tu hermana. ¡Escucha! Diana te manipuló.

Jandro nunca la abandonó, fue ella. Se cansó de él y, al verle

feliz, se llenó de odio y, por no verlo más, inventó toda esa

historia para convencerte y hacer que la obedecieras, para

tenerte controlado.

-Reúnete con Diana, Sheila.

Víctor disparó a su hermana con la última bala que le quedaba y,

 

aunque Chema saltó para pararla, no lo consiguió. Fue un tiró

limpio, directo a la cabeza, produciéndole la muerte inmediata.

Si aquel terrible ser era capaz de matar a sus hermanas, ¿quién

sabe qué más podría hacer?

Las chicas, viéndose libres de la atención de Víctor, corrieron

bajo la protección de Chema, pero no todas lo consiguieron.

Lidia aún seguía bajo la amenaza del asesino. Víctor se la llevó

al interior de la iglesia sin ser visto, donde, según él, el plan

debía continuar.

Lidia no pudo en ningún momento deshacerse de su atadura y,

frente al altar, distinguió en la oscuridad a un pobre cura

maniatado que Víctor debió secuestrar para celebrar aquella

ceremonia.

-¡Comience!

-Queridos hermanos,- comenzó el cura, Pablo.- estamos aquí

reunidos para unir en santo matrimonio a estos dos jóvenes.

Si alguno de los presentes tiene alguna razón para que no se

celebre esta unión, que hable ahora o que calle para siempre.

-¡Chema!- gritó Lidia en un intento desesperado por escapar.

-¡La capilla!- dijo Chema de pronto al escuchar el grito

desaforado de Lidia.

Chema intentó abrir la puerta principal, pero Víctor la había

atrancado.

-¡Deprisa!-apuró Víctor al cura.

-Víctor, ¿quieres a Lidia para toda la eternidad, para amarla y

respetarla, en la salud y en la enfermedad...?

-Sí, sí quiero.

-Y tú Lidia, ¿quieres a Víctor para toda la eternidad, para

amarlo y respetarlo, en la salud y en la enfermedad, en la

riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte os separe?

Lidia notó un afilado cuchillo y, por miedo o quizás la idea de

que Chema la salvaría y mataría a ese desgraciado, aceptó.

-Los anillos- prosiguió el cura.

Víctor se puso su anillo y puso el anillo de Lidia en su dedo,

con el impedimento de esta.

-Por el poder que me ha conferido la iglesia, yo os declaró

marido y mujer. Puedes besar a la novia.

En ese momento la caravana entraba en la iglesia rompiendo la

puerta. Chema, Andrea y Nuria salieron del coche con la firme

intención de salvar a Lidia y parar los extraños asesinatos de

Scream st., el oscuro callejón.

-¡Suéltala, Víctor!- comenzó Chema.

-Jamás.

Cogió su singular y afilado cuchillo y, amenazando a Lidia,

pensó, se rió, se lo clavó a Pablo en la cabeza y lo mató.

Seguía agarrándola por el cuello cuando huyó por uno de los

laterales a la sacristía.

Chema y las chicas intentaron abrir la puerta pero Víctor hacía

resistencia para lo contrario. Al fin, la resistencia cesó cuando

Lidia lo mordió en la mano y este la soltó.

-¡Chema!- dijo Lidia alborozada.

-Chicas, salid de aquí. Es peligroso.

Las muchachas accedieron a su petición, pero no se quedaron

lejos. Ellas, tan solo, se alejaron unos metros de la acción.

-Ha llegado tu hora, Chema. Prepárate para morir.

-Te equivocas, Víctor. ¡Ríndete! No te lo pediré dos veces- dijo

Chema mientras le apuntaba con su pistola.

Víctor pareció entender la amenaza de Chema y dejó su cuchillo

en el suelo.

-¡Tíralo hacia mí!- ordenó Chema sin apartar su atenta mirada.

Víctor miró fijamente a las chicas que, desde fuera, miraban

 

atentamente el gran enfrentamiento final. Observó después su

cuchillo y, obedeciendo a Chema, lo apartó de sí pegándole una

patada que lo llevaría al exterior, junto a las chicas.

-¡Cuidado, chicas!- gritó- ¿Estáis todas bien?- preguntó

volviéndose hacia ellas.

Aquellos momentos fueron aprovechados por Víctor para tirar la

pistola de Chema al suelo y amenazarlo con la suya.

-¡Chema!- gritaron ellas asustadas.

-Las tornas giran a mi favor, amigo.

-¡Marchaos! ¡Rápido, salvaos!

-No, Chema. No podemos dejarte aquí- dijo Lidia tomando la

iniciativa.

-¿Y qué pensáis hacer?

-Esto- dijeron las tres recogiendo el cuchillo del suelo y

apuntando a su cabeza con furia.

-Demasiado tarde- dijo mientras apretaba el gatillo y,

descubriendo que no tenía munición, la arrojó al suelo y buscó

con la mirada la otra pistola, la pistola de Chema.

-Nuestro turno- dijeron las chicas antes de tirar el cuchillo con

fuerza hacia Víctor.

Ciertamente, las chicas tenían buena puntería y el cuchillo se

clavó en la espalda de Víctor con fuerza, haciendo que este se

cayera.

Víctor se arrastró moribundo, buscando la pistola, pero las

chicas se adelantaron y ahora, junto a Chema, veían como su

propósito inicial se estaba cumpliendo, el asesino se estaba

muriendo.

-¿Qué estáis mirando? Aún no he muerto, buitres. Todavía tengo

tiempo para cumplir mi plan.

-¡Ah!

De repente, un fuerte estruendo sacudió el edificio y parte de

la iglesia se desplomó, sepultando así la entrada principal.

Entre los escombros se asomó una mano a la que le siguió el

cuerpo de Chema que sacó al resto de la gente.

-Hemos tenido suerte. La bóveda nos salvó del desastre, podríamos

haber muerto.

Llegaron entonces los refuerzos comandados por Mariano.

-¿Estáis bien?- preguntó Mariano con cierto tono de preocupación,

intentando comprender la escena que estaba presenciando.

Días más tarde, Chema, Nuria, Arancha, Lidia y Mariano estaban

presentes en el cementerio de Sunnydale, frente a las sepulturas

de todas las víctimas de los horribles crímenes cometidos por el

demente Víctor. El silencio se apoderaba de la escena en una

respetuosa oración en memoria de las vidas perdidas.

Una oscura figura, quizás con una gabardina por la forma de

ondear al viento que soplaba en aquel lugar, presenciaba la

escena en lo alto de una colina, al lado de un roble.

La quietud que reinaba se vio interrumpida por el sonido del

móvil de Chema. Era una llamada procedente de la iglesia de Twin

Peaks, donde continuaban las tareas de búsqueda de Víctor.

Mientras colgaba el teléfono, Chema lanzó una mirada fría a Nuria

y Arancha. Cuando se iban, habló con Arancha antes de subir al

coche:

-No lo han encontrado.

-¿Qué? ¿Como...?

-Había un rastro de sangre- dijo interrumpiéndola- que llevaba

a una puerta lateral.

-No es posible. Tenemos que encontrarlo- dijo mientras daba un

pequeño paso con sus nuevas muletas.

Un coche pasó rápidamente muy cerca de ellos. Un objeto brillante

se cayó por una de las ventanillas traseras. Chema lo cogió y

descubrió de qué se trataba. Era un anillo de boda con la

inscripción de la fecha del matrimonio, pero estaba roto

intencionadamente en medio de donde antes estaba grabado el

nombre de Lidia. Se lo guardó en el bolsillo sin decirle nada a

nadie y, mientras lanzaba una mirada al coche, pensó:

"Te cogeré, Víctor. Lo prometo."

La extraña figura seguía allí, expectante, observando

pacientemente el dolor reflejado por aquellas personas.

Después de acabar su último pitillo, lanzó una ardiente mirada

a Lidia y dijo:

-Nos volveremos a ver muy pronto, cariño. Muy pronto.

¿FIN?

El Autor de este relato fué Ivanuko , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=6980 (ahora offline)

Relatos cortos terror Terror General Los asesinatos de scream st.(III)

Relatos cortos terror Terror General Los asesinatos de scream st.(III)

acariciaban la mano de Lidia que yacía inconsciente en la cama La mañana se hacía en el pueblo. Los débiles rayos del sol La mañana se hacía en el pueblo

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2024-12-02

 

Relatos cortos terror Terror General Los asesinatos de scream st.(III)
Relatos cortos terror Terror General Los asesinatos de scream st.(III)

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