Relatos cortos eroticos Lluvia dorada Mi primera lluvia

 

 

 

Como casi siempre sucede, es por casualidad que se descubren los grandes placeres. Tenía yo 17 años y, si bien era virgen, el bichito de la lujuria hacía rato que me picaba. Esto vale a decir que, sin penetración, no me negaba a esos deliciosos jueguitos que me ayudaron mucho en mi vida sexual adulta.

Mis padres no me dejaban salir de noche, pero como mi casa tenía un ventanal enorme que daba a la calle, no me era para nada difícil escaparme cuando todos en la familia se habían entregado al sueño.

Por ese entonces mi “noviecito” se llamaba Gustavo, un rubio insulso pero que respetaba mis juegos y los disfrutaba como yo. Él tenía 18 y también era virgen, por lo que no despreciaba lo que yo tenía para ofrecerle.

 

La noche en cuestión era jueves, y a la medianoche Gustavo me esperaba, como siempre, en la esquina de mi casa.

Yo salté a través de la ventana y me uní a él. Hacía frío, era julio. Caminamos rápidamente hasta el parque, donde teníamos un rinconcito oscuro y oculto todo para nosotros.

Llegamos y comenzamos a besarnos apasionadamente, yo contra un árbol y él encima de mí. Mi rubio abrió el cierre de la gruesa campera que yo llevaba y se quedó sin aliento: esa noche no tenía nada debajo. Él me miró con los ojos celestes muy abiertos y yo le sonreí. Le pregunté “te gustan?” y el pobre no atinó a responderme. Yo tomé su cabeza y la llevé hasta mis pechos. Él comenzó a lamer con desesperación, separándose cada tanto para mirarme, ya que era ese el primer par de tetas que veía en vivo. Seguimos besándonos y yo sentía el bulto de Gustavo refregándose contra mi concha, creciendo y latiendo. No aguanté más y le metí la mano por dentro del pantalón. Los dos nos vestíamos con pantalones deportivos esas noches, para facilitarnos la tarea. Mi mano lo acarició por sobre la ropa interior y, para su sorpresa, también sobre la piel. Era la primera vez que lo hacía y me encantó. Tomé su pija enorme con la mano y empecé a masturbarlo. Sentía mi conchita latir, caliente, chorreando ganas, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no pedirle que me la metiera. Acabó muy rápido llenándome de leche la mano. Me limpié con un Kleenex.

Generalmente la cosa terminaba ahí, pero esa vez sucedió algo increíble: yo empecé a sentir unas terribles ganas de hacer pis. De pronto la vejiga estaba llenísima, no podía más. Me daba mucha vergüenza decírselo, pero sentía que no llegaría ni siquiera a caminar la cuadra que me separaba de mi casa. Pescados, mariscos, conservas y todo sobre el mar

Él, sin saber nada, me besaba y me mordía los pezones. Mi excitación crecía junto con las ganas de mear. Le dije “tengo que ir al baño”. Gustavo me dijo “bueno, vamos, te acompaño a tu casa”. “No, no llego a casa, me hago encima!”. Él no me hizo caso y siguió besándome, lamiéndome... hasta que metió su mano en mi rayita.

“Acá no te ve nadie, Cel, hacé acá”, me dijo. Yo no sabía que decirle, pero sentía que en cualquier momento se me escapaba. Por otra parte, una extraña sensación se apoderó de mí. Me di cuenta de que la situación me calentaba tremendamente. “Yo hago, si vos hacés primero...”, le dije. Él entendió el juego. Se bajó los pantalones y pude ver por primera vez esa verga hermosa que ya estaba otra vez enorme. Me paré detrás de él y se la agarré con una mano, mientras con la otra le masajeaba las bolas. Él comenzó a soltar su chorro con fuerza y a gemir, el pis se escurría por mis manos... yo estaba loca de placer, chorreando. Cuando terminó de hacer se dio vuelta y no necesitó decirme qué quería. Me agaché y comencé a comerme esa pija, lamerla, morderla, hasta que le saqué hasta la última gotita de leche.

Ahora, las ganas que por un momento había olvidado volvieron con todas las fuerzas. “Ay, me hago, Gus, no aguanto más, me viene, me hago encima...” llegué a decirle. Él rápidamente me bajó los pantalones y la bombacha, todo junto. Ambos nos agachamos y mi chorro salió sin pedir permiso. Él estaba detrás de mí, y mientras yo meaba, me acariciaba la concha. Yo le estaba haciendo pis en la mano. Fue delicioso! Toda mi zona estaba ardiendo y el chorrito tibio me volvía loca.

Cuando terminé de hacer, Gustavo me hizo parar contra el árbol, abrió con sus manos los labios de mi vagina y me comió el botoncito hasta hacerme acabar.

Fue mi primera lluvia dorada, pero afortunadamente no la última.

El Autor de este relato fué Celeste , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=11517&cat=craneo (ahora offline)

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Como casi siempre sucede, es por casualidad que se descubren los grandes placeres. Tenía yo 17 años y, si bien era virgen, el bichito de la lujuria hacía ra

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2020-08-19

 

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