La Luna descubría mi desnuda y pálida fez mientras el aire viciado de la ciudad se undía sobre el suelo, formando un manto de neblina que jugaba serpenteando sobre mis tranquilos pasos. La atmosfera se comenaba a cargar casi inapreciablemente de calor, alarmante al amanecer cercano. El cielo semejaba una sábana en declibe de la cual había de refugiarme pronto, y apenas titilaban una docena de estrellas tímidamente. La calle de mis andadas se presentaba abandonada por toda presencia mortal, y mi sed no decrecía, sino que el dolor se saciaba conmigo y el vacío con mi alma. Porque de vosotros, y me dirijo a los diurnos, obtenemos la energía para llenar ese hueco castigo de la eternidad. Os amamos, os queremos tan sobrehumanamente que se nos es negada la fraternidad tan solo con acercarnos a vosotros. El vampiro es moralmente humano, sin embargo el tributo que hemos de pagar nos obliga a morir socialmente, como muertos están nuestros cuerpo mas no nuestros corazones. Precio incompensable aún teniendo el poder de los poderes. Como decía, el paso se me hacía arduo a falta de compañía y carente de alimento, suena mal, pero es lo que representais para nosotros mal que nos/os pese. Mi vista se nublaba falta de riego y la debilidad se cebaba con cada parte de mi lechoso y frío cuerpo, ya manifestante de su deterioro y servidor de espante, era la imagen misma de la muerte resucitada. Ansiando mi hematófago acto, apresuré el paso mientras permanecía atento a mi olfato. Pronto perdería toda fuerza y poder al haber ayunado mas de la mitad de la noche, necesitaba esa droga tan inofensivamente buena para mi como en su contraria medida para la presa, presa de su acto tentativo al refregar su vital posesión a la Luna. Casi arrastrándome llegué al centro de la ciudad, al centro sanguinario urbano, como sarcástcamente decía mi maestro. Ningun alma terrenal se dejaba ver, como víctimas de mi oferente temor se guarecían en sus ladrilladas cuevas, y la noche acababa, lo que me infundía temor a perecer sediento mientras dormía el día a falta de fuerzas para despertar. No había mas tiempo que perder, ya no importaba el estado de mi escogido, fuera vagabundo, anciano o enfermo, en aquella búsqueda sosegada hoy había cabida para la sangre joven, lo que tentaba a mi instinto descomunalmente y torturaba a mi ser real. Traspasé literalmente el portal de un edificio rompiendo la cerradura de un golpe, pues aún falto de fuerzas el instinto prevalece como arrancándolas del infierno, no hay mallor fuerza para un vampiro que la que ofrece la necesidad de sangre, invisible pero bestial, como en bestia me combertí aquella noche en busca de un oasis. Con un palpar vuestro del pie sobre su apollo ya estaba yo quebrando la primera puerta que topó mi canino olfato, y mi sed calló sobre el espeso líquido de una joven de no mas de 20 años de la que solo aprecie su cuello pues estaba volteada a un lado de espalas a mí y tendida sobre una cama. Me sorprendió altamente el grado tan cálido de aquella sangre. La chica se sobresaltó mientras le sustraía toda vida y le impedía moverse o gritar. El placer fue mutuo creí, pues enseguida cesó en su intento escapatorio y cedió a los pensamientos que yo le inculcaba. Extrañamente aquella sangre excitante y exuberante de sabor coagulaba en mi garganta y costosamente alcanzaba mi flácido estómago, me costó liberarle aquel preciado fluido pero cual era la recompensa de mi inyectante esfuerzo... Mis miembros se estremecían en compulsiones armoniales a mis sorbos, aquella familiar sensación de caer rápidamente al vacío volvió a invadirme como cada noche, pero no había mas vacío que el que yo dejaba en ella. Mi piel se erizaba de placer y creo dejé los ojos en blanco al mirar tan sumamente alto el goce. Mil sensaciones se fundían al compas de aquel calor vivo penetrante y no era ya consciente de mí mismo, estaba sumido en un trance de éxtasis mas allá de las sensaciones. Hasta que finalmente, dolorosamente, me vi obligado a despojarme de aquella respiración purifical. Y fugazmente salté del cuerpo con un rugido gutural dirigido al techo de la estancia. Había acabado aquella emanación de placer, pero era ahora cuando poco a poco lo sentía pasar a mis venas, devolviendome aquella sensación de omnipotencia y superiordad,ahora era invencible, o al menos así me creía entre tanta pasión latente en mis venas, reanimadora de mi estancado músculo bombeador, todo lo podía. Entonces ella clavó sus ojos en mí, aún vital con aquella última medida de sangre que me vi obligado a abandonar. La belleza reinaba sumamente en ella en aquellos sus últimos instantes, como traspasado por un fulgor astral me enamoré perdidamente de ella. Todo lo era para mi pues todo lo que ella era había entrado en mis arterias, todo lo que aquella sangre había bañado era entonces parte de mi. Yo había Violado salvajemente aquella tierra sagrada que era su cuerpo, yo había Robado todo lo que contenía su vida interna, y pronto además yo habría Asesinado a un ángel que reposaba inocentemente sumido en sueños del firmamento. No podía permitirlo, no, no había de morir. Todo su amor era ahora todo en el mío, su sangre en la mía. Angustiado y absorto en mis temores corté las venas de mi muñeca derecha y me avalancé sobre ella para darle la bebida de su eterna juventud, de su salvación, el don oscuro. Pero entonces, ya con mi corte reposando sobre sus labios aunque aún cerrados, sentí fuego en mi costado izquierdo, como hierro candente incándose sobre mi piel. Y tal que un perro espantado con un garrote uí de allí dejando a mi amada maltrecha, espectante de su propia muerte. Con mi poder recién adquirido corrí fuera de los límites mortales, disparadamente, entre las pocas sombras vírgenes que quedaban entre los callejones, pues el Sol había rasgado la sabana del firmamento nocturno y su primer rallo ya me había alcanzado. Las sombras que vosotros llamais no son propiamente sombras puesto que siempre hay cabida en ellas para algo de iluminación, la suficiente para matarnos, aunque en el alba tan solo nos debilita. Ese efecto se hacía presente en mi y mi ritmo decalló muy por debajo incluso que lo mortal. Con todo, mis movimientos debían semejarse al de un anciano hebrío, creí. Final, aunque tortuosamente alcancé mi destino en la catedral que me sirbe de refugio, acogiendome a sagrado podría decirse irónicamente. Así, reposé junto con mis congéneres en nuestro particular refugio lejos de la vista mortal. Y entones vino ella a mi mente, con una sensación casi tan dolorosa como mi anterior encuentro con el Sol, la pena fue entonces mi dueña. Comprendí cual era mi destino errante e imperecedero por los siglos de los siglos: la eternidad asesina, pues sería esta medida ( si así puede llamarse), lo que realmente daría fin a medida. Aquella pesadumbre del alma será mi fin y yo mismo haré que venga a mi, pues el destino jamás lo hará, no el destino mismo que me destinó a la inmortalidad. Sea así, pues. Amén.
El Autor de este relato fué Lestat , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=4508&cat=terror (ahora offline)
Relatos cortos terror vampiros Sólo nuestro destino, solos.
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2025-01-12
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