Relatos cortos terror vampiros Pasión y sed adolescente. 3º y 4º parte. (Final)

 

 

 

3º Parte

Dos historias quisiera vivir en mi baldía existencia, la que he dejado atrás y mi eterno frenesí.

Buenas noches, mis finitos lectores, he aquí la continuación del diario que hace algún tiempo os revelé. Retomo ahora mi historia en Egipto, en la ciudad de Alejandría, dos meses después de mi atroz alivio a la sed del alma.

Yazco bajo el abrigo que antaño fuere de pieles embalsamadas, cada noche deambulo sobre mis propios pasos, guiado frente a mí por la sombra luminiscente que la Luna dibuja a mis espaldas. No conozco el mal y he llegado a olvidar el bien, he olvidado el insípido sabor del agua, el invisible calor intangible del Sol, he olvidado incluso lo que significaba amar... De mis lujuriosos días en falsa máscara mortal nada queda, nada sino el latir del hielo en mi pecho.

 

Así es que estoy tendido en la antiquísima playa de una tierra primitivamente letrada, y... ¿ qué mejor lugar, pues, para contaros? Las olas mecen la voz con la que canto a la noche y la sal salpica mi inerte respiración. La noche semejaba a cualquier otra fecha de mi congelado madurar. Sólo yo y sola la noche, dos amantes para sí solos. La mente me hacía dolerme en cuerpo por tantas cosas que había dejado atrás, el crecer de la marea engullendo los incontables granos de arena me recordaba mi naturaleza, el desgaste de lo finito frente a la sollozante mar inmutable. Cada paso era un hoyo quejumbroso donde enterraba más y más recuerdos, y siempre inundados luego por la insistente inmortalidad. In, in, in... ¿acaso no existirán palabras contables que califiquen lo inmedible? ¡No, no, no! Acallad esta tortura, sólo pienso en lo que pensaré tantos eones. -Inmedible-

¡Silencio! Algo me perturbaba, rompía mi serenidad y me preguntaba:

-¿Qué harás? Sólo tanto tiempo, desgastando la tierra de tanto hoyarla... Sedienta ansia de amar, sólo contigo llora mientras sola vivas, pues encontrarás en la soledad tu vital compañía.-

Me debatía con un silencio ensordecedor, caía de rodillas cargado aplomo con el lastre de mi cabeza.

-¿Es posible que alguien me esté hablando?- Me decía a mí mismo –No, si cierro los ojos veo estrellas melladas, si escucho al silencio oigo mil voces calladas, solo latir siento el vacío saneando mi alma, ahuyentaré así pues lo sentimientos fuera de mi encrucijada. Sólo estoy yo, y no nadie, nada en la nada.-

Sin embargo sentía una especie de sensación telepática, y no podía ignorarla por mucho que lo desease. Fue entonces cuando noté, de repente, una súbita necesidad de volver a España, sin causa o motivo aparente. Simplemente noté la casi obligación de volver, algo o alguien me esperaba. Así fue que guiado por aquella sensación, aquel instinto, mensaje o lo que fuese, me decidí a partir para la noche siguiente. Por el momento me había calmado, y casi de inmediato tenía sed.

-Oh, vil goce que entumeces hasta las penas, será pronto contigo la paz y conmigo-

Me decía afónico, pues mi voz al igual que mi piel se desertizaban por dentro. Escudriñé la tosca desolación de arena y salitre hasta dar con una pareja enzarzada por hedor a fiebre, sudores y carne ceñida sobre carne. Dos adolescentes en su primer encuentro en muchos años, percibí. Élos allí, aún enropados y de pie, ahogando su aliento en el ahogado opuesto, sorbiendo de sus labios cual mi sed en sus dominios. Un intenso calambre espinó el vello de mi nuca, recordaba, recordaba de nuevo lo que un día fue amor. Y la rabia pudo, en aquel momento, sobrepasar la compasión. ¿Podríais haberme tomado el pulso en aquel instante? ¿que lo sintieseis en las yemas de vuestros dedos? No lo sé, sólo afirmo que me sentí carnívoro, depredador que enfoca sus fauces; me sentí más sólo aún y necesitaba vida en mí, pues era la muerte con su hoz levitando sobre las víctimas. Celos, envidia... ¿qué mas daba lo que realmente era? Únicamente sabía que debía ser extinguido ya. Fui cruel, me transformé en monstruo y rogué a Dios que no presentase más inocentes frente al Diablo, aunque no recuerdo con seguridad si lo imploré amenazante a él o no; lo más seguro es que así lo hiciera, que levantase mi puño al cielo y gritase:

 

-¿Son estos tus amados hijos? ¿Qué fui para ti en vida que tanto renegaste de mis rezos?

Oh, si, ahora recuerdo. Maldije al cielo y quise pactar: mi alma en pena por la salvación de los que tenía delante. Oferté que curase mis alas cortadas y me permitiera volar a su reino a cambio de perdonar la vida a los chicos. La pluma de una gaviota calló lentamente frente a mí hasta posarse en mi pie derecho. Palabra de Dios, eso me pareció. Mis alas jamás crecerían de nuevo y me desangraría por los siglos de los siglos, siempre buscando la sangre que llenase mi pérdida; mis llagas, insoldables; y yo, no vivo, pero tampoco con el permiso de la muerte. Maté a los dos mientras lloraba desahuciado, comprendía que el infierno era aquello, el eterno dolor. Su sangre fue apenas un instante de consuelo, mis heridas eran enormes y habían sido horadadas por un “poder divino”, que así lo llamaba en mi anterior vida. Solté por último al joven, del que engullí hasta su última gota, ya no importaba si fuera su alma o no, lo cierto es que no pensaba que lo era. Ellos habían muerto pero yo no podía, y eso es algo indescriptible para los seres finitos, los adorados del cielo. Como respuesta a mi acción, al pisar con mi pie diestro se hundió en la arena y formó un hoyo que se impregnó, junto con mi pie, de agua oscura al que ninguna luz llegaba; lo miré y sólo pude ver el reflejo de mi rostro en medio de una abismal negrura a la que mis lágrimas cayeron sin disolverse en él. Dios había rechazado mi pacto y ahora yo le rechazaba a él y a sus hijos, aunque no me creí con fuerzas para dar muerte innecesaria, de hecho solo cumpliría con mi necesidad. Con todo, me despedí de la mar en mi último canto sobre aquella tierra:

-Ciérnase áurica la estela diurna, pues ahogada es la noche vedada a la Luna, fantasía de plata sobre montaraz duna.-

Al amanecer regresé a la habitación de mi hotel y dormí inquietado por la voz que sentía dentro de mí, en la playa, y por un extraño sueño. La voz me decía:

-¿A qué temes? No a la vida, creo; perdido la has. Mas entonces... ¿cuál es tu sino en tierra? Inerte espectro, ¿qué buscas en tu vedada prisión? No a mí, que me distancia el vacío; no al destino, pues encontrado te ha; sólo al pasado, quizás; sólo a la vida, lejos, lejos ahora y por siempre estará. ¿A qué temes? A verte muerto, será.-

Y en el sueño se me presentó un ángel que encadenó sus alas al mar, anclándose en la profundidad. En su hundir me extendió la llave que lo condenara mas no me pidió libertad. Vertí lágrimas sobre ella y se disolvió a mi mirada. El océano lloró al cielo y descubrió las cadenas, quebradas.

 

Qué significado tenía todo aquello lo desconozco. Sólo sé que aquella no sería la única vez que tuviese tan extrañas experiencias. ¿Señales? ¿Advertencias? Puede, de hecho las clasificaría como “presentimientos”, aunque sería propiamente el futuro quien me otorgase las respuestas.

Aún sobresaltado, conseguí conciliar el sueño; fuera, llora el otoño de olvidarse la vida, partiendo la despide en susurros de su extinguir. Véla a su abandono en pardas lágrimas caer, cual ahogada sangre privada de latir. Dentro, soy yo el que llora.

4º Parte

La oscuridad anega mi mente. Los sentidos tan perfectos me hieren de una manera insoportable. Soy tan sensible... a las noches canto con mi voz tal que si se tratara de un violín, y mis letras suenan como cantadas por un ángel, aún siendo un ángel oscuro.

Todo cae, se derrumba una existencia privada de existir. No queda nada a qué aferrarse, ni el suelo que piso es tan sólido como antes. No me preguntéis por qué, pero las rocas me hicieron su hijo y el hielo fue mi maestro. Oigo como el tiempo huye de mí cada vez que quiero atraparlo, cómo retumban sus pisadas en mi piel. Siento mucho dolor, como si me hubieran encadenado a la tierra, como el ser que me visita en sueños, condenado en los abismos del frío océano. Me desangro llorando.

-Odiosa desdichez... Piadosa muerte, quédate mi alma si con ello me aceptas, pues no es vida el vivir muerto.-

Muero cada día en mi “divina comedia”, perdido en el inflanqueable laberinto del inframundo, saliendo de un círculo para entrar en otro, condena tras condena y luego vuelta a empezar. ¿Pero acaso lo merezco? Cursos gratis en Youtube

Mis sendas son inescrutables, ni yo mismo soy capaz de verlas, porque camino a ciegas en mi gran sombra, en esta nube de polvo donde ni siquiera puedo respirar.

La canción de “Cold Heritage” de Lacuna Coil suena en mi discman, recordándome a la dama que dejé desangrada en aquel hospital. Y le pido perdón a cada vez que el estribillo me perfora el corazón, y luego caigo de rodillas víctima de una sacudida en mi pecho. Oh, música, ahora eres lo que más me duele pero también lo único que alienta mi existencia, será esto porque sólo vivo para recordar, vivo el presente para el pasado, pero mi pesar es incluso el del futuro. Que a los vampiros se nos puede matar atravesándonos el corazón es cierto, y de hecho no hacen falta estacas para ello.

Y todo por aceptar aquel pacto, Dios... cuánto deseo haber muerto cuando debí hacerlo.

Vienen a mi memoria recuerdos de mis últimos días como mortal...

Por aquellos tiempos soñaba la noche y despertaba a cada parpadeo que daba. En medio de mi vacío interno, me enamoraba a cada Luna que viese o estrella que tintilase, en aquella soledad que se extendía sobre mí, tan finita que su destello más lejano no lograba alcanzar. La gran gema de plata era mi única compañía, en la oscuridad de cada día me sentaba al borde de la arena en una playa y esperaba a que viniese a mí, que su luz me rescatase de este abismo como si se tratase de una red cristalina que tras recogerme, me meciese levitante hasta dormirme en su seno.

Ya por entonces acababa de leer “Lestat el vampiro”, y me intimidó en cierto modo que aquel ser rodeado de misticismo sufriera tanto por tener un don especial, un don que sin embargo yo deseaba tener. Subestimaba el dolor que implicase, no creía posible mayor sufrimiento que la pesadumbre por vivir, y ya me había hastiado de la vida por entonces.

 

Poco a poco, acepté mi condena a vagar solitario por las playas cada noche, de observar finamente cómo la marea engullía mis pisadas. Y acabé por enamorarme del silencio acariciado por las olas, de las frías brisas que cortaban mi rostro... La noche se hizo mi amante y sus condiciones el alimento de mi existencia. Ya no había dolor, sólo el entumecimiento del cuerpo y del alma. Hacía poco tiempo que una joven, un año menor que yo, me había abandonado, y de vez en cuando aún me sobrevenía su recuerdo causándome mucho dolor, pues da igual que yo carezca de sentidos, para recordar sentimientos no son necesarios.

Sucedió que en una ocasión, me obsesionó demasiado la idea de que existiera una alternativa a ésta forma de vida, otro mundo donde recobraría los sentidos y viviría para siempre exiliado del dolor, al menos de un dolor mayor. De hecho, por entonces solía imitar la forma de vida de los vampiros porque descubrí que sólo así se consigue superar la eternidad, y he de reconocer que tenía mi vida en tal estima... pues no veía llegar el fin de mis días por muchos siglos que pasase expectante.

Fue así, que en un arrebato de dolor, recuerdos de mis seres queridos fallecidos y perdidos, y profundo deseo, clamé a Dios que aliviase mi pena, fuera de la forma que fuese, porque incluso llegué a desear la muerte ante tales tormentos.

Noches enteras rogué la liberación de mi alma, pues yo no tenía valor para hacerlo... bien podía adentrarme en el mar hasta dejar de pisar suelo y hundirme, encaminar mis pasos a las olas y así impedir que éstas los volviesen a atrapar, pero tenía miedo.

Hasta que finalmente, olvidé al dios del bien y me incliné ante el mismísimo Lucifer para que aceptase un pacto, así era mi desesperación. Y como el diablo no desea otra cosa de nosotros sino el alma, fue ésta la que le ofrecí, y ello a cambio de que me prometiese una escapatoria, una forma de morir por la que alcanzase la eterna vida que el cielo no me ayudaba a conseguir. Luego descubriría que pactar con el diablo supone jugar con fuego, con el fuego que consume el alma por los siglos de los siglos, el inconsumible fuego del infierno.

Pasaron varios días y entonces ocurrió... se presentó ante mí una joven de apariencia dieciochesca, no más alta que yo, y su rostro tenía el mismo color que la Luna, exactamente igual, incluso me pareció ver que sus ojos desprendían la misma luz. Sin embargo no me sentía enamorado, era algo mucho más extraño, una atracción sobrehumana.

-¿Te conozco?-

Le pregunté atónito.

-Me has llamado.

-No es cierto, apenas acabo de conocerte ahora.

-Pero lo has pedido.

-¿De qué me hablas? ¿Qué he pedido?

-Lo has deseado, lo requieres, lo prefieres.-

Tratándose de una persona corriente ya habría manifestado mi molestia, porque me daría la impresión de que estaba jugando conmigo, pero percibía algo en aquella criatura que me impedía revelarme contra el ritmo que marcaba.

-¿Puedo saber a qué te refieres?-

Inquirí.

-Lo sabes, quisiste pactarlo.-

No me había dado cuenta, pero en ningún momento movió los labios; tan sumido estaba en sus ojos que no reparé, hasta el último momento, en que practicaba telepatía.

 

Entonces me vino a la mente la biografía del vampiro Lestat, de cómo describía a esos seres e incluía la telepatía como una de sus habilidades. Y lo último que ella dijo me lo hizo ver todo con plena claridad, “quise pactarlo”. Ella era la dadora del “don”, mis plegarias habían sido escuchadas por una de las princesas del infierno. Y sin dudarlo un solo instante, pedí que me fuese entregada mi corona, pues me disponía a heredar el reinado de la noche eterna. Aquello me llenaba de un goce extraordinario, por fin moriría, mejor aún, moriría para despertar de lo que debiera ser mi sueño eterno; es ahora cuando comprendo... porque al fin y al cabo... ¿qué es despertar sino abandonar la fantasía y los deseos? ¿qué es la realidad sino la falta de sueños?

Luego del abrazo me bautizó con un nuevo nombre, yo nacía a las tinieblas y debía llevar uno que no hubiese sido bendecido, pues había renegado del reino de Dios al volver de entre los muertos, al burlar a San Pedro. No recuerdo mi anterior nombre, imagino que mi hacedora lo purgó de mi mente, y a las primeras palabras que oí tras resucitar fueron: Daérius Dav Vanneck. Después perdí la consciencia. Y de aquel paso de la vida a la muerte a la inexistencia no-muerta entre los vivos apenas recuerdo más, sólo la punzante sensación de bañar todo mi cuerpo en hielo, de que todos y cada uno de mis órganos internos se contrajesen en implosiones, y una serie de calambres en mis sentidos.

Desperté notando que todo mi ser respiraba, incluso mis ojos que ahora atravesaban la carne de los transeúntes, lo que me hacía ver su energía latente y de inmediato sentirme sediento. No necesitaba aprender de nadie, sabía todo lo que debía para sobrevivir, la sangre de mi asesina y madre me guiaba desde mi interior como un instinto natal; lamenté no recordar cómo fue nuestro abrazo, su sabor...

Mi primera víctima fue un vagabundo que se emborrachaba con una botella de vino como cada noche lo había visto hacerlo, no lamenté mucho su muerte pues estaba más ocioso descubriendo aquellos nuevos placeres, aquellos “dones” extraordinarios. Pero en mi segundo día ya comencé a sentir el dolor, algo que creía no tan implícito en ésta especie...

Y desde entonces, cada noche y cada día en vela o sumido en pesadillas, sufro de una forma superior incluso a la de mis últimos días vivos... Piadosa muerte, ¿por qué no me encadenaste a ti cuando quise dejarte atrás? Odiosa eternidad, reniego de ti como un día lo hiciera de ser finito. Sólo quiero acabar, el fin definitivo para la vida y la muerte, plenamente... la muerte de mi inexistencia, la destrucción de mi alma. Sólo me resta conocer a la fuente de ésa voz en mi cabeza, sólo quiero oír las respuestas. Luego me desvaneceré y ni aquel muchacho de diecisiete años ni Daérius volverán a existir jamás, ése será mi auténtico “don”, el olvido de la consciencia para nunca más despertar. Vosotros os preguntáis: ¿Y si no hay nada después de la muerte? Pues os diré que al menos para mí nada habrá, he cortado mis alas, he vendido mi alma... nada queda, nada habrá.

El Autor de este relato fué Lestat , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=6541&cat=terror (ahora offline)

Relatos cortos terror vampiros Pasión y sed adolescente. 3º y 4º parte. (Final)

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Dos historias quisiera vivir en mi baldía existencia, la que he dejado atrás y mi eterno frenesí. 3º Parte 3º Parte

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2024-11-26

 

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