POR QUÉ NO PUDE COMPRAR UN CROISSANT
Había pasado un tiempo ya desde la última vez que la vi, por aquel entonces no llevaba rastas en el pelo, ni tenía ningún piercing de esos que te atraviesan la cara o en su caso, el labio inferior, uno no hubiera estado mal, pero tenía al menos cinco. Dios mío, parecía que un dentista desquiciado le hubiera colocado la ortodoncia por fuera y ella la enseñara orgullosa. Cuanto había cambiado. Ya no era aquella chica recatada que cruzaba las piernas en los cafés de la ciudad, no, porque ahora ya no iba a tomar café, ahora prefería frecuentar los pubs de neo-hippies y seguro que no cruzaba tanto las piernas como cuando estaba conmigo. Su nombre es Arantxa, yo soy Darío, ahora la llaman Ara, yo sigo llamándome igual.
¿Qué pasó entre nosotros? Tan sólo un verano, fueron ocho meses espléndidos hasta que llegó la estación de los anuncios de compresas tanga, macro-conciertos y los viajes fanta (que nunca me tocaron). Pese a que mi madre, le hacía invitaciones a mi playa, ella no quería venir. No me malinterpreteis, no vivo con mi madre, sólo es que ella viene a pasar unos días en vacaciones y de paso me hace ese solomillo de cerdo que tanto me gusta, el resto del año la veía en la foto de mi cartera. A ella siempre le agradó Arantxa, se empeñó en que saliésemos desde que la vio, lo que no sabía era que llevábamos un tiempo como amigos.
Coincidió con la época de depresión de mamá, no se, perdió la cabeza con aquella llamada, me preguntaba que cómo era que no lloraba con ella, porque no estoy loco, le dije. Pensé que el aire fresco del mar no le sentaba bien. Arantxa no tenía teléfono en Torrevieja, donde veraneaba, normalmente me llamaba desde una cabina, la última vez fue hace tres semanas así que me decidí a buscarla y saber de ella.
La primera vez que acudí en su busca no la encontré, tan sólo estuve dando vueltas por la feria y por el caudal de personas que vagan en busca de cualquier cosa que se venda en los puestos de los moros. Entonces una marea de rostros se abalanzó sobre mí, pero ninguno pertenecía a Arantxa, la multitud terminó por arrastrarme a un puesto de croissants que acababan de salir del horno, mi madre los compraba siempre para Arantxa, aunque esos tenían mejor pinta, me prometí a mí mismo comprarme uno de aquellos la próxima vez que viniera, pues de lo contrario perdería el autobús de vuelta a casa.
Pero fue la segunda vez que fui, no la tercera, cuando la vi, justo en el momento en que la falta de suelto en mi bolsillo se interponía entre el croissant vegetal de pollo y yo, no estaba sola, la acompañaban sus cinco aros, aquellas rastas horrorosas y un muchacho, no menos feo. La seguí, perdí el autobús y gané la noche. No me podía ver oculto tras las rocas que acompañaban al paseo del faro, tan sólo los gatos, las cucarachas y la Luna me vieron contemplar aquella escena. Se besaban, se abrazaban y se rozaban de una forma que nunca compartió conmigo, a mis compañeros de espectáculo se sumaron el odio y los celos, mis puños se pusieron blancos por la presión y mis ojos parecía que fueran a salirse y empezar a mirar lo que yo no quería ver. Recetas de cocina tradicionales y comodas
Él la montó, ¡allí! En un húmedo banco del puerto en lugar de una cama, con olor a pescado por incienso, con otro, en mi lugar.
Comenzaron a gritar, no parecía su voz, sería la del maricón del otro, no, no era maricón, al menos no del todo, disfrutaba con lo que hacía, podía verlo en sus movimientos.
La agarraba fuerte. Le Clavaba sus dientes y ella le devolvía el favor hundiendo sus uñas. Entonces los dos se quedaron quietos, hasta que poco a poco comenzó a moverse dentro de ella, aceleraba, reducía hasta que paraba y entonces volvía a empezar, más fuerte que antes. Cuando el banco, chirriante, llegó a alcanzar un quejido rítmico que acompañaba a las voces y a aquel martilleo mudo de una forma enloquecedora, todo terminó, sus mentes se hicieron líquidas y se fundieron en una sola.
Y yo estaba fuera.
Finalmente la seguí hasta casa, nunca la había visto, era un chalet que daba al mar, a la Playa de los Locos, según me contaron, la llamaban así porque antiguamente estaba reservada para el baño de los internos en el manicomio del pueblo, que ya no era más que un edificio para veraneantes. En fin el chalet no era muy lujoso pero era un chalet en Torrevieja, y eso tenía su nivel.
Él le escribió algo que ella se metió en la cartera y ésta en su bolso, se dieron un último beso y se marchó.
Ahora me tocaba a mí.
La cogí, ella gritó, la llamé por su nombre, ella me dijo entre balbuceos que era Ara, le exigí una explicación de todo aquello, me mandó a la mierda. Se dio la vuelta, preparada para olvidarme.
Entonces la maté. Bueno, en realidad lo que la mató fue el golpe seco de la piedra al golpear su cráneo, aquello no terminó de sonar bien. Pero yo no la maté, por que ella no era ella, decepcionó a mi madre.
Había cambiado y con ella yo.
Cogí su bolso para leer la nota, pero entonces abrieron la puerta de su casa y la vieron allí tirada, como una bolsa de basura esperando a ser recogida, cogí la cartera, corrí y comenzaron los gritos.
Llegué hasta el puesto de croissants y me apetecía cumplir mi promesa, así que paré, saqué su cartera, vi el papel del chico, que no contenía nada interesante, salvo su dirección, de Murcia, el muy mamón, ya le escribiré. Pero entonces miré aquel DNI, recordé la llamada y lo vi todo.
Se llamaba Araceli López Puerta y era de Salamanca, no de Madrid, y mi Arantxa había muerto en un accidente de coche, cuando venía a verme, y yo... quería un croissant, de jamón y queso... pero tendría que abrir mi cartera para pagar y en mi cartera estaba su foto... me miraría y no le gustaría lo que iba a ver, a mi madre no le gustaría... no.
El Autor de este relato fué Diego Mart%EDnez Barrenechea , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=965 (ahora offline)
Relatos cortos terror Terror General Por que no compré un croissant
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2025-01-20

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