Siempre tengo la manía de cerrar bien todas las puertas, no soporto que queden mal cerradas. Cuanto menor es la distancia del dintel a la puerta, mayor es mi necesidad de cerrarla. La distancia es inversamente proporcional a la manía. No se porque es, pero cuando un puerta no se cierra bien tras de mi, lo noto. Como algo que no encaja, como una ráfaga de viento que arrastra la hojarasca en el suelo de un cuarto cerrado a cal y canto. Algo así, no se si me entienden. Probablemente no.
Pienso que esa sensación se produce quizás por la inseguridad de saber que no estoy totalmente separado del mundo exterior, que todavía no se ha cortado ese cordón umbilical que me une al espacio compartido. También a veces mi imaginación me juega malas pasadas cuando crea la ilusión de unos oscuros tentáculos brumosos reptando por el dintel de la puerta o de un sombrío ser que me acecha desde el otro lado de la rendija de la puerta y un soplo de aire frío que me recorre la nuca y me deja el cuerpo como de gelatina Muchas veces, incluso con la puerta cerrada me lo imagino ahí, detrás de la puerta, rondando en su oscuro mundo, esperando que algún necio no cierre bien su puerta. Pero no me preocupo porque se que tengo la mía bien cerrada.
Puede que todo esto me venga de cuando era muy pequeño, de aquella vez que alguien me contó una teoría bastante terrorífica que me obsesionó durante años. De ese momento solo recuerdo, aparte de la teoría en si, el olor repugnante del vinagre mezclado con basura en descomposición que venía de la boca de aquel ser que me hablaba, probablemente un abuelo que acaba de comer y no se había lavado los dientes. Contaba que si dejabas la mirada perdida en el horizonte a través de la rendija de una puerta podías atisbar lúgubres formas al otro lado. Cuanto mas te acercaras a la rendija y estuviera ésta mas menguada, veías con mas claridad a estos seres. Tenías que hacerlo con mucho cuidado para que no repararan en que los estabas observando y desde un cuarto totalmente oscuro. Así no te veían.
Desde entonces muchos años han pasado por estas viejas espaldas, demasiados para mi gusto, pero todavía no he olvidado la teoría. Yo la llamo la teoría de los observadores. Si ellos pueden observarnos, ¿Por qué no podemos hacerlo nosotros? Quizás ellos tengan una teoría parecida, aunque la usen con fines mas macabros.
Esperad, un empleado ha entrado a la habitación. Alto, con traje y con los cabellos muy rizados y cortos. Me deja unos informes en la mesa. Se lo agradezco y lo invito a salir de mi despacho con cortesía. Le recuerdo que cierre bien la puerta, y así lo hace.
Bueno, sigamos. Os estaréis preguntando si he probado la teoría de los observadores, ¿No? Pues os voy a contestar diciéndoos que no. Vamos que no he tenido lo que hay que tener para atreverme y yo creo que eso es lo que me ha fastidiado durante todos estos años, la incertidumbre. Necesito saber si la teoría es cierta o no, para poder tener la seguridad de que hacer. Si fuera cierta, supongo que no me costaría hacerme a la idea, eso si, tendría mas cuidado si cabe en eso de cerrar bien las puertas. Que no es cierta, pues todos contentos. Tendré que comprobarlo mas de una vez y aunque quizás no me desaparezca el miedo del todo, por lo menos estaré mas seguro y sobretodo mas satisfecho conmigo mismo.
Voy a empezar a prepararme. Me levanto de la silla y bajo todas las persianas del despacho, que no son muchas, para dejarlo lo mas oscuro que pueda. El corazón me late con furia y tengo nervios en el estómago, pero quiero seguir adelante. A medida que bajo las persianas y voy sumiendo en la penumbra al despacho, me pongo mas tenso. Tengo preparado un revólver pequeño en el cajón izquierdo de mi mesa. Lo cojo y empiezo a cargarlo (quiero estar preparado por si es cierta la teoría). Está frío y su tacto confiere un poder especial. Las balas entran en los huecos del tambor con delicadeza y exactitud. No veo el momento de llevar a cabo la hazaña. Me arrodillo delante de la puerta y gateo un poco hacia la derecha para situarme oblicuo a ella. Con el corazón en un puño subo la mano izquierda y palpo el manillar. Está mucho mas frío que la pistola y se me antoja mas helado. De repente, la oscuridad en el cuarto se hace total e impenetrable. Esto me asusta y suelto por un momento el manillar, pero haciendo un acopio de fuerza de voluntad vuelvo a agarrarlo. Solo un movimiento y dos mundos paralelos encontrarían un punto sobre el que girar, la puerta de mi despacho. Fotos Porno y actrices porno
Allá voy. Con la mano derecha empuño el revolver dirigido hacia la rendija y con la izquierda empiezo a hacer fuerza hacia abajo, el clic de el pestillo retumba en mis oídos mientras el suave rozamiento del manillar se escucha como amplificado. Llevo el manillar hasta abajo para asegurarme que la puerta está abierta y empiezo a abrirla. Al principio no veo nada, solo oscuridad, pero al instante siguiente empiezo a distinguir algo, figuras muy borrosas y aparentemente inertes. Oteo por la rendija no más amplia que dos milímetros y solo consigo ver eso. La pistola en la mano derecha que cada vez me pesa mas, tiembla exageradamente bajo el efecto de mi alterado pulso. Abro la rendija un poco mas, de repente algo choca contra el otro lado de la puerta y la empuja brutalmente, zafándola de mi mano izquierda. Durante un microsegundo, veo un horrible ser amorfo con oscuros tentáculos brumosos emergiendo de su cuerpo arrugado. El dedo aprieta y la pistola produce una detonación que recordare toda la vida con extrema claridad. Algo caliente me salpica la cara. Mis nervios se desahogan todos a la vez por mi dedo índice derecho. La pistola dispara una y otra vez sobre aquel ser que ya yace en el suelo por alguna parte. Los resplandores de las explosiones me ofrecen instantáneas y borrosas visiones de la criatura. Cuando el tambor de la pistola ya está vacío, mi dedo sigue amartillando el gatillo y así está durante unos segundos mas. Oigo claramente los latidos de mi corazón desbocado. Caigo rendido sin saber muy bien que hacer cuando unas luces empiezan a parpadear encima de las formas inertes que había visto antes. Las imágenes de estos objetos me llegan claramente y el terror se apodera totalmente de mi cuando comprendo lo que pasa. Caigo hecho un ovillo en el suelo, encima del charco de sangre que manaba de los agujeros que había hecho en el cuerpo del joven abogado que, minutos antes, había entrado a mi despacho.
Lo de las luces simplemente había sido un corte de electricidad de unos segundos. Quizás si que exista la teoría de los observadores, pero creo que en ese momento, el monstruo terrorífico del otro mundo era yo.
El Autor de este relato fué Ruym%E1n , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=12998 (ahora offline)
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2025-01-18

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